16 agosto 2012

RIQUEZA VERSUS POBREZA (REFLEXIÓN EN EL PASILLO DE LOS CONGELADOS)

Diego Valderas (actual vicepresidente de la Junta de Andalucía, con más de treinta años de carrera política desempeñando diversos cargos públicos) ha declarado que el robo de alimentos en dos supermercados dirigido por su compañero de partido Juan Manuel Sánchez Gordillo (diputado del parlamento andaluz, alcalde de Marinaleda, y más de treinta años de carrera política desempeñando diversos cargos públicos), además de ser un acto simbólico, “abre un gran debate entre riqueza y pobreza, una realidad que no se puede ignorar”. Estoy de acuerdo, en la situación actual (y en cualquier otra) no se debe permitir que haya gente que pase hambre mientras los supermercados ofrecen todo tipo de productos. O sea, no es admisible la pobreza existiendo riqueza. Pero debo reconocer que la frase me sobrecoge. Yo hasta ese momento pensaba que la finalidad de la política era precisamente ésa: eliminar atroces desequilibrios de toda índole, estrechar las diferencias entre ricos y pobres. Se trataba de recortar privilegios a los primeros y dar oportunidades a los segundos, planificar convenientemente la actividad económica general en evitación de desmanes, desarrollar un sistema tributario justo en proporción a los ingresos, redistribuir los recursos con rigor y equidad, invertir eficientemente en las zonas más deprimidas para que recuperasen el pulso y pudieran así generar riqueza para sus ciudadanos. Erradicar situaciones de necesidad mediante un amplio sistema universal y gratuito de coberturas sociales, o apoyar de manera cierta y eficaz a cualquiera que quisiese crear una empresa o estudiar, independientemente de sus circunstancias económicas. No se puede pedir a un político, ni siquiera a un partido, que lleve todo esto a cabo solo, pero sí al sistema político que ellos contribuyen día a día a moldear desde su posición de políticos profesionales, de personas que dedican su vida laboral a ese fin. Pues eso, que yo imaginaba personajes sagaces, casi de leyenda, eliminando las injusticias y los privilegios, enfocando los problemas y tratando de resolverlos. Reuniéndose para cambiar impresiones. En constante comunicación con la ciudadanía. Acudiendo responsables y libres a un parlamento en el que confrontar ideas y buscar soluciones. Sentando, en definitiva, con prestancia las bases para que los progresos alcanzados no pudiesen tener marcha atrás. Pero no, resulta que nada de eso ha hecho mella en la diferencia entre ricos y pobres, y el hecho de que un político veterano auspicie un robo de alimentos de primera necesidad inicia un debate que yo daba por abierto y en pleno apogeo desde hace al menos un par de siglos.

Ya, ya, sé que las cosas no son así, eso sería lo ideal, pero la realidad es mucho más compleja. Es verdad, todo se ha ido transformando: al principio se suponía que los partidos políticos representaban la voluntad popular, que estaban estrechamente vinculados, directamente engarzados con la población pero crecieron y crecieron hasta convertirse en verdaderas industrias de poder engrasadas con ingentes cantidades de dinero público y de préstamos bancarios que jamás podrán devolver sino manteniendo o creando privilegios. Crecieron tanto en dirección a su nube que ahora los representantes directos del pueblo se reúnen con los agentes sociales y diversas asociaciones que son, por lo visto, los portavoces y representantes actuales del pueblo. ¿Cuándo subieron los partidos políticos ese escalón? ¿Cuándo el político llano de la prometedora democracia que nos vendieron comenzó a hablar ese idioma jeroglífico, solo para iniciados, que todos interpretamos con resignación?

El político, desde que consigue ser concejal de su pueblo entra en otra dimensión, cambia el gesto y se plastifica. Parece un Madelman hasta tomándose un cortado. Se deja llevar por la corriente, nada y guarda la ropa, se harta de decir sí pero no, engatusa, contemporiza, trampea, y, cuando un grupo de ciudadanos realiza un acto de repulsa de la situación actual, va corriendo a manifestarse junto a ellos como si la solución de ese malestar esgrimido no formase parte directa de sus competencias; queriendo ser parte de una gozosa oposición permanente (y en su caso bien remunerada) frente a ese voraz enemigo que es El Sistema, del cual la clase política (así nos lo ha demostrado), a la hora de la verdad, no osa mover ni una coma, más que por incompetencia por instinto de supervivencia dentro de esas, a todas luces, disparatadas coordenadas.

Parece subyugante vivir en ese limbo, realizar políticas sin amplitud de miras, navegar con un rumbo predeterminado por los intersticios del poder y poner gesto de contrición ante el ciudadano lamentando muchísimo no haber podido hacer nada más, porque, ya se sabe, lo ideal sería esto o aquello pero la realidad es mucho más compleja. Pero claro, todo esto sin la mínima intención de dimitir ni de salir sin llevarse un buen bocado. Y obviando admitir que los partidos que ejercen algún tipo de poder o representación tienen siempre su porcentaje de responsabilidad en cualquier situación que se plantee. No se puede estar con un pie dentro y otro fuera de El Sistema.

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