Los enchufados atacan despiadadamente a Rajoy, o lo defienden, según el caso. Beben un trago de su cerveza, prueban las tapas, opinan mientras se limpian y ponen gesto de preocupación por la situación actual. Supongo que desconocen toda la energía negativa que brotó de cada uno de sus nombramientos, a dedo o mediante chanchullo más o menos evidente. Toda la frustración de los que los vieron ocupar puestos de forma inmerecida o recibir subvenciones o becas por ser familiares o amigos. Todo ese estímulo roto, todos esos caminos cortados a capricho y con descaro e insolencia, toda esa pérdida de confianza en el sistema y de fe en el resultado del esfuerzo y el trabajo honrados. Toda la desolación de ir escaleras arriba mientras la fiesta privada se celebra en una azotea de la que llega el ruido pero que nunca se podrá alcanzar. Toda la rabia ante la impunidad, los trucos baratos o la información privilegiada que circula susurrante en todas direcciones como un fantasma.
Los hijos de los trabajadores siguen conformando mayoritariamente ese ejército desolado de ilusiones perdidas o muy esquilmadas por el peso de una corrupción que se ha “democratizado”, extendiéndose como una fina capa por todos los sectores de la sociedad, alimentando a tahúres, hipócritas y desalmados de toda condición social y engordando ante la anuencia y el silencio, cómplice o desesperanzado, de casi todos hasta impedirnos respirar. Hasta colapsar nuestro presente y empeñar nuestro futuro. Así que, todos los que desde la política y sucedáneos, apelan hoy a los trabajadores, los mineros, los funcionarios o incluso los pequeños y medianos empresarios, deberían mirar un minuto a su alrededor y bajo su alfombra antes de abrir la bocaza.
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