06 noviembre 2011
LOS SUEÑOS Y LA TAZA DE CAFÉ (4): LA CARTA
Elisa leía y releía la carta con un gesto meditabundo que pronto se acompañó de un ligero temblor y varios intentos fallidos de sonrisa, aunque un sol había explotado en su interior. Miró por la ventana y adivino el río, que siempre se escuchaba más que dejarse ver, observó los altos árboles cuyo interior era un secreto, la hierba alta que se enredaba en los tobillos de los niños y siempre frenaba los balones, y las mariposas, tan bellas y coloridas como listas, ya que volaban justo a la altura a la que los habitantes del valle nunca las podrían alcanzar. A Elisa siempre le había parecido su mundo un decorado sin gracia, una pantalla sin brillo, acaso una belleza mecanizada. La tarjeta de visita que ocultaba corazones sombríos que se sonreían y ayudaban con amabilidad, pero nunca llegaban a amarse, a entregarse ni a enloquecer los unos por los otros. Salió a la calle suspirando y releyendo las dulces palabras que llegaron en un sobre desde un lugar lejano y fugaz en el que pensó que sólo habían quedado miradas y promesas baldías. Sus vecinos pasaban a su lado sonrientes y muy pendientes de sus quehaceres, saludándola con beatíficos movimientos de cabeza. A los pocos minutos, conforme la idea de su amor maduraba en su pensamiento, su corazón pareció crecer y tirar de ella hacia arriba, hasta que, para su sorpresa, se vio mucho más alta que el metro y medio exacto que media toda la población del valle. Anduvo torpona y titubeante, sintiéndose rara y a la vez feliz, sus manos acariciaban las alas de las mariposas, maravilladas ante tal novedad, y su mirada desveló con facilidad el secreto de los árboles, yendo mucho más allá. De pronto, los vecinos alarmados comenzaron a increparla y la atacaron lanzándole piedras y objetos de todo tipo. La amabilidad desapareció y llegaron las voces y el miedo. Pero, de su deseo de ser feliz, surgió una tupida red que, rodeándola, la libró de todos esos ataques, permitiéndole salir indemne y acudir firme a su cita, mientras en algún lugar sonaba una canción de amor.
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