25 noviembre 2009
"Odio todo lo que huele a partido..."
"Odio todo lo que huele a partido, a escuela o secta, porque nunca he podido persuadirme que no sea un necio el hombre que profesa íntegras todas las doctrinas de un partido, secta o escuela" (Miguel de Unamuno).
20 septiembre 2009
EL MECÁNICO DE LO DIMINUTO (Un pequeño homenaje a los tebeos)
Me imagino que El Mecánico De Lo Diminuto disfrutaría arreglando centrales nucleares, tanques o fábricas de conservas liliputienses. Le observo tranquilamente mientras arregla un viejo transistor en alguna mansión señorial en blanco y negro. Lo destripa con un cariño rayano en la más arcana de las adoraciones. Las viñetas se suceden sin que se aprecie el más mínimo movimiento de su cuerpo, sólo vibran sus pupilas, sus dedos y las exageradas gotas de sudor que circulan por su rostro crispado. Una voz le habla asomándose por la parte superior de cada una de las viñetas siguientes: pregunta, inquiere, relata, tose, desconfía, pregunta, inquiere, relata, tose, desconfía... El círculo que encierra las palabras se va agrandando hasta ocupar las últimas viñetas en su totalidad, encerrando en su interior la angulosa presencia de El Mecánico que, por fin, exhibiendo una sonrisa llena de dudas, anuncia el final de su propia tortura: ¡listo!, espeta. Los gruesos dedos de una mano pequeña y poco apta para las habilidades se prestan a encender el aparato: "click". Nada.
El aluvión de reproches y burlas esta vez aparece encerrado en un pequeño círculo, el cuerpo orondo e inclasificable de un viejo desaliñado se hace con el poder de las viñetas siguientes. El Mecánico, completamente abatido, se pone en pie en la misma viñeta en la que estaba sentado y, arqueándose extrañamente, abandona la historieta con paso firme; atravesando, ante mi mayúscula sorpresa, con largas zancadas las viñetas anteriores, recogiendo rápidamente su figura de cada una de ellas y dejando reproches y estúpidas preguntas suspendidas en el aire; acompañado de una rebosante cartera que, en su vaivén, expulsa algunas minúsculas piezas por el camino. Realiza un auténtico paseo por su pasado inmediato, en el que mis ojos tratan de seguirle sin saber qué hacer.
Al llegar al principio de la historieta, se sienta en la parte superior de la primera viñeta, de la que ya ha desaparecido su figura, con los pies colgando, balanceándose en libertad. Lo miro atónito secarse el exagerado sudor de su rostro y limpiar sus lentes. La tristeza de sus grandes ojos me mira entre asustada y complacida, esperando una respuesta por mi parte que aplazo para fumarme un cigarrillo asomado a la realidad para respirarla y, tal vez, despertar.
Cuando regreso a mi asiento, casi convencido de que todo ha sido una visión maravillosa, fruto del capricho de la exuberante mezcolanza de historietas que pueblan mi mente, sigue ahí; sentado de la misma manera pero sobre la primera viñeta de la historia vecina. Me mira de nuevo, como si quisiera que la leyésemos juntos; y es entonces cuando deposito mi mirada en esa primera viñeta esperanzado en que un personaje protagonista de una historia tenga derecho a abandonarla porque sí, y mezclarse conmigo en otras donde nos salpiquen el placer, la sangre y esos centenares de gestos que muestran centenares de chispazos de sentimientos.
"Comunicación defectuosa, comunicación defectuosa", grita alguien. El Mecánico, apoyado sobre la página me mira sobresaltado. Desde arriba se asoma al ventanuco que supone la primera viñeta de una serie que se antoja larga y confusa, cargada de viñetas de pequeño tamaño que más bien parecen pequeños tragaluces. Allí vemos un rudo rostro congestionado, de rotundos trazos, la boca abierta rodeada de la débil oscuridad de una barba reciente, de donde parte una estrella de puntas exageradas y desiguales que encierra ese mensaje, esa angustia. Yo me dedico a seguir la lectura con normalidad mientras El Mecánico avanza con torpeza viñeta tras viñeta observando una mancha que se acerca cada vez más a la posición que ocupa ese hombre angustiado. Desde arriba leo veo gesticularme cuando llega al final de la página, por los gestos puedo adivinar el peligro que se cierne, así que arrecio la lectura con ansiedad. Siguiendo la mancha creciente que había asustado al joven mecánico, devoro viñeta tras viñeta comprobando lo fundado de sus temores. Casi al acabar la página la mancha se convierte en un grupo de sudorosos y desataviados hombres encabezados por quien parece ser su jefe; no hablan y el dibujo expresa perfectamente lo sigiloso de su acercamiento. Al iniciar la última tira se nos desvela el secreto de su posición, a pocos metros del incomunicado joven. La siguiente viñeta se muestra como una explosión de trágico primer plano al aparecer el jefe del grupo degollando cruelmente con su cuchillo a nuestro protagonista. El Mecánico se queda unos tensos segundos con la cara pegada al rostro de sufrimiento y sorpresa del que brota la sangre en todas direcciones. Después se vuelve nervioso hacia mí señalándome con su pequeño brazo derecho el principio de la historia y saltando convulsivamente. Creo que me insta a volver a empezar la lectura, o sea, a revivirla de nuevo desde el principio para que él pueda avisar al desdichado mercenario; pero no puede ser, yo ya conozco el final de estos acontecimientos, el desenlace de su destino, y no puedo volverlo atrás. No tengo derecho. El Mecánico me mira fijamente a los ojos, tanto que me desconcierta y me hace bajar la mirada, pero luego se vuelve y se coloca en posición esperando a que pase la hoja, comprendiendo lo ocurrido.
Tomo entre mis dedos la parte inferior derecha de la página, tras humedecerlos con la lengua, los deslizo levemente por la zona indicada mandando aviso; El Mecánico entonces, se aferra fuertemente con sus manitas al filo de la parte superior derecha, volviendo la cabeza hacia mí para advertirme que está listo. De esta forma paso despacio la hoja describiendo en el aire una semicircunferencia que mi inefable compañero parece recorrer gozoso. Desconozco si sus fuerzas le permitirían cambiar de página por sí mismo, pero me divierte la felicidad infantil con que acoge este rito.
El Mecánico, ya incorporado, empieza el seguimiento de las viñetas lentamente, casi más despacio que yo, y mucho más atento. Paisajes sobrevolados por siniestras avionetas, barcazas cargadas de sicarios que alcanzan la playa en la lejanía.
Así pues, avanzamos plácidamente contemplando más la belleza del paisaje dibujado que la magnitud de la contienda que se acerca. Al pasar a la otra página nos topamos con unos hombres con aspecto de nativos que preparan con presteza lo que parece una aviesa emboscada. Observo la inquietud que agita al pequeño cuerpo que me acompaña; la presencia de otra amenaza para alguien le ha alterado visiblemente, me mira y sigue adelante con precaución. Pasadas tres viñetas una figura se acerca empuñando un arma hacia el cielo, en la siguiente aparece de cintura para arriba, ofreciendo un aspecto muy parecido al de la víctima anterior. Al posar mi mirada en la siguiente fila noto la ausencia del pequeño cuerpo animado, vuelvo atrás y lo sorprendo dirigiéndose al nuevo mercenario y señalando con nerviosismo las viñetas precedentes.
¿Podrá hablar con personajes de historietas ajenas?, ¿lo escucharán? La ansiedad hace mi espera interminable en medio de este apasionante viaje, me asalta la tentación de mirar de reojo el resto de las viñetas que siguen, pero una súbita sensación de compañerismo hace que incluso me ruborice ante la idea. Yo también estoy metido en esto.
El Mecánico deja de hablar y se vuelve hacia mí, entonces comprendo que desconoce completamente si ha sido escuchado, pero también que la sensación de haber hecho lo que ha podido refresca ostensiblemente su conciencia. ¿Conciencia? Reiniciamos el seguimiento absolutamente abstraídos de todo lo que no sea el desenlace que bordeamos. Una viñeta atiborrada de disparos nos sorprende. Al introducirse en la jungla el mercenario ha avistado a los nativos, y éstos han caído sin opción de defenderse. Mi compañero me mira aliviado, y yo le devuelvo la mirada completamente anonadado. La posibilidad de que la intervención de El Mecánico haya cambiado el curso de los acontecimientos de esta historieta, me hace levantarme a pasear por la habitación con un cigarrillo para tratar de ordenar mis ideas cubiertas de asombro, le miro y veo que él hace lo mismo aunque sin cigarro: recorre la última tira como un poseso.
Al acabar, realizamos el rito del paso de página con alborozo y sin apenas cautela, y comenzamos el nuevo itinerario asumiendo nuestra nueva función de vigilancia. Pero el transcurrir de la historieta toma al punto unos derroteros imprevisibles: tras acabar una nueva página comprendemos que los nativos sólo defendían su tierra de intrusos especuladores que la quieren dominar, y que el mercenario al que El Mecánico avisó era un destacado sicario de los invasores.
La gran pregunta ocupa toda mi mente: ¿ha cambiado mi acompañante el curso de los acontecimientos o habría sido así de todos modos? Lo miró y está petrificado observando los lamentos de los familiares y jefes de los nativos en el poblado, se siente culpable. Pienso que el gran dilema estriba en si pueden escucharlo los personajes del cómic o no; y de esta forma me sorprendo hablándole por primera vez, conminándole a dirigirse al primer personaje que vea para dilucidar de una vez por todas esta cuestión. No me mira, no me oye, o no quiere. Simplemente sigue el curso de la historieta sin mirar, completamente abatido. Dejando, imagino, en manos del destino la responsabilidad de todo lo que ocurra a partir de ahora. Una vez repuesto de la sorpresa me dispongo a continuar la lectura. Pero tengo que esperarlo, como siempre, ya que ahora esta sentado en el inicio de la nueva historieta con las manos tapándole la cara. Resoplo adivinando sus pensamientos: ha abandonado su frustrante mundo en busca de aventuras pero hasta ahora sólo ha visto muerte. Empiezo a plantearme si no querrá volver a su lugar de origen, pero, tras esperarlo casi un minuto, se incorpora y comienza a adentrarse en una nueva aventura.
Primera viñeta: un semáforo a lo lejos; segunda viñeta: primer plano del semáforo; resulta que el muñeco con sombrero que regula el paso de los peatones tiene vida propia y no hace otra cosa que bailotear y gesticular. También habla: "hola amigos, de aquí parten las carreteras más soleadas del país". El Mecánico lo mira con interés, ¿qué extraño mecanismo hará actuar de esta manera al muñeco?
En la siguiente tira estamos en el interior de un coche, sobre todo mi compañero que se acomoda entre el chico y la chica que van atrás. Delante, una morena escultural conduce y otro chico hace de copiloto, los cuatro rostros derrochan felicidad y colorido; transmiten velocidad y ganas de ir muy lejos, sin tener que frenar para nada. La conversación es frenética y delirante, y en ella se basan las dos páginas que tengo ante mí. En la ilusión desbordante de la huida. El Mecánico ríe como jamás hubiera imaginado que podría hacerlo. Es feliz de verdad, y parece que abandonar ese coche sea lo último que desee hacer. Pero la última viñeta, como en tantas otras historias donde una viñeta trastoca todos los destinos, cambia drásticamente la situación; se pasa del interior del coche donde ha transcurrido toda la historieta a un último y pequeño recuadro en el que el coche se empequeñece colocándose a vista de pájaro, yéndose sin El Mecánico, quién, sintiéndose como si hubiera salido despedido del vehículo, lo ve marcharse con los brazos en jarras mientras tropieza con un letrero que dice "CONTINUARA".
A los pocos segundos se vuelve resuelto hacia mí exigiéndome que reinicie la lectura. Yo, haciéndome cargo de sus sentimientos, accedo hasta casi la veintena de veces. Pero el resultado siempre es el mismo. Al fin, se detiene agotado y mira por enésima vez el letrero maldito; después, con la fuerza de una mirada resignada me pide que lo lleve a su historieta, y antes de llegar a ella recoge su cartera de herramientas que, sin yo darme cuenta, había dejado tirada en algún sitio. Al llegar a su lugar de origen intento esbozar unas palabras de despedida, o al menos tocarlo, rozarlo con los dedos; palpar una rugosidad especial, un relieve de vida, un latido. Pero sin yo apreciarlo vuelve a ocupar el lugar que dejó vacante en todas las viñetas. Seguro que es mejor así.
Imagino que, al final, no se contentó con figurar, quería más y, ante la imposibilidad de lograrlo, decidió regresar al que parece ser su sitio. Prefirió cumplir con su destino a quedarse aguardando con la vana esperanza de ser admitido en el desconocido coche mientras se consumía escuchando los mismos comentarios graciosos viñeta tras viñeta. Yo, por mi parte cerré el tebeo.
Han pasado muchos años desde aquella increíble experiencia. Mi colección de cómics se vio incrementada hasta superar los varios millares, así como mi conocimiento de historias, tragedias, aventuras y, en definitiva, trozos de vidas imaginarias plenas a su vez de vida. Nunca perdí la esperanza de que se volviese a repetir esa situación, aunque creo que, en el fondo, nunca lo esperé realmente. Sabía que había sido algo único, sabía que si se lo intentaba mostrar a mis amigos desaparecería el hechizo; incluso consideré excesivo volverlo a repetir yo mismo. Hubiera supuesto obsesionarme con una historia, habiendo tantas por conocer escondidas en tantas publicaciones, en tantas formas, en tantos colores. Al acabar la lectura aquel día, coloqué el ejemplar en uno de los montones que abarrotaban mi pequeña biblioteca para no volverlo a ver más, incluso con el tiempo me olvidé de cómo era la portada, y en los sucesivos traslados de mi vida y de mi inseparable colección no llegué a reparar jamás en su presencia. No obstante, ayer, durante mi rato habitual de lectura, algo me intranquilizó acelerando mi corazón y trayéndome además a la memoria esta historia que me he decidido a relatar en lo que creo son las postrimerías de mi vida: hojeando una de mis últimas adquisiciones me pareció ver sobre la cama de una viñeta en una tórrida historia de amor con varias páginas a todo color algo raro, pequeñas manchas diseminadas que al ser observadas cuidadosamente resultaron ser diminutas pinzas, tuercas y destornilladores en finísimo blanco y negro.
El aluvión de reproches y burlas esta vez aparece encerrado en un pequeño círculo, el cuerpo orondo e inclasificable de un viejo desaliñado se hace con el poder de las viñetas siguientes. El Mecánico, completamente abatido, se pone en pie en la misma viñeta en la que estaba sentado y, arqueándose extrañamente, abandona la historieta con paso firme; atravesando, ante mi mayúscula sorpresa, con largas zancadas las viñetas anteriores, recogiendo rápidamente su figura de cada una de ellas y dejando reproches y estúpidas preguntas suspendidas en el aire; acompañado de una rebosante cartera que, en su vaivén, expulsa algunas minúsculas piezas por el camino. Realiza un auténtico paseo por su pasado inmediato, en el que mis ojos tratan de seguirle sin saber qué hacer.
Al llegar al principio de la historieta, se sienta en la parte superior de la primera viñeta, de la que ya ha desaparecido su figura, con los pies colgando, balanceándose en libertad. Lo miro atónito secarse el exagerado sudor de su rostro y limpiar sus lentes. La tristeza de sus grandes ojos me mira entre asustada y complacida, esperando una respuesta por mi parte que aplazo para fumarme un cigarrillo asomado a la realidad para respirarla y, tal vez, despertar.
Cuando regreso a mi asiento, casi convencido de que todo ha sido una visión maravillosa, fruto del capricho de la exuberante mezcolanza de historietas que pueblan mi mente, sigue ahí; sentado de la misma manera pero sobre la primera viñeta de la historia vecina. Me mira de nuevo, como si quisiera que la leyésemos juntos; y es entonces cuando deposito mi mirada en esa primera viñeta esperanzado en que un personaje protagonista de una historia tenga derecho a abandonarla porque sí, y mezclarse conmigo en otras donde nos salpiquen el placer, la sangre y esos centenares de gestos que muestran centenares de chispazos de sentimientos.
"Comunicación defectuosa, comunicación defectuosa", grita alguien. El Mecánico, apoyado sobre la página me mira sobresaltado. Desde arriba se asoma al ventanuco que supone la primera viñeta de una serie que se antoja larga y confusa, cargada de viñetas de pequeño tamaño que más bien parecen pequeños tragaluces. Allí vemos un rudo rostro congestionado, de rotundos trazos, la boca abierta rodeada de la débil oscuridad de una barba reciente, de donde parte una estrella de puntas exageradas y desiguales que encierra ese mensaje, esa angustia. Yo me dedico a seguir la lectura con normalidad mientras El Mecánico avanza con torpeza viñeta tras viñeta observando una mancha que se acerca cada vez más a la posición que ocupa ese hombre angustiado. Desde arriba leo veo gesticularme cuando llega al final de la página, por los gestos puedo adivinar el peligro que se cierne, así que arrecio la lectura con ansiedad. Siguiendo la mancha creciente que había asustado al joven mecánico, devoro viñeta tras viñeta comprobando lo fundado de sus temores. Casi al acabar la página la mancha se convierte en un grupo de sudorosos y desataviados hombres encabezados por quien parece ser su jefe; no hablan y el dibujo expresa perfectamente lo sigiloso de su acercamiento. Al iniciar la última tira se nos desvela el secreto de su posición, a pocos metros del incomunicado joven. La siguiente viñeta se muestra como una explosión de trágico primer plano al aparecer el jefe del grupo degollando cruelmente con su cuchillo a nuestro protagonista. El Mecánico se queda unos tensos segundos con la cara pegada al rostro de sufrimiento y sorpresa del que brota la sangre en todas direcciones. Después se vuelve nervioso hacia mí señalándome con su pequeño brazo derecho el principio de la historia y saltando convulsivamente. Creo que me insta a volver a empezar la lectura, o sea, a revivirla de nuevo desde el principio para que él pueda avisar al desdichado mercenario; pero no puede ser, yo ya conozco el final de estos acontecimientos, el desenlace de su destino, y no puedo volverlo atrás. No tengo derecho. El Mecánico me mira fijamente a los ojos, tanto que me desconcierta y me hace bajar la mirada, pero luego se vuelve y se coloca en posición esperando a que pase la hoja, comprendiendo lo ocurrido.
Tomo entre mis dedos la parte inferior derecha de la página, tras humedecerlos con la lengua, los deslizo levemente por la zona indicada mandando aviso; El Mecánico entonces, se aferra fuertemente con sus manitas al filo de la parte superior derecha, volviendo la cabeza hacia mí para advertirme que está listo. De esta forma paso despacio la hoja describiendo en el aire una semicircunferencia que mi inefable compañero parece recorrer gozoso. Desconozco si sus fuerzas le permitirían cambiar de página por sí mismo, pero me divierte la felicidad infantil con que acoge este rito.
El Mecánico, ya incorporado, empieza el seguimiento de las viñetas lentamente, casi más despacio que yo, y mucho más atento. Paisajes sobrevolados por siniestras avionetas, barcazas cargadas de sicarios que alcanzan la playa en la lejanía.
Así pues, avanzamos plácidamente contemplando más la belleza del paisaje dibujado que la magnitud de la contienda que se acerca. Al pasar a la otra página nos topamos con unos hombres con aspecto de nativos que preparan con presteza lo que parece una aviesa emboscada. Observo la inquietud que agita al pequeño cuerpo que me acompaña; la presencia de otra amenaza para alguien le ha alterado visiblemente, me mira y sigue adelante con precaución. Pasadas tres viñetas una figura se acerca empuñando un arma hacia el cielo, en la siguiente aparece de cintura para arriba, ofreciendo un aspecto muy parecido al de la víctima anterior. Al posar mi mirada en la siguiente fila noto la ausencia del pequeño cuerpo animado, vuelvo atrás y lo sorprendo dirigiéndose al nuevo mercenario y señalando con nerviosismo las viñetas precedentes.
¿Podrá hablar con personajes de historietas ajenas?, ¿lo escucharán? La ansiedad hace mi espera interminable en medio de este apasionante viaje, me asalta la tentación de mirar de reojo el resto de las viñetas que siguen, pero una súbita sensación de compañerismo hace que incluso me ruborice ante la idea. Yo también estoy metido en esto.
El Mecánico deja de hablar y se vuelve hacia mí, entonces comprendo que desconoce completamente si ha sido escuchado, pero también que la sensación de haber hecho lo que ha podido refresca ostensiblemente su conciencia. ¿Conciencia? Reiniciamos el seguimiento absolutamente abstraídos de todo lo que no sea el desenlace que bordeamos. Una viñeta atiborrada de disparos nos sorprende. Al introducirse en la jungla el mercenario ha avistado a los nativos, y éstos han caído sin opción de defenderse. Mi compañero me mira aliviado, y yo le devuelvo la mirada completamente anonadado. La posibilidad de que la intervención de El Mecánico haya cambiado el curso de los acontecimientos de esta historieta, me hace levantarme a pasear por la habitación con un cigarrillo para tratar de ordenar mis ideas cubiertas de asombro, le miro y veo que él hace lo mismo aunque sin cigarro: recorre la última tira como un poseso.
Al acabar, realizamos el rito del paso de página con alborozo y sin apenas cautela, y comenzamos el nuevo itinerario asumiendo nuestra nueva función de vigilancia. Pero el transcurrir de la historieta toma al punto unos derroteros imprevisibles: tras acabar una nueva página comprendemos que los nativos sólo defendían su tierra de intrusos especuladores que la quieren dominar, y que el mercenario al que El Mecánico avisó era un destacado sicario de los invasores.
La gran pregunta ocupa toda mi mente: ¿ha cambiado mi acompañante el curso de los acontecimientos o habría sido así de todos modos? Lo miró y está petrificado observando los lamentos de los familiares y jefes de los nativos en el poblado, se siente culpable. Pienso que el gran dilema estriba en si pueden escucharlo los personajes del cómic o no; y de esta forma me sorprendo hablándole por primera vez, conminándole a dirigirse al primer personaje que vea para dilucidar de una vez por todas esta cuestión. No me mira, no me oye, o no quiere. Simplemente sigue el curso de la historieta sin mirar, completamente abatido. Dejando, imagino, en manos del destino la responsabilidad de todo lo que ocurra a partir de ahora. Una vez repuesto de la sorpresa me dispongo a continuar la lectura. Pero tengo que esperarlo, como siempre, ya que ahora esta sentado en el inicio de la nueva historieta con las manos tapándole la cara. Resoplo adivinando sus pensamientos: ha abandonado su frustrante mundo en busca de aventuras pero hasta ahora sólo ha visto muerte. Empiezo a plantearme si no querrá volver a su lugar de origen, pero, tras esperarlo casi un minuto, se incorpora y comienza a adentrarse en una nueva aventura.
Primera viñeta: un semáforo a lo lejos; segunda viñeta: primer plano del semáforo; resulta que el muñeco con sombrero que regula el paso de los peatones tiene vida propia y no hace otra cosa que bailotear y gesticular. También habla: "hola amigos, de aquí parten las carreteras más soleadas del país". El Mecánico lo mira con interés, ¿qué extraño mecanismo hará actuar de esta manera al muñeco?
En la siguiente tira estamos en el interior de un coche, sobre todo mi compañero que se acomoda entre el chico y la chica que van atrás. Delante, una morena escultural conduce y otro chico hace de copiloto, los cuatro rostros derrochan felicidad y colorido; transmiten velocidad y ganas de ir muy lejos, sin tener que frenar para nada. La conversación es frenética y delirante, y en ella se basan las dos páginas que tengo ante mí. En la ilusión desbordante de la huida. El Mecánico ríe como jamás hubiera imaginado que podría hacerlo. Es feliz de verdad, y parece que abandonar ese coche sea lo último que desee hacer. Pero la última viñeta, como en tantas otras historias donde una viñeta trastoca todos los destinos, cambia drásticamente la situación; se pasa del interior del coche donde ha transcurrido toda la historieta a un último y pequeño recuadro en el que el coche se empequeñece colocándose a vista de pájaro, yéndose sin El Mecánico, quién, sintiéndose como si hubiera salido despedido del vehículo, lo ve marcharse con los brazos en jarras mientras tropieza con un letrero que dice "CONTINUARA".
A los pocos segundos se vuelve resuelto hacia mí exigiéndome que reinicie la lectura. Yo, haciéndome cargo de sus sentimientos, accedo hasta casi la veintena de veces. Pero el resultado siempre es el mismo. Al fin, se detiene agotado y mira por enésima vez el letrero maldito; después, con la fuerza de una mirada resignada me pide que lo lleve a su historieta, y antes de llegar a ella recoge su cartera de herramientas que, sin yo darme cuenta, había dejado tirada en algún sitio. Al llegar a su lugar de origen intento esbozar unas palabras de despedida, o al menos tocarlo, rozarlo con los dedos; palpar una rugosidad especial, un relieve de vida, un latido. Pero sin yo apreciarlo vuelve a ocupar el lugar que dejó vacante en todas las viñetas. Seguro que es mejor así.
Imagino que, al final, no se contentó con figurar, quería más y, ante la imposibilidad de lograrlo, decidió regresar al que parece ser su sitio. Prefirió cumplir con su destino a quedarse aguardando con la vana esperanza de ser admitido en el desconocido coche mientras se consumía escuchando los mismos comentarios graciosos viñeta tras viñeta. Yo, por mi parte cerré el tebeo.
Han pasado muchos años desde aquella increíble experiencia. Mi colección de cómics se vio incrementada hasta superar los varios millares, así como mi conocimiento de historias, tragedias, aventuras y, en definitiva, trozos de vidas imaginarias plenas a su vez de vida. Nunca perdí la esperanza de que se volviese a repetir esa situación, aunque creo que, en el fondo, nunca lo esperé realmente. Sabía que había sido algo único, sabía que si se lo intentaba mostrar a mis amigos desaparecería el hechizo; incluso consideré excesivo volverlo a repetir yo mismo. Hubiera supuesto obsesionarme con una historia, habiendo tantas por conocer escondidas en tantas publicaciones, en tantas formas, en tantos colores. Al acabar la lectura aquel día, coloqué el ejemplar en uno de los montones que abarrotaban mi pequeña biblioteca para no volverlo a ver más, incluso con el tiempo me olvidé de cómo era la portada, y en los sucesivos traslados de mi vida y de mi inseparable colección no llegué a reparar jamás en su presencia. No obstante, ayer, durante mi rato habitual de lectura, algo me intranquilizó acelerando mi corazón y trayéndome además a la memoria esta historia que me he decidido a relatar en lo que creo son las postrimerías de mi vida: hojeando una de mis últimas adquisiciones me pareció ver sobre la cama de una viñeta en una tórrida historia de amor con varias páginas a todo color algo raro, pequeñas manchas diseminadas que al ser observadas cuidadosamente resultaron ser diminutas pinzas, tuercas y destornilladores en finísimo blanco y negro.
30 junio 2009
EL POETA Y SUS VOCES
PRÓLOGO DEL POEMARIO DE RAFAEL CALERO PALMA “VERSOS DE ALAMBRE DE ESPINO” (Editorial Alhulia, 2.009)
Rafael Calero es, en primer lugar, una de las personas más entusiastas que conozco, quizá la que más; alguien con la sabiduría suficiente como para abstraerse de lo superfluo y vivir con contagiosa entrega tanto sus aficiones como su vocación literaria. Lector infatigable, observador inquieto de la realidad, comprometido políticamente, las conversaciones con él suelen ser densas y provechosas. Siempre hay un libro, un disco, una noticia, una circunstancia o una película que llamen poderosamente su atención y le empujen con urgencia a recomendarla, matizarla o dar su opinión sobre ella. Es más, a lo largo de mi vida, los encuentros con Rafa, se produzcan donde se produzcan, son lo único que puedo comparar a una buena tertulia literaria. Su mundo y quehacer literarios tienen en la literatura norteamericana, la música rock y el cine, sus nutrientes principales, puntos de partida y puestos de observación desde los que ir desentrañándose a sí mismo y al mundo que le ha tocado vivir. Ese interés le llevó a acometer un pormenorizado estudio de la figura de Charles Bukowski como tesis doctoral de su licenciatura en Filología Inglesa por la Universidad de Granada (publicada posteriormente por la granadina editorial Osuna en 1.999), titulada “Charles Bukowski, estética de un salvaje indecente”. Su pasión por el escritor norteamericano se dejará ver en su trabajo posterior: su rugoso realismo, el carácter despojado de su poesía, la emoción latente, tan tangible; o la claridad de sus planteamientos.
He seguido durante todos estos años su producción poética (“Los poemas del frío” (2.000), “Desorden” (2.002), o “Hablando de amor con el cobrador del frac” (2.004)), y su verso libre y sin ambages me ha transmitido el turbio placer de la palabra que se desata, la energía que se puede concentrar en unos pocos versos. He advertido, en algún momento incluso con sorpresa, su habilidad para atrapar al lector desde la primera línea; así como la musicalidad eléctrica en que flotan muchos de sus versos, ya indaguen en la memoria o emerjan de la intimidad, ya sean expresión de una frenética realidad.
Su poesía camina en muchas ocasiones por el desencanto, y siempre le rodea un halo agridulce, cierta aridez. Irónico, con los ojos risueños del descreído, a veces arranca una sonrisa y otras una mirada cómplice. Rafael Calero gusta de detenerse en la fugacidad de la vida, en el fresco palpitar de su misterio; en los momentos, los instantes previos a la pérdida, en los que el destino dobla una esquina u otra. Nos habla de miradas que a lo mejor no llegan a cruzarse, de gestos que se lleva el viento, de decisiones instantáneas que cambian sin palabras el devenir de algunas existencias. Sus versos escarban con rápidas descripciones, expresivas viñetas, en la complejidad del ser humano y sus relaciones; conviven estallidos de amor y rechazo, defensa y ataque, ternura y caricia. Ofrece poemas que investigan el ahogo y la urgencia, que ahondan con tino en el agudo dolor de la ausencia; que auscultan la soledad sin dudar a la hora de acariciar su rasposa superficie (“el amor siempre muere de soledad”). Amigo de dedicatorias y homenajes nada velados, viaja en la voz de otros poetas (Auden), parte de ellos (Primo Levi, Javier Egea); o se introduce en la piel de otros (Virginia Woolf, Emily Dickinson).
Buen observador de rasgos mínimos, es un autor escueto, descriptivo, cuidadoso del detalle; presenta tipos que cruzan las páginas con paso ligero, que van y vienen por ellas, que tienen miedo, que aman (a veces con delirio) y también son amados, que se envuelven en la noche y sus pasadizos, o viven un desamor amargo y resacoso. Sus corazones palpitan fuerte, anhelan, se ilusionan y suelen evocar lo que no sucedió: el dolor en el vacío.
Hay algo engañosamente sombrío en la poesía caleriana. Una suerte de cualidad desmitificadora que parece tratar de desenmascarar los sueños; pero que, por otra parte, se niega a renunciar a ellos, a su carácter motor. Subyace una añoranza de lo que no se lee en el poema, del reverso de lo que se nos relata. A veces, la crudeza o frialdad con la que se exponen una situación, o unos sentimientos, son el mayor redoble emocional del deseo y de la esperanza. La oscuridad urbana añora rayos de luz; la soledad, calor; la confusión, la claridad de una sonrisa. Y del conjunto brota un halo de belleza latente que aporta mucho del magnetismo de su poesía.
Explora vetas de lirismo, perforando con delicadeza en busca de la apesadumbrada belleza que mora en el interior reseco de lo ruidosamente cotidiano (“Una paloma mensajera bebe en un charco y deja olvidado en él una parte de su corazón”), o bien evocando la grandeza inabarcable de la naturaleza, la serenidad, su magia y el sentimiento de formar parte de todo ello (“Otra vez has vuelto a detener el universo con tus manos”). Se interna en la cueva sensitiva del amor, del contacto, como una proyección inversa (íntima) de esa misma naturaleza (“Ella se deshace entre sus manos, en imágenes ralentizadas de color azul cielo…y piensa en la nieve blanca cayendo al amanecer, temblorosa, brillante, milagrosa, sobre la piel inerte de una ciudad dormida”). O indaga, de sueño en sueño, en la percepción de los sentidos (instantes congelados).
“Versos de alambre de espino” es su último poemario. Su título me recuerda, a bote pronto, algún verso de José Ignacio Lapido o aquel “Barbed Wire Kisses” de The Jesus and Mary Chain. Poesía y electricidad, que no es mala combinación. Este libro nos trae un poeta más cáustico, menos contemplativo. Esquemático, vibrante. Vuelven los homenajes, vuelven las referencias musicales, cinematográficas y literarias (donde David Lynch se puede encontrar con Flannery O´Connor), de inspiración mayoritariamente estadounidense, en un ejercicio de constante reivindicación de sus maestros y de la fuerza y calado de un verso definitivo.
En ese sentido es un libro continuista, que entronca con sus trabajos anteriores. Más directo y urgente, como he señalado. Manifiesto por momentos de una frustración vehemente y acre, apenas contenida; de esa violencia larvada que nos rodea y que el autor advierte y traslada (el poema trasmutado en criatura pulsátil). Utiliza la escritura más que nunca como liberación y a menudo desahogo, como herramienta de reflexión íntima y social, con más presencia política y de exposición fría y ácida de su visión de la realidad: golpes secos de denuncia pura y dura en los textos.
Encontramos un lenguaje que no cambia: claro e inmediato, sin circunloquios. Presenta chispazos de coloquialismos sin excesos, de manera nada forzada o artificiosa. Unos poemas principalmente breves y escuetos, certeros. De un laconismo que no es obstáculo para la potencia visual y significativa del torrente enumerativo, la intensidad de la repetición, el ritmo marcado muchas veces por la disposición de los versos; y los concisos y fulgurantes símiles y metáforas que a veces se desbordan, sorprenden o chocan. O la fuerza de su capacidad evocadora, de una mirada (a veces críptica, otras confesional) que sabe ser profundamente lírica sin renunciar al encuadre urbano, sin obviar la suciedad (al modo de su maestro Bukowski); que resulta cortante o melancólica (siempre con un regusto amargo que transmite sensación de vacío, tanto de anhelo como de decepción), tanto cuando apunta a lo acontecido como a lo futuro; y que a veces le invita a demorarse en un punto, una descripción.
Persisten los sentimientos a flor de piel, el amor, el deseo, la añoranza; amenazantes como la soledad, a la que se vuelve a animar a prender fuego; la pérdida, la resignación, la repulsa, el amor, la ternura; cierto sabor a derrota o asunción del mundo que nos rodea o de los que rodeamos el mundo.
La ciudad (no podría ser de otra forma) vuelve a ser protagonista como escenario vivo, ese inmenso tapiz triste y gris, tan geométrico como inabarcable y empequeñecedor, preferiblemente otoñal, lluvioso y frío; eternamente cambiante y sujeto a mil peripecias, fragua de mil destinos. Cigarrillos que se consumen, calles sin final, canciones, coches que nunca paran, turbulentos neones; la noche y la madrugada, ese largo pasillo embaucador tachonado de promesas incumplidas. Así, se va filtrando por múltiples resquicios el rumor de los días, lo cotidiano con su infatigable latido, hasta terminar siendo trascendido en pos de ese sentido de la existencia, tan maravilloso como absurdo; tan azaroso.
El poeta y sus voces. Tienen su lugar la primera, la segunda y tercera personas. Distintos puntos de vista. Dentro y fuera; arriba, alrededor. En plena prospección de sentimientos, lanzando el poema a bocajarro, o bien arengando y estimulando al modo de Whitman, arrojando versos con fragor (recordado también el poeta de Long Island, por cierto, a la hora de cantar a la inmensidad y a la miríada de percepciones que nos ofrece la naturaleza). Hay diálogo, truculencia, rabia. Poemas que son duros y de bordes lacerantes. Versos que consiguen agitar algo muy dentro del lector. Calero aprovecha sus recursos, apuntala y cuida cada línea, la subraya, detiene el instante; atrapa momentos e imágenes que pasan fugaces por su retina. Describe con presteza y suficiencia, dibujando personajes; marcando en ocasiones un ritmo respiratorio, implacable, casi jadeante, en esas breves narraciones en verso que levantan acta de hechos y opiniones, y que también apelan al humor, siendo ocurrentes o mordaces (el poeta febril que sabe ser irónico y guiñar al lector). Por todo ello, me parece obligatorio recomendar de manera entusiasta la lectura de estos poemas.
12 abril 2009
TODO ES MENTIRA (3): LA OPINIÓN
Hay quien piensa que la opinión está sobrevalorada. Quizá, pero da la impresión más bien de estar sobreutilizada (siempre es tentador estar en condiciones de usar lo que opina la gente para el beneficio directo, y eso es lo que ocurre cada día). Lo que está claro es que está acartonada, cuidadosamente empaquetada, delimitada y encauzada. Y, toda aquélla que no pueda someterse a ese proceso de lavado, pulido y envasado queda convertida en detritus, olvidada en un almacén de las afueras del que el cinismo rutilante (la cualidad más refinada de nuestros días) puede sacarla en cualquier momento para sus fines; para sorpresa y delirio de quien fue hundido en el fango por la suela de un zapato de marca cuando las expuso. Religiones, partidos políticos, medios de comunicación, corrientes de opinión, etc., que se pasan el día susurrando, dictando al oído del ciudadano, más que el resultado enriquecedor de la confluencia de una diversidad de criterios, con la multiplicación de opciones que podría suponer, no son más que la consecuencia de un amoldamiento reduccionista a los intereses del más fuerte, al camino más corto.
A la opinión le cierran la puerta en las narices si no es asimilable, debe estar en las coordenadas de quien la recibe o, incluso, en las antípodas, lo importante es, como hemos dicho, poder clasificarla. Esto es algo que relaja la mente: es agobiante valorar por sí mismas todas las cosas que nos dicen, que leemos; sólo pensar en el mundo que nos rodea como un magma multicolor asusta, paraliza, lo suyo es que cada mensaje venga con su código de barras políticamente correcto, que no es más que decir en cada momento lo que se espera de uno; un no sacar los pies del tiesto más sofisticado y estético, más sibilino. No sacar los pies del tiesto, no moverse para no salir en la foto, atufa demasiado a habitación húmeda y gris, a antesala resignada de democracia. Sin embargo, lo políticamente correcto ofrece una falsa luz de libertad en pleno ejercicio, una embaucadora sensación de movimiento en la quietud, de cruce de argumentos que la mayoría de las veces no son más que manoseados guiones que circulan de mano en mano. Ilusionismo para entorpecer y contrarrestar el movimiento. Para ralentizarlo. Despliegue de sonrisas para colocar contrafuertes frente a cualquier alteración no asimilada aún por la gran telaraña de intereses que nos rodea, la mayor obra de ingeniería telepática del hombre. Toneladas de palabras y movimientos de manos que generalmente sólo esconden una intención, sólo quieren decir una frase.
De todas formas amigos, opinemos, desahoguémonos. U observemos al opinador con nuestra bebida en la mano, que a veces es más divertido. Ese que construye su razonamiento como una torre de gastados naipes de frases hechas que impone hablando más fuerte que los otros, haciendo rodar sus palabras como piedras sobre las de los demás, rápido, velozmente, casi sin respirar, para que nadie pueda hacerle a él lo mismo antes de expresarlo. O quien arroja la opinión como una losa, de pronto, ayudándose de gestos corporales o gesticulaciones faciales (sin olvidar el método, no obsoleto aún, de remachar su oratoria golpeando un objeto contra la mesa o la pared). O el que antes de soltar lo que quiera soltar lanza una bomba de gas demagógico ante los pies de su auditorio, para que el que no lo escuche se sienta culpable.
Opiniones como un humo silencioso que envenena; o las que, acusadoras, lejos de convencer, buscan solidificar odios y enfrentamientos que hasta entonces sólo flotaban en el aire; o que tratan de condenar a otras personas; o que prejuzgan (esa actividad que la mente realiza por defecto); o esas otras que son calculadamente hueras, siendo su misión cumplida ocupar el lugar que un error podría otorgar a alguien que tuviese realmente algo que decir.
Clamar, más que predicar, en el desierto, es una buena definición de esa sensación de tener el muro ante la nariz cuando las opiniones nos salen descuadradas, desencajadas. La indiferencia, hoy por hoy, no es una pared de silencio, es una fanfarria de malos intérpretes a volumen atronador; es acallar al que habla ensordeciendo a los demás; desviar la atención en mil direcciones distintas. Si prohíbes algo queda vivo, latente en algún sitio y de alguna forma presente; si lo obvias y sepultas en un vertedero de ruido tiende al olvido, se va agotando.
A la opinión le cierran la puerta en las narices si no es asimilable, debe estar en las coordenadas de quien la recibe o, incluso, en las antípodas, lo importante es, como hemos dicho, poder clasificarla. Esto es algo que relaja la mente: es agobiante valorar por sí mismas todas las cosas que nos dicen, que leemos; sólo pensar en el mundo que nos rodea como un magma multicolor asusta, paraliza, lo suyo es que cada mensaje venga con su código de barras políticamente correcto, que no es más que decir en cada momento lo que se espera de uno; un no sacar los pies del tiesto más sofisticado y estético, más sibilino. No sacar los pies del tiesto, no moverse para no salir en la foto, atufa demasiado a habitación húmeda y gris, a antesala resignada de democracia. Sin embargo, lo políticamente correcto ofrece una falsa luz de libertad en pleno ejercicio, una embaucadora sensación de movimiento en la quietud, de cruce de argumentos que la mayoría de las veces no son más que manoseados guiones que circulan de mano en mano. Ilusionismo para entorpecer y contrarrestar el movimiento. Para ralentizarlo. Despliegue de sonrisas para colocar contrafuertes frente a cualquier alteración no asimilada aún por la gran telaraña de intereses que nos rodea, la mayor obra de ingeniería telepática del hombre. Toneladas de palabras y movimientos de manos que generalmente sólo esconden una intención, sólo quieren decir una frase.
De todas formas amigos, opinemos, desahoguémonos. U observemos al opinador con nuestra bebida en la mano, que a veces es más divertido. Ese que construye su razonamiento como una torre de gastados naipes de frases hechas que impone hablando más fuerte que los otros, haciendo rodar sus palabras como piedras sobre las de los demás, rápido, velozmente, casi sin respirar, para que nadie pueda hacerle a él lo mismo antes de expresarlo. O quien arroja la opinión como una losa, de pronto, ayudándose de gestos corporales o gesticulaciones faciales (sin olvidar el método, no obsoleto aún, de remachar su oratoria golpeando un objeto contra la mesa o la pared). O el que antes de soltar lo que quiera soltar lanza una bomba de gas demagógico ante los pies de su auditorio, para que el que no lo escuche se sienta culpable.
Opiniones como un humo silencioso que envenena; o las que, acusadoras, lejos de convencer, buscan solidificar odios y enfrentamientos que hasta entonces sólo flotaban en el aire; o que tratan de condenar a otras personas; o que prejuzgan (esa actividad que la mente realiza por defecto); o esas otras que son calculadamente hueras, siendo su misión cumplida ocupar el lugar que un error podría otorgar a alguien que tuviese realmente algo que decir.
Clamar, más que predicar, en el desierto, es una buena definición de esa sensación de tener el muro ante la nariz cuando las opiniones nos salen descuadradas, desencajadas. La indiferencia, hoy por hoy, no es una pared de silencio, es una fanfarria de malos intérpretes a volumen atronador; es acallar al que habla ensordeciendo a los demás; desviar la atención en mil direcciones distintas. Si prohíbes algo queda vivo, latente en algún sitio y de alguna forma presente; si lo obvias y sepultas en un vertedero de ruido tiende al olvido, se va agotando.
01 abril 2009
LAGARTIJA NICK: CASO ABIERTO (III y final)
El Teletipo de la Verdad insiste: (“La discográfica Sony se negó a publicar “Omega””), (“los grupos The Stooges, The Stranglers, The Jesus & Mary Chain, Sonic Youth, Spacemen 3, Ministry, NIN, Laibach y Einstürzende Neubauten, entre otros, grabaron y enviaron sus condolencias a los fans”)…
En el Gran Espacio de la Cultura, el edificio circular situado en el centro de la ciudad donde se ha confinado toda la actividad cultural reconocida y subvencionada, una “Exposición Exterior” repite sin pausa sobre la fachada fotos y filmaciones del grupo, entrevistas y declaraciones. Los vídeos de “Nuevo Harlem”, “Carmen Celeste” o “Azora 67”; fotos del primer concierto de Lagartija Nick en formato de trío con Eric y José Ignacio Lapido a la guitarra, de los espectáculos de “Omega” por todo el mundo; o las películas de Val Del Omar que el grupo visionaba mientras grababan el disco, se pueden ver sin sonido a través del murmullo de una lluvia cada vez más intensa.
Con “Lo Imprevisto” (Lagartija Nick, 2.004) se extendió la sensación de que Lagartija Nick habían vuelto. Regresa Eric, lo que es todo un síntoma, y Jesús Requena sucede en la guitarra a M.A.R. Pareja. Víctor Lapido colabora en un tema, pero ese mismo año pasará a formar parte del grupo, hasta aquel fatídico 20 de febrero. La banda había decidido tomarse las cosas con más calma, apostaron por la autogestión y crearon su propio sello, grabando su disco rodeados de amigos en el estudio granadino de Los Planetas (“El Refugio Antiaéreo”). Para cerrar el círculo, Fino Oyonarte vuelve a hacerse cargo de la producción. Las interpretaciones son más reposadas, los temas cortos y variados (el sentido de la variación en Lagartija es relativo, toquen el palo que toquen siempre queda un poso propio, tenso, enigmático, un común denominador proveniente de aquella influencia after-punk iniciática). Mientras los sintetizadores convierten “Lo Imprevisto” (la canción) en banda sonora de teleserie del espacio, con su punto de grandilocuencia, no es difícil caer en la tentación de colocar este disco inmediatamente después de “Su” con un rock conciso y efectivo como el de “Contar lo que no puedo contar” y la expeditiva “Gente extraña” (simpático homenaje de Arias a sus influencias de siempre, donde parecen los Lagartija de antaño sometidos a la nueva centrifugación); la tendencia pop de “Yo no soy yo”; el dramatismo de “Fahrenheit 451”, o "Domingo de Ramos” dos perfectos ejemplos de programaciones y sintetizadotes al servicio de la canción sin desnaturalizarla y con excelentes resultados. “Melodía y sombra” y “Dune” apelan a la psicodelia, la primera con tintes aflamencado-arabizantes y la segunda a lo Beatle con el registro novedoso del piano.
Pasados tres años, aparece el “Shock de Leia” (Everlasting, 2.007). Con Víctor Lapido ya como único guitarrista, este trabajo sigue la senda no mediatizada del anterior y vuelve a dar en el clavo, ofreciendo a una formación cada vez más inspirada y relajada. El disco de tributo a Los Ángeles, el grupo por excelencia de pop granadino de los sesenta, editado en el sello de Lagartija Nick en 2.005, y en el que la banda se involucró totalmente, es inspiración reconocida por Antonio Arias a la hora de definir la dirección sonora de este trabajo; supongo que en lo referente a lo resolutivo de las composiciones y su mayor claridad, aparte de por el renovador aire pop. Cuando asistí en Motril a la presentación de ese homenaje vi a un Antonio Arias que, además de pasárselo como los indios haciendo de maestro de ceremonias, disfrutaba al cantar algunos de aquellos clásicos, demostrando lo buen cantante que puede llegar a ser pese a lo limitado de su voz. Así, podemos concluir que de entre la obsesión rompe-moldes resurge el fan acérrimo del punk y la new wave, Buddy Holly o Víctor Jara, disfrutando de nuevo con la composición de canciones sin más.
La descompresión alcanza su plenitud, dejando hendiduras por las que entra una luz que es un regalo para todos nosotros. Pero, incluso en los momentos más luminosos, no pierden la tensión congénita ni su musicalidad incisiva. Exentos de urgencia, los temas (de nuevo numerosos y de duración no excesiva) se suceden entre textos que pugnan entre el ya clásico carrusel de imágenes, el lirismo más acentuado, y la articulación de una reflexión despojada de artificio. Producido en Motril por Paul Grau, se repiten las colaboraciones de amigos varios y la alternancia feliz de elementos eléctricos y electrónicos.
En la elocuente “2.010” transitan el space-rock, seguida de “Anoche soñé demasiado” tres minutos tan directos como introspectivos, poseedores de pegada y un gran estribillo. Aparte de la influencia valentiana por aquello de “La Piedra y el Centro”, la raíz popular de esta letra se puede escuchar en una soleá de La Niña de los Peines. “20 versiones” es indie-rock directo (convertido en divertimento punk por la letra y la voz de Honest John Plain en la lectura inglesa incluida como bonus, a cargo de The Boys). Un single redondo, aunque no de la magnitud de “Carmen Celeste” (dedicada a la hija de Antonio y Lorena, editada en un EP en 2.006 y regrabada para la ocasión), luminosa en todo el decurso de su melodía, sus vueltas y revueltas, su potente energía intrínseca. “El shock de Leia”, con armonías vocales de Lori Meyers, hunde sus raíces en el pop más preciosista de los sesenta, década en la que también encuentran acomodo las trepidantes “Lo conservo todo” y “Cosmos” (con la mano invisible de Joe Meek); o el pop sofisticado de “Un marciano envía una postal a casa” (qué gran letra). “Pasajeros en tránsito” y “El signo de los tiempos” son los Lagartija de los primeros años, pero sin aquella ansiedad. “El Resplandor” es rock con ventanas abiertas, a veces cercano al mejor power-pop y “Tu violencia” un medio tiempo suspendido, como el pensamiento alerta de un cantautor en espiral eléctrica.
Lagartija Nick era a esas alturas un grupo veterano, pero no acomodado, y, después de todos los años pasados desde su desaparición, sigue siendo para mí ese inquieto bicho eléctrico siempre al borde de una nueva dirección, bullente de vida y de ideas; de proyectos que nacerán, morirán pronto, se frustrarán o crecerán, capaces de transmitir con generosidad y pasión esa energía que responde al nombre de vida.
Cielo despejado. La ciudad sin sueño comienza a abandonar su estado febril. Los rostros demudados van perdiendo su sensación de ahogo, y con ella su fascinación. Otro año más, la mañana aterriza lentamente en vertical y la noche despega rauda, como si no fuese a volver nunca. Fin de la emisión.
* Texto aparecido en "Lagartija Nick, eternamente en vuelo" tebeo dedicado a la banda granadina publicado por Cretino
31 marzo 2009
LAGARTIJA NICK: CASO ABIERTO (II)
Continúa lloviendo. Alguien subido a un banco trata de imponerse al barullo de la discusión que se extiende en una pequeña plaza, y proclama, espoleado por el alcohol, que un proyecto como Lagartija Nick no podía terminar mediante una vulgar separación o cese de actividad. Sería muy complicado detener el flujo de energía, explica. Sólo podrían parar volatilizándose, desapareciendo de la faz de la tierra para esparcir toda esa energía por el Universo. “Sin fin”, apuntan desde el fondo.
La televisión repite la imagen del interior del libreto de su cd “Lagartija Nick” y, sobre todo, las de “Val del Omar”, tomadas como algo premonitorio, el mensaje previo a “una dulce espera que algún día tendría su culminación”, según una presentadora rubia.
La radio pincha canciones de “Lagartija Nick” a volumen imposible, subrayando la separación del repertorio en “Durante el lanzamiento”, “En el espacio” y “Regreso a la tierra”. Vuelven aquellas historias de los vecinos, que se empujan ante los micrófonos de los reporteros, sobre un enorme artilugio que atravesó el cielo en un instante; otros declaran haber visto al cantante del grupo pataleando mientras unos dedos gigantes se lo llevaban velozmente. En cada esquina se pueden observar bajo la lluvia pequeños grupos que señalan extraños movimientos de estrellas que nadie creerá en unas horas. Un programa de la tarde ha emitido repetidas veces un corte radiofónico antiguo donde Antonio Arias declara en una radio que La Alhambra es una nave espacial. El rumor es un fragor creciente. Adolescentes dicen oír canciones desconocidas del grupo dentro de sus cabezas.
El Teletipo de la Verdad suministra bajo la pantalla de la televisión noticias cortas sobre Lagartija Nick. (““Hipnosis” se grabó en 59 horas”), (“En la letra de “Newton” aparecen fragmentos inspirados por el astronauta español Pedro Duque”), (“”Omega” superó las cincuenta mil copias vendidas en su día”), (“El astrofísico José A. Caballero ayudó al grupo con la portada de “El Shock de Leia””), (“La discográfica Sony ni siquiera se dignó a hacerse cargo de las mezclas de “Val del Omar””)...
Supongo que la conocida inquietud de Morente y la pasión por el riesgo de Arias facilitaron la sucesión de acontecimientos que dieron lugar a la aparición de ese trabajo, fruto de dos proyectos paralelos que terminan confluyendo (el de Morente de adaptar temas de Leonard Cohen y uno de Lagartija Nick sobre Lorca, -Antonio Arias y su cerebro batiente-); que abrió y, dada su excelencia, cerró a la vez su propio camino creativo. No creo que sea la manera definitiva de mezclar flamenco y rock (eso aún tiene mucho margen de definición), pero sí una opción sonora completamente nueva. No reconcilia nada, no mezcla ni hace convivir, simplemente crea algo nuevo, a partir de la emoción e intensidad puestas en todo un proceso vivido en una burbuja creativa sin concesiones ni miedos. Una creación artística indeleble, ajena a la erosión del tiempo y con el magnetismo intacto, que casi siempre ha estado de gira, revitalizada en 2.008 con la compra de los derechos del disco por parte de Enrique Morente y su remasterización en Nueva York de la mano de Alan Silverman. Y con una segunda parte eternamente pendiente.
“Omega” (El Europeo, 1.996), incluye revisiones del repertorio de Leonard Cohen y adaptaciones de “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca. Recuerdo que muchos medios comenzaron inopinadamente a referirse a Lagartija Nick como grupo de Thrash-metal, incluso en “Lo más Plus”, con Arias asintiendo e imagino que tomando nota para el futuro inmediato. El disco terminó consagrado como un hito de la World Music, qué le vamos a hacer. Lagartija Nick aceptaron una posición secundaria, pero su presencia es crucial y aporta la mayor parte de las cosas que hacen de éste un trabajo único. Aparecen en seis temas (menos de la mitad) y participan en la composición de cuatro. Inolvidables, como la construcción compleja y atrevida de "Omega”, creando un espacio sonoro denso y onírico; con la batería de Eric ejecutando una base percusiva a partir del ritmo procesional de la Semana Santa (esa misma batería que cuando comenzaba a sonar en las presentaciones conseguía que mucha gente abandonara sus localidades), para acompañar a Morente cantando saeta; y rompiendo en el último tercio en aceradas guitarras que flanquean la percusión única de las palmas. O “Vuelta de paseo”, en la que, tras un inicio plácido con la guitarra de Cañizares, irrumpe el telón eléctrico espoleado por la batería lanzando picotazos, envolviendo y apropiándose del tema con coros fantasmagóricos, compartiendo sus ráfagas con la guitarra flamenca. O “Ciudad sin sueño”, su participación más subrayable: dueños y señores de la instrumentación, crean una atmósfera tan sugerente como inquietante y oscura que, sosteniendo en un aire lóbrego la voz de morente, con la presión del bajo distorsionado y la batería y percusión se dirige a lo enervante y amenazante, con las guitarras tomando más cuerpo que nunca y los miembros del grupo colaborando al pandemónium del crescendo final recitando el poema de Lorca.
El Noticiario de la Verdad abre con esta noticia: “Expertos de todo el mundo diseccionan las letras de canciones como “Estratosfera” para desentrañar el enigma”. La información sale de la radio situada en el centro de cada habitación, ya que la televisión ofrece únicamente entretenimiento, venta e imágenes mudas. Sólo La Tertulia de la Verdad es retransmitida a la vez por ambos medios. En una habitación circular seis tertulianos moderados por una voz en off, dirigen la opinión. Uno de ellos, con barba y gafas colgando del cuello y golpeando sobre su vientre, sostiene que la carrera de Lagartija Nick no ha sido sino una preparación para el supremo momento de una abducción consentida y largamente esperada. ¡¡ Lo de la grabación de un vídeo ha sido sólo una excusa, una patraña!! Se excita por momentos y se balancea en el alto taburete donde está sentado, rozando casi el techo con la cabeza. Algunos papeles y recortes de prensa se le caen y rápidamente un asistente trepa por la patas del asiento para devolvérselos. El contertulio situado enfrente asiente sonriente elevando calmosamente la mano para pedir la palabra, una vez la posee, subraya pomposamente que tal como decía Uwe Lausen de los situacionistas, que no eran cosmopolitas, sino cosmonautas, Lagartija Nick han hecho ese recorrido abandonando definitivamente el espacio urbano por el exterior. Tal paralelismo sorprendió y arrancó los aplausos tanto del resto de los contertulios como de sus sufridos asistentes. Esta teoría tomará con toda seguridad las ondas en los días siguientes, hasta que el misterio vuelva a aplazarse. Un adivino, un astronauta retirado y una actriz en tanga dorado trazan en una pizarra palabras extraídas de letras del grupo que pueden darnos la clave: “Leia”, “Space”, “astro”, “órbita”, “Universo”, “estratosfera” o “Júpiter”; frases como “Eternamente en vuelo”, “En otro cosmos, sin luz ni sonido”, “He abierto tu puerta, saluda al intruso” o “Going to Mars”. El público aplaude puesto en pie el politono de “20 versiones”.
Jack Kerouac alude a la necesidad de “escribir con excitación, a toda prisa, hasta sentir calambres, de acuerdo con las leyes del orgasmo”, y también recomienda encarecidamente “escribid para vuestra felicidad personal”. Esa excitación de la espontaneidad, ese basar la creatividad en sus propias obsesiones o querencias personales, las he visto muy presentes en Antonio Arias y siempre han contado con mi admiración. Creador insomne y arrebatado fue incandescente hilo conductor entre las experiencias e influencias que captaba del mundo que le rodeaba y su trabajo, donde quedaban vertiginosamente volcadas. Hizo de su carrera una pequeña nave espacial reluctante a presiones externas de cualquier tipo, por lo que pienso que nunca terminó de ser lo que la gente quería de él en cada momento, en cada etapa. Hay quien sostiene que Lagartija Nick murió tras “Omega”, no es así, pero bien es cierto que nada volvió a ser igual, de ninguna manera podría serlo. Tras la experiencia de participar en un proceso creativo de tal calado, volcándose alrededor de una idea, creo que a Arias se le hizo imposible volver a la composición al uso, a la colección de canciones, por más que sus discos siempre terminaran conformando un entramado conceptual.
Ese placer de investigar, de abundar en un proyecto concreto, tomó una dimensión definitiva con la figura de José Val Del Omar, extraordinario personaje, creador integral: artista, investigador, cineasta e inventor granadino contemporáneo de Lorca y fallecido en 1.982; padre de técnicas absolutamente innovadoras como el zoom o el sonido diafónico y rupturistas como el “desbordamiento apanorámico de la imagen” o el concepto de “visión táctil”. La conexión era inevitable, sólo Arias y los suyos podían acercarse con la suficiente sensibilidad y tino a este espíritu singular. La aventura de “Omega” se había saldado por el lado negativo con la deserción de Eric, desde mediados de 1.997 baterista de Los Planetas. Su baja es suplida por José Antonio Quesada, y su doble bombo procedente del thrash-metal.
La adaptación de los textos de Val Del Omar, la conversión en sonido de sus visiones, se aborda con una vocación sonora netamente experimental, basada en el trabajo con texturas de sintetizadores y samples, combinados con rock industrial y metal pesado para las guitarras. La expresividad eléctrica anterior, la urgencia punk, quedaban enterrados en un trance de inercia rítmica electrónica estimulada por el dinamismo y posibilidades que ofrecen los textos. Un brusco giro sonoro que, al menos en el contexto de “Val Del Omar” (Sony, 1.998), me pareció muy acertado, incluso revelador. Producido por primera vez por la propia banda, M.A.R. Pareja, además de guitarrista sideral de solos endiablados, es el responsable de sintetizadores y programaciones y autor de la mayoría de las músicas, incluida la de “Énfasis”, oasis entre la metalurgia, un medio tiempo gaseoso que cuenta con la balsámica guitarra acústica de Juan Codorníu. Algo similar al quieto desasosiego de “Respiro en Nueva York”, breve y con un acertado acompañamiento. Por su parte, “Yo día y orden” y “Táctil-visión” parecen los Lagartija de antaño sometidos a la nueva centrifugación; y la descarga de “Celeste”, con la colaboración de Morente, una continuación del espíritu “Omega” celebrado exclusivamente en terreno del grupo. En plena gira de este álbum saldrían de la banda Codorníu y Pareja.
La idea global y el concepto se mantuvieron posteriormente, en etapas que se me antojan difíciles para la banda, con idas y venidas de personal, conflictos y una cada vez mayor incomprensión del público. Pienso que en esos años Antonio Arias se empachó de conceptualismo, pero al menos no engañó a nadie; eligió un camino, una senda de creación, investigación y conocimiento de desiguales resultados. Los discos de la etapa 98-01, dejan una impresión de blindaje sonoro y espacios que se angostan en vez de abrirse; la mecanización termina por limitarlos y convertirlos en previsibles.
Tiempos raros, tiempos de cambios: con la formación original pulverizada, Arias recluta músicos prestigiosos de Granada, procedentes del metal, Paco Luque como única guitarra y David Fernández a la batería, y se hace acompañar de su hermano Ángel (ese gran fan de Esplendor Geométrico) en las programaciones y demás maquinitas. Se acaba la controvertida relación con Sony y aparece Zero, donde publican en 2.000 “Lagartija Nick”. Producido por Pablo Iglesias y la propia banda es un trabajo opaco que abunda en los sonidos metálicos, dirección única y obstinada basada en un trenzado rítmico de alta tensión y un sonido inflamado y oscuro, inyectado de metal. Las descargas de guitarras de Paco Luque y la presencia de Ángel Arias, determinan un sonido tozudo pleno de programaciones, loops y secuenciadores, base de textos telegrafiados en una ambientación ingrávida. “Ondas de Fluencia” con letra de Val Del Omar, aún sobrevive en su repertorio de directo; destacando además temas como “Mar de la tranquilidad”, bella, oscura y sin gravedad, “Azora 67”, que incluye frases del Corán y recovecos siempre de agradecer o “No somos máquinas”, anhelo frío y electrónico desde la soledad de un agujero negro. Los temas aparecen firmados por toda la banda por primera y única vez.
A la altura de 2.001, Lagartija es considerado prácticamente un grupo de metal. Ese año aparece “Ulterior”, que trae como principales novedades la vuelta momentánea de M.A.R. Pareja, de nuevo autor de la mayoría de las músicas, y la incorporación de Lorena Enjuto (para apuntalar el ya célebre doble bajo), procedente de la formación madrileña Ratioactive. Planteado como una incursión techno, plagada de máquinas, antes de entrar a grabar se decide hacerlo sin ellas. El resultado es una mecanización de tracción manual pero suficientemente fría, que muta en otro disco metálico. En definitiva, el tercero de similares características, persistiendo el sonido árido, sin aportar nada nuevo y con signos de agotamiento. Aún así, no se pierde el tiempo sumergiéndose en su mundo de textos inquietantes y crípticos, como una oscuridad expansiva, tan reflexivos como anhelantes; algo apocalípticos. “Himno a la materia” se inicia cadenciosa, internando la guitarra en una bruma metálica para acompañar un texto del pensador y jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin. La influencia del padre de los conceptos de cosmogénesis y noosfera viene de Val Del Omar, siempre tan presente. “Asesinos” es un guiño a Rimbaud, mientras “Emergencia” se articula por etapas: desperezándose con su entrada psicodélica, abordando la descarga metalera de rigor, su breve reconcentrado de guitarra wha-wha y enfrentando su latigazo de liberador estribillo punk, que otorga carta de naturaleza al tema. “Intensidad” con sus percusiones, guitarras de alto octanaje y bajo jazzy, me recuerda a la época de “Su”, pero mucho más plana. “Dos”, descarga más cerca del hardcore, y “Decadencia” son los nueve minutos más estimulantes para mí musicalmente del disco, para nada plomizos: posee un riff básico de guitarra que realmente levanta la canción ayudándola a volar, y su parte final suena a un añejo encuentro entre los Stones y los Stooges. La intrigante “Cielo Ulterior”, conecta con la candencia inicial del disco.
Otros proyectos quedaron sin plasmación discográfica por diversos motivos, como el dedicado a los Libros Plúmbeos del Sacromonte o a “La Guerra de los Mundos”, ambicioso plan de asalto pergeñado tras “Ulterior” que parte de la fiel traslación del disco de Jeff Wayne de 1.978. Fue presentado en Granada en un par de ocasiones y quedó pendiente de editar por problemas de derechos. Ofrecido a Sony tras “Val Del Omar”, no es difícil imaginar el gesto de incredulidad de aquellos tipos. Todo esto les llevó a una situación de hastío que invitaba a tomar otra dirección, así de simple. Siguiendo el principio de “escribid para vuestra felicidad personal”, retomaron la ilusión por la composición, por la canción en sí y valoraron convenientemente todo el calado y grandeza que pueden contener sus breves minutos de duración. Desapareció la gravedad y el rostro de la Lagartija pareció distenderse. Un disco de Lagartija Nick pensado para seguidores tras “Omega” hubiese sido un fraude, algo en lo que Arias no hubiese creído, aunque le hubiera reportado con seguridad mejores réditos comerciales. Lo mismo que seguir por el camino de la introspección temática hubiese sido un error, probablemente por no contar ya con la ilusión o la frescura necesarias para permanecer en un camino al que habían dedicado siete años de su vida como grupo.
30 marzo 2009
LAGARTIJA NICK: CASO ABIERTO (I)
“El grupo de rock granadino Lagartija Nick desapareció la pasada noche sin dejar rastro”. Así empezó todo. Una fría noche invernal de 2.009, hace demasiados años ya, pero que aún recuerdo vívidamente. Hoy se celebra un nuevo aniversario de aquel día lleno de misterio y preguntas sin respuesta y, lejos de caer en el olvido o en el inframundo de los misterios sin resolver, se ha convertido en una fecha señalada, un día de celebración de lo desconocido, fecha de referencia para los imposibles. El día en que el vacío nos visitó por primera vez y por un solo segundo. Los hechos: la banda volvió a la Alhambra la noche del 20 de febrero de 2.009, casi once años después de su visita nocturna para las fotos del libreto de “Val Del Omar”; el motivo esgrimido era grabar algo, pero nadie se pone de acuerdo acerca de qué: unos dicen un vídeo, otros una canción, otros captación de ruidos, alguno, incluso, lectura de poesía automática. La cuestión es que nadie los volvió a ver. Ascendieron al monumento cargados de material y no bajaron, sólo dejaron como recuerdo mudo de aquel día un coche vacío. Ninguna de las personas que permanecían en el lugar escuchó ni vio nada fuera de lo habitual. Sólo un leve zumbido en unos casos, llegaron a declarar algunos, o un breve destello en otros.
Esta noche, desde el habitáculo de mi pequeña emisora de radio observo ventanas parpadeantes por el trasiego nervioso de siluetas dentro de los pisos; veo a un tipo que trata de romper la monotonía antes de hundirse en ella narrando las andanzas de Lagartija Nick y chillando algunas de sus canciones, emergido del techo de una furgoneta vieja y gris, megáfono en mano. El conductor apenas frena en las curvas mientras la lluvia cae empapándolo todo, siendo el sudor de la oscuridad en una noche de metálico frío, y matizando su silencio con un sonido antiguo, como de recuerdos que se contraponen. Mientras, un chico espera impaciente para cruzar la calle con una camiseta en la que se puede leer “El mundo del rock es un trampolín para los mediocres”. En una pared de la catedral sé que alguien ha escrito apresuradamente “Donde nunca ha llegado el amor, llegará la policía”.
Este aniversario lo celebro, como cada año, con una sensación extraña que me agarra el estómago mientras hablo con vosotros, mis escasos y desconocidos oyentes; de fondo se oye la reedición en vinilo de “Inercia”, publicada un año antes de la fatídica fecha. Cuando me hice con ella y la volví a escuchar tranquilamente pensé que era una obra maestra y así llegué a escribirlo; es curioso, en su día no recuerdo haber llegado a una conclusión tan contundente. Un disco que quiso ser instantáneo y finalmente logró vencer al tiempo. Rememoro el principio de todo: el nombre (sacado de un tema de Bauhaus, tras manejar otros menos inspirados como Las Moscas o Clan) que comienza a correr de boca en boca; la presencia, ya mítica en aquellos años, de Eric Jiménez a la batería; los constantes rumores, la expectación, las idas y venidas de Arias de 091, la formación de trío con un melenudo Juan Codorníu, la desesperante espera de una actuación en el granadino Paseo del Salón, o la aparición en el recopilatorio GRX (no especialmente destacable). Y, poco después (ya con M.A.R. Pareja en la otra guitarra), la advertencia de un amigo, sorprendentemente avisado: “atento a lo que están haciendo Lagartija Nick”. Y los singles, tres que fui comprando antes de enfrentarme al elepé debut, que presentaban temas que crujían, una apuesta turbadora que, con sus deudas más o menos patentes, no remitían directamente a nadie y mostraban una firme aspiración de trascender; dejándome la sensación de estar ante algo nuevo. Un proyecto en ciernes vibrante, directo e impactante, que creció poderosamente desde un envoltorio after-punk que nunca desapareció del todo; era la germinación inesperada de la semilla de T.N.T. Antonio Arias, su líder, venía de una banda consolidada, 091, y no pocos consideraron su decisión de abandonarla demasiado arriesgada, un error que iba a pagar caro. El tiempo no tardó en demostrar que Arias debía salir de ahí y volar solo, demasiado talento, demasiada inquietud y cosas que decir como para permanecer atado a un secundario papel de bajista callado. Dicen que los temas que luego conformaron “Hipnosis” fueron presentados en el local de ensayo de los Cero, pero aquello estaba llamado a, como finalmente sucedió, tomar una vía de escape propia y crecer hasta convertirse en una de las pocas propuestas rock con personalidad que se podían escuchar en la época por parte de grupos españoles, y eso que aquélla no era mala.
Lagartija Nick mostraban influencias de su tiempo, comunes a otras bandas contemporáneas, pero eran sólo un empuje puntual, un desvío concreto, un puente. La influencia no era tomada como un fin en sí mismo. No se mimetizaban en sus referentes ni en el momento, no eran la coartada moderna de un músico reconocido, aunque joven, que trata de subirse al carro de los noventa execrando los ochenta. Su estética, sus textos, su propuesta global e intenciones estaban lejos del ansia de modernidad indie, cuyo catálogo existencial terminó incluyendo más prejuicios que posibilidades.
“Hipnosis” (Romilar-D, 1.991) fue su primer álbum, producido por Fino Oyonarte de Los Enemigos. Supuso una liberación de energía, circulaba velozmente por los cauces del punk pero los iba dinamitando a su paso con menos fuegos artificiales que muchos; eran explosiones sordas y contundentes. Los temas latían poderosamente a base de distorsión y urgencia, como una ciudad noctívaga sumida en el caos de la vida moderna. Se transmite la sensación de algo irrefrenable que se acerca. El futuro, en la voz-proclama de Antonio Arias, de pronto es un coche en marcha que te sube sin dejar que se acomodes ni pedirte opinión: viajarás y viajarás sin poder pararte ni un minuto a pensar, mientras que la vida, convertida en una imparable sucesión de imágenes, te confunde. “No lo puedes ver”, remite en su inicio a Spacemen 3, pero después el punk golpea el subsuelo de la canción. “Déjalos sangrar” o “La Gran Depresión”, con un inesperado sitar, tributan a Sonic Youth, tal que “El Mundo Desaparecido de los guantes”, ese viaje psicodélico inspirado en “Mote”, de un disco tan candente aquel año como “Goo”. Mientras, riffs stoogianos funcionan como carburante en “Napalm” y “Tan raro, tan extraño, tan difícil”, con su toxicidad diluida en la urgencia del proceso. Escuchado años después se echa en falta más contundencia en la producción, unas guitarras menos opacas, menos huecos.
Consumismo deificado, vacío y sobreinformación; el hombre incrustado apresuradamente en el molde de la tecnología; el vertiginoso recorrido por el cegador mundo de la fugacidad, o el acercamiento constante a una incierta promesa de neón que nunca es alcanzada porque jamás deja de distanciarse. Un año después continúa la narración del torbellino del escenario vital y sensitivo (el vuelco desenfrenado de percepciones, o acaso la máquina de escribir de Dylan rodeada de fotografías en pleno vórtice); el gran collage que se cuela en los oídos dejando una sensación perturbadora: fantasía, automatismo, alienación, el amor y su déficit (presentes de una forma u otra en las letras de Antonio); y ese hilo invisible que siempre les conecta y conectará con el espacio exterior. Lagartija Nick fichan por Sony (que ya intentó en su momento publicar “Hipnosis”) y aparece “Inercia”, para mí su gran elepé, en el que dotan de verdadero sentido a la palabra urgencia. Esta decisión, por cierto, hace que les lluevan los primeros palos (pero, ¿de cuánta gente y circunstancias debe independizarse un artista para ser coherente consigo mismo y conseguir avanzar creativamente?). Dos meses de grabación y la producción de Owen Davies (XTC, Manic Street Preachers), dan como resultado una propuesta que crece por el mejor camino posible, tanto en textos como en música, estallando en su mejor versión. El sonido se compacta y uniformiza (los temas se suceden en un perfeccionado carrusel de electricidad e imágenes), ganando en contundencia y complejidad, y alcanzando una personalidad definitiva, plagada de distorsión, wha-whas que muerden las paredes y psicodelia puntiaguda. Las grandes expectativas del primer álbum son superadas de largo. Las composiciones indelebles se suceden: “Universal”, “Rock´n´roll´zine” o las stoogianas “Porno-Stereo” y “Satélite” (esta con su inicio tomado del "Cum on feel the noize" de Slade y su guiño al “A well respected man” de los Kinks); o la emblemática "Nuevo Harlem", que contiene trazas del "The Prince" de Madness.
Los hombres de negro no paran de tocar, mostrándose como una de las formaciones más sólidas del panorama nacional y además en constante crecimiento. “Su” (Sony, 1.995), cierra la, a posteriori, denominada trilogía inicial (ese cable tenso que aún vibra igual cuando lo golpeas), y, a pesar de contener subrayables ejemplos de ansiedad y vértigo, cambia velocidad por profundidad. La base rítmica se vuelve más obcecada y pesada, atronadora por momentos, con una presencia de batería inconmensurable que aporta una rotundidad sin paliativos. Las guitarras adquieren un mayor protagonismo, se inflaman y adensan, extendiéndose por cualquier hueco y desarrollándose de manera más vehemente (los solos de M.A.R. Pareja, que comparte la autoría de todas las músicas, vuelan febriles). Creo que por primera vez puede hablarse de oscuridad dentro de un sonido que en ningún momento deja de ser excitante y rutilante, aun ofreciéndose notablemente endurecido y agresivo. Jesús Arias co-escribe algunas letras con su hermano Antonio, en un momento en que los textos tantean un lirismo pausado y reflexivo, convirtiéndolo en su trabajo más personal hasta la fecha. “La curva de las cosas” es una canción especial, diferente en el mundo de los granadinos; tan dramática como sugerente, dentro de su palpable tensión, alterna la plácida ascensión por un medio tiempo esencialmente desnudo, con la caída libre. Por su parte “Su”, el tema, fascina en su intensidad llameante.
29 marzo 2009
DIRECTO ALL FREEDOM DUO
El otro día asistí a la actuación de Tom Lardner y el armonicista All Freedom en el granadino pub La Tertulia. All Freedom Duo, que se llaman cuando van juntos, recorriendo los polvorientos caminos de la tradición blues y folk estadounidense, país de procedencia de Tom. Lardner es un cantante y guitarrista infatigable y de una contagiosa vitalidad, hay algo whitmaniano en él: desprende humor, alegría de vivir, pasión por la música, y una envidiable capacidad de comunicación. Toda la energía que genera y acumula la reparte entre la electricidad del rock inmediato de El Doghouse (su proyecto más asentado discográficamente y que comparte con Richard Dudanski, baterista que fue de los míticos 101´ers de Joe Strummer), The Rank Strangers, conjunto a tres voces de folk norteamericano, y el que nos ocupa.
Como si de dos sonrientes vagabundos que recorrieran los Estados Unidos de la época de la Gran Depresión se tratara, aparecieron en el pequeño escenario del pub. A pecho descubierto, sin micros ni electrificación de ningún tipo, un formato que precisa más que ningún otro la comunión con el público y la colaboración de éste, sobre todo con su silencio. Transmitieron un sonido vibrante, gozoso e imperfecto que consigue llenarlo todo: la percusión de los golpes sobre el cuerpo de la guitarra, de los pies sobre la madera del escenario, de las palmas sobre las piernas, el juego de armónicas de Freedom, con su pinta bonachona, y la vigorosa acústica de Tom, viva, directa, tan cargada de fuerza como de regusto a miles de historias y vidas pasadas. Lardner, animoso, introduce cada tema con algún breve apunte siempre enriquecedor, sabiendo situar al oyente con dos palabras en el momento de cada canción. El abanico es extenso, folk y blues primitivos (“Fishin´Blues” de Henry Thomas, “Midnight Special blues” de Leadbelly, un animoso “Drinkin´wine Spo-dee-o-dee drinkin´ wine” de Stick Mcghee, con el contrapunto de Freedom recitando todos los tipos de vino imaginables; la inicial “Last fair deal gone down” de Robert Johnson o tradicionales como “Drink Muddy Water”), gospel (“Down by the riverside”, con coros de Freedom), tradicionales bluegrass (“Nine pound Hammer”, “Pig in a pen” o “Salty Dog Blues”), country (piezas de Merle Haggard y Hank Williams tales que “Lost Highway” o “Jambalaya”; junto a clásicos modernos como “Me and Bobby McGee” de Kriss Kristofferson), “Cakewalk into Town” de Taj Mahal y clásicos rock de sólida raigambre como “Wild Horses” de los Stones o “Friend of the devil” de Grateful Dead. Yéndose por donde habían venido con su final “duelo de armónicas”. Un repertorio interpretado con entrega y pasión, atrayéndose toda la atención y la complicidad del poco público que tuvimos la fortuna de disfrutar de esos momentos tan especiales.
Como si de dos sonrientes vagabundos que recorrieran los Estados Unidos de la época de la Gran Depresión se tratara, aparecieron en el pequeño escenario del pub. A pecho descubierto, sin micros ni electrificación de ningún tipo, un formato que precisa más que ningún otro la comunión con el público y la colaboración de éste, sobre todo con su silencio. Transmitieron un sonido vibrante, gozoso e imperfecto que consigue llenarlo todo: la percusión de los golpes sobre el cuerpo de la guitarra, de los pies sobre la madera del escenario, de las palmas sobre las piernas, el juego de armónicas de Freedom, con su pinta bonachona, y la vigorosa acústica de Tom, viva, directa, tan cargada de fuerza como de regusto a miles de historias y vidas pasadas. Lardner, animoso, introduce cada tema con algún breve apunte siempre enriquecedor, sabiendo situar al oyente con dos palabras en el momento de cada canción. El abanico es extenso, folk y blues primitivos (“Fishin´Blues” de Henry Thomas, “Midnight Special blues” de Leadbelly, un animoso “Drinkin´wine Spo-dee-o-dee drinkin´ wine” de Stick Mcghee, con el contrapunto de Freedom recitando todos los tipos de vino imaginables; la inicial “Last fair deal gone down” de Robert Johnson o tradicionales como “Drink Muddy Water”), gospel (“Down by the riverside”, con coros de Freedom), tradicionales bluegrass (“Nine pound Hammer”, “Pig in a pen” o “Salty Dog Blues”), country (piezas de Merle Haggard y Hank Williams tales que “Lost Highway” o “Jambalaya”; junto a clásicos modernos como “Me and Bobby McGee” de Kriss Kristofferson), “Cakewalk into Town” de Taj Mahal y clásicos rock de sólida raigambre como “Wild Horses” de los Stones o “Friend of the devil” de Grateful Dead. Yéndose por donde habían venido con su final “duelo de armónicas”. Un repertorio interpretado con entrega y pasión, atrayéndose toda la atención y la complicidad del poco público que tuvimos la fortuna de disfrutar de esos momentos tan especiales.
18 enero 2009
ENTREVISTA A MANOLO BERTRÁN (DR. DIVAGO)
Queridos Psicocamaleones:
Manolo Bertrán, líder de la banda valenciana Dr. Divago, es un personaje singular sin aditivos, en esencia; y por eso lo traemos a estas irreverendas páginas. La suya es una gran voz que continúa la tradición de su tierra, la Comunidad Valenciana: sobrada, personal, dúctil y clara; perfectamente reconocible, capaz de moverse del desgarro al sosiego sin aspavientos. Comunica letras que saben contener una historia huyendo de los lugares comunes, reflexiones más allá de lo previsible; curiosas y acertadas descripciones, fotografías precisas o enigmáticas y atrayentes divagaciones. Imaginativas metáforas sin gratuidad que se deslizan en muchas ocasiones hacia una realidad paralela.
Su grupo es, por simplificar, la mezcla perfecta entre la new wave y la mejor tradición melódica de los sesenta. Melodías cuidadas en composiciones siempre inmediatas y hasta vertiginosas, con un punto nervioso incluso en las baladas, un latido propio e intenso de estimulante instrumentación. La apuesta de Manolo Bertrán y los suyos está clara desde “Regalos Vivos” (1.992) y los seis elepés que le han seguido: un mundo lírico sorprendente precipitado al oyente en forma de grandes momentos pop envueltos en un sonido vigoroso y limpio, eléctrico, concreto y cortante en su esquematismo, aunque cada vez más enriquecido y detallista. Estamos ante un estilo muy definido y personal, la primera escucha siempre recuerda a lo anterior, no sorprende. Pero no se trata de eso, ni Neil Young, Paul Weller o Antonio Vega van a hacerlo, probablemente ya ni Tom Waits. Se ha desarrollado un lenguaje, una expresión propia que, a partir de la segunda escucha comienza a reclamar su espacio, a diferenciarse y crecer respecto de lo anterior, revelándose como algo distinto y disfrutable por sí mismo.
En “Las canciones del año que viene” (Molusco Discos, 2.008), su último trabajo hasta la fecha, la voz aparece como siempre en primer plano, secundada por unas guitarras especialmente cuidadas: expresivas, medidas, sucias, urgentes o hambrientas; derivando en muchas ocasiones en punteos más roll que rock (“Horas y horas” con su guiño final a los New York Dolls). La base rítmica continúa tan reconocible, clavada, con el añadido de las percusiones de su productor, Dani Cardona; o la armónica de Chumi, ese sello tan distintivo, que habla entre la aridez de “Madrugadas” y vuela en “Frunciendo el ceño”, corte tan imparable como “Los Dioses y los hombres”, “Ezequiel” o “Cuando perdimos el rumbo” que empieza desde el estribillo, sobrevolado de punk. De ahí se pasa a la complejidad de “El viejo campeón” y “Las canciones del año que viene”; o a momentos tan apacibles como laberínticos, tales que el blues impregnado de swing “Murciélagos”, “Mirar por dentro” o “La habitación de Charo”. Temas estos dos últimos, por cierto, situados por el autor entre los cinco mejores de su carrera.
En Efe Eme podéis descargar gratuitamente “El día de autos”, disco que recoge rarezas y versiones de la banda difíciles de localizar. Os dejo con Manolo Bertrán.
- ¿Cuáles fueron los primeros discos o bandas que te influyeron?
Sin lugar a dudas, The Beatles. El “A Hard Day`s Night” que mi hermano (él tenía 12 ó 13 años y yo andaría por los 8) trajo a casa un buen día, allá por el 74, fue desencadenante. Luego llegaron muchas más cosas....
- ¿Cuánto tiempo dedicas a preparar el material de cada álbum?Pues un año largo desde que empiezo a componer y arreglamos las canciones en el local de ensayo y hasta que pasamos a grabar. Ahora me encuentro inmerso en el vértigo de la primera fase para el próximo álbum. Apenas tengo canción y media.
- Supongo que no podrás dedicarte exclusivamente a la música, ¿piensas que esa situación limita la creatividad de algún modo, o por el contrario puede enriquecerla?
Creo que te limita. Aunque vives para esto, no puedes dedicarle toda la atención que requiere. Aunque, sinceramente, no sé cómo hubieran ido las cosas de haber podido vivir de la música. Hay quien piensa que el grupo hace tiempo que estaría disuelto.
- ¿Escribes otro tipo de textos, aparte de las letras de las canciones?
No, me he especializado en esto de las letras. De chiquillo, escribí algunas poesías que no estaban mal, o eso me parecía. Algunos versos fueron a parar a mis primeras canciones. Y algún relato malo también hice.
- ¿Cómo escribes una canción?, ¿de dónde suele partir la idea?
No tengo una metodología muy definida ni tampoco me suelen inspirar siempre las mismas cosas. En muchas ocasiones he partido de la letra; en otras una melodía a la que le encajo el texto. Lo normal es que luego todo se vaya desarrollando a la vez. Quiero decir que casi nunca tengo toda la melodía hecha para encajarle letra ni toda la letra escrita para ponerle música. Es más normal que al principio sólo tenga una estrofa o una parte de ella, o un estribillo. A veces la idea llega por cosas que te cuentan, a veces vivencias personales; a veces una noticia en un periódico, una conversación que escucho en el autobús o que tengo en un taxi, un libro o una película, en ocasiones cosas que me han sugerido los propios componentes del grupo o mi pareja. Cuando estoy en período de composición estoy alerta para cazar todas las canciones que están flotando a mi alrededor.
- ¿Qué te motiva a hacer canciones?
No lo sé, siento esa necesidad. Me emocionan determinadas canciones de otros y supongo que lo que busco es emocionarme y provocar esa emoción también en los demás con mis canciones. No hago canciones para la mera diversión ni para que acompañen de una forma amable o entretengan a un supuesto público; soy más ambicioso en este sentido, persigo una reacción fuerte. En un mal momento, porque hoy en día la mayoría de la gente lo que busca en la música es evadirse, relajarse y que no le coman la cabeza. A mí me gusta meterme de lleno en el universo de una canción, dentro de lo que cuenta la letra y la música. Me fastidia esa actitud tan insensible o tan tibia con respecto a la música o a cualquier otra disciplina artística.
Escribo canciones desde los 13 años, siempre he estado fascinado por esta parcela del trabajo musical y es la que más me llena y me satisface. Al principio lo hacía de forma totalmente libre, sin pensar en cumplir plazos ni nada, claro. Ahora, ya estoy metido en una pequeña vorágine y yo mismo me marco los tiempos para componer, me disciplino mínimamente para cumplir esos plazos y tener material preparado para que el grupo pueda trabajar. Pero no compongo todo el tiempo. Antes sí lo hacía, lo que provocó que durante aproximadamente los primeros diez años Divago tuviera bastante material almacenado. Ahora utilizo los tiempos de presentaciones en directo y promoción para airearme, para descansar de componer y centrarme en lo otro.
– El rasgo clave de Dr. Divago, en mi opinión, es la manera de conjugar un sonido generalmente inmediato y vibrante con tu mundo literario, sugerente y complejo. Pienso que el pop, sobre todo el más directo y colorista musicalmente, no se aprovecha lo suficiente como portador de textos de calado, desperdiciando una inmensa arma de comunicación. ¿Qué opinas al respecto?
Comparto este punto de vista pero entiendo que, normalmente, lo hacen así porque no les interesa. En determinados subestilos del pop o del rock, las letras tienen menos peso, incluso existe el género instrumental en el que se renuncia por completo a ellas. Siempre que se mantengan unos mínimos de buen gusto, todas las opciones me parecen respetables. El problema viene cuando los textos rebosan mal gusto o están especialmente descuidados. Intento huir siempre de eso, no ya como autor (que también, claro) sino como oyente o como se le quiera llamar.
- Algo que creo que mejora en cada disco es el sonido. ¿Cómo sueles plantear la grabación con vuestro productor Dani Cardona?, ¿en qué parte de ésta hacéis más hincapié?, ¿qué cosas han ido cambiando con los años?
Cada vez es más sencillo. Ahora mismo hasta grabamos en directo. Hacemos especial hincapié en tener unas tomas que reflejen bien lo que somos en el local de ensayo. Dentro del estudio, Dani es el director. Intentamos que haya escuchado las canciones antes de entrar a grabar. Luego grabamos en directo hasta que nos sirven, como mínimo, las tomas de batería. Muchas veces el bajo también queda listo o alguna guitarra. Sobre las tomas definitivas de Wally corregimos algunas cosas de bajos y guitarras. Después vienen solos de guitarra, de armónica, voces y coros. Y luego las mezclas, que muchas veces las hace Dani solo. Yo intento estar siempre pero a veces no puedo por motivos laborales.
- ¿Eres comprador habitual de discos?, ¿eres completista o coleccionista?
Compro discos desde los 13 años, pero nunca he sido coleccionista. De la gente que me gusta mucho suelo tenerlo todo o casi todo, pero son casos contados. Me gusta tener un poco de todo, dentro de lo que me gusta, principalmente rock`n´roll, aunque no sólo. Ahora mismo sigo comprando cd´s y algún vinilo de vez en cuando.
- Cuidáis en la medida de lo posible la grabación de vídeos en cada disco. ¿Es un empeño artístico más que promocional?
Bueno, ese empeño artístico habría que agradecérselo a la gente que nos ha hecho vídeos: dr. Mongole, José Uris, 2manyproducers, Juan Martín Avilés, entre otros. Por nuestra parte, los vídeos casi siempre ha sido rentables económicamente, ésa es la verdad del cuento. Aparte de poner la jeta en aquellos en los que salimos, de alguna sugerencia aislada y de que yo hice el guión de “No tan bueno” y el de “Frunciendo el ceño”, el resto del mérito artístico es suyo.
- ¿Temas como “Murciélagos” pueden señalar otra línea compositiva de Manolo Bertrán?No, no lo creo. Salió así, pero es un mero coqueteo con el swing. No veo que nos vayamos a decantar por esa línea.
– “Ezequiel” parece totalmente autobiográfica. ¿Buceas a menudo en vivencias personales a la hora de escribir?
Muchas veces, cada vez más. A partir del cuarto disco esto se hizo mucho más patente, aunque podría señalar componentes personales en las letras de cualquiera de mis discos. Efectivamente, Ezequiel era un compañero de colegio, un absentista escolar del copón. Sin embargo, los aspectos biográficos y de ficción se entrelazan para construir la historia.
– Hay referencias pugilísticas en “El viejo campeón” y “Frunciendo el ceño” (sin olvidar “La esquina del ring”). ¿Te parece la mejor metáfora de la derrota y la desubicación?La mejor metáfora de la vida. Esto incluiría la derrota, pero también el resurgimiento, la revancha.
- ¿Hay canciones que vuelven, composiciones dejadas de lado que te interesan de pronto, que se te aparecen con un significado renovado?Pocas veces aunque alguna vez ha pasado. Antes de llegar al local de ensayo e incluso antes de ponerme a trabajar en serio una idea, aplico mi propio filtro.
- Casi veinte años como grupo, pero a la banda se le notan la frescura y las ganas intactas. ¿Desde dentro, qué diferencias ves entre el Doctor actual y el de los primeros discos?
Es una tontería decirlo pero ahora tenemos mucha más experiencia y sabemos mejor el terreno que pisamos y cómo debemos abordar el trabajo. En los primeros discos hubo mayor dispersión, aunque tienen algunas buenas canciones y todavía me reconozco en ellas. En cuanto a estilo empezamos a encarrilarnos para mi gusto con “El loco del chándal”, que es un disco muy rico y muy curioso.
Esa frescura y esas ganas de las que hablas se las puedes achacar a la formación actual, con más de cinco años de estabilidad. Está claro que la vieja guardia es incombustible, pero las incorporaciones de Edu y David, que hoy en día se pueden considerar veteranos de guerra, fueron lo que necesitaba el Doctor.
- ¿Cuál es para ti la perfecta canción pop, y de la que más orgulloso estás de cuantas has escrito?
Me gustan todas, pero tengo mis preferidas. En los 5 primeros puestos, tal como lo veo ahora mismo, podrían estar, no necesariamente en este orden, “Srta. Alfa”, “No tan bueno”, “La habitación de Charo”, “Un minuto antes de la realidad”, “Tirando a dar” y “Mirar por dentro”.
– Ocho discos, seis compañías. ¿Muchas decepciones con las discográficas?
Realmente, pocas. Y gordas gordas, muy pocas. Nuestro principal problema con las discográficas con las que hemos trabajado siempre ha sido que eran sellos muy pequeñitos que no podían hacer más por nosotros. Generalmente, melómanos con poco dinero que no podían ofrecernos las suficientes expectativas como para desilusionarnos después. Por otro lado, hasta hace unos años siempre ofrecíamos nuestro trabajo a muchas otras discográficas, grandes y pequeñas, que nunca lo quisieron. Hoy en día ya no perdemos el tiempo con esas cosas.
- ¿Has notado que conozca más gente a Dr. Divago desde que proliferan las descargas gratuitas de internet?
Seguro. Y asociarnos para ello con gente profesional y con trayectoria como Efe Eme ha sido un acierto. Todavía se puede descargar un recopilatorio de rarezas de Doctor Divago en sus páginas. La inmediatez de internet facilita muchas cosas que cuando empezábamos eran impensables. Sin embargo, en la era pre-internet nos ofrecían más conciertos que ahora. A pesar de lo que dicen algunos, internet (y el mero hecho de que te escuchen por la cara) no es la solución a los problemas de los músicos. Ahora bien, se ha convertido en un instrumento importante al que nosotros tratamos de sacar el máximo partido.
Publicado en Irreverendos en enero de 2.009
Manolo Bertrán, líder de la banda valenciana Dr. Divago, es un personaje singular sin aditivos, en esencia; y por eso lo traemos a estas irreverendas páginas. La suya es una gran voz que continúa la tradición de su tierra, la Comunidad Valenciana: sobrada, personal, dúctil y clara; perfectamente reconocible, capaz de moverse del desgarro al sosiego sin aspavientos. Comunica letras que saben contener una historia huyendo de los lugares comunes, reflexiones más allá de lo previsible; curiosas y acertadas descripciones, fotografías precisas o enigmáticas y atrayentes divagaciones. Imaginativas metáforas sin gratuidad que se deslizan en muchas ocasiones hacia una realidad paralela.
Su grupo es, por simplificar, la mezcla perfecta entre la new wave y la mejor tradición melódica de los sesenta. Melodías cuidadas en composiciones siempre inmediatas y hasta vertiginosas, con un punto nervioso incluso en las baladas, un latido propio e intenso de estimulante instrumentación. La apuesta de Manolo Bertrán y los suyos está clara desde “Regalos Vivos” (1.992) y los seis elepés que le han seguido: un mundo lírico sorprendente precipitado al oyente en forma de grandes momentos pop envueltos en un sonido vigoroso y limpio, eléctrico, concreto y cortante en su esquematismo, aunque cada vez más enriquecido y detallista. Estamos ante un estilo muy definido y personal, la primera escucha siempre recuerda a lo anterior, no sorprende. Pero no se trata de eso, ni Neil Young, Paul Weller o Antonio Vega van a hacerlo, probablemente ya ni Tom Waits. Se ha desarrollado un lenguaje, una expresión propia que, a partir de la segunda escucha comienza a reclamar su espacio, a diferenciarse y crecer respecto de lo anterior, revelándose como algo distinto y disfrutable por sí mismo.
En “Las canciones del año que viene” (Molusco Discos, 2.008), su último trabajo hasta la fecha, la voz aparece como siempre en primer plano, secundada por unas guitarras especialmente cuidadas: expresivas, medidas, sucias, urgentes o hambrientas; derivando en muchas ocasiones en punteos más roll que rock (“Horas y horas” con su guiño final a los New York Dolls). La base rítmica continúa tan reconocible, clavada, con el añadido de las percusiones de su productor, Dani Cardona; o la armónica de Chumi, ese sello tan distintivo, que habla entre la aridez de “Madrugadas” y vuela en “Frunciendo el ceño”, corte tan imparable como “Los Dioses y los hombres”, “Ezequiel” o “Cuando perdimos el rumbo” que empieza desde el estribillo, sobrevolado de punk. De ahí se pasa a la complejidad de “El viejo campeón” y “Las canciones del año que viene”; o a momentos tan apacibles como laberínticos, tales que el blues impregnado de swing “Murciélagos”, “Mirar por dentro” o “La habitación de Charo”. Temas estos dos últimos, por cierto, situados por el autor entre los cinco mejores de su carrera.
En Efe Eme podéis descargar gratuitamente “El día de autos”, disco que recoge rarezas y versiones de la banda difíciles de localizar. Os dejo con Manolo Bertrán.
- ¿Cuáles fueron los primeros discos o bandas que te influyeron?
Sin lugar a dudas, The Beatles. El “A Hard Day`s Night” que mi hermano (él tenía 12 ó 13 años y yo andaría por los 8) trajo a casa un buen día, allá por el 74, fue desencadenante. Luego llegaron muchas más cosas....
- ¿Cuánto tiempo dedicas a preparar el material de cada álbum?Pues un año largo desde que empiezo a componer y arreglamos las canciones en el local de ensayo y hasta que pasamos a grabar. Ahora me encuentro inmerso en el vértigo de la primera fase para el próximo álbum. Apenas tengo canción y media.
- Supongo que no podrás dedicarte exclusivamente a la música, ¿piensas que esa situación limita la creatividad de algún modo, o por el contrario puede enriquecerla?
Creo que te limita. Aunque vives para esto, no puedes dedicarle toda la atención que requiere. Aunque, sinceramente, no sé cómo hubieran ido las cosas de haber podido vivir de la música. Hay quien piensa que el grupo hace tiempo que estaría disuelto.
- ¿Escribes otro tipo de textos, aparte de las letras de las canciones?
No, me he especializado en esto de las letras. De chiquillo, escribí algunas poesías que no estaban mal, o eso me parecía. Algunos versos fueron a parar a mis primeras canciones. Y algún relato malo también hice.
- ¿Cómo escribes una canción?, ¿de dónde suele partir la idea?
No tengo una metodología muy definida ni tampoco me suelen inspirar siempre las mismas cosas. En muchas ocasiones he partido de la letra; en otras una melodía a la que le encajo el texto. Lo normal es que luego todo se vaya desarrollando a la vez. Quiero decir que casi nunca tengo toda la melodía hecha para encajarle letra ni toda la letra escrita para ponerle música. Es más normal que al principio sólo tenga una estrofa o una parte de ella, o un estribillo. A veces la idea llega por cosas que te cuentan, a veces vivencias personales; a veces una noticia en un periódico, una conversación que escucho en el autobús o que tengo en un taxi, un libro o una película, en ocasiones cosas que me han sugerido los propios componentes del grupo o mi pareja. Cuando estoy en período de composición estoy alerta para cazar todas las canciones que están flotando a mi alrededor.
- ¿Qué te motiva a hacer canciones?
No lo sé, siento esa necesidad. Me emocionan determinadas canciones de otros y supongo que lo que busco es emocionarme y provocar esa emoción también en los demás con mis canciones. No hago canciones para la mera diversión ni para que acompañen de una forma amable o entretengan a un supuesto público; soy más ambicioso en este sentido, persigo una reacción fuerte. En un mal momento, porque hoy en día la mayoría de la gente lo que busca en la música es evadirse, relajarse y que no le coman la cabeza. A mí me gusta meterme de lleno en el universo de una canción, dentro de lo que cuenta la letra y la música. Me fastidia esa actitud tan insensible o tan tibia con respecto a la música o a cualquier otra disciplina artística.
Escribo canciones desde los 13 años, siempre he estado fascinado por esta parcela del trabajo musical y es la que más me llena y me satisface. Al principio lo hacía de forma totalmente libre, sin pensar en cumplir plazos ni nada, claro. Ahora, ya estoy metido en una pequeña vorágine y yo mismo me marco los tiempos para componer, me disciplino mínimamente para cumplir esos plazos y tener material preparado para que el grupo pueda trabajar. Pero no compongo todo el tiempo. Antes sí lo hacía, lo que provocó que durante aproximadamente los primeros diez años Divago tuviera bastante material almacenado. Ahora utilizo los tiempos de presentaciones en directo y promoción para airearme, para descansar de componer y centrarme en lo otro.
– El rasgo clave de Dr. Divago, en mi opinión, es la manera de conjugar un sonido generalmente inmediato y vibrante con tu mundo literario, sugerente y complejo. Pienso que el pop, sobre todo el más directo y colorista musicalmente, no se aprovecha lo suficiente como portador de textos de calado, desperdiciando una inmensa arma de comunicación. ¿Qué opinas al respecto?
Comparto este punto de vista pero entiendo que, normalmente, lo hacen así porque no les interesa. En determinados subestilos del pop o del rock, las letras tienen menos peso, incluso existe el género instrumental en el que se renuncia por completo a ellas. Siempre que se mantengan unos mínimos de buen gusto, todas las opciones me parecen respetables. El problema viene cuando los textos rebosan mal gusto o están especialmente descuidados. Intento huir siempre de eso, no ya como autor (que también, claro) sino como oyente o como se le quiera llamar.
- Algo que creo que mejora en cada disco es el sonido. ¿Cómo sueles plantear la grabación con vuestro productor Dani Cardona?, ¿en qué parte de ésta hacéis más hincapié?, ¿qué cosas han ido cambiando con los años?
Cada vez es más sencillo. Ahora mismo hasta grabamos en directo. Hacemos especial hincapié en tener unas tomas que reflejen bien lo que somos en el local de ensayo. Dentro del estudio, Dani es el director. Intentamos que haya escuchado las canciones antes de entrar a grabar. Luego grabamos en directo hasta que nos sirven, como mínimo, las tomas de batería. Muchas veces el bajo también queda listo o alguna guitarra. Sobre las tomas definitivas de Wally corregimos algunas cosas de bajos y guitarras. Después vienen solos de guitarra, de armónica, voces y coros. Y luego las mezclas, que muchas veces las hace Dani solo. Yo intento estar siempre pero a veces no puedo por motivos laborales.
- ¿Eres comprador habitual de discos?, ¿eres completista o coleccionista?
Compro discos desde los 13 años, pero nunca he sido coleccionista. De la gente que me gusta mucho suelo tenerlo todo o casi todo, pero son casos contados. Me gusta tener un poco de todo, dentro de lo que me gusta, principalmente rock`n´roll, aunque no sólo. Ahora mismo sigo comprando cd´s y algún vinilo de vez en cuando.
- Cuidáis en la medida de lo posible la grabación de vídeos en cada disco. ¿Es un empeño artístico más que promocional?
Bueno, ese empeño artístico habría que agradecérselo a la gente que nos ha hecho vídeos: dr. Mongole, José Uris, 2manyproducers, Juan Martín Avilés, entre otros. Por nuestra parte, los vídeos casi siempre ha sido rentables económicamente, ésa es la verdad del cuento. Aparte de poner la jeta en aquellos en los que salimos, de alguna sugerencia aislada y de que yo hice el guión de “No tan bueno” y el de “Frunciendo el ceño”, el resto del mérito artístico es suyo.
- ¿Temas como “Murciélagos” pueden señalar otra línea compositiva de Manolo Bertrán?No, no lo creo. Salió así, pero es un mero coqueteo con el swing. No veo que nos vayamos a decantar por esa línea.
– “Ezequiel” parece totalmente autobiográfica. ¿Buceas a menudo en vivencias personales a la hora de escribir?
Muchas veces, cada vez más. A partir del cuarto disco esto se hizo mucho más patente, aunque podría señalar componentes personales en las letras de cualquiera de mis discos. Efectivamente, Ezequiel era un compañero de colegio, un absentista escolar del copón. Sin embargo, los aspectos biográficos y de ficción se entrelazan para construir la historia.
– Hay referencias pugilísticas en “El viejo campeón” y “Frunciendo el ceño” (sin olvidar “La esquina del ring”). ¿Te parece la mejor metáfora de la derrota y la desubicación?La mejor metáfora de la vida. Esto incluiría la derrota, pero también el resurgimiento, la revancha.
- ¿Hay canciones que vuelven, composiciones dejadas de lado que te interesan de pronto, que se te aparecen con un significado renovado?Pocas veces aunque alguna vez ha pasado. Antes de llegar al local de ensayo e incluso antes de ponerme a trabajar en serio una idea, aplico mi propio filtro.
- Casi veinte años como grupo, pero a la banda se le notan la frescura y las ganas intactas. ¿Desde dentro, qué diferencias ves entre el Doctor actual y el de los primeros discos?
Es una tontería decirlo pero ahora tenemos mucha más experiencia y sabemos mejor el terreno que pisamos y cómo debemos abordar el trabajo. En los primeros discos hubo mayor dispersión, aunque tienen algunas buenas canciones y todavía me reconozco en ellas. En cuanto a estilo empezamos a encarrilarnos para mi gusto con “El loco del chándal”, que es un disco muy rico y muy curioso.
Esa frescura y esas ganas de las que hablas se las puedes achacar a la formación actual, con más de cinco años de estabilidad. Está claro que la vieja guardia es incombustible, pero las incorporaciones de Edu y David, que hoy en día se pueden considerar veteranos de guerra, fueron lo que necesitaba el Doctor.
- ¿Cuál es para ti la perfecta canción pop, y de la que más orgulloso estás de cuantas has escrito?
Me gustan todas, pero tengo mis preferidas. En los 5 primeros puestos, tal como lo veo ahora mismo, podrían estar, no necesariamente en este orden, “Srta. Alfa”, “No tan bueno”, “La habitación de Charo”, “Un minuto antes de la realidad”, “Tirando a dar” y “Mirar por dentro”.
– Ocho discos, seis compañías. ¿Muchas decepciones con las discográficas?
Realmente, pocas. Y gordas gordas, muy pocas. Nuestro principal problema con las discográficas con las que hemos trabajado siempre ha sido que eran sellos muy pequeñitos que no podían hacer más por nosotros. Generalmente, melómanos con poco dinero que no podían ofrecernos las suficientes expectativas como para desilusionarnos después. Por otro lado, hasta hace unos años siempre ofrecíamos nuestro trabajo a muchas otras discográficas, grandes y pequeñas, que nunca lo quisieron. Hoy en día ya no perdemos el tiempo con esas cosas.
- ¿Has notado que conozca más gente a Dr. Divago desde que proliferan las descargas gratuitas de internet?
Seguro. Y asociarnos para ello con gente profesional y con trayectoria como Efe Eme ha sido un acierto. Todavía se puede descargar un recopilatorio de rarezas de Doctor Divago en sus páginas. La inmediatez de internet facilita muchas cosas que cuando empezábamos eran impensables. Sin embargo, en la era pre-internet nos ofrecían más conciertos que ahora. A pesar de lo que dicen algunos, internet (y el mero hecho de que te escuchen por la cara) no es la solución a los problemas de los músicos. Ahora bien, se ha convertido en un instrumento importante al que nosotros tratamos de sacar el máximo partido.
Publicado en Irreverendos en enero de 2.009
13 enero 2009
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