21 agosto 2012

FERIA

Los ojos curiosos de los niños parecían más vivos que nunca, arremolinados como estaban alrededor de la gastada manta sobre la que descansaban juguetes y cachivaches caídos de la locomotora del tiempo. Armas de plástico, pelotas, muñecos de todo tamaño y color, cochecitos y motos, minúsculos utensilios de cocina; muñecas de mueca borrosa que daban la sensación de haber recorrido medio mundo, incluso pasando hambre y miedo. La feria avivaba la algarabía con música estridente, envolvía a las gentes en su delirante dinámica como un ansioso y gigante pañuelo multicolor, las embadurnaba de ilusión, de cegadoras bengalas de esperanza. Los saludos se hacían más cordiales y las risas brotaban desbridando pesares. Entre los trajes limpios y bien planchados que esquivaban con gracia la estrechez en la noche estrellada, el alcohol abría sus brazos de par en par en esa pequeña superficie triangular llamada ferial, donde desembocaban multitudes procedentes de focos de oscuridad y desempleo.

Los niños alucinados tiraban de los pantalones de sus padres mientras estos maldecían a los bancos y planeaban escabechinas contra la crisis. Pedían dinero para comprar algún juguete y salían disparados con su pequeño corazón latiendo poderoso, repitiéndose casi en voz alta los consejos paternos al apretar las monedas en sus manitas. Mientras el vendedor acuclillado comprobaba con un cigarro en la boca que el cargador de una pistola de juguete funcionaba, apuntando contra una pared, los niños le gritaban que solo iban a pagarle la mitad del precio que les había dicho. 



texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

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