25 agosto 2006

“EL POEMA NERVIOSO”

La barbilla forma ángulo recto con el cuello, un ángulo un tanto arqueado, tenso. Su vértice oculta una saliva que nunca se termina de tragar, una presencia inquietante que desgasta, como una idea clavada en el cerebro o un disco perfectamente rayado.
El disco rayado es el tiempo, una semana antes del verano de dos mil; tiempo petrificado sucumbiendo ante el calor del sol, dominado por su luz entreverada de humo de automóviles. La idea clavada en mí eres tú y tu angustia se encalla en tu garganta, lo sé. Figura de perfil hiriente, no me mires para que ame tu ausencia.
Los pantalones ceñidos se pasean brevemente desde la parada del autobús hasta la vuelta de la esquina. Yo estoy en el roce de los muslos, en su chasquido. Piernas largas y negras aliviando ese tiempo petrificado. El presuroso vuelo de una paloma que mira antes de cruzar. Yo estoy en el chasquido de sus alas. Yo sigo el devenir del humo de su cigarro mañanero.
Hay ideas que roen cuando los días se tornan largos. El tiempo extra pesa inútil con el tictac de la espera de la noche reflejado en su insultante claridad; nunca es tarde, hasta que de pronto lo es y el día se derrumba. ¿Dónde escondí esas horas? Tú las escondías de cintura para arriba en el mostrador de una cafetería inmunda, aunque soleada, pero siempre inmunda. Las escondías bien, hasta ahogarlas y consumirlas entre cafés tardíos, copas precoces y cervezas monótonas; periódicos hechos una calamidad sobre la barra, y el reflejo de la televisión en las miradas de los presentes. Taciturnos dueños de su espera que odian sin poderlo reconocer todo aquello que ven demasiado a menudo.
Paso por el tiempo, transcurro, aguantando la respiración; tomando aire cuando te veo salir al mediodía, por la tarde, por la noche. Siempre pendiente a mi gracioso reloj. Mientras estás dentro los dos estamos encerrados, todo está tan lejos. Desde mi ventana consigo verte evolucionar entre mesas y sillas, gracias a esa excesiva cristalera. Silenciosa, diligente, curiosamente experta; el perfil no decae, y esa curva de arco tenso que recorta mi perspectiva del mundo, esa saliva intragable sabe a hierro como la rabia, se nota. Voy a entrar.
Una vez dentro el tiempo parece articulado mecánicamente, como si el distante aire acondicionado le diese cuerda. Hoy no me hablas pero a cambio me sonríes, con todos esos perfiles pintados, y desapareces. Atiendes altanera las peticiones de los clientes: labios fruncidos, sonrisa presta, ojos vivos, nariz altiva, ángulo recto. Durante el imperturbable baile de tu faldita roja el tiempo se concentra alrededor del tintinear de vasos, tazas o platos. Cada vez más tintineo, más precipitación de tiempo, menos luz.
Mi vaso también tintinea, mi billete sale a relucir, es un yoyó que te atrae y te suelta, siempre te suelta, para que sigas contando el tiempo. La caprichosa luminosidad de la máquina tragaperras, sapo sonriente, marca chirriante el último tiempo. La luz se diluye, y tú también, adiós... hasta mañana...
La noche es un lento garbeo del tiempo, de mi tiempo silencioso y sin referencias. Es un puto balcón desde el que mirar el día pasado, aunque sea de reojo, si no hay otra cosa mejor que hacer. Te asomas y siempre está ahí, sujeto a la posibilidad de un improbable análisis, de un escrutinio absurdo, a la estúpida ilusión de que te dé tiempo a pensar en él un poquito. Sólo te libras del día realmente si la noche ofrece fuegos artificiales que admirar, si guarda el tiempo a buen recaudo para que no oigamos su latir y los acontecimientos se vuelven gozosamente inevitables.
Tú te has ido, mi deseo constante, mi reloj móvil e inmutable. ¿Cómo parar tu devenir?, ¿ cómo evitar tu trayecto?, ¿ cómo hacerte tragar saliva?, ¿ cómo atraerte hacia mí de pronto y borrar tu ausencia? Y es que sé que cuando se ama intensamente se llega a asir el tiempo, sé que se cabalga sobre una inopinada sucesión de minutos llenos de historia, y el tictac desaparece.
¿Qué placer puede haber en destrozar un reloj?, verlo romperse sin duda, pero, más que nada, tener el privilegio de observar como marca sus últimos segundos. Provocarle la muerte natural.
Alterar el futuro sería pretencioso, trastocar el orden deseable. Acumulé el tiempo a mi alrededor cuando mi martillo comenzó a estamparse decidido contra la cristalera, de forma seca y concienzuda. Al principio fue frustrante, el escaparate retrocedía con un resoplar sordo, encajando los golpes con suficiencia. Su temblor me asustaba y envilecía, las luces de las ventanas empezaban a iluminarse y él seguía aguantando como el tiempo, ese boxeador eterno. Así hasta que una lluvia de crujidos me ovacionó y todo fue más fácil. Las cinco de la madrugada y con el tiempo allí, a mis pies, escribí el poema nervioso; mi martillo desgajando trozos de cristal con estruendo de victoria, mis manos lanzando fuego. Me voy.
Todo anda por el suelo o suspendido en el aire, nada está clavado ya, nada en su sitio. Sé que me quedará tiempo para ver a ese reloj morir: se detendrá el autobús ante mis jadeantes ojos, bajarás y los pantalones ceñidos se pasearán brevemente desde la parada hasta la vuelta de la esquina. Y allí se trastocará mi tiempo, y tu tiempo.

2 comentarios :

Francisco Peña dijo...

Es tremendo, Juanfran, un trabajo meticulosamente preciso, como el de un relojero, si señor.

Te dejo un enlace a algo que me ocupa últimamente:
http://www.youtube.com/watch?v=U0GWl9GWawI

Ando buscando sonidos como estos, sólo voz y guitarra electrificada, sonidos crudos pero auténticos, sin artificios. Las esencias. Si conoces discos que creas me puedan interesar no dudes en señalármelos. Esto es un ejemplo, el "live at Sinè" de Jeff Buckley es otro ejemplo.

Quiero más... más.

Juanfran Molina dijo...

Por lo pronto te dejo un enlace interesante sobre el significado del rock:

http://www.youtube.com/watch?v=kPjkP8yDEt0&mode=related&search