20 abril 2006

HUBERT SELBY JR. “ÚLTIMA SALIDA PARA BROOKLYN”

“AQUELLA BOMBA SOBRE LOS ESTADOS UNIDOS”

Esto auguró más o menos Allen Ginsberg respecto de la gran novela de Hubert Selby Jr., “una bomba que explotará sobre los Estados Unidos y será leída ávidamente incluso dentro de cien años”.


Selby nació en 1.928 en Brooklyn (Nueva York), muriendo en 2.004 a causa de las afecciones pulmonares que le acompañaron toda su vida. Genio poco valorado y nunca premiado, siempre vivió con el lastre de sus carencias físicas (fue varias veces desahuciado por los médicos). A pesar del impacto de “Última Salida Para Brooklyn” (1.964) -su ópera prima ahora reeditada en edición de bolsillo por Anagrama-, cayó paulatinamente en el olvido, aunque no dejó de desarrollar hasta su muerte esa literatura tan asfixiante y humana que siempre reflejó el cuarto oscuro de la sociedad estadounidense. Pocos libros, espaciados en el tiempo a causa de su salud, entre los que cabe destacar “The Room” de 1.971, “Réquiem por un Sueño” (1.978) o “The Willow Tree” (1.998).
Abandonó la marina mercante al contraer una tuberculosis que le imposibilitó para realizar trabajos físicos, hecho que le condujo a la literatura a los veintiocho años. Comparado con Dos Passos, Céline (paralelismos con su “Viaje al fin de la noche” de 1.932), Burroughs o Miller, tardó seis años en culminar una creación que le dejó exhausto (sólo el relato “Tralala”, le llevó dos años y medio). La crudeza de sus líneas hizo que el libro fuese condenado por obscenidad en Inglaterra. Otro escritor procesado, como antes Flaubert o después Houllebecq.
El cine no trató mal su obra, “Última Salida Para Brooklyn” fue llevada a las pantallas en 1.989 por Uli Edel; y “Réquiem por un Sueño” en 2.001 por Darren Aronofsky, interesantísima y efectista cinta ésta, en la que podemos ver al bueno de Selby haciendo un cameo como deslenguado guardia de una prisión.
Asimismo merece la pena recordar que Selby ha realizado grabaciones de Spoken Word como “Live in Europe 1.989” (Thirsty Ear, 1.996) con Henry Rollins como productor; o “Blue Eyes and Exit Wounds” (Exit Wounds, 1.998) a medias con el célebre periodista musical y escritor Nick Tosches. También ha colaborado con Lydia Lunch.

1. En “Última Salida Para Brooklyn” Selby regresa a su adolescencia para exponer una condensación de hechos que son virutas de una realidad abrupta, hostil y sobre todo evitada; situados en años cegados de unidad nacional y apuestas por una nueva era. El narrador no se vale de su omnisciencia para juzgar, sacar conclusiones o vislumbrar salidas (quizá sólo entradas). Todo parece sometido a un determinismo descorazonador. Un narrador que bascula entre la distancia y la empatía con una envidiable capacidad para introducir al lector en el fragor de la mente, los ojos y la piel de los personajes.
Se trata de una prosa vigorosa, esencial y fragmentaria, que se vuelve anfetamínica, incendiándose por momentos. Frases cortas, una mirada urgente que puede saltar de un punto a otro sin detenerse, o fijarse de pronto en alguna secuencia que nos sitúe mejor, que nos arrastre irremisiblemente más adentro del relato. Situaciones difíciles de olvidar, relatadas puntualmente.
Los diálogos se funden con el caudal narrativo, en su acelerado crepitar. Exclamaciones, mayúsculas o paréntesis dan relieve a gritos, pensamientos, o aclaraciones de una voz narradora que trufa su inventario de sucesos con aisladas descripciones mordaces y despiadadas; gotas de un humor que evita ser hilarante; y que alterna ágilmente lenguajes y perspectivas. Esas descripciones son a veces enumeraciones de datos y sensaciones; o una sucesión de acontecimientos rápidos o previsibles engarzados por conjunciones, que precipitan y acumulan las percepciones en el lector. También nos obsequia con imágenes brillantes, intensas y efectivas que trascienden la narración inmediata. Una cualidad metafórica empleada con parquedad (“La serpiente quedó encerrada dentro de la caja de cerillas. El día había empezado”; ese cuerpo que se convierte en un gigantesco nudo; o aquel sol que ha de penetrar hasta el mismo corazón).
Llegado el momento analiza a sus héroes (algunos basados en personajes reales) de forma precisa y completa, afrontando su complejidad y evitando adornos innecesarios para garantizar la tensión del relato, su continuo fluir. Los retrata vivamente estudiando su estética, sus códigos, y manteniendo a la vez una mirada global. Subraya sus gestos y expresiones; dibuja para nosotros el aire que respiran. Indaga en sus aspiraciones, su situación; nos zambulle en su nihilismo, su agresividad, o su estúpida vanidad. No se aprecia deformación caricaturesca al describirlos, más allá de apuntes irónicos; no satiriza sobre ellos, ni usa la hipérbole para epatar. Aquí, hasta las mayores extravagancias se antojan absolutamente reales.
La acción se desarrolla en un escenario de sordidez. Realismo descarnado, cotidianidad sin cortapisas, donde el aire se espesa página a página y la violencia es una forma de vida, la ley no discutida. Una novela crispada por la tensión de cada gesto, cada palabra, cada pensamiento. Un tratado de frustración, del profundo rencor (más o menos soterrado) que acompaña a los personajes durante toda una vida de deseos incumplidos; miradas que imploran o comunican odio y soledad. Unas historias rabiosamente urbanas de tipos atrapados o lanzados a toda velocidad en pos de un destino inmutable como un muro; que discurren a borbotones, salpicando al lector con fogonazos de degradación, bajos instintos, sexo, violencia y desesperación, amor e insensibilidad. Las relaciones sexuales participan de esa sensación violenta, son ofrecidas de forma explícita, apresurada y seca. Un desahogo meramente físico, en donde sólo el amor homosexual es narrado con ternura en algún instante. Los problemas raciales no son tratados específicamente en estos relatos.
Conformada por seis textos de desigual extensión, conectados entre sí por un escenario común, algunos personajes y la sensación de fatalidad que transmiten, las primeras son historias de prostitución, delincuencia y homosexualidad que comparten su relación con locales como el Griego o el Willie´s; y la parte final recrea, desde múltiples puntos de vista y retazos de rutina, la vida en un modesto edificio. Se contraponen (o complementan) la absoluta inconsciencia de los personajes de los primeros cuentos con el hastío que se fragua a partir del quinto, en los que se manifiesta, además, una intención de retrato social que invita a la reflexión.

2. Son los años cuarenta y la música urbana en boga es el be bop; los solos del saxo del Charlie Parker de “Lover Man” (el súmmun de lo moderno en contraposición con el country) aún tardarán en ser sustituidos por los de guitarra eléctrica. La droga estrella es la anfetamina, acompañada de marihuana, algo de morfina y un continuo trasegar de tabaco, café y alcohol. La vida transcurre de espaldas a todo; un mundo impermeable incluso a la guerra, en el que todos desconfían y sobreviven en constante fricción, sin asomo de remordimiento. Las situaciones más duras se respiran sin resultar forzadas, palpitan en todo momento. La violencia es expeditiva, imprevisible, gratuita; relatada con detenimiento y prolijidad en momentos concretos, reduciendo el ritmo y acotando el plano para recrear una escena que subraye el auténtico dramatismo de las cosas. Demorándose en un matiz revelador, o apostando por la sutilidad para crear una imagen imborrable (“temblaba al vaciar la sangre del zapato”, “…un guante blanco agarró una cabeza y el guante se volvió rojo”).

Un dólar al día” es la primera parte, y es empezar a leerla y sentirse en un tren en marcha. Sirve de eficaz presentación del escenario y el cariz de algunos de los principales actores: jóvenes airados absolutamente encerrados en su propio mundo de delincuencia y violencia. Ejemplificado perfectamente en el encuentro con unos soldados.
En “La Reina Ha Muerto” (para mí el relato de mayor calado), Georgette conmueve; acaso pudiera tratarse de un personaje de H. C. Andersen en el lado salvaje: soñadora, enamorada, imaginativa, sensible, trágica e inadaptada. La peripecia de este travesti nos mete de lleno en ambientes de prostitución y drogas que enlazan con la primera historia. Su angustia y humillación nos son referidas con detalle y eficacia (“Su vida no evolucionaba, sino que giraba centrífugamente…”); así como su relación con las drogas (“quería la mentira ya”). La prosa y el ritmo se ajustan como un guante a la variable situación emocional de los personajes, a su delirio toboganesco. Siendo la parte de la fiesta la única verdaderamente coral del libro, una narración llevada con habilidad y contención de toda una noche de gestos, miradas y expectativas de llenar un vacío insondable. Las chicas son tratadas con ternura mientras se las encuadra en su halo de tragedia.
Narrado en segunda persona y un lenguaje coloquial, rápido y frenético de barrio, “Y con el Niño, Tres” transpira cotidianidad, costumbrismo obrero y buen humor. Una estampa fugaz y entrañable que, sin embargo, no consigue disipar esa inquietante sensación que se cierne sobre toda la novela.
Tralala” asusta, sorprende; es la infausta historia de una obsesión por el dinero, la historia más a tumba abierta que jamás he leído. Tralala ofrece su vagina como una ranura en la que echar monedas, cuantas más mejor, el tiempo que haga falta, donde sea. Es muchas cosas: fría, cruel, violenta, calculadora, ambiciosa, pragmática, desalmada, impaciente. Capaz de deshacerse del amor de una patada, justo antes de que la acompañemos en su caída en enloquecida e imparable dinámica. Una historia intensa y concentrada.
Partiendo del mismo escenario, el mismo cruce de calles, y con “los chicos” de por medio, Selby cambia de estrategia con “Huelga”. En este relato se centra más que nunca en la penetración psicológica en el personaje, una minuciosa y obsesiva descripción de sus sensaciones, del devenir de su psique. Una invitación al mundo de lo desasosegante que continuará hasta el final del libro. La violencia sigue siendo un olor penetrante, repta larvada por las páginas, hasta que termina explotando. Desarrolla una narración atenta al mínimo matiz, estudia el carácter de su protagonista, husmeando a la entrada del túnel de su cerebro, enfocando su linterna a las costuras más profundas, al centro del dolor (ansiedad, deseo, asco, frustración, vulnerabilidad…). El relato se torna pormenorizado, los hechos se observan con la fría precisión que Carver hará legendaria. Brooklyn, como decorado y suministrador de los personajes que entroncan con los relatos anteriores, deja de ser el escenario único, sustituido parcialmente por el fantasma acechante de la mente de Harry, esa inestabilidad que lentamente también se proyecta contra una pared.
Es la historia más larga, y su inicio ya es inquietante, una cámara lenta inquietante. Un enlace sindical ve cómo cambia su vida a partir de la convocatoria en la fábrica de una larga huelga. Además, y por única vez en esta obra, el autor vuelve la mirada a aspectos secundarios: se detiene en el relato ácido de unos jefes sindicales manipuladores y demagogos, de unos directivos empresariales insensibles, y subraya el vacuo compañerismo, hecho de clichés, que se utiliza para manejar a una masa obrera desilusionada. La huelga en sí es seguida en su evolución y con ella se dejan apuntes de la vida de los obreros. Vuelve los mundillos de los travestis (con sus luces y sombras) y los delincuentes juveniles.
Por último, “Fin del mundo”, la coda final, muestra lo que pasa tras la puerta del vecino, hurga en la roña que deja la aplastante y miserable cotidianidad, y pisa a fondo en el retrato social, no exento de humor ni de crudeza, iniciado en el relato precedente. Se armonizan numerosas acciones paralelas (que a veces se rozan mediante la utilización de diferentes puntos de vista) correspondientes al transcurso de un día cualquiera en una zona modesta de edificios de Brooklyn; salpicadas de textos breves suficientemente expresivos. Este retrato es un fresco vivo de la vida diaria de diversas parejas, marcada por la desidia, el hastío, esa violencia siempre latente, presta a saltar, el machismo o una profunda frustración que pisa los terrenos del odio brotado de estar dónde no se quiere estar y cómo no se quiere estar. Vuelve el relato nervioso, la crónica del caos, cargado de detalles significativos. Pero la mirada se posa con mayor agudeza.
Destacan el tratamiento íntimo, tierno, casi bucólico, de la soledad y resignación de Ada; el dibujo caricaturesco de ese atildado personaje surgido entre la miseria llamado Abe; la relación a GRITOS! entre Vinnie y Mary (antológica la discusión por el corte de pelo del niño); el futuro violento que late en los juegos infantiles; la crueldad y el esperpento del grupo de mujeres sentadas en un banco, a modo de malas del cuento; o la historia del bebé que pasea tranquilamente por el alféizar de una ventana que da al vacío.


Publicado en el nº 226 de la revista Ruta 66, con otro título y ligeros retoques de texto.

17 abril 2006

"Su corazón...

"Su corazón que, segundos antes de este recado,
estaba pleno y lleno de compasión y, durante unos momentos,
olvidadizo y descuidado, menguó en su sitio
hasta que sólo fue un músculo sin alegría del tamaño de un puño
descargando sus obligaciones".

(Extracto del poema "La Anguila Ofensora" de Raymond Carver).

14 abril 2006

MAIKA MAKOWSKI “Kradiaw” (PAE-Wild Punk, 2.005)

Llévame contigo

Dicen que va a ser una estrella, y lo que es brillar brilla. Puede ser lo que quiera, también Blondie (“Fleshback”), o P.J. Harvey (“Animal”). Pero, ante todo, la mallorquina es dueña de grandes canciones grabadas con nervio y suficiencia; genuinas interpretaciones surgidas de una marcada personalidad y un sonido tan carnoso como urgente, jubilosamente imperfecto y con sustanciosos remansos; guitarras crujientes e inteligentes, en su punto justo de cocción; y una de esas voces con carácter y carisma, con esa naturalidad que, no sé porqué, es poco común por aquí y cuando aparece nos desarma a todos. No transmite esa sensación tan fastidiosa que aparece cuando hay más voluntad que talento, sobre todo en el mundo indie, de tener la lección recién aprendida. Hay desde pelotazos de rock con teclas que echan chispas (“Killing Bluebird”) a punk blindado en Detroit (“Charming Gigoló”) o sentidas y académicas baladas suspendidas de acústica, como “James Dean´s Alive”. Hay discos así: las canciones te llaman y una vez que te acercas se encaraman a ti, atrapándote.

Publicado en el nº 28 del periódico Diagonal de Madrid

http://www.diagonalperiodico.net/

10 abril 2006

HOMENAJE A LOS ÁNGELES

TEATRO CALDERÓN DE LA BARCA DE MOTRIL (3-3-06)

El homenaje tributado por los músicos granadinos a sus paisanos Los Ángeles, llegó a Motril casi un año después del realizado en Granada; aquí en un formato más esencial.
Fernando Díaz de la Guardia, biógrafo del grupo, presentó parte de las imágenes que conformarán el documental que prepara junto a Alejandro Pérez. Ahí, entre entrevistas y actuaciones, pudimos ver la presentación televisiva de “Créeme” o imágenes en Súper 8 del multitudinario recibimiento al grupo en Cuba con motivo del festival Varadero 70. Los Angelicos, formación compuesta por los hijos del desaparecido Alfonso González “Poncho” (baterista, compositor principal y voz del grupo): Popi González a la batería y voz, y Pablo G (guitarra y voz), junto a los componentes de Lagartija Nick Lorena Enjuto (teclados), Víctor García Lapido (Guitarra y voces) y Antonio Arias (bajo, voz y maestro de ceremonias); fueron la banda base de la noche. Su cohesión deparó un sonido fibroso y directo, sin los vacíos de este tipo de celebraciones. Los temas se sucedieron sin altibajos, interpretados con respeto y esmero en el cuidado de las armonías vocales (principal baza de los homenajeados); desde el beat a las reminiscencias folk, pasando por el pop más elaborado. Cayeron casi todos los temas del disco “Homenaje a Los Ángeles Con Intervenciones Estelares” editado por Lagartija Records, junto a otros que obviaban el lado más trillado de su repertorio. Antonio Arias se lleva casi la mejor parte del lote, interpretando (muy bien) temas como “98.6”, “Créeme”, “Sueños” y “Monotonía”. Pablo y Popi, por su parte, cantaron otros como “No Pienses” o “Siéntate”. A mitad de actuación se incluyó una parte acústica que se abrió con temas de la etapa más influida por la escena folk de la Costa Oeste (“Te Necesito” y “Ven a Granada”), interpretados por Popi y su hermano a las guitarras y el apoyo vocal de Eva Penélope del combo beatleliano For Of Us. Seguidos por la actuación de los Lori Meyers Alejandro y Noni con “No Estoy Contento”. La electricidad volvió trayéndonos a J. Planetas, que cantó desgarbado “Una Vez Juré” y “Mamá deja de llorar” (“Another Try” de America, tema aparecido, además de en el disco homenaje, en el recopilatorio “El Guateque”, acreditado a J y Los Angelicos, y el que mejor se adapta a su estilo). En el tramo final, ambos hermanos se hicieron con “No Sé Qué Hacer” apoyados en los coros por el resto más Noni y J.; miembros del grupo local Laberinto B y David Rubiño, tocaron junto a Arias “¿Has Amado Alguna vez?”, y, como despedida, “Nada Va a Cambiar el Mundo”, el último tema editado por Los Ángeles en 1.976, un mes antes del desgraciado accidente que terminó con la vida de Poncho y José Luis Avellaneda, truncando así la carrera de un grupo que aún estaba lejos de su decadencia.

Publicado en el nº 226 de la revista Ruta 66.

07 abril 2006

TOBACCO ROAD (PARTE II)

… Gracias.

El cantante country Kinky Friedman anda atareado con su candidatura a Gobernador del Estado de Texas, y una de sus propuestas estrella sin duda será la de levantar las restricciones contra el tabaco y la marihuana, ¿estrechará lazos con Esperanza Aguirre?, ya veo la rueda de prensa, ambos con sombrero de vaquero, ella hablando con acento mejicano, claro. Dicen que ésta anunció su contra-ley tabaquil bailando al son de “Se te cayó el tabaco” de Tito Puente; lo siento, no consigo visualizarla. Y digo yo, hablando de prohibiciones, ¿podría tocar en tu pueblo este verano la Orquesta Ron Y Tabaco?. ¡¡No!!, porque The Great Shoemaker dice que disuadir del consumo de alcohol y tabaco es de izquierdas (lo siento, lo tenía que decir)…Sí tendría las puertas abiertas el amigo de Maradona, Emir Kusturica & The No Smoking Orchestra, y su incandescente música balcánica. Y seguro que se olvidarían de Tabaco, la poliédrica banda de Sabadell que iba, entre calada y calada, del rock progresivo al soul más hirviente, allá por el 71. Por cierto, según parece, lograron el record de permanencia sobre un escenario, ¡27 horas! Ni el cenicero de Tom Waits.
El tabaco se fuma pero también inspira. Estimula el lado cotidiano y costumbrista, como en la encantadora “El Estanco de Paula” de Malcolm Scarpa (“Allí es dónde compro el tabaco, y de vez en cuando un mechero…”); o el pop almibarado de Herman´s Hermits en “One Little Packet Of Cigarettes”. También da pie a ochenta segundos arrebatados, como “More Cigarettes” de The Replacements.
El binomio café-tabaco no sólo está de actualidad ahora que las cafeterías españolas son guetos de fumadores hacinados, el rocker Sleepy Labeef le canta con devoción en “Smoking Cigarettes and drinking coffee blues” y Otis Redding le susurra de maravilla en “Cigarettes and Coffee”.
Si aún no puedes prescindir de la mezcla de tabaco y alcohol para las fiestas tranquilo, no haremos leña del árbol caído, pero al menos redímete de la censura social con valses de buck Owens (“Cigarettes, Whiskey & Wild, Wild Woman”); vira al ska-son de La Kinky Beat con “Tabaco y Ron” o pega el oído a la rumba nostálgica de Javier Ruibal (“Tabaco y Tinto de Verano”), combinación que comparte la lánguida Aimée Mann en la inolvidable “Cigarettes and Vines”, perteneciente a la banda sonora de “Magnolia”.
Si necesitas reflexionar tranquilamente sobre el sentido de la vida, qué mejor que esos múltiples cigarrillos en la puerta del centro de trabajo. Llévate en el mp3 “Tattoos and cigarettes”, toda una simbología de rock sureño de la mano de Warren Haynes (Govt Mule, The Allman Brothers Band). Tan evocador como el amigo Haynes es Manolito García, pero más enrevesado (“Humo de un Cigarro Que Fuma Gardel”)… es que es superior a sus fuerzas. O tírate directamente a por la saga que titula nuestro humeante repaso, “Tobacco Road”, y me despido, que ya es hora. Es una composición mítica de John D. Loudermilk cuya letra se inspira en la novela homónima de Erskine Caldwell de 1.932, llevada al cine por John Ford en 1.941. Fue un gran éxito de The Nashville Teens en 1.965, en plan r´n´b seco y cortante de pulso garajero. En 1.966 los neoyorquinos The Blues Magoos, en el mismo palo, la volvieron más vibrante y efervescente; Brother Jack Mc Duff la hizo tenue y voluptuosa, con el inconfundible sonido de su Hammond B-3; y The Jefferson Airplane en su primer elepé, “Takes Off”, la enraízan aún más en la música negra; al igual que Eric Burdon & War en su magnífica revisión de 1.970. En 1.972, como olvidarlo, Edgar Winter la arrastró en incandescente y excesiva jam session en el celebrado directo “Roadwork”. Toda una historia, la del tabaco.

Publicado en Irreverendos, web de humor gráfico y cómic.

03 abril 2006

¡AHÍ ESTÁ PAPÁ!

Mi padre era público profesional, habrá quien no lo crea, pero es así. Al cabo de los años, mis recuerdos de él siempre pasan por la pequeña pantalla y la expresión histérica de mi madre: “¡Ahí está papá!”. Lo consiguió por casualidad. El día que le dio por llamar a un programa para asistir como público encandiló al director con su rostro ajado, ensombrecido por recia barba, los ojos crédulos, su sonrisa a destiempo y aquellos ademanes de torpe determinación; su bravuconería impostada. Era verano y llevaba una camiseta de propaganda algo ceñida, los pelos de los brazos escapaban de las mangas.
Yo tenía cinco años cuando dejó su ocupación habitual y comenzó a aparecer en varios programas semanales: “Las 24 horas de sevillanas” de Canal Sur y otros. Se especializó en el “primer chasquido” como él le decía a mi madre por teléfono en sus cada vez más prolongadas ausencias, para “romper el hielo”. Cuando en el programa dedicado a las jóvenes promesas de cualquier cosa se oiga un primer y seco aplauso mi madre me zarandeaba: “¡Ahí está papá!”.
Su precisión llegó a tal punto que sustituyó en esas labores al regidor. Como buen subalterno siempre salía al quite si a un niño le daba por llorar en mitad de una actuación, un miembro del jurado borracho balbucía demasiado o un colega de profesión de inferior nivel reclamaba su bocadillo. “Tienes olfato”, le contaba a mi madre que le dijeron en la tele, mientras ésta ordenaba su abultada colección de autógrafos.
Los amigos que le acompañaron las primeras veces ya no fueron más. Se quedó solo, así que reclutó a mi madre. A partir de entonces comencé a ver los programas en casa de mi abuela, ya nadie me avisaba “¡Ahí está papá!”, ella se dormía a las primeras de cambio y las panorámicas del público eran escasas. Él nunca estaba en los planos fijos de cámara, ya que temían que lo reconociesen de tanto que salía; según me dijo mi madre mucho después lo solían disfrazar, le ponían bigotes, barbas, le pintaban el pelo, le colocaban extensiones, y a ella le sugirieron que no volviera tras unos cuantos programas. Su legendario primer chasquido merecía ese sacrificio. Mamá sufrió por aquello, también le tiraba la vida “artística”, pero supo mantenerse en un digno segundo plano.
Las televisiones privadas supusieron un punto de inflexión definitivo en nuestras vidas. La televisión autonómica sufrió un ataque de conciencia que se tradujo en dos meses sin programas de “variedades en general” como decía papá eructando levemente desde su trono en la cabecera de la mesa. En atención a sus servicios y fidelidad sólo se les ocurrió ofrecerle aparecer de público silencioso en algún programa de debate, o en retransmisiones de partidos de alevines. Incluso le sugirieron que volviera a llevar a mamá y a mí mismo. Se negó, claro.
A pesar de todo, gracias a esa cadena conoció a su representante y posterior amante, ella lo llevó a las nubes: Madrid. Público profesional en programas de toda índole. Madrid. Entre ambos consiguieron colocar bien su legendario chasquido, ese primer aplauso atronaba en nuestros corazones cuando veíamos los programas a todo volumen después de cenar. “Ahí está papá”, susurraba mi madre, pobrecita.
La primera vez que vino de Madrid lo notamos distante, todo comenzaba a desmoronarse. Traía un traje a medida y estaba bien afeitado, yo tenía ya casi siete años. El me llevaba de la mano por las soleadas calles del pueblo y yo notaba su palma excepcionalmente suave, bruñida. Me sentía conectado a un poderoso instrumento, a una pieza relevante del engranaje televisivo de nuestro país. Mi madre me dijo que se las cuidaban con cremas especiales y las metía en agua con sales. Había cambiado, fumaba distraído mirando al infinito y limándose las uñas, sonreía para sí, evitaba los palillos de dientes, no le llegamos a ver aquellas amarillentas piezas dentales. Asentía distante los comentarios de amigos y familiares, y reía quedamente ante el unánime reconocimiento de su genio. El lunes por la mañana vino a recogerlo su “equipo de management”, como me dijo él al despedirse. Nunca más vino ni llamó.
Los primeros meses lo pasé mal, a veces soñaba que él me despertaba con su magnífico chasquido para ir al colegio, situado sonriente a los pies de mi cama, o que aplaudía con golpes secos y potentes mientras mamá bailaba enloquecida a su alrededor. Mi madre jamás volvió a decir “Ahí está papá”, y yo evitaba decir a los otros niños que mi padre era “público profesional”.
Las teles privadas eran coloristas y modernas, que duda cabe, todo era una fiesta y ni se molestaban en esconderlo. Su chasquido permanecía, yo lo captaba en seguida, a veces me latía el corazón más rápido, pero terminé por acostumbrarme.
Avanzó, asentó su carrera (todos sabemos que lo difícil es mantenerse). Su versatilidad le ayudó. Aplaudía, sostenía pancartas de apoyo a participantes en programas del corazón mientras daba saltitos, increpaba y juraba botando en su asiento, llamaba a programas, insultaba y amenazaba. Yo por mi parte crecí y le perdí la pista, y como las teles privadas se aferraron fuertemente a su perversa niñez, las dejé de ver. Sólo, alguna vez, creo escuchar ese chasquido de lejos, como en sueños.