¿Recuerdas esa sensación
que explotaba en ti como un
cohete?
Ese abanico inacabable
serpenteaba eléctrico en tu
sangre,
cimbreaba tu cuerpo,
afilaba tus dedos,
tiraba del cabello de tus
sueños,
te lanzaba sin rumbo,
(a veces hacia arriba).
Empujaba tus uñas,
te hacía sentir enjaulado
y con fuerzas para salir.
Detenía un segundo tu corazón
y un redoble roto de batería
lo hacía emerger
envalentonado,
voluptuoso, retumbante.
Hoy, no es más que un reptante
tictac;
un viejo asiento que suspira
por ser abandonado.
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