12-03-1967: Se pone a la venta en Estados Unidos,
casi un año después de iniciada su grabación, “The Velvet Underground &
Nico” (Verve), primer elepé de la banda neoyorquina y, sin duda, uno de los discos más
influyentes de la historia del rock.
Ya lo decía Brian Eno: “Solo unos pocos miles de personas compraron el álbum,
pero todas crearon una banda”. Andy Warhol diseñó la mítica portada del plátano
que se pelaba (de hecho, parecía un disco de Andy, ya que solo aparecía su
nombre en ella), y además ejerció de motivado productor ejecutivo,
contribuyendo a la grabación con una parte de los fondos conseguidos en las
actuaciones de su espectáculo multimedia, “Exploding Plastic Inevitable”. Otro
inversor fue Norman Dolph, antiguo ejecutivo del sello Columbia, que buscó el primer
estudio y dirigió las sesiones, dada la ignorancia del resto de la troupe en esas cuestiones. El disco se
grabó en los ajados estudios Scepter Records, de la calle cincuenta y cuatro,
en Manhattan. Cuando el grupo llegó, el suelo estaba levantado, no había paredes y solo existían cuatro
micrófonos en funcionamiento. Según John Cale, montaron la batería donde
pudieron, subieron el volumen al máximo, y se pusieron a tocar. El estudio se
alquiló durante tres noches por 2.500 dólares; tiempo suficiente para grabar el
álbum. Las labores de productor e ingeniero de sonido (no abundaban los
ingenieros profesionales que quisieran trabajar con el grupo) se repartieron
entre Cale y Reed, con este a la cabeza. Entre los dos conformaron el sonido
del disco. Desarrollada entre la insatisfacción general, no fue una grabación
exenta de tensión y conflictos: un Lou Reed paranoico seguía sin aceptar a Nico
(se empeñó en que en la portada quedase claro que la alemana no era una de
ellos, de ahí lo de The Velvet Underground & Nico), y esta se quejaba de
las pocas canciones que cantaba (fueron tres: “All tomorrow’s parties”, “Femme fatale”
y “I’ll be your mirror”, memorable la gravedad impuesta a la primera y el
contrapunto glacial dispensado a las otras dos). Solo Warhol aportaba serenidad
y confianza al conjunto, aparte de empeñarse en que las canciones quedasen
registradas con toda su crudeza. El álbum fue rechazado por todos los sellos
con los que contactaron en Nueva York. Y solo cuando conocieron a Tom Wilson
(productor que había sido de Bob Dylan y, curiosamente, del “Freak out!” de The
Mothers of the Invention, tan vituperados por Reed) vieron algo de luz, al
ofrecerles éste cobijo en Verve Records (sello originalmente de jazz vendido a
MGM en 1958), que empezaba a interesarse por el negocio del rock. Con Wilson a los mandos, regrabaron
tres canciones en los estudios TTG de Hollywood (“Venus in furs”, “Heroin” y “I’m waiting for the man”) y, aprovechando los continuos
retrasos en la publicación del disco, Lou Reed escribió, a sugerencia suya,
“Sunday morning”, ya que el productor, para hacer más accesible el álbum,
consideró necesario que Nico tuviese más canciones y que una de ellas fuese
lanzada como single. El tema se grabó
en los estudios Mayfair de Manhattan, en noviembre. Pero, finalmente, Lou Reed
decidió cantarlo él, ante la perspectiva de que apareciera como sencillo. Ese
otoño de 1966, el sello había retrasado el lanzamiento del elepé, según parece,
por presiones de Frank Zappa, que no quería que su “Freak out!” coincidiese con otro
disco más raro y nocivo que el suyo. Retraso este que hay que sumar al
producido por la manufactura de la portada y al provocado por la exigencias del
bailarín Eric Emerson, que exigió una compensación económica al salir su imagen
en la foto de contraportada, lo que llevó a la compañía a retirar todos los
ejemplares distribuidos y tapar la imagen con una banda oscura con el nombre de
grupo y productor. En ese año aparecieron dos singles, mal promocionados, “All tomorrow’s parties/I’ll be your
mirror” (julio), y “Sunday morning/Femme fatale” (diciembre). Este último no
superó el nº103 de las listas de éxitos del Cashbox
Magazine. El álbum no corrió mejor suerte, ya que no pasó del puesto 171 de
las listas estadounidenses. Tampoco disfrutó de una publicidad adecuada, las
pocas reseñas aparecidas fueron negativas y prácticamente todas las radios censuraron
su contenido debido sobre todo a la presencia de “Heroin”, donde se narraba
minuciosamente la secuencia de un chute. Como se ha repetido hasta la saciedad:
el mundo no estaba aún preparado para un disco así.
Un trabajo irrepetible, de cualquier forma, que
alguna vez he comparado con el primero de Veneno, aunque no tengan nada que
ver. Son esos discos sin parangón, que brotan de la obcecación y de pasarse el
día probando cosas con total libertad, desconectándose del entorno. Nacen de
una colisión muy volátil, de una ilusión y energía irrecuperables por la
especial conexión y complicidad surgidas entre los miembros del grupo en un
determinado momento.
El afilado observador Lou Reed, en estado de gracia,
afronta las letras de las canciones de una forma absolutamente nueva: distante,
apática, nihilista, explícita. Ahí están, tan inquietantes como el primer día,
los marineros de “Sister Ray” o la sombra de Sacher Masoch en “Venus in furs”. También
la descripción detallada, desapasionada y cruda de “Heroin” (prohibida en
España hasta finales de los años setenta), cuyo sonido, según reconoció el
propio Mick Jagger, influyó sustancialmente en el “Stray cat blues” de The
Rolling Stones. La excitación urbana de “I’m waiting for the man”, la bajada de “Sunday
Morning”. Era el cinismo hecho chirrido, electricidad, desazonadora belleza.
Todo esto encajó de forma asombrosa con el complejo
universo musical alrededor del que giraba John Cale. Su afán experimental se liberó
plenamente al dar con compañeros de viaje sin miedo al ruido y a dejarse llevar
por la improvisación y estructuras más libres y caóticas. Todavía hoy resulta fascinante
la original adecuación de Cale a un lenguaje rock medianamente asumible. La guitarra de Sterling Morrison se entretejía a
la perfección con Reed en esa tóxica transformación del ímpetu rítmico de Bo
Diddley; y Moe Tucker, de pie con sus mazas, sabía mantener las canciones dentro de su
cauce con su ritmo imperturbable. Ambos fueron esos corazones que laten
férreos, que asumen y sostienen todo el caudal, impertérritos y extremadamente
eficaces.
Música a flor de piel, en definitiva, desapacible, acumulativa,
repetitiva; liberada tal cual, como deseaba Warhol. The Velvet Underground te
invita a pasear la mirada por sus vidas, a mirar a través de su pupila, a
quemarte ahí. Ese tritutar el blues sin poder huir de él. Esa oscura masticación
de anfetamina y jazz. Un sonido que se expande para explicarte la sensación
claustrofóbica de la gran ciudad; que crepita en un oscuro túnel de madrugada con
regusto arisco y violento.
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