28 julio 2017

ENTRE CARRETE Y CARRETE, LA CINTA MAGNÉTICA NUNCA HACE EL MISMO VIAJE

La casete era de color nacarado y pesaba poquísimo, al sacudirla, su frágil estructura emitía un leve chasquido. Desde la portada sonreía un adusto hombre trajeado con los brazos cruzados. Daba la impresión de sentirse muy seguro del orden que transmitía, del sistema de valores que representaba, del estado de las cosas. “Versiones originales”, se podía leer en la parte baja de la carátula. Era la primera de una pila de casetes poco a poco dominada por el polvo. La cinta envuelta en pasado dormía apacible, casi nueva, pero envejeciendo inexorablemente; quieta, rodeada de decenas de objetos de esos que quedan atrás y permanecen quietos hasta que alguien por fin se decide a tirarlos. Era la representante principal de un ordenado montón de tiempo fenecido.


 Las canciones en la radio se sucedían veloces, contundentes; zarpazos que iban erizando la imaginación y depositándose en la memoria. Temas cortos, urgentes, tan desesperados como descacharrantes; cuchillos en el aire que desaparecían hasta que les daba por volver. Una conversación casual con los amigos del cole le ofreció la solución para retenerlos. Al volver por la tarde a casa tomó sin pensar la cinta del hombre trajeado y tapó con papel celo las aberturas que le habían explicado, escondió la carátula y, con los nervios, hizo trizas la portada. El traje y la cara sonriente acabaron en el cubo de la basura convertidos en mil pedazos. El programa comenzó y con él las canciones. Cuando desaparecía la voz del locutor quitaba la pausa y los botones de “rec” y “play” actuaban. Para no molestar en la madrugada, escuchaba casi al mismo volumen la canción y el rumor de la maquinaria trabajosa, discreta y obsesiva del viejo reproductor, que soltaba y recogía la cinta, manteniendo el tenso equilibrio que hace brotar y conservar el sonido.




Casi todas las canciones se grababan ya empezadas y terminaban abruptamente al primer atisbo de fundido o de leve carraspeo del locutor. Los temas se iban acumulando sin pausa, parecían surgir unos de otros, y el final de la primera cara le pilló por sorpresa: apenas se habían registrado quince segundos del tema en cuestión. Toda la extensión de la cinta debía quedar grabada. La permanencia de un solo segundo del sonido original hubiese desvirtuado todo. Mientras avanzaba, anotaba trabajosamente los datos en un folio. Los de los grupos extranjeros (todos anglosajones) por su sonoridad (Estuyis), los españoles con toda su información. El papel así garabateado, incompleto y plagado de signos de interrogación, acabó arrugado entre las páginas del libro de matemáticas. La casete aún mantenía su apariencia original, salvo por el celo, cuando ya estaba llena de sonidos distintos, experimentos descarados, velocidad, contundencia, vértigo. Descansaba con falsa inocencia en su caja marrón original, que aún olía a polvo y silencio. Minutos ante de mostrarla al mundo en el recreo, se decidió a cambiar su  aspecto. La pintó con rotulador negro y boli. Confeccionó con prisas una carátula de papel cuadriculado y le pintó una a mayúscula en el centro con el rotulador, rodeándola de un círculo. Y así se fue, pensando que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón el encuentro único de un montón de músicos furiosos que ya llevaban tiempo golpeando su puerta.



La casete era un misterio. Cuando se la prestaron no tenía carátula, y estaba toda pintada de negro, un negro gastado, pintarrajeado, mate. Además, alguien había tratado de escribir algo con una aguja, o eso parecía. El que se la había prestado la había recibido de su hermana mayor, y no mostraba demasiado interés en su “sonido chatarrero”. No conocía a casi ningún grupo, pero la escuchaba a diario, siempre entera antes de irse a dormir. Duraba poco más de treinta minutos. Poco a poco, fue anotando cuidadosamente en un folio los títulos de las canciones que iba localizando a través de discos que se compraba o le prestaban; o que encontraba en casetes mejor documentadas que caían en sus manos. Fue completando un mapa sonoro que definía perfectamente una parte de su ser, desentrañando un misterio, conformándose como persona sin saberlo. Apuntalando conceptos estéticos, principios vitales, construyendo la base de algo que crecería con el tiempo. Incluso averiguó  la procedencia de aquellos quince segundos de la primera cara (“Baby talk” de Johnny Thunders). Mientras, el viejo montón de casetes, seguía perfectamente colocado, vencido por el polvo, encajonado en un orden mudo, en una casa cerrada.



* Dedicado a la memoria de mi amigo Francisco Vallejo.

06 julio 2017

MALDITO ESCALÓN

El escalón del patio consistía en una gran piedra larga y oscura bruñida por el tiempo. Fue el primer obstáculo que superé, cuando conseguí encaramarme a él, con apenas un año. Mi familia recuerda con frecuencia que subía y me quedaba allí tumbado, con los ojos muy abiertos y la mejilla descansando en su frescor, abrazándolo. Más tarde, mis piratas escalaron sus grietas, peleando por algún tesoro, y mis bólidos lo recorrieron infatigables. El escalón acabó representando la firmeza, siendo el ancla, mi equilibrio, el refugio al que nunca llegaba la tempestad. Así hasta que derribaron nuestra casa, ya embargada, y alguien lo demolió a martillazos al grito de “maldito escalón”.

MALDITO ESCALÓN (II)

“La vida es una escalera”, así rezaba el lema secreto que parecía respirar cada mañana con vida propia entre sus dientes. A eso quedaba reducida la existencia, a un sin fin de escalones que la gente se afanaba en ascender sin saber realmente para qué ni, en multitud de ocasiones, hacia dónde. Él los veía ir y venir. Unos subían con firmeza, excitando su envidia, mientras otros se petrificaban ante el siguiente tramo. Alguno echaba a correr por sorpresa, pero terminaba cayendo de bruces, para su alivio. Esa era su nítida visión del mundo: global, útil, funcional. Nunca compartió esa cualidad visionaria con los demás; por eso, nadie acertó jamás el significado de aquellas palabras que parecieron respirar con vida propia entre sus dientes el resto de sus días: “maldito escalón”.

21 marzo 2017

MADRE NO HAY MÁS QUE UNA

En el parque, la joven madre anota nerviosa e ilusionada en su libretita de colores lo que el niño vestido de futbolista debe transmitir, mediante un mensaje de voz, a otra persona. Unos segundos más tarde comienza a apuntárselo al oído: "Estamos en el parque. Hace un día precioso. Hemos visto un dóberman como el tuyo y nos hemos acordado mucho de ti. Te queremos". Después de la grabación, lo mira severamente de arriba abajo y le espeta: "Qué poca gracia tienes hijo", y guarda su libretita en el bolso.

26 enero 2017

EL FILO (Dedicado a la memoria de Josetxo Ezponda)

Sigo el brillo de tu historia en el filo, anotando sensaciones nocturnas entre ángeles empapados de amor que huelen a cerveza. Todo parece encajar en ese cable tenso. Los acontecimientos se suceden ingrávidos y placenteros, atraviesas velozmente túneles rosa que comunican las espinas dorsales, dolientes y románticas, de las formas más emocionantes de gritar y susurrar las derrotas. Hay electricidad, risas, ruido desatado y amor. Aún la realidad no ha vomitado su hormigón tozudo sobre nosotros, sobre ti, estrella fugaz, imán de todas las miradas vidriosas y descreídas. El calor pegajoso se acentúa en la ropa negra, ya deberías saberlo. Y la noche púrpura es decorado que termina consumiéndose dentro de una inmóvil tarde de entretiempo sin fin, que te escruta con su lupa ardiente en un silencio hinchado, tan terrenal como desértico, siempre interrumpido por murmullos de negras hormigas cobardes; de carraspeos, pasos atrás, razones, gestos, excusas y desesperadas tomas de posición en la escalera de la vida.

   Nos hablaron muchas veces de la escalera, cierto, pero no de sus curvas caprichosas ni de los recodos, y eso que cada cual ya estaba ubicado en el suyo. Debes colocarte la máscara, aún no es tarde, mírame a mí, te decían, disimulando las llaves del coche. Todo pasa rápidamente en esta quietud de tele encendida y caras inexpresivas, y yo acierto a imaginarte en tu recodo de esta escalera con forma de serpiente por la que mi oído te sigue y espera. Estás solo, respiras tratando de hacer pie, de ocultar tu nerviosismo; enrocado, dolorido. Porque, ya sabes, los golpes se van acumulando hasta que llega un día en el que uno a uno comienzan a doler.

   La mañana es clara, pero no consigue superar el gris. El negro y la piel se desgastan y el brillo cae, extendiéndose por la acera hasta desaparecer, ¿quién ha cambiado el suelo bajo mis pies? El efecto de las canciones es pasado, y el pasado hoy es cuchillo y la gloria un recuerdo amargo. Ahora la tensión vive en la cuerda en la que se te ha convertido la vida, de la que ya no te quedan fuerzas para tirar, porque al otro extremo está el mundo, siempre marcando su ritmo imparable, con su saco de contradicciones. Los que asentían riendo y animaban tu camino te gritan que despiertes y cruzan los pasos de cebra apresuradamente, otro día nos vemos, te puedo comprar algunos discos, me espera mi familia, ya sabes. Y tú no sabes nada, no entiendes la comedia y abrazas el drama. No puedes seguir a estas alturas su consejo, no puedes dejar tu sueño correr en otra dirección. Ese animal sonriente y tibio te vio envejecer y morirá contigo.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

17 enero 2017

SENSIBILIDAD, ELECTRICIDAD Y UN PUNTO DE MAGIA

Pienso que los que nos hemos pasado media vida dándole vueltas a esto del rock, hasta el punto de atrevernos a escribir sobre él, tenemos una relación especial con aquellos primeros grupos que escuchamos sin filtro alguno, antes de leer sobre música o seguir programas de radio. En mi caso, 091 fue uno de ellos. A pesar de ser una banda conocida, no tenían esa omnipresencia agobiante de los grupos de éxito (los tenías que desmenuzar tú, escucha tras escucha), ni tampoco venían precedidos del halo de leyenda sobre la que todo el mundo sentaba cátedra. Eran simplemente un grupo nuevo, tipos mayores que yo que vivían cerca de mí. Libre de bagaje, los escuchaba estableciendo una relación cómplice y directa con sus canciones, ajena a ninguna tentación de explicar, definir o ponderar.


Quizá por eso, cuando comencé a leer sobre ellos los comentarios se me antojaban insuficientes, esquemáticos; me quedaba la sensación de que no sabían llegar al meollo de la cuestión, ya que ninguna opinión acertaba a precisar el efecto que me producía esa conjunción de palabras, melodías y electricidad. Tal vez por esta razón, cuando tuve ocasión de escribir por primera vez sobre 091 (una reseña que no conservo de “Todo lo que vendrá después”), me costaba tanto acometer el texto, analizar lo que tenía entre manos. En vez de concretar, me dedicaba a añadir adjetivos y sensaciones cada vez que retomaba la escucha, acaso tratando de expresar, con escaso éxito, la experiencia acumulada desde hacía tanto tiempo; sintiéndome ante una material inabarcable, en comparación con el de otros grupos sobre los que empezaba a escribir. Definitivamente, las canciones de 091 siguieron llegándome por el mismo conducto que la primera vez, de esa forma íntima que terminaba anulando cualquier intento de explicar, definir o ponderar.


Pasados tantos años y habiendo reflexionado mal que bien sobre todo tipo de música, considero que 091 se convirtieron inconscientemente en un punto de referencia para mí, un indicador a la hora de valorar las canciones de muchísimas bandas, la capacidad lírica y expresiva de sus textos; o su estructura musical, su potencia y calidad melódica, su honestidad. Estos días, repasando los discos de la banda granadina, me he retrotraído a decenas de momentos del pasado; muchos recuerdos y sensaciones han saltado como esquirlas en mi memoria. He revivido primigenias emociones e ilusiones; vuelto a sentir confusión, rabia, resignación; el poder de las canciones ha conseguido otra vez hacerme cantar en voz alta aquellas estrofas que decían más de mí que yo mismo. Además, he percibido nítidamente el crecimiento y la definición de un estilo, el proceso de despojamiento en el encuentro con la propia voz, los lastres y artificios que se abandonan, los pasos dubitativos que se tornan valientes, la capacidad de concreción y plasticidad crecientes, la habilidad y sabiduría progresivas para condensar y transmitir reflexiones o imágenes poderosas, para explicar el desaliento y la confusión, para compartir contundentes y agridulces viñetas plenas de significado con sensibilidad, electricidad y un punto de magia. 



Texto incluido en el libro "091: Aullidos, Corazones y Guitarras" de Juan Jesús García, publicado por la editorial Ondas del Espacio en 2016.

15 enero 2017

SKINNY MINNIE. ALGUNAS VERSIONES

Skinny Minnie”, última presencia en listas de Bill Haley & His Comets,  fue compuesta en 1958 entre el propio Bill, el productor  neoyorquino Milt Gabler, el guitarrista Rusty Keefer y Catherine Cafra, compositora  y a la sazón esposa de Billy Williamson, guitarra en diversas formaciones de Haley, que se encarga de la steel guitar en la grabación.  Un cuarteto compositor que repite en varios cortes de aquel elepé publicado en 1959, “Bill Haley’s Chicks” (Decca).  



La canción en cuestión, que es una especie de “Bony Moronie” ralentizada,  estaba llamada a convertirse en otro estándar menor del rock and roll, aunque creo que más bien ha terminado siéndolo del rock de garage; convertida en referencia para muchos gracias a su característico inicio, su riff, ese sonido afilado, sensual y primitivo tan poco habitual en el repertorio de Bill Haley, y su desarrollo sincopado, reminiscente de Bo Diddley.  Muchos grupos británicos de nueva generación la utilizaron como vehículo para exponer con base segura su rabia y amor por lo más inmediato del rock and roll y el rhythm and blues. Ahí está la lectura del grupo beat de Liverpool en el que recaló Pete Best después de ser expulsado de The Beatles, Lee Curtis and The All-Stars, grabada en directo en 1964 en el mítico The Cavern; o la de Carter-Lewis & The Southerners (donde militó brevemente  Jimmy Page) en el mismo año. Jimmy, como omnipresente músico de sesión de la época, repitió aquel mismo ejercicio, tocando la guitarra solista en la pizpireta recreación del grupo de chicas The Beat-Chics, quienes al año siguiente telonearían a los Beatles en las plazas de toros españolas. No podemos olvidar la de Gerry and The Pacemakers, otros criados alrededor de The Cavern, incluida como cara b de single para el mercado estadounidense en 1965. 



De todas formas, la versión canónica para garageros de todo el mundo es la incluida por The Sonics en “Boom”, su segundo elepé, de 1966; mismo año, por cierto, en el que Haley volvió a grabarla con el título “La flaca Miny”, durante su etapa en el sello mexicano Orfeón. Tony Sheridan y The Beatles publicaron una revisión apasionada pero convencional, típica de ese repertorio consagrado al directo que desarrollaron en la época de Hamburgo, en el elepé “My Bonnie” de 1962. 



Johnny Halliday, el rocker galo por excelencia, se la llevó, como siempre, a su terreno con su adaptación en francés de 1965, “J’attends minuit”.  Ya en otro registro, ese mismo año, el director de orquesta alemán James Last,  la incluyó en uno de los discos que dedicó con su famosa Big Band a repertorio popular. Volviendo a garajes y catacumbas, se puede encontrar en el directo que recoge los primeros tiempos de The Lyres, “The early years 1979 to 1983”, publicado por Crypt records. Yo, por mi parte, la conocí a través de la versión de los californianos The Mummies, aparecida en single en 1990. Aquellos garrulos disfrazados de momias la hacían irresistible, completamente infectados como estaban por el virus de The Sonics.

22 diciembre 2016

MENSAJE EN UNA BOTELLA (36)




Estos granadinos forman una banda de rock and roll tan estilosa como abrasadora; son, si lo prefieres, unos punkrockers capaces de matar por el riff irresistible. Unos tipos con los suficientes discos en la cabeza como para contar con el más sólido punto de partida. Saben perfectamente extraer la tempestad de la calma y alcanzar velocidad de crucero y contundencia con distinción. Las raíces blues lo impregnan todo dentro de un repertorio en castellano excitante y primitivo, capaz de conjurar las fuerzas telúricas del rock y resultar a la vez tóxico, genuino e incandescente. Punk de toda la vida (“Muerte al líder”), pub-rock (“Picadillo de Charles”), psico-garage untuoso (“Animal”) o surf (“Asquith”) completan el lote. Cuentan con un afilado trabajo de guitarras y una base rítmica engrasada e imaginativa que agitan y cuecen a fuego lento este humeante mejunje. 



Los temas fluyen con crudeza y precisión; salen escupidos o se enroscan en sí mismos sin perder nunca la fuerza de su latido ni capacidad de desasosiego. Ellos citan a sus maestros y yo lo corroboro: Howlin’ Wolf, Link Wray, Screamin’ Jay Hawkins, The Gun Club o Scientists. Los Harakiri: Monago Tornado (voz y teclados), Antonio Deshollinador (Guitarra), Alberto Juancarlos (bajo) y Antonio Pelomono (Batería), desarrollan un sonido imparable, rugoso y adictivo, que queda perfectamente retratado en este disco grabado íntegramente en directo en los estudios Sequentialee de Andújar, producido por Pedro Cantudo y la propia banda.

20 diciembre 2016

TODO ESTABA AHÍ

Se terminó el exitoso “año Cero”.  Uno escribe la frase con satisfacción y cierto alivio. Finalmente, las cosas han salido a pedir de boca para el grupo y, también,  para el rock español, que ha tenido la oportunidad de refrescar su selectiva memoria y redescubrir a una gran banda en un momento extraordinario. La “Maniobra de resurrección” de 091, ha sido una apuesta sin duda meditada, pero  no por ello menos arriesgada e inesperada en su planteamiento. Nunca un grupo español que no gozó en su momento del éxito masivo, ha disfrutado de un regreso a la actividad con mejor resultado en todos los aspectos. Los seguidores han terminado 2016 habiendo asistido a buenos conciertos de una ambiciosa banda de rock en activo; y pudiendo llevarse a casa unas muy dignas reediciones de discos difíciles de encontrar, libros, e incluso ediciones especiales. Cuando las bolas se lanzan bien, las carambolas favorecen, y en este caso, la expectación, lo inmarcesible del repertorio y la calidad y entrega desplegada en los directos, han prendido una mecha de interés que no ha parado de crecer semana tras semana. Son legión las bandas desaparecidas que merecieron más, y muy pocas las que han conseguido la reparación del olvido, y creo que este es uno de esos casos. Se puso en el empeño todo lo que se debe poner para que las cosas salgan bien: imaginación, ilusión, trabajo, organización, planificación. Siempre lo decíamos, “las canciones están ahí”, ya fuera cuando sosteníamos el vinilo rojo de “Más de cien lobos” mientras fumábamos un cigarro en los aparcamientos del instituto; calibrando sesudamente el alcance de algo tan exquisito e inspirado como “Doce canciones sin piedad”  en la puerta de una tienda de discos, sosteniendo entre las manos un vinilo que olía a nuevo; o escarbando gozosos en las raíces y en las posibilidades de impacto de una jugada maestra como “La vida qué mala es”.

Todo estaba ahí, incluido el momento histórico, en aquella década de los ochenta. Todo menos la promoción adecuada y las compañías discográficas correctas. Todo menos esa actitud de labrarse una presencia en los medios comiéndole la oreja día sí día no a la estrella radiofónica de turno, en las barras de los bares de moda de la capital.

Cayó el olvido progresivo, el segundo plano, la desatención hacia lo que ya se conoce y no tiene el irresistible marchamo de la moda. Pero todo seguía allí, esperando.

Todo estaba ahí, bien vivo, y todo ha salido a la luz finalmente de la forma más natural cuando las cosas se han hecho bien; de una manera no demasiado lejana a como hubiesen sido en su momento con la suerte de su parte. El tiempo ha convocado a su alrededor un tipo de seguidor que ya no observa la actualidad como antes, y que si lo hace se ciñe a lo que piensa que le va a gustar. El aficionado que a estas alturas sabe lo que quiere, impermeable a los vaivenes de la moda, por experiencia o porque en su vida mandan otras prioridades. Los fans de la época han vuelto para rendir homenaje, a recordarlos y a recordarse, a vivir en un período acotado de tiempo algo que consideran auténtico y les permite reencontrarse con una parte de ellos mismos. Los nuevos oyentes han descubierto un legado que pudo ser grabado ayer mismo; y los que han vuelto a escuchar canciones a las que apenas prestaron atención en la nebulosa de los primeros noventa, se han encontrado, asombrados, que dentro del clasicismo sonoro y del giro hacia la contundencia, tan alejados del gusto de la época, de los últimos discos, que más de una mala crítica les deparó, había composiciones que bajo la evidencia sonora de una primera escucha encerraban todo un mundo de imágenes, escenas, metáforas y reflexiones que las alimentarán eternamente. Las buenas canciones siempre están sometidas al fuego lento de quien las va descubriendo y propagando, de quien las va reinventando.



Al acabar el concierto del Palacio de Deportes de Granada, otro lleno más, la banda se abrazó en el centro del escenario y saludó al público. Alguien les lanzó flores. El autor no parecía saber qué hacer con las que cayeron en sus manos, sonreía tímido a un público que guarda a buen recaudo en su memoria gran parte de su cancionero.  El autor vivió esos momentos acaso como algo excesivo a lo que aún no se ha acostumbrado, a pesar de las muchas ocasiones en que esa escena se ha repetido durante estos últimos doce meses. Se le veía relajado, más que nada porque la apuesta personal de aparcar su carrera y realizar el ejercicio de recrear del pasado, algo siempre puesto en tela de juicio, ha salido estupendamente. Se ha conseguido lo que él más reclamaba: la reedición en condiciones de los discos del grupo, y el reconocimiento a un trabajo hecho desde siempre con dedicación. De pie en ese escenario, por su cabeza habrán pasado muchos momentos, quizá observados desde un nuevo punto de vista; ilusiones que se creían perdidas y decepciones que ya no lo son tanto. Estoy seguro de que se habrá reído para sí pensando en lo relativo que resulta todo.

13 diciembre 2016

LA VERDAD ESTRICTA DE LAS COSAS

¿Qué se persigue en las redes sociales creando y alimentando todo tipo de rumores hasta el paroxismo, empeñándose obsesivamente en hacerlos crecer exponencialmente? Supongo que conseguir visitas tiene su consiguiente beneficio económico para muchas páginas y sitios de internet, y buscar por cualquier medio esa rentabilidad, sin pensar ni por un momento en el perjuicio que se puede causar, a estas alturas, desgraciadamente, no puede sorprender a nadie. El modus operandi está claro: rastrear  o crear noticias falsas que puedan resultar creíbles y que a la gente le produzca morbo creer; buscar qué información ficticia o inexacta quisieran determinados sectores que fuese cierta, para que ellos mismos la propaguen, o, por parte de esos mismos sectores pastoreados, inventar o conceder credibilidad a sucesos que les convendría que deviniesen verdaderos para que legitimen y sirvan de apoyo a las tesis e intereses que defienden. Esa misión de estirar y componer cualquier mínimo dato, cualquier media verdad, hasta hacerla pasar por verdad entera. Aquello tan castizo y periodístico del rumor como antesala de la noticia o la famosa sentencia que hablaba de no dejar que la realidad arruine un buen titular.


Pienso que, en medio de este barullo de visionarios y comprometidos estridentes, reside la última oportunidad de los medios convencionales o "serios", tan orgullosos y dignos ellos, para acreditar la profesionalidad que se les supone y ganarle la partida a toda esta sinfonía de instintos primarios, menos impulsiva y espontánea de lo que quieren hacernos creer: servir de filtro necesario entre lo tergiversado, exagerado, inventado o no contrastado y lo real. Pero, siendo consciente de que la verdad resulta en exceso fatigosa y compleja para nuestro tiempo, y que su defensa no forma parte, ni remotamente, de la parte mollar del negocio o los intereses de los medios de comunicación, ya sean públicos o privados; tengo la impresión, además, de que en el fondo, eso no lo desea nadie. La sociedad en general vive cada vez más fuertemente abrazada a las informaciones que, encajando unas con otras, van redondeando el atractivo relato de su verdad sin fisuras ni cabos sueltos. Muy poca gente necesita conocer la verdad estricta de las cosas y, lo que es peor, lo que realmente desea la mayoría es que los demás tampoco la conozcan. Se aplican a aplaudir y difundir interesadas elaboraciones de los hechos, y tratan de ocultar con la punta del pie bajo la alfombra, a veces cómicamente, lo que no consideran conveniente reconocer. Sus dedos vuelan diariamente sobre el teclado con la secreta ambición de emborronar la realidad, desviar la atención, y obstaculizar el acceso a la verdad todo lo que puedan. En ese sentido, el trasiego diario de opiniones, ataques desmesurados y apoyos que colapsan las redes sociales, no son más que una amplificación de lo más mezquino y rudimentario que guardamos en nuestro interior.

01 diciembre 2016

LA MÁQUINA INVISIBLE

La máquina invisible
avanza dejándose la vida
y arañando su rastro
con las mil uñas
que raspan su inercia.
Camina
en tenguerengue
bordeando siempre
algo oscuro y desconocido.
Palabras que escribí
anidan en su piel,
conformándola;
superan el olvido
salpicadas con fuerza
desde una indecible
cadena de montaje
mientras otras miles
quedan sepultadas a su paso.
La máquina invisible
vertebra mi alma,
se posa en mi mano,
echa a volar
cuando me quedo clavado,
susurra en mi oído,
calma mis párpados.
Va siempre delante de mí
intuyendo un camino.

22 noviembre 2016

PARA, VELERO

El velero navega por mis venas
ajeno a mi dolor.
Insufla vida
con el cosquilleo
de un soplo infantil,
oleaje de sol
y turbadoras velas blancas
a este óxido creciente.

18 noviembre 2016

EL HILO

Perdiste el rumbo
tirando del hilo
de una sensación.
Te lo advertí,
pero no quisiste volver.
Sólo dijiste:
El hilo me sigue,
fluye de mí.

15 noviembre 2016

LA FLOR

La pareja sentada en la terraza de la cafetería parecía esperar a alguien. Estaban naturalmente distantes, perfectamente aclimatados a su inmovilidad, situados lo más lejos posible el uno del otro. Parecían estar esperando algo, pero cada uno miraba en una dirección distinta. Aguardaban sin mover un músculo, sin fe; mas no daban la impresión de esperar lo mismo. El rostro de ella tiraba hacia abajo, iba cerrando sus puertas. Se mostraba decaído, anhelante dentro de su quietud. Se marchitaba calmosa e irremisiblemente, encogiendo levemente los labios, acercando los ojos hundidos en el fondo del precipicio, contrayendo las mejillas. La pareja apelmazaba la tarde, la enfriaba, la agrietaba. Parecían dos bombas sin mecha. Dos duelistas enfrentados que habían perdido súbitamente la memoria, pero que, por alguna razón, se sabían enemigos. Él, entonces, rompió la bruma que lentamente los envenenaba como si fuese un cristal y propuso hacerle una fotografía. Ella sonrió vacilante, dubitativa, descolocada. Su cara se fue relajando y aceptó. Anduvo unos pasos dándole la espalda y se volvió de pronto, convertida en flor. Se apoyó con una mano en una de las patas del caballo de la gran estatua ecuestre e hizo la señal de la victoria con la otra. Él comenzó a rondar cerca de ella en cuclillas, interpretando una danza que en otro tiempo rezumó complicidad y deseo. Ella se había vuelto hacia él retadora, con rubor creciente y ojos que brillaban y parecían bailar desorientados en sus añosas cuencas. Movió su trasero burlona, como si ya no estuviesen solos, y ensayó una sonrisa amplia que la volvió increíblemente hermosa, como si se hubieran abierto de una vez todas las cortinas de una casa abandonada y llena de recuerdos y sueños a medio colocar. Elevó la cara, mostró levemente la lengua y se tocó, aniñada y aún un poco turbada, el pelo corto color caoba. Posó radiante unos eternos segundos mientras él, ya de pie y dándole la espalda, comprobaba encorvado el objetivo de su cámara y hablaba para sí, lamentándose de algo, pensando en otra cosa, chasqueando la lengua, perdiendo la energía, odiando el crepúsculo o el morder del frío húmedo en sus huesos, o quizá la inseguridad de unos dedos inseguros faltos de voluntad. Por un momento, pareció haberse olvidado completamente de ella, que mantenía su gesto altivo, las ventanas abiertas de su atractivo. Sus ojos vivos. Su ilusión restallante. Sus mejillas tirantes. Su tersura renacida para quedar atrapada para la posteridad. Cuando por fin se decidió a fotografiarla, ella estaba sentada en la base de la estatua, consultando su móvil. Ahora ya todo había desaparecido.

09 noviembre 2016

MENSAJE EN UNA BOTELLA (35)


Carne es ese punk urgente que sabe preservar su personalidad, dominando su inercia para no terminar perdiéndose en un mazacote sónico. Ese punk instantáneo que te empuja a recuperar a los primeros Banshees, X o The Avengers, para, tras oírlos, volver a él con más ganas, necesitando una escucha inmediata de “Romper cosas”, “Entre extraños” o “La balsa de la locura”.

Es ese punk de expectación pura, sin un segundo que perder. De canciones que nacen con vocación de grito, de himno inmediato; con estribillos siempre certeros. Que arranca sin contemplaciones. Que incorpora la oscuridad a lo trepidante de su sonido sin perder el pulso ni dar lugar a momentos huecos. Que siempre deja algo memorable que tararear o vociferar entre la rabia que despliegan sus escasos quince minutos de duración.

Te sonará. Se trata de ese punk ansioso, esquemático pero sustancioso, de batería suficiente, firmes y continuos redobles, juegos de voces y coros, bajo comprimido a borbotones o efecto reverb. Ejemplo de concreción, de ganas de terminar para empezar otra vez.



Jorge y Miguel (guitarrista y bajista, respectivamente, del grupo punk afincado en Granada La URSS) fueron reclutando al resto de la banda (Miguel Baketas a la batería y el guitarrista Limón), en la que destaca, por su carisma y expresividad, como pieza clave su cantante, Patricia Crespo,  de voz melodiosa y personal que sabe resultar tajante y agresiva. Sólo hay que ver con la naturalidad que se lleva a su terreno “Love in a void” de Siouxie and The Banshees, adaptada como “Amor al vacío”, el tema que cierra el disco. Los textos nos hablan de ciudades que arden y de callejones sin final, sueltan puyas bien lanzadas, son lo suficientemente apocalípticos y dejan lugar a cierta introspección.

Un trabajo, en definitiva, fiel a las constantes más reconocibles del punk ochentero. Que sabe extraer su cualidad nihilista y lúdica con un repertorio compensado, esencial, sin rellenos. Formado por algunas de las mejores composiciones de punk que he escuchado en años. El trabajo de grabación ha sido encomiable: realizado enteramente en el Centro Social Ocupado 15 Gatos de Granada, donde suelen ensayar, con Jorge, Limón y un técnico de sonido llamado Álex, encargándose de grabaciones y mezclas, en un proceso artesanal pero cuidadoso. El resultado final, que iba a ser una maqueta en cinta de casete, ha terminado por suerte en formato vinilo gracias al apoyo de Subterránea, señera tienda de cómics de la capital granadina.


24 octubre 2016

ULISES



Ulises tiene el pelo blanco y maldice al gobierno. Ulises  vive en una plaza silenciosa y circular con suelo desdentado, jardines, bancos y un parque infantil de esos que, de tan pequeños, cuando se inauguran no tienen espacio para albergar a todos los políticos acreedores del mérito que allí se dan cita. Ulises, jubilado, se esmera en enseñarles cosas a sus nietos, que casi todos los domingos aparecen con sus padres para almorzar. Ulises les enseña a cruzar la calle mirando primero a un lado y luego al otro; y a contar monedas para comprobar pormenorizadamente el cambio en la cercana tienda de chucherías. Les adiestra acaloradamente para defenderse y cubrirse los unos a los otros en la escuela. Les adoctrina para que sean duros jugando al fútbol y, sobre todo, para que sepan mirar por lo suyo. Siempre. Ulises lava su coche todos los domingos por la mañana y va colocando a los nietos en los asientos conforme van llegando. Es su ritual. Saca su manguera, su cepillo, su jabón, sus bayetas, su pequeño aspirador y enciende la radio. Limpia, seca, canturrea y maldice al gobierno, a los aprovechados, a los corruptos, a los que nunca han dado un palo al agua. Sacude con fuerza las esterillas contra un banco, las enjabona, las aclara y las pone a secar cuidadosamente, colocando, ya que alguien le pidió que dejase de ponerlas sobre los bancos de madera, una sobre cada columpio: la pequeña moto, el caballito, y el minúsculo balancín. Después, pasa a aspirar el polvo del maletero, del suelo del coche y de los asientos. Sus nietos ríen y  sienten cosquillas cuando el aspirador se les aproxima; y Ulises, entre risas y bromas, les muestra trucos de conducción y les narra anécdotas cuya moraleja conduce invariablemente a mirar por lo suyo, saber guardar y cuidarse de los otros. Conforme avanza la mañana, las esterillas chorreantes van empapando los columpios mientras los dos únicos pequeños que viven en la plaza esperan resignadamente en el banco de enfrente a que todo termine.

14 octubre 2016

DESCUBRIR A COHEN




En 1988 no estaba yo mucho por las programaciones y las cajas de ritmos. Recuerdo que me hice con “I’m your man” de Leonard Cohen al poco de salir al mercado, atraído por el gran alcance de su nombre. Era el primer disco suyo  que compraba. Había escuchado algunas de sus canciones, pero no tenía una idea muy definida de lo que me podía encontrar. Lo imaginaba acústico, acaso eléctrico, intenso, grave y solemne a lo Nick Cave. Al pinchar el elepé, desconociendo absolutamente su contenido, padecí unos momentos de grave conmoción al escuchar "First we take Manhattan". En ese tiempo, los primeros veinte segundos, más o menos, me dio tiempo a añorar amargamente el disco que había dejado en la cubeta para traerme este a casa. Así hasta que, pasados esos instantes, la canción comenzó a volar hasta el infinito. 

A veces he pensado en esa sensación de descubrir algo maravilloso de forma inesperada, y siempre relaciono mi descubrimiento de esa canción de Leonard Cohen con la mañana en que, durante un viaje a Roma, tropecé con la Fontana de Trevi, expuesta ante mis ojos en toda su excelsitud al abandonar un anodino callejón.