Diego Vasallo no da nunca una letra por perdida, ni siquiera en sus etapas en Duncan Dhu y Cabaret Pop ha descuidado ese aspecto. Con el tiempo, su pluma ha ganado en sobriedad y lucidez, capacidad metafórica y descriptiva, por lo que su encuentro con el escritor Roger Wolfe se antoja de lo más pertinente. No resulta fácil la emergencia para una figura como la del donostiarra, tan marcada para bien o para mal por su pasado musical. Su evolución es el camino de despojamiento y destilación de un resolutivo compositor pop que, sin llegar a perder nunca ese punto melódico y preciosista, busca la esencia de la expresión, de la intemporalidad, incorporando variadas raíces musicales a su discurso (destacando la tradición mediterránea y europea), logrando que su cancionero soporte el fuego lento sin oler a chamusquina. Esta tendencia asomó en algunos momentos de “Criaturas” (1.997), confirmándose a partir de “Canciones de amor desafinado” (2.000), donde comienza su fructífero encuentro con el productor Suso Sáiz, que se desarrollará plenamente en el disco-libro conjunto “El cuaderno de pétalos de elefante” (2.002) y en “Los abismos cotidianos” (2.005). Este “La máquina del fin del mundo” reúne a dos creadores que nos miran desde la misma carretera perdida. Roger Wolfe, escritor inglés crecido en España, aporta todos los textos: inquietantes, irónicos, minuciosos, sombríos, descarnados. Oscuramente reflexivos, con mucha de la desolación de la narrativa norteamericana. Vasallo convierte en canción una parte de ellos (con esa voz cargada de nicotina y cansancio que usa desde “Canciones de amor desafinado”), tal que “Todas las noches” (estimulante y valiente inicio con sus nueve minutos), “La Poesía” (que recoge la idea borgiana de que cualquier cosa es susceptible de transmitirla) y “La máquina del mundo”, que son celebraciones balcánicas que transcurren entre gomosos e infatigables pianos, acordeones a punto de derrapar o febriles cuerdas. Hay sencillas viñetas folk como “Llueve”, conducida por una guitarra luminosa o “La avería”, con ese acordeón que va desenvolviéndose; y el postrero vals “La primavera”. El resto son recitados de Wolfe (que fluyen con naturalidad entre las canciones dejando un hondo calado, os lo aseguro), musicados por Joserra Semperena y Sáiz, que también comparten con Vasallo las labores de producción. Destacan el encuentro de las palabras con el vals que mece “Cuando me aburro”, el emocionante discurrir de “El calor” o el repiqueteo de piano en la trepidante “Atracadores”.
Publicado en el nº235 de la revista Ruta 66
1 comentario :
La poesía es un arma cargada de futuro y el futuro es el Banco de Santander (R.W. dixit)
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