La cosa es que a Belén Esteban le propusieron que
llamará a diez personas al azar para felicitarles las fiestas. Sería toda una
sorpresa para ellas. El día señalado estaban ante el teléfono ella, su
representante, vestido de blanco impoluto con el uniforme de la armada, y un
presentador con gafas y chaqueta verde brillante. Ella hizo como que se negaba
en el último momento, respiró profundamente y sus párpados bailaron. Después le
pusieron una venda y fue escogiendo números al azar de entre las decenas de
guías telefónicas que la rodeaban. Tú no eras consciente de esto, estabas en
otra cosa. Sonó el teléfono y contestaste. Era Belén. Dijo: "Hola señor,
soy Belén Esteban y le llamo desde Telecinco para desearle...". No le
diste tiempo a terminar. Reconociste la voz y colgaste. Un sudor frío corrió
por tu espalda, temblabas. Lamentaste seguir teniendo teléfono fijo, o no haber
retirado tu número de la guía, aquel día que lo planeaste. Después te tranquilizaste
y pensaste que todo era una pesadilla, una especie de sueño loco de duermevela.
O mejor, una broma de mal gusto que alguien te había gastado, eligiéndote al
azar. Te reíste por dentro de tu propia ingenuidad, pero encendiste la
televisión para asegurarte. En Telecinco estaba ella, acompañada de su
representante y del presentador. Tenía los ojos llorosos, se sentía muy triste;
maltratada porque tú le habías colgado. Había escuchado tu voz, tu respiración.
Ella había tratado de ser amable, cariñosa, pero tú habías colgado el teléfono.
La habías puesto en evidencia ante la audiencia. Te tenía localizado y no lo
iba a olvidar. Para colmo, al ver tu nombre en la guía supo quién eras
inmediatamente. Eras el crítico aquel que se mofó de su libro en las páginas de
un periódico de tirada nacional. Ella había entrevisto en tu artículo inquina
personal, falta de objetividad, envidia por sus ventas y mucha maldad por tu
parte. Tu teléfono se colapsó. Te llamaron de todos los programas de Telecinco.
Te ofrecieron dinero y te exigieron defenderte. Te esperaron a la puerta de tu
casa. Se pusieron en contacto con todos los medios con los que colaborabas. Unos
expertos estudiaron tu manera de escribir, en un programa de máxima audiencia.
Salió a la luz aquella novela tuya que pasó tan desapercibida, y la teoría de
la frustración y la envidia que guiaban tus actos, ganó enteros rápidamente.
Ella apareció llorando en un programa especial llamándote cobarde, y prometió
que te acordarías toda tu vida de no haber aceptado su felicitación de Navidad.
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