12 marzo 2019

12 DE MARZO EFEMÉRIDES


12-03-1967: Se pone a la venta en Estados Unidos, casi un año después de iniciada su grabación, “The Velvet Underground & Nico” (Verve), primer elepé de la banda neoyorquina  y, sin duda, uno de los discos más influyentes de la historia del rock. Ya lo decía Brian Eno: “Solo unos pocos miles de personas compraron el álbum, pero todas crearon una banda”. Andy Warhol diseñó la mítica portada del plátano que se pelaba (de hecho, parecía un disco de Andy, ya que solo aparecía su nombre en ella), y además ejerció de motivado productor ejecutivo, contribuyendo a la grabación con una parte de los fondos conseguidos en las actuaciones de su espectáculo multimedia, “Exploding Plastic Inevitable”. Otro inversor fue Norman Dolph, antiguo ejecutivo del sello Columbia, que buscó el primer estudio y dirigió las sesiones, dada la ignorancia del resto de la troupe en esas cuestiones. El disco se grabó en los ajados estudios Scepter Records, de la calle cincuenta y cuatro, en Manhattan. Cuando el grupo llegó, el suelo estaba levantado,  no había paredes y solo existían cuatro micrófonos en funcionamiento. Según John Cale, montaron la batería donde pudieron, subieron el volumen al máximo, y se pusieron a tocar. El estudio se alquiló durante tres noches por 2.500 dólares; tiempo suficiente para grabar el álbum. Las labores de productor e ingeniero de sonido (no abundaban los ingenieros profesionales que quisieran trabajar con el grupo) se repartieron entre Cale y Reed, con este a la cabeza. Entre los dos conformaron el sonido del disco. Desarrollada entre la insatisfacción general, no fue una grabación exenta de tensión y conflictos: un Lou Reed paranoico seguía sin aceptar a Nico (se empeñó en que en la portada quedase claro que la alemana no era una de ellos, de ahí lo de The Velvet Underground & Nico), y esta se quejaba de las pocas canciones que cantaba (fueron tres: “All tomorrow’s parties”, “Femme fatale” y “I’ll be your mirror”, memorable la gravedad impuesta a la primera y el contrapunto glacial dispensado a las otras dos). Solo Warhol aportaba serenidad y confianza al conjunto, aparte de empeñarse en que las canciones quedasen registradas con toda su crudeza. El álbum fue rechazado por todos los sellos con los que contactaron en Nueva York. Y solo cuando conocieron a Tom Wilson (productor que había sido de Bob Dylan y, curiosamente, del “Freak out!” de The Mothers of the Invention, tan vituperados por Reed) vieron algo de luz, al ofrecerles éste cobijo en Verve Records (sello originalmente de jazz vendido a MGM en 1958), que empezaba a interesarse por el negocio del rock. Con Wilson a los mandos, regrabaron tres canciones en los estudios TTG de Hollywood (“Venus in furs”, “Heroin” y “I’m waiting for the man”) y, aprovechando los continuos retrasos en la publicación del disco, Lou Reed escribió, a sugerencia suya, “Sunday morning”, ya que el productor, para hacer más accesible el álbum, consideró necesario que Nico tuviese más canciones y que una de ellas fuese lanzada como single. El tema se grabó en los estudios Mayfair de Manhattan, en noviembre. Pero, finalmente, Lou Reed decidió cantarlo él, ante la perspectiva de que apareciera como sencillo. Ese otoño de 1966, el sello había retrasado el lanzamiento del elepé, según parece, por presiones de Frank Zappa, que no quería que su “Freak out!” coincidiese con otro disco más raro y nocivo que el suyo. Retraso este que hay que sumar al producido por la manufactura de la portada y al provocado por la exigencias del bailarín Eric Emerson, que exigió una compensación económica al salir su imagen en la foto de contraportada, lo que llevó a la compañía a retirar todos los ejemplares distribuidos y tapar la imagen con una banda oscura con el nombre de grupo y productor. En ese año aparecieron dos singles, mal promocionados, “All tomorrow’s parties/I’ll be your mirror” (julio), y “Sunday morning/Femme fatale” (diciembre). Este último no superó el nº103 de las listas de éxitos del Cashbox Magazine. El álbum no corrió mejor suerte, ya que no pasó del puesto 171 de las listas estadounidenses. Tampoco disfrutó de una publicidad adecuada, las pocas reseñas aparecidas fueron negativas y prácticamente todas las radios censuraron su contenido debido sobre todo a la presencia de “Heroin”, donde se narraba minuciosamente la secuencia de un chute. Como se ha repetido hasta la saciedad: el mundo no estaba aún preparado para un disco así.



Un trabajo irrepetible, de cualquier forma, que alguna vez he comparado con el primero de Veneno, aunque no tengan nada que ver. Son esos discos sin parangón, que brotan de la obcecación y de pasarse el día probando cosas con total libertad, desconectándose del entorno. Nacen de una colisión muy volátil, de una ilusión y energía irrecuperables por la especial conexión y complicidad surgidas entre los miembros del grupo en un determinado momento.

El afilado observador Lou Reed, en estado de gracia, afronta las letras de las canciones de una forma absolutamente nueva: distante, apática, nihilista, explícita. Ahí están, tan inquietantes como el primer día, los marineros de “Sister Ray” o la sombra de Sacher Masoch en “Venus in furs”. También la descripción detallada, desapasionada y cruda de “Heroin” (prohibida en España hasta finales de los años setenta), cuyo sonido, según reconoció el propio Mick Jagger, influyó sustancialmente en el “Stray cat blues” de The Rolling Stones. La excitación urbana de “I’m waiting for the man”, la bajada de “Sunday Morning”. Era el cinismo hecho chirrido, electricidad, desazonadora belleza.



Todo esto encajó de forma asombrosa con el complejo universo musical alrededor del que giraba John Cale. Su afán experimental se liberó plenamente al dar con compañeros de viaje sin miedo al ruido y a dejarse llevar por la improvisación y estructuras más libres y caóticas. Todavía hoy resulta fascinante la original adecuación de Cale a un lenguaje rock medianamente asumible. La guitarra de Sterling Morrison se entretejía a la perfección con Reed en esa tóxica transformación del ímpetu rítmico de Bo Diddley; y Moe Tucker, de pie con sus mazas, sabía mantener las canciones dentro de su cauce con su ritmo imperturbable. Ambos fueron esos corazones que laten férreos, que asumen y sostienen todo el caudal, impertérritos y extremadamente eficaces.



Música a flor de piel, en definitiva, desapacible, acumulativa, repetitiva; liberada tal cual, como deseaba Warhol. The Velvet Underground te invita a pasear la mirada por sus vidas, a mirar a través de su pupila, a quemarte ahí. Ese tritutar el blues sin poder huir de él. Esa oscura masticación de anfetamina y jazz. Un sonido que se expande para explicarte la sensación claustrofóbica de la gran ciudad; que crepita en un oscuro túnel de madrugada con regusto arisco y violento.

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