Los prejuicios son, según la
R.A.E., opiniones previas acerca de algo que se conoce mal sostenidas con
tenacidad. Prácticamente inmutables, añadiría yo. Un prejuicio no es solo una
muestra cerril de desconocimiento o incultura, incluso brutalidad, es, además,
una herramienta útil e inmediata de ataque o contraataque (el martillo figurado
que nos acompaña oculto bajo la gabardina, el as marcado que estampamos en la
cara del contrario).
Hace poco se produjo una
situación lamentable a estas alturas: en la habitual rueda de prensa de los
entrenadores tras el importante partido Almería-Eibar, en el que los locales
consiguieron la victoria por dos goles a cero. Gaizka Garitano, técnico de
los guipuzcoanos, abandonó la sala de prensa del estadio al ser increpado por
dos periodistas locales, que le reprochaban que respondiese en euskera a las
preguntas de los medios del País Vasco que siguen al equipo en sus
desplazamientos y emiten su información en ese idioma. Un patético incidente
sin más repercusión, pienso. Lo que me llamó la atención fue la actitud a
través de ese vertedero de pensamientos instantáneos que suele ser Twitter de la periodista Samanta Villar, una profesional de esas
que llaman de raza, a la que se le suponen las suficientes experiencias vitales
y laborales como para desterrar la mezquina necesidad de ocultar prejuicios y
bajezas similares en el desván de su pensamiento. Pero ya hemos dicho que los
prejuicios son herramientas, armas que generalmente se suelen llevar bien escondidas
hasta que se las hace aparecer con toda violencia en el momento más inesperado;
proporcionadas e inculcadas por nuestro lado del
tablero social y que, ante su utilidad, la mayoría no ve necesario apartar de
su visión del mundo. La periodista barcelonesa escribió en su cuenta que “los
periodistas de Almería apenas entienden el castellano”, y luego se disculpó
(deporte nacional este por antonomasia en los últimos años). Al referirse de
esa manera tan despectiva a los periodistas de esa provincia, partía de la base
de su condición de andaluces (nunca hubiese atacado por ese flanco a
periodistas vallisoletanos, por ejemplo), y no dudó en blandir y lanzar el
prejuicio existente sobre el acento andaluz, que suele hacer gracia y resultar
saleroso hasta que viene al caso lanzar una coz contra el que lo practica.
Aparte de la estupidez del comentario en sí, obvió que en otras ciudades en las
que me imagino que los periodistas apenas entienden el castellano, como
Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga (solo durante esta temporada), Garitano se
dirigió a los medios como creyó conveniente con total tranquilidad. Eso sin
mencionar la evidencia de que en Almería hay más de dos periodistas y la
respuesta del jefe de prensa del Almería, alabada por la directiva del Eibar.
A los pocos días ocurrió un hecho
similar: el laureado y reconocido director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu, declaró
que las películas de superhéroes son “genocidio cultural”. Dijo mucho más que
eso, claro, pero esa fue la información que le trasladaron en una entrevista a Robert Downey Jr. , habitual intérprete
de superhéroes. Downey es un buen actor y, ya se sabe, su trabajo consiste en
meterse en la piel de todo tipo de personajes (que en muchas ocasiones son
remedo de personas). Viaja, conoce gente por todo el mundo, se documenta,
conversa, aprende… Sin embargo, durante aquella entrevista, y tras conocer las
declaraciones de Iñárritu, no dio tiempo a su cerebro a ponderar los hechos y construir
una respuesta razonada, se limitó a envolver su ingenio en el mazo del
prejuicio y a decir que “para un hombre cuya lengua nativa es el español, ser
capaz de armar una frase como ‘genocidio cultural’ habla de lo brillante que es”.
Al menos, en esa ocasión la prensa sí se refirió a sus palabras como dardo
xenófobo y racista.