06 abril 2020

VER CAER UN PÁJARO (HISTORIAS DEL ESTADO DE ALARMA III)


Creo que si viera caer un pájaro muerto desde el cielo no me impresionaría. Todo es impredecible. Todo es posible. Todo es asumible ahora.

Se acerca el momento estelar, el punto hispánico de inflexión que tenía que llegar durante este doloroso desastre: el de los espabilados. Si se confirma la idea que sopesa el Gobierno de establecer la obligatoriedad del uso de mascarilla, es posible que necesites un buen contacto que te las proporcione para poder salir sin que te detengan. Si la cosa sigue in crescendo, y se valora la posibilidad de permitir tener una vida normal a las personas inmunizadas que no transmitan el virus, proliferarán los falsificadores de salvoconductos. El abanico de posibilidades delirantes que ofrece esto último eriza la piel.

Pensaba que estábamos siendo ejemplares y civilizados con nuestra actitud. Que seguir las indicaciones y cumplir con esmero las normas de seguridad ante la posibilidad de contagio, organizarse bien, quedarse en casa y demás, era un signo de madurez y civismo. Pero parece que no. Resulta que hay quien piensa que se trata de una actitud servil, que somos borregos que obedecemos sin rechistar. Que ya estamos todos preparados y maceraditos para acatar en silencio las órdenes y caprichos de cualquier poder fáctico el resto de nuestras vidas. Que las fuerzas de seguridad, a partir de ahora podrán intervenir en nuestras vidas a su antojo, como hacían durante la dictadura. Es desalentador, desde luego, eso de no hacer nada nunca bien. Y muy curiosa la procedencia de ese tipo de análisis. Al final va a ser cierto aquello de que los extremos se tocan.  

Veo las caras de los que opinan sobre la pandemia en la tele. Demasiados rostros son los mismos de siempre, con igual sesgo. Si adivinas lo que van a decir los tertulianos, las excusas que va a poner, los argumentos que va a esgrimir, es que el engranaje que permite avanzar a una sociedad libre y crítica está definitivamente gripado.

Todos los sueños que no remiten al pasado suceden ahora en el mundo del coronavirus. Al menos los míos. Cuando sueño con algo relativo a mi pasado despierto como regresando desde un tiempo remoto.

Pienso, cómo no, en toda la gente a la que le ha cambiado drásticamente la vida. En el investigador privado, por ejemplo, que ya no puede cumplir su misión. Se acabaron los paseos en moto disfrazado, las horas de vigilancia callejera haciendo fotos comprometedoras con el móvil. Ahora está obligado a esperar sentado las ayudas para los autónomos, a ser únicamente él mismo por no se sabe cuánto tiempo.

He descubierto que no necesito palabras de aliento del presidente del Gobierno. Ni actitudes paternalistas. Me cansan sus largas y ensayadas intervenciones. Pienso que debería limitarse a mostrar solo el resultado de su trabajo. Aquí nadie llega al poder para asumir a pecho descubierto la realidad ni para dar la cara ante la libertad de prensa, ni siquiera la prensa, ya lo sabemos. Solo deseo sinceridad, datos reales y fidedignos, a poder ser esperanzadores, claro, pero contrastados. Información sobre qué cosas y cómo se están haciendo para resolver la saturación del sistema sanitario, la falta de medios, las condiciones de trabajo de los profesionales, la situación de los enfermos. No necesito casi nada de lo que hay: no necesito el vomitivo aire de superioridad de todos aquellos que creen saber qué precisa conocer el pueblo, qué siente, qué piensa. No necesito dentelladas al aire ni gente que ahonda en la herida, que tira del hilo de cualquier error gubernamental hasta formar una madeja de la que después comenzar de nuevo a tirar. Pero tampoco palmeros del Gobierno que afean que los medios saquen a relucir y opinen sobre la cifra de muertos, por ejemplo. Ni gente que desliza que si no hay material que garantice la seguridad del personal sanitario, estos tienen que apechugar y remangarse, sin más; cuando hay un nivel inasumible de infectados entre ellos y muchos han muerto por llevar a cabo su trabajo. La Ley del listón, ya se sabe: magnifico sus errores y exijo excelencia y resultados inmediatos al de enfrente y justifico hasta la indecencia los fallos y carencias de los míos. La línea de división es cada vez más robusta. Nunca se resquebrajará.

No hay comentarios :