10 mayo 2013

MIEDO EN EL "ESCRACHE"


Me uní al escrache sobre un diputado del Partido Popular cuya existencia desconocía, para ser sinceros. Realmente me sobrecogió que viviese a unas cuantas manzanas de mi casa. Yo no soy para nada curioso, y en España hay que tener una curiosidad infatigable para conocer quiénes son los diputados que representan a tu provincia y desentrañar a qué dedican la confianza depositada en ellos. Me sumé a la Plataforma para ayudar, creo que son tiempos de arrimar el hombro y dejarse de pamplinas; pero este era mi primer escrache, ya que nunca me ha atraído demasiado eso de intimidar: odio inspirar temor, esa es la verdad.  Pues eso, allí estaba yo, frente a la casa del diputado, sujetando una pancarta que rezaba “Sí, se puede” y cantando enérgicamente junto a mis compañeros, mientras observaba las ventanas deseando no ver aparecer la cabeza de ningún niño.

 

La algarabía se fue atenuando; el ambiente se tornó grisáceo. Los curiosos se iban agolpando a prudente distancia y los policías nos miraban, arracimados junto a un furgón. Entonces me atenazó un nudo de sensaciones ingobernables. Temí a un compañero que hablaba animadamente por su móvil mientras señalaba ostensiblemente a la policía. Me inquietó mi vecina del 3º, que llevaba ya tres años sin hablarme por una absurda discusión comunitaria; tomó un megáfono y empezó a hablar de niños y a compararlos con rabia. Las pegatinas le colgaban como medallas. Me angustié por el pánico que podrían experimentar el diputado y su familia, y por la venganza silente del gobierno. Tuve miedo a los viandantes que nos jaleaban o insultaban, a las miradas temerosas que me evitaban. A la tensión que me secaba la boca; a la gratuidad de los hechos y las palabras; a la inmutabilidad; a la manipulación; a las ruedas de prensa; a la inercia; a la impostación; a la palabrería; a la impunidad; al odio; a los dueños de la verdad. Albergué fundadas sospechas de seguir siendo un peón. Me alarmó la posibilidad de perder mi empleo; de no tener dinero para la vejez o para mi salud y la de mis hijos. Me convencí de que el banco no me devolvería el total del plazo fijo a su vencimiento. Estuve totalmente seguro de que ante un problema médico la administración me vería como una carga y me despacharía a las primeras de cambio. Deseé anular el discreto viaje que teníamos programado al extranjero, ya que tuve la certeza de que si algo nos ocurría el gobierno sería incapaz de ayudarnos. De pronto me sentí culpable por no consumir, por no aceptar las insistentes ofertas de las compañías de telefonía; por no querer conducir. Me ahogué en una intensa congoja por no saber quién era realmente, ni si estaba pensando en cada momento lo que debía.
 
 
 
Publicado en el nº165 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a los "escraches".

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