La lengua de mar
encierra en su boca la piedra
hasta hacérnosla olvidar.
¿Qué haces?,
me grita La Voz algunas veces,
mientras intento recordar.
Mis dedos transfieren a tu cuerpo
el deseo tembloroso y la duda,
que es pedestal insolente
en este esqueleto vacilante,
de nervioso caballero andante
erizado e impredecible,
que flaquea sin poder parar un instante.
Es como si la curiosidad de la mirada
viviese oculta en una pared morado brillante,
tras absorber el oxígeno circundante.
Tuve que levantarme para crearte,
lo sabes,
y caminar el resto de mi vida sobre zancos
para que no te deshicieras
entre mis manos.
Posemos para la foto de la mirada fija,
macerando una sonrisa secreta.
Será como irse hundiendo mirando al sol
con sabor a anís en la boca
y una risa quieta.
Quietud de piedra irisada
resucitada por la ola,
creciente,
menguante oda
de tu piel translúcida,
de la mirada curiosa,
del rayo de amor
que tumba cada día la pared
para encontrarte.
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