Robert Stone fue corresponsal algunos meses durante la guerra de Vietnam, en 1.971. Esa experiencia le sirvió de lanzadera para construir este relato itinerante tan divertido como catártico y violento. Tan absorbente como fatalista. Publicada en 1.974 recibió premios y consagró a su autor entre las principales voces de la narrativa estadounidense.
Una imprecisa sensación de hastío vital recorre la novela de principio a fin, incluso en los momentos más intensos o dramáticos, ya sea en Vietnam o San Francisco. Toda la desolación provocada por la naciente resaca del progresivo derrumbe del sueño contracultural y la guerra de Vietnam se envuelve en un humor que corta, con un electrizante deje sombrío; en una fina y ajustada ironía, presente también en multitud de reflexiones surgidas a la luz de una fría lucidez. Tempo cansado, ralentizado por el calor, la constante presencia de las drogas, y el propio agotamiento en que andaba sumida toda una época con el rumbo perdido. Hay mucho de tragedia absurda en el devenir de unos acontecimientos delirantes, esperpénticos por momentos, pero absolutamente verosímiles. Una crítica punzante y demoledora a la base política y a la actitud de toda una generación. Bien asentado en la mejor tradición estadounidense, consolidada por Hemingway, Stone hace avanzar su historia mediante descripciones precisas a menudo memorables y certeras, acaso lacónicas; conviviendo con esos detalles en cuya descripción se demora caprichosamente. Comparaciones demoledoras, definitivas, de las que desnudan; y un pequeño arsenal de frases lapidarias, tan imbuidas del distante acento general ya descrito. El narrador omnisciente en tercera persona sigue la peripecia de sus personajes, que a veces parecen arrastrarlo a un mantra narrativo, mientras que en otros momentos el tono se tensa con chispazos de prospecciones psicológicas en las que emerge el miedo y el verdadero drama de esos personajes y su tiempo. Una visión acerada y brutal de un momento corrompido en que los mecanismos del bien y el mal parecen haber perdido el norte. Los personajes se desarrollan partiendo de su capacidad de movimiento y reacción en esa telaraña peligrosa que ellos mismos van tejiendo dentro de una tangible sensación de telaraña general. Los vemos evolucionar en su dimensión narcótica, desesperanzada y perversa. Viajamos a su terreno sintiéndonos atraídos y repelidos a la vez, observándolos abandonados en el centro de la encrucijada de su época. Contradictorios, imprevisibles (sobre todo), débiles, insensatos, derrotados conscientes de su derrota. Comunicándose mediante diálogos sesgados, cargados de vitriolo, descreídos y cínicos, un punto enfermos. A la defensiva, siempre ocultando algo, mintiendo a medias, generalmente. Tratando en parte de explicarse, de justificar el sentido de su existencia. Llenos de dobleces y aristas. De un ingenio desilusionado.
Publicado en la revista cultural digital Paisajes Eléctricos, en enero de 2.013.
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