Bob Dylan actuará el próximo 8 de julio en el Palacio de Deportes
de Granada, dentro de un nuevo episodio de su Never Ending Tour (Gira Interminable). Si decides acercarte, no debes
olvidar que saldrá al escenario con gesto distraído, como si tú no estuvieses
allí. Mirará en tu dirección con cierta extrañeza, como quien se encuentra con
un grupo inesperado de gente en la acera mientras pasea. Por un momento,
parecerá que sus ojos han encontrado algo interesante en la lejanía. Con un
poco de suerte, quizá cruces tu mirada con la suya durante un instante y puedas
experimentar lo que el joven Bob sintió el día que Buddy Holly lo miró a los ojos en un concierto celebrado en su
ciudad, Duluth, a mediados de los cincuenta. Debes saber que le gustará que
estés ahí, deseará notar la presencia de gente nueva, más joven, que vibre con
las nuevas redefiniciones de sus canciones, aunque no sepan identificarlas. Reclamará
con algún leve gesto, acaso irónico, la complicidad de sus músicos, la
confirmación de que todo está en orden. Allí estarán todos: el batería George Receli, el bajista Tony Garnier, el multiinstrumentista Donnie Herron y los guitarristas Stu kimball y Charlie Sexton. Garnier como fiel colaborador desde 1.989, y el
resto unidos a la Gira Interminable en diversos momentos de la pasada década. Atrás
quedaron su primer guitarrista de confianza de esta etapa (G.E. Smith) y otros ilustres como Larry Campbell o David
Kemper. Tocará la guitarra y cantará, no chapurreará en tu idioma lo bonita
que es tu ciudad ni se envolverá en tu bandera. A lo mejor le da por probarse
como músico en tu presencia, ensayando otras maneras de tocar. Pondrá en liza
un repertorio vivo, cambiante, cuya extensión y ejecución siempre son una
incógnita. Bien es sabido que, a veces, cuando le da por viajar a lomos de su
intuición, seguirlo puede ser tarea complicada incluso para sus músicos más
veteranos. Todo vale menos momificar su legado paseándolo dentro de un
cancionero encorsetado y previsible, aun a sabiendas de que es eso,
precisamente, lo que demandan todos aquellos que acuden a sus conciertos al
reclamo de su leyenda.
Fue esta una de las claves del
nacimiento de la Gira Sin Fin que nos ocupa, que es más bien una actitud en sí
misma, la oportunidad de remover y sacar brillo al tesoro, de equivocarse, de
alcanzar lo sublime o caer en la descoordinación. De dar lustre o emborronar. De
crear sobre la marcha u olvidar parte de la letra. Por algo Dylan siempre ha
dicho que sus canciones “no están grabadas en piedra”. Fue la excusa perfecta
para ampliar el campo de acción y recuperar, para revivirlas de mil maneras,
canciones dejadas de lado durante mucho tiempo que cimentaron sus inicios como
intérprete y compositor. Tuve la oportunidad de verlo en Motril en 2.004. En
aquella ocasión soporté detrás de mí a
un político de esos que nunca pagan la entrada. Al final del concierto se
quejaba amargamente de que no había tocado ninguna canción de “aquella época”. Cayeron
algunas, sin embargo: “Girl from the
north country” o “A hard rain’s
A-gonna fall”, por ejemplo, si tenemos en cuenta que para esta gente Dylan
no traspasó el umbral de 1.965.
Qué año 1.965 para Bob Dylan y
los escenarios. Aprovechó nada menos que el festival de Newport de aquel año
(cita cumbre anual del folk estadounidense por excelencia) para escenificar la
electrificación de su música, poniendo en grave riesgo todo el prestigio que se
había granjeado durante los cuatro años anteriores. Era el Dylan altivo que
avanzaba a pasos de gigante. Joe Boyd,
testigo de excepción del acontecimiento, no duda en calificar ese momento como
el del nacimiento del rock “A algunos les encantó, otros lo detestaron, y la
mayoría quedó asombrada, atónita y cargada de energía por ello. Era algo que
hoy damos por hecho, pero totalmente nuevo entonces: letras no lineales, una
actitud de total desprecio por la expectación y los valores establecidos (…)
Los Beatles todavía cantaban
canciones de amor en 1.965, mientras que los Stones tocaban una especie de pop sexy de raíces blues. Esto era
distinto”. Un año después, paseó altanero su empecinamiento eléctrico por
Inglaterra, donde trastocó definitivamente el concepto de música rock de
público y músicos entre abucheos y gritos de “Judas”.
Tras girar con Tom Petty y The Grateful Dead, un Bob Dylan desorientado parece tocar fondo,
tanto en el aspecto discográfico como en sus actuaciones en directo. Desencantado,
escoge los repertorios necesarios para salir del paso y esconde su voz entre
las coristas que le acompañan. Parece ser que en el concierto compartido con
Petty en Locarno, Suiza, el 5 de octubre de 1.987, escuchó en su cabeza algo así
como “Estoy decidido a resistir, tanto si Dios me libra como si no”, y que a
partir de ese momento se decidió a afrontar sus dudas y fantasmas. Aunque,
según se puede leer en su autobiografía “Crónicas”, también pudo influir el
encuentro con una banda de jazz en un local diminuto. Los músicos, pulcramente
vestidos, actuaban con profesionalidad ante una sala prácticamente vacía, y la
entereza de su veterano cantante le devolvió la capacidad para regresar al
primer plano, las ganas de volver a concitar la atención de la audiencia. De
todas maneras, como contrapunto a cualquier atisbo de leyenda, algunas voces
relacionan directamente con motivaciones económicas ese impulso de estar
siempre en la carretera.
El pistoletazo de salida del Never Ending Tour se produjo el 7 de
junio de 1.988, en el californiano Condord Pavillion. La primera formación que
puso en liza fue la más escueta con la que Dylan había salido nunca de gira (Christopher Parker a la batería, Kenny Aaronson al bajo y G.E. Smith a
la guitarra eléctrica y acústica). Desde entonces ha mantenido formaciones
similares, realizando una media de cien conciertos anuales, algo que no hacía
desde 1.978. Bob Dylan se refirió en una entrevista de octubre de 1.989 a la gira en la que
estaba inmerso como “La Gira Interminable”, denominación que a partir de entonces
se impuso, a pesar de las reticencias del protagonista.
Neil Young se sumó a la banda en los primeros conciertos de la Gira
Interminable. Ha tocado por Sudamérica con The
Rolling Stones, y compartido cartel y escenario con Van Morrison, Paul Simon,
Phil Lesh o Brian Setzer (por cierto, hubiese sido interesante asistir a alguna
de las interpretaciones de “Rainy day
woman #12&35” que hicieron juntos). Ha realizado giras como la
emprendida con Willie Nelson,
recorriendo campos de béisbol de las ligas menores. Ha actuado en castillos, plazas
de toros, estadios, velódromos, centros de artes escénicas, universidades o
teatros; tropezando acaso con los fans que le siguen de concierto en concierto
anotando cuidadosamente el repertorio utilizado. Incluso ha realizado
conciertos privados para empresas. Siempre de un lado a otro del mundo, cantando
para Clinton o en Bolonia para el Papa;
o parando en China en 2.011, generando polémica por no referirse de
forma explícita a la situación del país o por someter su repertorio
presuntamente a la censura (hecho que el propio Dylan negó). Entre 2.006 y
2.009, período en que mantuvo su programa semanal de radio, llevaba un equipo
portátil cedido por la emisora para aprovechar las ideas que le surgieran
durante los tiempos muertos de la gira.
Mientras le acompañen las
fuerzas, existirá la posibilidad de tener a este objeto de teorización
constante en tu ciudad, donde alguien creerá haberlo visto circulando en
bicicleta con el gesto impenetrable del buen jugador de póquer que es, o se lo
encontrará cenando en un restaurante de carretera después de un concierto, como
relata Howe Gelb que le ocurrió,
dando cuenta del magnetismo que desprende el de Minnesota.
Y así se pasa la vida este mito
viviente de 74 años de edad, enlazando giras, descansando pocas semanas entre
las mismas y durante el mes de diciembre. Aceptando colocar conciertos en días
sucesivos siempre que entre una ciudad y la siguiente no haya más de 350 kilómetros .
Puede que el mismo Dylan que
subió al escenario del café Wha? en el Greenwich Village y se presentó al
público diciendo que venía de recorrer todo el país siguiendo los pasos de Woody Guthrie; el que inventaba
historias como que tenía sangre sioux, provenía de Nuevo México, había sido
miembro de un circo ambulante o cantante de blues que recorría el país haciendo
autostop y en trenes de mercancías; quiera vivir hasta el final de sus días y a
su manera esas historias que inventaba con menos de veinte años, recién llegado
a Nueva York. Ser el trovador que recorre el mundo con sus canciones. Ir en
busca de lo inesperado. O quizá se trate simplemente de que no soporta la vida
cotidiana, que le abruma manejarse en ella, siendo perfectamente capaz de
perderse conduciendo por Los Angeles. Ya lo dijo en una ocasión “Me mortifica
estar en el escenario, pero también es el único sitio donde soy feliz”.
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