No paraba de atender teléfonos ni de recibir mensajes y correos. Consultó
su reloj, suspiró y un silbido se escapó de entre sus labios. Paseó por la
habitación y se acercó al espejo a hurtadillas, haciéndole muecas por sorpresa;
después se colocó un puro en la boca y trató de caminar, venciendo su óxido,
como Groucho Marx. Se alisó el traje
y carraspeó. De pronto el cielo se nubló, ocultando ese sol radiante que algo
le animaba. El presentimiento regresó definitivo y punzante. Se deshizo el nudo
de la corbata y encendió su habano. Conocía el camino a seguir, el método, por
fin había comprendido el mensaje. Dispuso su chaqueta cuidadosamente sobre el
respaldo de la silla, se remangó, y cerró la puerta por dentro. Desconectó los
teléfonos, apagó los móviles y respiró profundamente. A partir de ahí tiró
dados siseando como un loco, jugó solitarios, lanzó monedas al aire; llamó a
dos programas de videncia presionándose la nariz y tapando el auricular con la
bandera; rezó brevemente para que no se rompiera el espejo; leyó su horóscopo
en decenas de medios a través de internet y, no convencido del todo, el de todos
y cada uno de sus ministros. Sumó y restó predicciones halagüeñas,
advertencias, adivinaciones y malos augurios. Finalmente, tomó su pluma y firmó
Los Presupuestos.
Publicado en el nº120 de la
revista de humor on line "El
Estafador", dedicado a los horóscopos.
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