15 marzo 2013

ZAPATOS ROJOS (SUEÑO CATÓLICO)


Dormía en su piso de Madrid cuando de pronto sonaron campanas y alguien llamó a la puerta, golpeándola con fuerza. Se levantó alarmado y al abrir era la Guardia Suiza encabezando una nutrida y sonriente comitiva. Ni en sus numerosas visitas al Vaticano los había tenido tan cerca, y su vista se desdobló entre los colorines de su atuendo. Todos entraron en tropel y en cuestión de segundos ocuparon su pequeño apartamento.
 

Ahora estaba dormido y alguien le despertó con ligeros toquecitos en el hombro, era el Papa Benedicto XVI, vestido de Papa, con sus zapatitos rojos. Palpó rápidamente el lado de su mujer para que lo viera, sin recordar que llevaba años muerta, y después se incorporó excitado, encendiendo el cigarrillo que descansaba en el cenicero de la mesilla. Sin mover un músculo, el pontífice comenzó a susurrarle mensajes entrecortados en un castellano que se complicaba por momentos, a punto de enrocarse y convertirse en latín. Decía “soy un peregrino que emprende la última etapa de su peregrinaje en esta tierra”, “Pederastia”, “los españoles, siempre los españoles”, “los preservativos no solución”, “abnegación”, “lobby gay”, “cuervos”, “transparencia”,“fe”, “corrupción”, “curia”, “esperanza”, “banca”. De pronto se calló, y cuando quiso tocarlo ya había vuelto a la gran fotografía enmarcada de la pared del dormitorio.

 
El murmullo aumentaba. En su salón se concentraban 115 cardenales con sus capelos. Estaban por todas partes, parecían una orquesta cansada: bostezaban, sonreían, cuchicheaban, se hacían carantoñas y se apuntaban con el dedo índice lanzándose suaves amenazas. Se bebían su coñac y fumaban su tabaco, expulsando un humo negro. Se persignó y sus ojos buscaron distraídamente al Espíritu Santo por el techo.


Los 29 octogenarios que no podían votar dormitaban sentados en un pequeño recibidor que antes no existía. Los operarios que preparaban la chimenea para la fumata, los conductores y el portavoz estaban de pie en la cocina, riendo y comiéndose sus galletas. El mayordomo se encerró en el baño con el inalámbrico del salón y el secretario personal trataba de escuchar tras la puerta.

 
De pronto pareció despertar, recordó que la elección estaba al caer y salió precipitadamente con su bandera vaticana en dirección a la Plaza de San Pedro, antes de que estuviese atestada. La madrugada sorprendió al anciano abanderado en pijama dos calles más allá, y una gota de lluvia apagó su cigarrillo.
 
 
 

Publicado en el nº159 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "Habemus Papam".

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