No estoy seguro de si era el tipo de narrativa que esperaba de Javier Corcobado, pero sí de que, página tras página, sus imágenes y visiones me acaban remitiendo a él inexorablemente.
El autor se nos revela aquí como un esmerado prosista con vocación de totalidad para reflejar la sociedad que le rodea (“la sociedad como materia novelable” que decía Galdós), a la vez que sacude un montón de ideas preconcebidas. Mientras da cuenta de la lucha de su peculiar héroe por disolver las tenazas del tiempo y el destino, visita con paso seguro abisales simas de oscuridad, volviendo con algo de luz entre los dedos. Sus descripciones pueden ser pormenorizadas y prolijas, de una precisión que no descuida ningún detalle, al modo naturalista, incluso documentadas hasta la extenuación (uso de lenguaje médico o científico); otras veces estimula su ritmo con ágiles frases cortas de información ajustada y urgente, o difumina momentáneamente las coordenadas espacio-temporales para volcarse en un lirismo simbólico que puede ser tan hermoso como desmesurado, retorcido o acróbata. Por momentos, un imaginario dial parece desplazarse caprichosamente provocando interferencias en la velocidad de crucero del relato. Emerge entonces un vacío truculento, seco como un tajo, la realidad se ve sorprendida por un inesperado flash surrealista de dientes pesadillescos. Todo esto con la virtud fundamental de no provocar desequilibrios en la narración.
Escrita en tercera persona con el clásico narrador omnisciente (que a veces hace uso arrebatado de la opinión), da gran peso a los diálogos e incluso transcribe de forma curiosa los pensamientos de los personajes, extractando lo fundamental de aquéllos para ofrecérselo al lector, en un afán informativo quizá excesivo. Aparte, reflexiona a través de ellos, colándose en determinados momentos demasiado Corcobado en sus palabras, o pone en sus bocas curiosas e interesantes reflexiones o teorías socio-científicas que derrapan en el delirio tanto como arropan el lado fantástico de la novela. Insiste en el monólogo interior haciendo uso del recurso del diario personal para ahondar más si cabe en los pensamientos y reflexiones de su protagonista. Así, los personajes son expuestos con todo detalle, se aportan con generosidad datos incluso de los secundarios; pero en ningún momento se imponen a la presencia del narrador creando el relato, sino que son utilizados para escenificar las líneas argumentales claramente marcadas por aquél. La complejidad que pueda desprenderse de ellos no es tal a la hora de juzgarlos, característica ésta que enlaza con otras que precipitan esta novela a una suerte de aventura que abraza sin ambages lo folletinesco, tomando la historia direcciones que algún autor de best-seller envidiaría. La narración va soltando deliberados cabos que nunca se pasarán por alto, pistas, semillas que crecerán posteriormente. Hay anagnórisis, venganzas, delirios futuristas, científicos locos, amores totales e imposibles, acción: asesinato, sexo, ataduras, dolor; y la complicidad que se suele crear en estos casos entre narrador y lector, disponiendo éste del privilegio de la mirada global sobre la historia y los protagonistas, contando con un poco más de información que éstos.
El Estilo Corcobado va poco a poco impregnando un texto sólido que encierra todo su despliegue de fantasía en una verosimilitud trabajada con el tesón de cualquier clásico ruso. Saca la cabeza la metáfora fulgurante, sugestiva (a veces ingeniosa y en ocasiones reiterativa), tremendista, imposible. Hay lugar para retazos de humor negro y dentelladas de mordacidad. Se combinan, finalmente, diversos planos narrativos situados en distintos lugares y tiempo, afluentes de la historia central. El discurso se sustenta en la fragmentación y la elipsis: bloques en forma de capítulos que avanzan y retroceden en el tiempo otorgándose sentido e iluminando zonas oscuras a capricho, teniendo así varios frentes abiertos que estimulan el interés en la lectura. Acaso la vocación simétrica del desenlace pueda resultar un tanto forzada.
Aparecido en el número 232 de la revista Ruta 66.
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