Flamin’ Groovies, no sé si muy a su pesar, son uno de los grupos a contracorriente
por antonomasia: amantes del rocanrol en el San Francisco de 1967 y de las
melodías cristalinas en el Londres de 1976 (pese a que muchos considera su
primera etapa como precursora del punk-rock).
Gozosamente anacrónicos, transgresores a su modo, impermeables a todo lo que no
formase parte de su universo musical y estético y, finalmente, situados en
tierra de nadie en los momentos cruciales. Acaso por eso, siempre vigentes,
siempre frescos. Famosos por sus directos incendiarios, guiados en escena por
esa militancia férrea del fan; por su
fidelidad y compromiso inquebrantables con la música que aman y les dota de sentido
como músicos y compositores. Controvertidos, despreciados en sus inicios por popes
como Bill Graham o Janis Joplin, nunca cuajaron en su
ciudad ni encajaron en la escena musical dominante, dado su carácter eminentemente
lúdico (que chocaba frontalmente con la actitud grave de sus coetáneos), su decisión de no tomar partido político y el
hecho de no ser para nada psicodélicos. Un mito crecido con robustez (sobre
todo en Europa) entre la indiferencia general. Una banda que para algunos quedó
finiquitada en 1971 y para otros nació al año siguiente, y que de vez en cuando
resucita en diferentes formatos y circunstancias. El próximo15 de junio
recalará en Granada. La gira se anuncia como The Flamin’ Groovies con Roy Loney, y la excusa es repasar su
disco “Teenage Head”, aunque me imagino que Cyril Jordan (el otro líder histórico y el único que ha estado en
todo momento) no dejará sus clásicos en el tintero. Los Groovies que Jordan
presenta en la actualidad se completan con alguien tan solvente en el terreno power-pop como el guitarrista Chris Von Sneidern, el bajista Atom Ellis (Link Wray) y la batería de Tony Sales (hijo y sobrino de la
sección rítmica del “Lust for life” de Iggy
Pop y de los Tin Machine de David Bowie). Me he perdido algunos
conciertos de viejas glorias en la ciudad por la casi certeza de la decepción (Sonics, Pretty Things, The Saints),
pero con los Groovies la cosa es distinta. Por alguna razón tengo la necesidad
imperiosa de verlos; dada su historia, su apasionada manera de sentir la
música, o su obcecado modo de enfrentarse
entre ellos. Quiero respirar durante un rato el mismo aire, observar cómo se
relacionan en escena Loney y Jordan; cómo, tantos años después, se miran y acometen
juntos esas canciones que en algún momento pensaron que les reportarían el
reconocimiento masivo.
Fueron dos líderes
con personalidades y puntos de vista contrapuestos, algo bastante común, por
otra parte; pero que ellos nunca supieron gestionar para mantener la banda a
flote y una dirección común. Desde una
de sus formaciones primigenias, The Lost & Found, se fueron imbricando y
solapando las influencias rockabilly
de Loney con la pasión por The Beatles de Jordan. Sea como fuere, Flamin’
Groovies fue un grupo surgido en la excitante estela de la British Invasion. Tras
debutar en 1968 con un diez pulgadas autoeditado, “Sneakers”, un año después se vieron beneficiados por el impacto de
todo lo que oliera a San Francisco en la música estadounidense del momento. Epic
les contrató y, con Stephen Goldman
como productor, los llevó a Hollywood, los alojó en la mansión que habitaba Elvis cuando iba a rodar sus películas,
y grabaron en el Estudio A de la CBS, con tiempo ilimitado y arreglistas y
músicos de sesión del calibre de Jack
Nitzsche, el saxofonista de jazz Curtis
Amy o el teclista Mike Lang. El
sonido resulta mucho más elaborado y ambicioso que el de su alborotado debut. Lógicamente,
la disponibilidad de medios y el contar con las colaboraciones mencionadas,
supusieron toda una tentación, sobre todo para Loney, cabeza visible en aquel
momento, para explorar distintas posibilidades sonoras. Sin olvidar las ínfulas
de un productor novato en busca de la perfección spectoriana, tan en boga. A raíz de esas veleidades se grabaron
cosas como los libérrimos y rastreadores veinte minutos de “American soul spider”, que, claro, quedaron fuera. De todas maneras, el repertorio incluido
en “Supersnazz” no pierde el pie en
ningún momento. Consiguieron un disco no exento de enjundia que resultaba, eso
sí, más sofisticado y luminoso que sus
presentaciones en directo. Contando con los arreglos de cuerda de Nitzsche en
momentos pausados, recogidos y breves como “A part from that”, o con el
clarinete de Tom Scott en la
chispeante “Bam balam”. Para todo ello se invirtieron más de mes y medio de
tiempo en el estudio y alrededor de 65.000 dólares de la época. Mucho dinero
para el debut de una banda que nadie sabía exactamente cómo vender.
Después de
que Epic se desprendiese de ellos, en marzo de 1970 graban “Flamingo” con Kama Sutra, subsello de
Buddah. Las sesiones, muy distintas a las del disco anterior (tres semanas), se
desarrollan en los estudios Pacific High Recording de su ciudad. Las mezclas se
hicieron en Nueva York a cargo de su productor, Richard Robinson (el hombre que año y pico después se pondría tras
los mandos en el fallido debut en solitario de Lou Reed). Loney ha evolucionado, imbuido, como el resto de la
banda, por la escena de Detroit. En la ciudad del motor tocaron con MC5, y con The Stooges en
Cincinnati, un par de meses antes de entra a grabar el disco. Jordan, por su
parte, aunque también estimulado por el sonido Detroit, continúa adscrito a sus
sacrosantas influencias Beatles/Byrds.
Por cierto, el título tiene que ver con sus sensaciones tras no ser renovador
por CBS: “Flamin’ go” (Flamin’ vete). El resultado es un disco mucho más crudo
y oscuro. Compacto y afilado en su desenfreno. Un lanzallamas de rocanrol grabado prácticamente en directo, muy
poco retocado (“Headin’ for the Texas border”, “Road house”); y del que no se
llegó a extraer ningún single. Un aún
poco conocido Comander Cody toca el
piano en temas como “Comin’ after me” (irresistible número r’n’b muchos años
después recuperado por sudorosos acólitos como Daddy Long Legs), “Second cousin” y la incendiaria versión de “Keep a knockin’” de Little Richard.
“Teenage head”, la que a la postre será
considerada por muchos como su obra más importante (aunque Cyril sostenga que
el sonido del disco remite más a carencias técnicas del grupo que a otra cosa),
apareció ocho meses después que
“Flamingo”, en marzo de 1971. El sonido crudo permanece fresco y directo, tras
foguear el disco anterior por los escenarios. En enero del nuevo año, repitiendo
sello y productor, se meten en los estudios Bell Sound de Nueva York. Esta vez
está nada menos que Jim Dickinson al
piano, tocando en el boogie “High flyin’ baby”, el country hendido de slide de “City lights”, y la versión de Randy Newman “Have you seen my baby?”. También
toca en la garajera versión del “I can’t explain” de The Who, que fue
lo primero que grabaron al llegar al estudio, aunque desgraciadamente quedó
fuera. Estos tres temas abren el álbum, dejando un incontestable aire stoniano en el ambiente que se extenderá
por el resto del elepé. Para “Evil hearted Ada”, Roy recupera sus primigenias
influencias rockabilly, y en “32-20”
revisan con efectividad el clásico de Robert
Johnson, con Tim Lynch cantando
y el añadido lírico de Loney; contando además con la inestimable colaboración de Jeff Hanna de The Nitty Gritty Dirt Band tocando la tabla de lavar y el arreglo de
guitarra del futuro Groovie Mike Wilhelm, miembro original que fue
de los Charlatans de San Francisco. “Whiskey woman” y “Yesterday’s numbers”, por su parte, van abundando en la línea de
complejidad y sensibilidad pop ansiada por Cyril Jordan, y que marcará su
manera de componer en un futuro inmediato. Al final, para completarlo, Loney y
Jordan, tuvieron que encerrarse en el hotel para reordenar a toda prisa ideas
que les rondaban y completar “Doctor Boogie” y su celebrada “Teenage head”. La grabación despertó mucho interés, más que
nada entre músicos afines y sectores de la crítica que les adoraban y que no
pararon de dejarse caer por el estudio. También lo hizo Lou Reed, que opinaba
que estaban malgastando su tiempo. Esta será la última grabación oficial de Roy
Loney con Flamin’ Groovies.
El camino desde ahí hasta la excelsitud de “Shake some action” está lleno de enfrenamientos, ilusiones, rupturas y decepciones. Tim
Lynch fue expulsado del grupo por arresto por posesión de drogas y problemas
con la oficina de reclutamiento. Poco después, a finales del verano de 1971, Roy
Loney abandona, siendo sustituido por Chris
Wilson, alguien mucho más cercano musicalmente a Cyril. En las
circunstancias de su marcha influyeron muchos factores, entre ellos su frustración creciente por el
devenir del grupo y la actitud de la compañía; y, sobre todo, la dirección
musical tan distinta que estaba empezando a tomar Cyril. La expulsión de Lynch
probablemente fue la gota que colmó el vaso. Antes de grabar el siguiente disco, también
con producción de Richard Robinson, el grupo rompe con Kama Sutra. En la
primavera de ese año, Loney y Jordan componen su última canción juntos, “Slow death”, de largo la mejor composición
de esta etapa de la banda. Para cuando apareció en single, Roy Loney llevaba casi un año fuera del grupo. Como
curiosidad, en el elepé “In person!!!!” (Norton, 1997), que recupera una
grabación en directo realizada el 30 de junio de 1971, se encuentra la única
grabación del tema con Loney tocando, así como la última con el grupo.
En abril de 1972, Flamin’ Groovies vuelan hacia
Inglaterra, dado el interés que consiguen despertar por parte de United Artists
cuando más descorazonados estaban. Con un alma gemela del calibre de Dave Edmunds en los controles, graban
en una mágica sesión nocturna “Shake some action”, “You tore me down” (escrita
in situ por Jordan), “Slow death” y “Little queenie”. Unos meses más tarde
regresaron al estudio para grabar “Married woman” y “Get a shot of r’n’b”;
siendo su versión de “Tallahassee Lassie” registrada en los estudios De Lane
Lea. Este material debía formar parta de un elepé que quedó en el olvido por
desavenencias con la compañía, que tardó poco en deshacerse de ellos. De las
sesiones solo vieron la luz dos singles:
“Slow death/Tallahassee Lassie” (UA, 1972), y las cuatrocientas copias prensadas
de “Married woman/Get a shot of r’n’b”,
aparecido en diciembre de ese año. “Slow death”, para colmo, sufrió la censura
de la BBC por contener la palabra “morfina” en la letra.
En 1973 el sello Capitol los fichó fugazmente, y
tuvieron la oportunidad de volver a grabar “Shake some action” en el estudio A
de la compañía en Los Angeles. También quedó registrada “When I heard your name”, otra de las joyas pop de esa etapa (también compuesta la misma noche que
se grabó), con su mellotrón y su reposado ritmo Bo diddley. Esta última versión de “Shake…” es la favorita de
Cyril, por cierto.
Tras un par de mini elepés con el sello francés Skydog
(“Grease” (1973) y “More grease” (1974)), fruto de grabaciones realizadas en 1971
en el garaje de Cyril Jordan, en 1975 aparece otro fan ilusionado por rescatar a la banda del olvido. Esta vez es Greg Shaw del sello Bomp de Los
Angeles, que publica en single el
“You tore me down” que grabaron con Edmunds, con una versión de “Him or me” de
sus admirados Paul Revere & The
Raiders en la cara B. Shaw convence a Seymour
Stein de Sire Records de las bondades del grupo y les consigue el mejor
contrato de su historia, dando inicio así a su trilogía más estable. “Shake some action” aparece en 1976,
producido de nuevo por Dave Edmunds, una exigencia innegociable para el grupo,
y grabado en los mismos estudios Rockfield. “Shake…” y “You tore me down” (la
del single con Bomp), se recuperan de las sesiones de 1972. Del resto, grabado
a finales de 1975, destaca otra de sus influyentes gemas, “I can’t hide” (como tantas otras, compuesta
durante las sesiones de grabación), y múltiples versiones, entre las que
sobresalen “Sometimes” de Paul Revere & The Riders o “She said Yeah” de Larry Williams; y en el que las querencias por el pop y la
estética británicas conviven con sudorosas y expeditivas recreaciones de sus
raíces blues. Todo enmarcado en esa querencia Beatle tan acusada en Jordan y ya marca indeleble de la casa.
“Now” se publica en septiembre de 1978.
Se grabó la primavera anterior de nuevo en los estudios Rockfield del sur de
Gales, con un Dave Edmunds muy implicado en las exploraciones sonoras del grupo
repitiendo en la producción. Encapsulados en su planeta musical, completamente ajenos
a la onda expansiva punk que aún colea con fuerza en el Reino Unido, la
vibrante limpieza del sonido de The Byrds impregna esta vez el repertorio (de
hecho, el disco se abre con su versión del “I’ll feel a whole lot better” de Gene Clarke), sostenido por la calidad
de temas propios del calibre de “Between the lines” o “Take me back”. La
incorporación de Mike Wilhelm como guitarra en sustitución de James Ferrell es palpable y tiene mucho
que ver en la elegancia del sonido desarrollado. 1979 es el año de “Jumpin’ in the night” y el fin de la
trilogía Sire. Roger Bechirian,
ingeniero de sonido habitual de Edmunds, se encarga esta vez de la producción.
Sigue la tónica de los discos anteriores de ofrecer dosis similares de versiones
que rinden tributo a sus héroes y temas propios, aunque menos inspirados estos
últimos que en las otras entregas. Opino que la pericia, capacidad compositiva,
energía y buen gusto pop del grupo, les podía haber encontrado un hueco entre
lo más granado de la denominada new-wave
de aquellos años, acaso entre Costello y
Graham Parker, pero la realidad es
que volvieron a quedarse fuera del radar y el disco pasó desapercibido. Cabe
destacar momentos que mantienen el pulso compositivo como "First plane home" o el imperioso aliento Stone
que imprimieron a “Jumpin’ in the night” (la canción).
Fueron estos los años de esas canciones que te van
lloviendo hasta empaparte, del detalle mimado y la pausa, de las guitarras
resplandecientes y las cuidadas armonías. Trajes de terciopelo y botas de tacón
cubano. Ese “me gustaría que volviera a ser 1965 otra vez” que cantarían The Barracudas al año siguiente. No en
vano, un acerbo Cyril Jordan no duda en asegurar que todo el camino recorrido
hasta llegar a esta etapa de madurez es pura emulación, puro cuento. Tras esta
última decepción la banda se deshizo y nuevas frustraciones se fueron
acumulando, como el elepé de 1981 con Skydog que nunca se llegó a terminar.
Aquellas sesiones inacabadas vieron, para desesperación de Cyril Jordan, la luz
en 1984 bajo el título de “Gold Star Tapes”. La gota que colma el vaso de
Wilson se produce por desavenencias con Jordan acerca de la duración de una
actuación, muy bien pagada, que iban a realizar el 31 de octubre de 1981 en el
hotel Miyako de San Francisco. Esa será la última noche de Chris Wilson con los
Flamin’ Groovies hasta nueva orden. Después, poco más: tres discos espaciados
en el tiempo en los que no se fijarán a la hora de elegir su repertorio para
esta gira. “One night stand” (AIM,
1987), que recoge temas ya conocidos grabados en un toma el 28 de julio de 1986
en estudio, ya que Cyril quiso guardarse sus últimas composiciones para
momentos más propicios. “Rock Juice”
(National, 1993), con Cyril como absoluto amo y señor; pirateado casi entero
unos meses antes por Peter Noble de
AIM en Australia como “Step Up” (AIM), sumando otra piececita a la maraña de
rarezas que conforma su discografía. Y, por último, “Fantastic Plastic” (Severn, 2017), un aceptable ejercicio de
memoria sonora groovie que supone el
reencuentro con Chris Wilson en estudio.
Ahora me dicen que Roy Loney no viene a Granada, que
ha sufrido una caída en el aeropuerto de San Francisco cuando salían para
Europa. Tiene un golpe en la cabeza y ha sido hospitalizado. Desde estas
páginas se le desea una pronta recuperación. Yo, por mi parte, me conformaré
con ver al Cyril, que no es poco.
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