05 julio 2013

UNA MAÑANA ESPLÉNDIDA

Bajó a la calle mirándose en el espejo del ascensor, silbando y alisándose el traje. Saludó y departió con el portero del bloque donde estaban situadas sus oficinas, en el centro de la ciudad: “el proyecto de sus desvelos”, como solía referirse a su negocio. Compró un billete de la ONCE y conversó con la vendedora, jugando a tirarle de la nariz por la ventanilla y guiñándole mientras le explicaba lo bien que vivía vendiendo los cupones, ahí sentadita. También compró flores y las guardó en su coche, que abrió con el mando a distancia desde cincuenta metros con gesto imperceptible. Tomó un café en el bar de siempre, e invitó a unos vecinos. Apeló a la seriedad en el trabajo y animó al hijo del dueño a que continuase con ahínco sus estudios (“la única manera de que te respeten y conseguir ser algo en la vida”). Antes de pagar aún tuvo tiempo de dar algunos consejos al propietario de cara a la declaración de la renta, y finalmente salió del bar despidiéndose efusivamente de la concurrencia y lanzando al aire pronósticos futbolísticos que a todos trataban de contentar. Con paso atlético se encaminó hacia el banco; ensayó la sonrisa ante un escaparate y se pasó la mano por el pelo antes de volver a alisarse el traje. Saludó con la cabeza a los empleados y alabó la belleza de la cajera desde su lugar en la cola. Después se aventuró a adular al interventor: moviéndose con paso sigiloso, acompañado de cierto toque mímico, se acercó a la columna que ocultaba una parte de su mesa cargando el antebrazo para un apretón cordial y sorpresivo de manos, avanzó con la mano abierta y el brazo medio extendido. Al rodear la columna descubrió que el asiento del interventor lo ocupaba el informático y en un segundo encogió la extremidad hasta hacerla desaparecer completamente. La sonrisa no tuvo tiempo y permaneció allí, colgando fría y húmeda. El interventor estaba reunido. De nuevo en la calle se dirigió al mercado a recoger el pescado fresco que le habían encargado en casa; esa noche tenían invitados: su asesor laboral y señora. Hacía una mañana espléndida, qué duda cabía. Mientras, en su oficina, la mitad de los empleados releían nerviosos la carta de despido que habían encontrado sobre sus mesas.



Publicado en el nº 173 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a los despidos..

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