CRAG + Guerrero García, José Ignacio Lapido.
23 y 24 de febrero, El Circo del Arte (Granada).
23 y 24 de febrero, El Circo del Arte (Granada).
El Circo del Arte es una carpa circense permanente construida en Granada, de errática peripecia y merecedora de mejor suerte. Este fin de semana fue utilizada para la música, lo cual no es mala opción. Dentro de las actividades del ciclo dedicado a la poesía “El sur que se desborda hacia todos los sures”, Guerrero García abrieron el día 23 para CRAG. José Antonio García, tras diez años desde la separación de 091, vuelve a la carga con el que parece su proyecto con mejor salida. Ha formado junto a Tony Guerrero, otro habitual de la escena granadina, una banda que retoma los presupuestos sonoros de su grupo de siempre, y él está como pez en el agua, claro. Una formación solvente y enérgica, con sonido contundente de adscripción americana, efluvios sureños y ramalazos stonianos; a la caza de buenos estribillos y de riff potente que no hace ascos a los solos y cierta pirotecnia. Los temas funcionan, aunque los mejores son demasiado reminiscentes de los cero. Volvió a la escena el José Antonio de siempre, dejando un aura mucho más nostálgica del pasado que el propio Lapido, y marcando su impronta en temas como “Espía del silencio” o “El cielo en mi cabeza” que, junto al brioso r´n´b de “Elvis nunca se quejó”, convivieron con el despliegue vocal demostrado en “Trozos de sueños”, y el desparrame de su versión de “La banda del carro rojo” de los Tigres del Norte, interpretada por el batería, José Rueda. Para despedirse, una curiosa revisión de “La canción del espantapájaros” de 091 con el único acompañamiento de diversas percusiones tocadas por todos. Más tarde aparecieron CRAG, el suyo fue un concierto relajado, autocomplaciente y constantemente interrumpido por chistes y anécdotas, a veces más largas de lo deseable. Una entrañable recapitulación con el interés añadido de ver por primera vez por estas tierras a los cuatro sentados en escena, todos acústica en ristre, menos Rodrigo, fiel a su eléctrica. Tras ellos, discretos y esenciales acompañantes, se encontraban batería, bajo y teclados para conformar un sonido correcto. En cada tema se fueron repartiendo la voz principal según la autoría, pero sin dejar de compartir estrofas, hacer coros y crear sutiles armonías de las que erizan la piel; mayormente Cánovas, Adolfo y Guzmán, ya que Rodrigo, con la voz más tocada, cantó partes de las suyas, dedicando el resto del tiempo a hacer de maestro de ceremonias con su retórica habitual y apuntar fraseos y algún solo. Comenzaron con ímpetu y vigor blues con “1.985, los Blues” y “Fines de enero”, y a partir de ahí empezó la alternancia. Rodrigo cantó “Nuestro problema” y dejó el protagonismo a los otros en “Linda Prima”, “De Piel Trigueña”, “Sólo pienso en ti” o la esencial “Señora Azul” guardada celosamente para las postrimerías. Guzmán, irredento y excesivo animador, con su marcado acento beatle, aportó otro tema de Solera, “Las calles del viejo París”, “El Río” y picoteó en su carrera con el pop más convencional de “Perdí mi oportunidad” de Cadillac y “El país de la luz”, de su disco homónimo de 1.978. Cánovas, portentoso en la voz, dejó su acento americano en “Paraíso de algodón”, el trote country de “El vividor” (tema versionado con gran tino en otro tiempo por José Antonio García), rematado con las armonías vocales del final de “Suite: Judy blue eyes” de C, S & N; "Sé Tú”, tan reminiscente de éstos, y la balada “Necesito tenerte”. Adolfo, por su parte, aportó composiciones suyas con letra de Rodrigo como “Mi cama de bambú”, “Sombras en su corazón” (única muestra del elepé del 94, grabado sin Cánovas), el mítico “Don Samuel Jazmín” del disco del 74 y una esplendorosa recreación de “Summertime Girl” de los Íberos, su banda de los sesenta. Como despedida, y un cuarto de hora antes de que muriésemos todos de frío, recuperaron “Queridos compañeros”, tema titular del elepé del mismo nombre y cerraron el círculo volviendo a “Los Blues”. El día siguiente fue el de Lapido. Con el tema de la calefacción algo aliviado, los de José Ignacio volvieron a brindarnos lo que ya podemos denominar como una auténtica descarga. Una banda bien engarzada con la única novedad del bajista; juegos de guitarras elaborados y crujientes, de protagonismo compartido y liberadora complicidad; tensión sonora que exuda blues y convive con cuidados coros, a los que se suma el detallista batería Popi, y voraces barridos de órgano (por desgracia a veces sólo intuidos), que se alternan con obsesivos o tenues pianos. Potente pegada la de “Roto”, estupendo el crescendo de “Bellas mentiras”, la contención de “Por sus heridas”; o el trío final: “Más difícil todavía”, con su piano y riff retrotrayéndonos a una sudorosa velada del mejor pub-rock; “Noticias del infierno”, cortante, llena de aristas, y “Espejismo nº8”, ese tema postrero de 091 que Lapido no para de redefinir, destacando como lo que es, un vibrante ataque garajero que entra en un vacío de trance blues antes de volver a salir disparado. Una primera tanda de bises se inició con la interpretación a piano y voz de “Con la lluvia del atardecer”, se introdujo por senderos dylanianos con dos temas de su primer álbum de emocionante cocción eléctrica (“Cuando las palabras vuelvan del exilio” y “Ladridos del perro mágico”); y abrió finalmente el consabido repaso al cancionero de 091, con las ya habituales “Esta noche” y una lectura rápida pero más matizada de “Zapatos de piel de caimán”. Desgraciadamente hubo de parar ahí por orden municipal, debida a las protestas de los vecinos por el ruido. Algo vergonzoso a estas alturas, llegar a esa situación. Nos perdimos la novedad de su revisión de “La noche que la luna salió tarde” y la ya imprescindible “Qué fue del siglo XX”.
Publicado en el nº 237 de la revista Ruta 66.
1 comentario :
Como dices realmente vergonzoso. Yo llevaba mucho sin ver a Lapido y me pareció que había recido en el escenario.
Un beso, Miriam G.
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