Siempre he sido una persona sonriente, no lo
puedo remediar. A lo largo de los años es algo que me ha granjeado no pocas
ventajas (salvo aquel equívoco que me costó el puñetazo), pero últimamente no trae
más que desgracias a las desgracias. La noticia del desahucio ha sido, sin
duda, lo más duro que me ha ocurrido en mi vida, que desde hace demasiados años
no es más que una cuesta arriba sin sentido, sin final. Salarios cada vez más
bajos, peores contratos y condiciones de trabajo que tenía que asumir con gesto
humilde y agradecido, inestabilidad laboral y una hipoteca que amenazaba mes
tras mes hasta que finalmente nos ahogó. Desempleo, intereses, penalizaciones, cantidades
que se multiplican, deudas que surgen sin saber de dónde; ayudas, prestaciones
y servicios públicos que han formado parte de nuestra existencia que
desaparecen de un día para otro, y, finalmente, la imposibilidad real de afrontar
los pagos. Mi mujer y los niños en casa de mis suegros y yo con mi madre,
avergonzado y hundido. Pero, aún así, la sonrisa vuelve, no lo puedo evitar.
Se acerca la Navidad, evidentemente el peor
momento de todo este proceso, al no poder ofrecer a nuestros niños ni tan
siquiera un hogar propio para recibir y jugar con sus regalos, que serán muchos
menos que el año pasado. El programa de la tele, en un acto revolucionario, quiere
dedicar en Nochebuena un buen rato a hacer conexiones con familias sin hogar
que pasan tan señalada fecha en casas de familiares o incluso refugios. No han
hecho casting (sería algo horrible,
desde luego), pero sí entrevistas previas a muchas familias. A través de una
asociación mi mujer consiguió que nos visitara una reportera del programa.
Durante la conversación, tremendamente emotiva, no pude contener algunas
sonrisas, e incluso al final solté un inesperado chiste; todos se rieron, pero
no nos volvieron a llamar. Mi mujer me ha comunicado esta mañana su intención
de divorciarse a primeros de año. Todo
por la sonrisa.
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