27 mayo 2007

EL VADO Y EL MOTOR ENCENDIDO

Las leyes, las normas deben ser una guía de convivencia, un camino apacible y bien asfaltado. Pero tienen eso, agobian y constriñen los espíritus libres, y eso es una tragedia. Aparte, el mayor problema que plantean no es su carácter constrictor sino más bien lo exigente que resulta su llevada a la práctica; para que tal sea real se hace necesario su aceptación y cumplimiento masivo, poniéndose cursi sería como una simetría razonablemente ajustada, una sinfonía audible y aceptable entre normas en sí, pretensiones, aceptación y cumplimiento. Pero, generalmente, el sonido que llega suele ser caótico (y no es un caos liberador, más bien asfixiante), el camino asfaltado ofrece extraños peraltes, inesperados baches, recovecos, obstáculos y atajos que los más listos toman entre olés; el piso se deja deteriorar subrepticiamente y el conductor acepta con resignación los bruscos movimientos de su vehículo en según qué tramos.
Hablando de coches, el mundo de los vados permanentes se me antoja apasionante, cuando el cumplimiento de las leyes, cómo ya he señalado, es necesariamente relativo para gente tan dicharachera y espabilada como nosotros, y sólo países formados por cabezas cuadradas son tan tiquismiquis como para tomarse en serio esa agotadora manía del cumplimento de las normas como garantes de la urbanidad y la convivencia, el mundo del vado permanente, licencia municipal que está para evitar que los coches estacionen obstruyendo el acceso a una cochera, es el fiel reflejo de nuestra rica diversidad. Hay quien va a saco y no pone nada (yo un día me hice el europeo y aparqué junto a una puerta de cochera limpia de aviso y distintivo ninguno, tras dar quinientas vueltas a los alrededores: el premio fue un rayón en mi vehículo). Podemos elegir el que escribe “No aparcar” directamente en la puerta de su cochera sin más: ¿qué tipo de persona se esconde tras alguien tan taxativo?; puede ser un aventurero, un fanfarrón, un pendenciero, un asesino profesional, un bromista… quién sabe, pero están en desuso. Más habitual es el que compra en una tienda el distintivo de Vado Permanente y lo coloca sin la oportuna licencia, a veces cuela. Algunos inocentes corderillos cumplen todos los trámites, pero tardan poco en darse cuenta de que no es suficiente. Bajo el distintivo oficial se ha de terminar poniendo aquello de “Por favor, no aparcar. Aviso grúa”, una mezcla de advertencia, amenaza, y petición educada que, algún tiempo más tarde puede convertirse en súplica desesperada con el aviso “Por favor, no aparcar. Enfermo en casa”. Una entrada así de empapelada puede tocar alguna fibra, lo reconozco. Y es que avisar a la grúa es romper el pacto de silencio de una sociedad que vive sumergida medio metro por debajo de la ley, un semisótano de medias verdades y pactos no escritos en donde la Justicia y el Estado no están invitados. ¡La Justicia y el Estado son ellos, no me vengas con que somos nosotros! Sólo alguien sin corazón puede llamar a la policía municipal en un momento así, ¡todos tenemos hijos!, ¡hoy por ti, mañana por mí, así es la vida!... El autor de la llamada a la autoridad pasa a ser un individuo bajo sospecha, un personaje un tanto siniestro capaz de provocar silencios en el quiosco; condenado al aislamiento vecinal si persiste en su actitud, en vez de esperar el tiempo necesario para que el hijo de la vecina del cuarto se introduzca en su coche, tomados ambos por el espíritu de Melendi, y le permita acceder a su propiedad (¡Dios, no debí usar esa palabra!). Cierro el tema vado antes de que alguien del cine español haga una película sobre el empresario especulador que mató a cinco inmigrantes que ocupaban un coche que cerraba el paso al garaje de su mansión, vilmente construida a cinco metros de la orilla del mar. Ya que ha salido el tema de la política, acabaré este texto de dudoso interés, relatando que esta mañana estacioné enfrente de la magnífica estación de autobuses de Motril, nuestra T 4; mientras esperaba a alguien dentro del coche con el motor encendido presto para salir, un coche paró en doble fila, unos metros más arriba. Era un 4x4 16 de estos tan comunes en nuestro selvático entorno, y de él se aperaron los números 1 y 2 de la lista del PP a las elecciones municipales. No llevaban los números cosidos a la espalda, imagino que sí al cerebro. El conductor era el señor 2, éste detuvo su automóvil dejando las luces de emergencia antes de que los dos se dirigieran presurosos a una mesa electoral cercana, provocando que los vehículos que iban en una dirección tuviesen que detenerse tras el suyo aparcado para avanzar cuando hubiesen pasado los de la contraria, incluidos autobuses que llegaban a la estación, congestionando notablemente el tráfico aunque la parada fuese de pocos minutos. Algunos verán el la actitud del candidato presteza, reflejos o resolución; yo veo descaro, falta de consideración y una tendencia a tomar el atajo que me hacen no desearlo en el equipo de gobierno de mi ciudad.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Si me permites la recomendación, y como sé que a ti te aprovecharía una barbaridad, échale un vistazo a "El antiguo régimen y la revolución", de Alexis de Tocqueville (o, en su defecto, a su más conocida complementaria, "La democracia en América"), en particular a todo lo que tiene que ver con sus definiciones de individualismo y despotismo democrático. Mucho me temo que resultan harto aplicables a la sociedad española de hoy. Y si hablamos de Motril, y al hilo de tu anterior post... ya sabemos cuáles son las prácticas del que ha quedado como partido bisagra, ¿no? Y lo peor de todo es que ahí radica su atractivo para una cierta cantidad de gente. En fin... ¿te parece que nos pasemos por Limdeco, a ver si nos dan curro?

Juanfran Molina dijo...

Bueno, esta delirante entrada trata sobre todo de una sociedad en la que las relaciones personales priman sobremanera sobre las reglas colectivas que armonizarían mínimamente la convivencia. El caso Limdeco es especialmente triste, curiosamente lo suelen manejar el primo caprichoso y el hermano pequeño tricolor, qué bonito. Es el mayor daño que le tienen preparado a Motril y a la dignidad de un sector público moralmente agonizante. Creo que las necesidades comunes de la sociedad tiene que gestionarlas ella misma a través de empresas de interés público. Empresas éstas no consagradas al beneficio, sino al servicio (no imagino a los FCC aumentando el número de personal, camiones y contenedores si es necesario, ni limpiándolos con más frecuencia ni experimentando -sí, yo también me rió- nuevas opciones menos gravosas y más limpias para la recogida y reciclaje de basuras). A pesar de esto la rentabilidad nunca debe dejarse de lado, no por ganar dinero a toda costa, sino por mantener la viabilidad de las empresas sin poner en peligro unos servicios que, por no ser eminentemente lucrativos, cubren a todos por igual, llegando a donde una empresa privada no llegaría para no perder dinero. El mangoneo electoralista y la falta de seriedad en la gestión nos conducirán a medio plazo a lo sumo a la privatización de otro servicio más, por nuestra tremebunda mezquindad y acusada tendencia a primar las relaciones personales sobre normas y actitudes que garanticen el bien colectivo.
Por otra parte tus recomendaciones serán tenidas muy en cuenta, como siempre.