Llegó la hora de esos silencios desoladores
de boca podrida, fermentados en gargantas habitualmente inflamadas de mayúsculas y certezas.
De los apresurados resúmenes geopolíticos a la hora del café. De las
equiparaciones. De las puntualizaciones. De las coartadas. De medir las
reacciones. De las condenas a media voz. De la frialdad de datos que se lanzan,
se solapan y derrapan. De las contextualizaciones. De algunas comparaciones
puntuales. De la retórica circular. De la preocupación por las consecuencias sin
ser capaces de detenerse un minuto a pensar en el hecho en sí.
Llegó la hora, otra hora más, de
señalar con el dedo. De apelar al sentido común. De cambiar de tema. De pedir
calma, altura de miras. De cargar las tintas. De sacudir el árbol. De utilizar
la mesura como silenciador. De generalizar. De afilar la venganza. De afilar las adversativas. De
meter a todos en el mismo saco para salvarnos todos. De maquillar el resultado.
De echar las redes. De sacar partido.
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