Mientras me dirigía al apartamento no pude
dejar de pensar en él. Edu era un arquitecto de éxito, un esteta con pretensiones.
El estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis económica le afectaron de
pleno. Habitaba un amplio piso de soltero situado en el centro de la ciudad, el
templo de su ego, que incluía un inmenso salón que albergaba la cocina, un baño
de generosas dimensiones y dos habitaciones grandes, una utilizada como
despacho y la otra como dormitorio con vestidor. Tras mucho tiempo sin recibir
encargos, empezó a tener dificultades para llegar a fin de mes y para pagar el
alquiler de su fastuoso apartamento. Decidió no confiar a nadie su situación
real; sopesó la idea de cambiar de vivienda, pero su orgullo se lo impidió.
Había soñado toda su vida con abandonar su barrio e instalarse en el centro.
Jamás volvería atrás.
Se le ocurrió una solución transitoria aprovechando esa
penuria que a él le acechaba: realquilaría, incumpliendo su contrato de
arrendamiento, la habitación del despacho. La cosa salió bien, el nuevo
inquilino pagaba religiosamente y aceptaba todos los extras que la codicia de
Edu maquinaba. Dadas las circunstancias, pensó que podría hacer un poco más de
dinero, así que alquiló una cama en una esquina del amplio salón, separándola
con biombos. Como nadie ponía pegas y todos estaban encantados de vivir en el
centro, los biombos proliferaron por toda la casa, dejando el salón reducido a
un sofá y una tele casi pegada a las narices.
Todo se encareció paulatinamente,
usar la cocina costaba una cantidad según tiempo y hora de uso, así como el
baño, la lavadora se puso por las nubes, y los estantes del gran frigorífico
eran algo inalcanzable para la mayoría de inquilinos. Los gastos comunes se
repartían por un curioso método que incluía intereses leoninos y castigos
ejemplares cuando no eran satisfechos. Tras convencer a sus huéspedes de que no
abandonasen su nivel de vida, les hacía préstamos con intereses abusivos y
penalizaciones incruentas, que más de una vez acabaron con alguno en la calle
tras perder su ropa y objetos de valor. Edu, cada vez más alejado del mercado
laboral, disfrutaba en su pequeño reino y ahorraba para retomar la agitada vida
social que llevó en tiempos. A pesar de no ser propietario, en una reunión de
la comunidad de vecinos, tirando de todo el carisma que pudo reunir y de su
condición de arquitecto que tuvo nombre, se comprometió a gestionar y coordinar
todos los trabajos de mantenimiento y limpieza del edificio, que descargó en
sus chicos, la mayoría a cambio de un techo, sin derecho a espacio en el
frigorífico ni llave y con dos duchas semanales algunos. Coincidiendo con esta
tímida expansión, la economía general empeoraba y las necesidades acuciaban.
Así
las cosas, el rey del 4ºD, siguió echando gente, quedándose con sus cosas y
atrayendo otros inquilinos, mediante discretos y estratégicos anuncios, que ya
eran directamente mano de obra barata. Numerosos inmigrantes sin recursos,
estudiantes sin becas, empresarios arruinados, parados y divorciados se
contaban entre sus víctimas; y entre los sospechosos, me dije, mientras
fotografiaba los biombos.
Publicado en el nº146 de la
revista de humor on line "El Estafador", dedicado a
los compañeros de piso.
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