08 diciembre 2013

CORRUPCIÓN, QUERIDA TÍA

A pesar de que la corrupción ocupa actualmente, según el barómetro del CIS, el segundo lugar entre las principales preocupaciones de los españoles, lo cierto es que se puede vivir tranquilamente con ella, ya que suele ser silenciosa y tarda en morder el bolsillo del pueblo (no olvidemos que casi nadie piensa en términos de bolsillo común). Tanto la corrupción como los malos usos tienen margen de sobra en nuestro acogedor sistema. Me imagino que son algo detestable para muchos políticos y personas honestas que trabajan en la cosa pública, pero terminan siendo perfectamente asumibles.

Cuando surge un brote de corrupción en el seno de cualquier organización o administración pública, jamás se paran las maquinarias, con sus miembros, dominados por el estupor y la vergüenza, resueltos a desenmarañar lo antes posible el asunto y hacer que prevalezca, sobre todas las cosas, la limpieza en su gestión. Aquí las alarmas saltan con silenciador, no vaya a parecer lo que no es. Nunca se pierde la calma. Sin cambiar el tono, se valoran los daños propios y se aborda la forma de minimizarlos. Se enturbia, se manipula, se culpa, se miente y, llegado el caso, se colocan como cortafuegos algunas cabezas de turco. Porque, en la política española, la justicia es fuego que hay que mantener alejado de los intereses generales.

Hace tiempo, en una debate televisivo, algunos periodistas se dedicaron a preguntarle a Alberto Garzón de IU cómo encajaba el mensaje de su agrupación (defensor absoluto de lo público, exigente y cargado de valores sociales e igualitarios), con el hecho de gobernar en coalición en Andalucía con un partido envuelto en un escándalo de corrupción de tan enormes proporciones y profundas ramificaciones que ni siquiera el silencio de demasiados ha conseguido minimizarlo. Su respuesta paseó por las ramas de siempre hasta que, ante la lógica insistencia de sus interlocutores, se sintió obligado a soltar un poquito de verdad: si dejaban de apoyar al PSOE podían dar lugar a unas elecciones que auparan al PP al poder, lo cual sería mucho peor, a la vista de la política de recortes y privatizaciones que aplica este partido actualmente allí donde gobierna. Indistintamente de que se pueda estar o no de acuerdo con este análisis, la idea que subyace es que la corrupción es asimilable. Se convive con ella, a lo mejor se pasa un mal rato, sí, pero se mira para otro lado con altura de miras y en paz, ya sabemos que el tiempo nunca deja de correr.

Desde la Junta de Andalucía se reprocha la obsesión de muchos con el caso de los ERE: ¿qué menos que obsesionarse ante algo tan sucio, a estas alturas, con esta situación de pobreza que nos asola? A estribor, algunas portadas de diarios conservadores han hecho hincapié en lo mal que nos viene para la salida de la crisis airear tanto el caso Bárcenas: ¿no debería ser al contrario?

El hecho de que sacar a la luz casos de corrupción amenace con ser contraproducente para los intereses de los ciudadanos y la estabilidad del sistema, es la mejor manera de reconocer países en vías de democratización o, mejor, eternamente en vías de democratización. El sindicalista, el miembro de un partido, no se dirigen a los jueces para agradecerles su labor al desentrañar y esclarecer vergonzosas prácticas, y así colaborar a la recuperación de esas organizaciones y, por ende, a la regeneración de nuestro marco de convivencia y de la confianza mínima que debe primar en las relaciones entre los ciudadanos y sus representantes, independientemente de su adscripción ideológica. Lo que hacen es ponerles trampas, tratar de ensuciar su imagen, increparles desde medios de comunicación afines o insultarles en la calle.

La corrupción provoca más ruido que cualquier otro desmán político; pero se trata mayormente de fuegos de artificio, desahogo, y excitante alimento de discusiones. Está ya tan introducida en el sistema y las conciencias que realmente solo intranquiliza al que puede ser arrojado a los leones, que por cierto, se suelen conformar con el primer plato.  Es como venir al mundo con un gen que nos permite comprender en cierta medida al que roba, al que defrauda, al que ejerce el nepotismo o el amiguismo. El mensaje subliminal nos repite como un mantra que si un partido es capaz de modernizar el país, de hacer una política económica seria o beneficiosa para todos, o de procurar avances sociales que integren y faciliten la vida de las personas, merece, además del reconocimiento de los votantes en las urnas, una cierta benevolencia ante las tropelías que, sin duda, muchos de sus cuadros van a acabar perpetrando. Siempre hay un peaje a pagar frente a la diosa corrupción. Quizá sean esos los restos de la secular postración española.

Una vez relaté en una red social el caso de un profesor que hace pocos años se jactaba en mi presencia de disponer a su antojo del material más caro de su instituto, carcajeándose de la cara de estupor que un pardillo como yo le ponía; y que actualmente brama más que nadie contra los recortes en cualquier foro. Recibí algunas respuestas que se paseaban por las ramas y, entre ellas, una airada que se refería a la inoportunidad de mi comentario. Ese es el inmenso boquete que hemos abierto a base de jugar todos a estrategas políticos, desde la prensa a la gran mayoría de los ciudadanos; cargando las tintas u obviando miserias e injusticias en pos de un presunto interés más elevado. Actuando con una prudencia y un sigilo que en muchas ocasiones no constituyen más que gestos de complicidad con el corrupto.

No ataquéis a Rajoy, estamos viendo la luz al final del túnel y el caso Bárcenas puede dar al traste con nuestra recuperación. No vayáis contra la Junta de Andalucía por el caso de los ERE fraudulentos. No interrumpáis su pulso renovador, siempre refrescante, son la única esperanza contra el neoliberalismo pepero. No critiquéis a la UGT, ¿no veis que se trata de una jugada para amordazar a los trabajadores? No divulguéis, ni como mera anécdota, la actitud individual de un profesor, el enemigo es Wert. Centrémonos en lo importante y que nada enturbie en lo más mínimo nuestra lucha. Cuando resolvamos lo inmediato arreglaremos los otros problemas. Dejémosles con su corrupción, de todas formas el mal ya está hecho. En cuanto cambiemos el gobierno tomaremos medidas al respecto. Las cosas acabarán volviendo a su cauce. En todas partes cuecen habas. Hay gente buena y mala en todos lados. Estas cosas se superan.


En resumen: se puede convivir con la corrupción, esa tía retirada que siempre acaba llamando al timbre. Además, siempre hay cosas peores.

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