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16 octubre 2007

CICLO POP ROCK 2.007

Teatro José Tamayo, Granada. 21, 22 y 23 de Junio de 2.007.


Esta X edición de los conciertos del Central, ampliados por segundo año consecutivo de Sevilla a Málaga y Granada, volvió a ofrecer un cartel suculento. En Granada el jueves abrió fuego STUART A. STAPLES. El cantante de Tindersticks apareció en escena arropado por una banda sobria y distante, a medio gas pero por lo menos sutil; recreando un sonido cuidado y rico en detalles, sin protagonismos. Los instrumentos iban entrando y saliendo sin sobresaltos en el desarrollo de cada tema durante los sesenta y cinco minutos que duró su concierto: las teclas de David Boulter, alternando piano y órgano, y usando, entre otros instrumentos, una pandereta accionada con un pedal de bombo; la guitarra eléctrica de Neil Fraser, tomando la acústica en ocasiones puntuales; o Terry Edwards, contenido e inconmensurable en sus subrayados tanto de trompeta de bolsillo como de saxo barítono (compaginando ambos en muchas ocasiones). El bajista usó tanto bajo como contrabajo, y el batería se esforzó denodadamente por conseguir ese roce de escobillas, a veces un leve chasquido percusivo apenas apreciable (pareció relajado al tomar los palillos). Sin coros, Staples volvió a ser ese maestro de ceremonias ausente e introvertido que evita la mirada del público, así como cualquier tipo de comunicación ajena a su interpretación; y que sólo se permite algo más que una breve sonrisa cuando yerra al acometer los acordes de un tema. Con un gran repertorio, centrado en su etapa en solitario, desplegó esa voz entre profunda y vulnerable, tras cada one, two, three… con que daba comienzo a cada canción. Siempre evocador, con el deje humeante y añejo de un crooner presa de una tristeza desvaída y estoica. El primer tramo de la velada siguió el orden de su último trabajo, “Leaving songs”: “Old friends”, “The Path” con Edwards usando como contrapunto armónico un xilófono de juguete, “Witch way the wind” y “This road is long”. Posteriormente, temas antiguos enrarecieron lentamente con su nocturnidad el ambiente: “People fall down” con el teclista aplicado a la melódica y Edwards a la flauta o “Marseilles sunshine”, único tema sin batería, con un metrónomo marcando los tiempos y un halo mágico perfilado por punteos de guitarra eléctrica, en uno de los pocos momentos en que ésta tomó cierto vuelo independiente. Para la briosa versión de Townes Van Zandt (“Sixteen summers, fifteen falls”) y “Already gone”, el sonido se basó en guitarras acústicas. Mientras, en “Say something now” y la irresistible “That leaving feeling” sonaron más compactos y directos que nunca. Así como delicados en “Pulling into the sea” y “Live come a long way”, final de su breve bis.

La siguiente jornada se inició con SOUTHERN ARTS SOCIETY, que es el nuevo proyecto de Andy Jarman (A popular History of Signs, Strange Fruit, Aquaplane). El inglés afincado en Sevilla se enroca y abunda en ese sonido planeador y bailable, trufado de detalles electrónicos, programaciones y variados samples, que, en su movimiento ondulado, traza una línea psicodélicamente recta entre Echo & The Bunnymen y el sonido Madchester. Correcta actuación, con una base rítmica estimulante de bajo (el suyo) y batería de tracción manual, guitarra deudora de los ochenta británicos, teclados y samples. La conexión americana, apreciable en algunos momentos de su último disco, aquí se redujo a un par de slides, ya que el repertorio, salvo algún medio tiempo, se ciñó a su lado más chispeante y pop. Como siempre en el caso de Andy, un envoltorio atractivo que no termina de calar.

Pocos minutos después apareció HOWE GELB, el hombre del desierto, acompañado inicialmente por bajista y baterísta, dos tipos que vigilaban entre divertidos y temerosos cualquier giro instrumental del jefe. Comenzó su parte a ritmo de ragtime con el piano, colocándose su enorme sombrero de alas generosas y unas gafas negras para protegerse de la luz de los focos. Al poco se hizo con la guitarra y, tomando asiento, interpretó las principales joyas de su último “Down Home”, “Return to San Pedro” (“World stand still”, “The Hangin´judge” y el blues “All done in again”). La base rítmica seguía las evoluciones de su rebelde acústica de forma tenue, acariciadora, aunque también vivaz. Gelb, por su parte, lucía para solaz de la audiencia, siempre expectante, su forma de tocar, una mixtura nerviosa de referencias country, fronterizas, jazzísticas y blues. Tan expresiva como austera, por momentos violenta, imperfecta, impresionista. Sus dedos viajan sobre las cuerdas de su guitarra como al borde de un descarrilamiento que nunca llega a producirse. Un instrumento que en sus manos no se conforma con el patrón estilístico que se le supone. Y la voz, alternando su célebre doble micro, el que trata ese tono amodorrado y el que la ofrece tal cual, con algún resabio de Lou Reed. Un concierto con su punto anárquico, canciones deshilachadas; más que comenzarlas parece subirse a lomos de ellas al verlas pasar, para posteriormente finiquitarlas con un leve gesto, dejando la sensación de que podían durar perfectamente dos o tres minutos más sin caer en la reiteración. Cuando presentó a Dave McGowan, que apareció tomando la guitarra hawaiana, tuve la sensación de que no caería ningún tema del celebrado “´Sno angel like you” y así fue. Tocó al piano la inmensa “The Shiver” y compartió éste con la guitarra para interpretar “Classico”, despidiendo esa primera parte con otra breve pieza al piano. ISOBEL CAMPBELL salió a escena tras una reverencial presentación de Howe. Definitivamente chirriaba: la sonriente rubia con su camiseta marinera, tirando de su cuaderno, su violonchelo, y colocando su botella de agua en medio de esa panda de rednecks con pinta de estar tratando de hacer funcionar su vieja camioneta en mitad del desierto de Arizona. Gelb no pretendía dejar de ser Gelb ni un solo segundo, quería seguir siendo factor sorpresa; se pasaba los minutos buscando las letras de los temas entre el desorden de folios que tenía sobre el piano, rompiendo cualquier remota posibilidad de ritmo de concierto, acaparando todo el protagonismo y reduciendo la presencia de Isobel a un papel más bien ornamental. Constante ironía, temas de breves segundos y un cancionero, el del notable trabajo de Isobel Campbell y Mark Lanegan, que iba sucediéndose en escena superando la patente sensación de escasez de ensayos conjuntos. De esa guisa sonaron “Black mountain” y “Deus ibi est” con Peter Dombernowsky golpeando el timbal con la palma de una mano y una maza; con Howe al piano interpretaron “Ballad of the broken seas” (dejada a medias), el valsecito “(Do you wanna) come walk with me”, y una perezosa “Honey child what can i do”. Estupenda resultó la revisión de “Ramblin´man”, con la guitarra eléctrica de McGowan rasgando y destacando por única vez (antes todo lo había tocado con acústica y hawaiana) e Isobel aplicada a las maracas; y la dylaniana “The circus is leaving town” que parece gustar al Gelb, que la cantó tomando los dos micros a la vez, sin usar ningún instrumento. En mitad de todo esto se coló el tema de Giant SandCracklin´water”. Cuando se despidieron, el calor sofocante hizo que a más de uno le pareciese una gran idea y se largase apresuradamente de la platea, pero ellos volvieron para decir adiós con “Sand” de Hazlewood (qué mejor Nancy que Isobel) y con una repetición de “Honey…”, seguro que por ser el segundo tema más hazlewood de la noche.

Tercer y último día. En el escenario que espera a RON SEXSMITH y su banda no se ve nada parecido a un piano. En efecto, Ron sale armado de guitarra acústica junto a sus músicos (un trío de guitarra, bajo y batería). Poca variedad instrumental esta vez, el formato más práctico y directo al grano pop-rockero de los tres días. Con chaqueta de terciopelo y camisa con chorreras, el canadiense se mostró simpático, hablador y expeditivo en la ejecución de los temas. Se trató de un repaso rápido a su discografía, sin pausas, obviando acaso un repertorio más evidente. Así, salvo momentos como “Pretty little cemetery” y el rotundo clasicismo de “Reason for our love”, la cosa sonó como un combo de power-pop con clase y, otra vez, a medio gas; de sonido eficiente para despachar una actuación que no llegó a los cuarenta y cinco minutos. Un suspiro que al menos permitió percibir en vivo la facilidad melódica de Sexsmith; la brillantez y tersura de unas composiciones que abrigan la resolución del pop y el recogimiento y reflexión del folk más luminoso. “Some dusty things” sonó con Tim Bovaconti tocando la mandolina eléctrica, al igual que “Pretty…”; destacando con luz propia también la esplendorosa “Whishing wells”, “Cold hearted Wind”, “How on earth”, y la inopinada despedida: tras explicar que era un tema que escuchaba de pequeño, la banda interpretó una meritoria revisión en castellano de “Eres tú” de Mocedades (sin las inmejorables armonías vocales del original pero al menos intentándolo). El estupor se apoderó del público, que soltaba risitas (¿se sentirían como aquel moderno público barcelonés cuando Jarvis Cocker abrió una selecta sesión de DJ con “Un rayo de sol” de Los Diablos?). 

MAGNOLIA ELECTRIC CO. cerró este provechoso fin de semana. La versión eléctrica de Jason Molina puso sobre el escenario durante ochenta minutos todos los kilómetros de carretera que llevan a la espalda, todo el polvo pateado y toda la sabiduría acumulada. Fue la única actuación del ciclo en la que me sentí realmente partícipe de un acto de comunicación entre músicos y público. Jason, como gran songwriter que es, narra sus canciones, las transmite como explicándolas. Conversando, gesticulando y mirando al público, cuenta una historia, una experiencia, una sensación. El cuarteto que le acompaña no le va a la zaga, la base rítmica retiene el tempo y lanza los temas a su justa velocidad, la guitarra de Jason Groth arrebata, ataca riffs, gime, puntea briosa, se tensa, tiembla; y no para de entablar diálogo con la de Jason, cuyos punteos acompañan el perfil eléctrico de espinas que marca aquélla. Es como entrar en el mundo del Neil Young de 1.974 con buen ánimo. Empezaron con “Talk to me devil, again”, seguida de “Hold on Magnolia”, y desde ahí el sonido fue creciendo, haciendo llegar a los presentes toda su profundidad, sublime en momentos como “The dark don´t hide it”, “Leave the city” (con el teclista Mike Kapinus haciendo uso de esa magnífica trompeta fronteriza), “Lonesome valley”, “Oh Grace”, “Montgomery” o “Siloh”. Al finalizar el concierto, Jason quiso reconocer el mérito de un grupo de seguidores que habían seguido a la banda durante sus cinco fechas españolas, bajando a las butacas para saludarlos y dedicándoles el tema de cierre y único bis, un magnífico “Memphis moon”.

08 abril 2007

ROCK Y CIRCO NO ES PAN Y CIRCO

CRAG + Guerrero García, José Ignacio Lapido.
23 y 24 de febrero, El Circo del Arte (Granada).




El Circo del Arte es una carpa circense permanente construida en Granada, de errática peripecia y merecedora de mejor suerte. Este fin de semana fue utilizada para la música, lo cual no es mala opción. Dentro de las actividades del ciclo dedicado a la poesía “El sur que se desborda hacia todos los sures”, Guerrero García abrieron el día 23 para CRAG. José Antonio García, tras diez años desde la separación de 091, vuelve a la carga con el que parece su proyecto con mejor salida. Ha formado junto a Tony Guerrero, otro habitual de la escena granadina, una banda que retoma los presupuestos sonoros de su grupo de siempre, y él está como pez en el agua, claro. Una formación solvente y enérgica, con sonido contundente de adscripción americana, efluvios sureños y ramalazos stonianos; a la caza de buenos estribillos y de riff potente que no hace ascos a los solos y cierta pirotecnia. Los temas funcionan, aunque los mejores son demasiado reminiscentes de los cero. Volvió a la escena el José Antonio de siempre, dejando un aura mucho más nostálgica del pasado que el propio Lapido, y marcando su impronta en temas como “Espía del silencio” o “El cielo en mi cabeza” que, junto al brioso r´n´b de “Elvis nunca se quejó”, convivieron con el despliegue vocal demostrado en “Trozos de sueños”, y el desparrame de su versión de “La banda del carro rojo” de los Tigres del Norte, interpretada por el batería, José Rueda. Para despedirse, una curiosa revisión de “La canción del espantapájaros” de 091 con el único acompañamiento de diversas percusiones tocadas por todos. Más tarde aparecieron CRAG, el suyo fue un concierto relajado, autocomplaciente y constantemente interrumpido por chistes y anécdotas, a veces más largas de lo deseable. Una entrañable recapitulación con el interés añadido de ver por primera vez por estas tierras a los cuatro sentados en escena, todos acústica en ristre, menos Rodrigo, fiel a su eléctrica. Tras ellos, discretos y esenciales acompañantes, se encontraban batería, bajo y teclados para conformar un sonido correcto. En cada tema se fueron repartiendo la voz principal según la autoría, pero sin dejar de compartir estrofas, hacer coros y crear sutiles armonías de las que erizan la piel; mayormente Cánovas, Adolfo y Guzmán, ya que Rodrigo, con la voz más tocada, cantó partes de las suyas, dedicando el resto del tiempo a hacer de maestro de ceremonias con su retórica habitual y apuntar fraseos y algún solo. Comenzaron con ímpetu y vigor blues con “1.985, los Blues” y “Fines de enero”, y a partir de ahí empezó la alternancia. Rodrigo cantó “Nuestro problema” y dejó el protagonismo a los otros en “Linda Prima”, “De Piel Trigueña”, “Sólo pienso en ti” o la esencial “Señora Azul” guardada celosamente para las postrimerías. Guzmán, irredento y excesivo animador, con su marcado acento beatle, aportó otro tema de Solera, “Las calles del viejo París”, “El Río” y picoteó en su carrera con el pop más convencional de “Perdí mi oportunidad” de Cadillac y “El país de la luz”, de su disco homónimo de 1.978. Cánovas, portentoso en la voz, dejó su acento americano en “Paraíso de algodón”, el trote country de “El vividor” (tema versionado con gran tino en otro tiempo por José Antonio García), rematado con las armonías vocales del final de “Suite: Judy blue eyes” de C, S & N; "Sé Tú”, tan reminiscente de éstos, y la balada “Necesito tenerte”. Adolfo, por su parte, aportó composiciones suyas con letra de Rodrigo como “Mi cama de bambú”, “Sombras en su corazón” (única muestra del elepé del 94, grabado sin Cánovas), el mítico “Don Samuel Jazmín” del disco del 74 y una esplendorosa recreación de “Summertime Girl” de los Íberos, su banda de los sesenta. Como despedida, y un cuarto de hora antes de que muriésemos todos de frío, recuperaron “Queridos compañeros”, tema titular del elepé del mismo nombre y cerraron el círculo volviendo a “Los Blues”. El día siguiente fue el de Lapido. Con el tema de la calefacción algo aliviado, los de José Ignacio volvieron a brindarnos lo que ya podemos denominar como una auténtica descarga. Una banda bien engarzada con la única novedad del bajista; juegos de guitarras elaborados y crujientes, de protagonismo compartido y liberadora complicidad; tensión sonora que exuda blues y convive con cuidados coros, a los que se suma el detallista batería Popi, y voraces barridos de órgano (por desgracia a veces sólo intuidos), que se alternan con obsesivos o tenues pianos. Potente pegada la de “Roto”, estupendo el crescendo de “Bellas mentiras”, la contención de “Por sus heridas”; o el trío final: “Más difícil todavía”, con su piano y riff retrotrayéndonos a una sudorosa velada del mejor pub-rock; “Noticias del infierno”, cortante, llena de aristas, y “Espejismo nº8”, ese tema postrero de 091 que Lapido no para de redefinir, destacando como lo que es, un vibrante ataque garajero que entra en un vacío de trance blues antes de volver a salir disparado. Una primera tanda de bises se inició con la interpretación a piano y voz de “Con la lluvia del atardecer”, se introdujo por senderos dylanianos con dos temas de su primer álbum de emocionante cocción eléctrica (“Cuando las palabras vuelvan del exilio” y “Ladridos del perro mágico”); y abrió finalmente el consabido repaso al cancionero de 091, con las ya habituales “Esta noche” y una lectura rápida pero más matizada de “Zapatos de piel de caimán”. Desgraciadamente hubo de parar ahí por orden municipal, debida a las protestas de los vecinos por el ruido. Algo vergonzoso a estas alturas, llegar a esa situación. Nos perdimos la novedad de su revisión de “La noche que la luna salió tarde” y la ya imprescindible “Qué fue del siglo XX”.



Publicado en el nº 237 de la revista Ruta 66.

12 noviembre 2006

DIRECTO DR. DIVAGO Y HONDONERO

Sala Sugar Pop (Granada)
30-09-06.


Sala pequeña, techo bajo. La escuela emocional de unos Dr. Divago apretados en el escenario volvió a decir mucho, de forma incansable y, lo que es más importante, inconfundible. Abrieron esta actuación compartida (con menos repertorio del habitual por ambas bandas) como siempre, yendo a por todas, con tandas de temas enlazados antes de decir buenas noches (“Lo Que Me Desespera”/”En Otra Vida” e “Insomnio”/”El Tiempo En Contra”). Presentados en cuarteto, sonaron fibrosos, aunque la falta de de la armónica y complicidad escénica de Chumillas siempre se echa de menos. Los de Manolo Bertrán optaron por lo más irresistible e inmediato de su reciente “Revuelta Elemental”, con canciones de la talla de “Los Tontos Buenos Tiempos”, “Tres Billones De Latidos” (con ese estimulante inicio) o “El Vagabundo De Las Azoteas”. Sólo se permitieron lentificar su intensidad natural para “Srta. Alfa”, su único medio tiempo de la noche; y relanzaron con energía y disposición new-wave clásicos de su repertorio como “Mi Calle” de Lone Star, “Jugando A Pillar En El Limbo” o “No Tan Bueno”. Despidiéndose rockanroleando tanto como en el primer tema con “No Necesito Más Reproches”. Supo a poco. Hondonero por su parte, despliegan un sonido más adensado, centrado en un competente rock de guitarras, a pesar de que las chapas y corbatas que llevaban pareciesen querer desmentirlo. Basculan entre el rock americano y la vocación melódica, con su par de solos y algún desarrollo. Basaron su pase en su último cd “Señales”, con temas como la inicial “Suerte” (con una tímida programación de ritmo), “Ying-Yang” o su revisión de los Smithereens “Sangre Y Rosas”. También versionaron el “You Got My Number (Why Don´t You Use It)” de los Undertones, llevándolo directamente al sonido obcecado del revival garajero de los ochenta, y se fueron con una festiva “When A Womans Call My Name” de los Miracle Workers, aparecida en su “Blacksoul´s Club” de 2.000.


Publicado en el número 232 de la revista Ruta 66.

08 diciembre 2005

JOSÉ IGNACIO LAPIDO – DIRECTO INDUSTRIAL COPERA (GRANADA)

Como aventurábamos ayer… o sea, el día del concierto de Motril, esta gira se está consolidando como la mejor de José Ignacio Lapido en su carrera en solitario, y muy cerquita de los momentos más inspirados en la tablas de 091. Todo lo apuntado en Motril se ha visto cumplido con creces, los vacíos han sido debidamente cubiertos, los detalles han aflorado en todo su esplendor. Jugando en casa y con un mes rodando repertorio, el grupo ha sonado crujiente, fluido, brillante, desinhibido; las guitarras conectaron, los teclados aparecieron; de los temas se desprende algo rabioso, relampagueante. Fraseos stonianos, reflejos sureños, afilados resabios de blues, inmediatez clashica. El cambio en la batería se nota, Popi está correctísimo aunque menos contundente que Lomas, que tampoco lo era en exceso, y espero que la reciente deserción del bajista no suponga un lastre para esta buenísima banda de rock`n`roll (al menos tocará en Toledo y Madrid). El hombre del traje gris aprieta los dientes con tino, mientras su Gibson SG de veinticinco años le sonríe más que nunca. La potencia desplegada tuvo el pero de sonar un pelín fuerte, sobre todo los teclados reverberantes (la obsesión de que el órgano se difumine tiene esas cosas). “Sigo Esperando” explotó en todo su colorido, y puede alcanzar un carisma parecido al de “Espejismo nº8”. El inicio de batería de ésta parecía anunciar más bien “Janie Jones”, después, como siempre, los demoledores riffs de guitarra, las entradas y salidas de “Baby Please Don´t Go”, y ese mítico conjuro blues, bien, bien engrasado (¡grabación ya!). A destacar también esos coros a tres voces (“Bellas Mentiras”, “Por sus Heridas”…). La mano de Keith Richards sustituyó a la de Lapido en los comienzos de “Cuando las Palabras Vuelvan del Exilio” y “No Queda Nadie en la Ciudad” (para mí en su lectura más conveniente). “Zapatos de Piel de Caimán” volvió a sonar demasiado fuerte (Dios Mío, ¿quién dejó a Ramoncín acercarse a esta canción?). Celebro, por otra parte, la vuelta de un “En el Laberinto” sincopado en vez de la tralla de un mes atrás. Algo parecido sucedió con “Más Difícil Todavía”, aquí mucho mejor matizada. De los bises destaco el detalle de la interpretación a voz y piano de “Con la lluvia del Atardecer”, un tema que antes sólo había sonado dos veces acompañado de acústicas en momentos muy determinados, nunca en un concierto, y que es una valiente muestra de desnudez vocal de alguien muy poco amigo de hacerlo. Y, por último, los dos bises que nos debía desde aquel concierto motrileño, “Esta Noche” y “Qué Fue del Siglo XX”. Pocas bandas españolas suenan actualmente tan excitantes.