Estimados Psicocamaleones:
Esta mañana, mientras me afeitaba, mi cabeza ha dado varias veces la vuelta completa sobre mi cuello. Veremos cómo acaba todo esto, han sido demasiados años escuchando rock, una música realmente inquietante, como veréis.
Cuando apareció el ragtime, a finales del siglo XIX, su novedoso ritmo sincopado hizo que fuese tachado de vulgar, capaz de arrastrar a los jóvenes a la más pantanosa inmoralidad y hasta directamente satánico. Os podéis imaginar lo que opinaron ante la llegada del incontenible jazz en la década de los veinte, o del rock´n´roll treinta años después. Sepan ustedes que el visionario escritor Bob Larson sostiene que “el rock´n´roll es parte de un plan de Satanás para conducir el mundo a la decadencia moral” y que Monseñor Corrado Balducci (un cuervo oficial, ojo, y máxima autoridad en estudios de posesión diabólica) advertía en plena década de los noventa de lo mismo (Satán… ¿dónde estás mientras escribo esto, a mi derecha o a mi izquierda?). En el inmenso campo de la relación Lucifer-Rock, las amenazas, invocaciones diabólicas y tentaciones al oyente mediante mensajes subliminales escondidos entre los surcos de negro vinilo, que revelaban su significado al cambiar la velocidad del disco o pasándolo al revés, forman el mito más perverso de la música del diablo; ése que moraba en la pelvis de Elvis, la mano ¡zurda! de Hendrix, los morros de Jagger o el lisérgico cerebro de Lennon. Pero el caso paradigmático es el de Robert Johnson, el enigmático músico de blues que tan notablemente influyó en la música de Bob Dylan, Los Rolling Stones, Eric Clapton y tantos otros. La leyenda dice que vendió su alma al diablo un día en que éste lo esperaba en un cruce de caminos, a cambio de ser el mejor guitarrista de blues. Grabó sus veintinueve míticas composiciones en cinco sesiones repartidas entre el otoño de 1.936 y la primavera de 1.937, muriendo en otro cruce de caminos envenenado con estricnina en 1.938. En su momento muchos dijeron haberlo visto tocando la misma noche en distintas y alejadas ciudades.
La psicodelia, el pop o la música sinfónico-progresiva siempre han mantenido una puerta abierta al misticismo, lo feérico, la magia y la fantasía de lo inexplicado, sobre todo en el Reino Unido: una de tantas líneas que podemos trazar puede ir de Incredible String Band a Hawkwind, Paul Roland o el gran Julian Cope, nuestro druida favorito.
Discos como “African Latino Voodoo Drums” de Choco And His Mafimba Drum Rhythms te traen los sonidos de un auténtico ritual vudú haitiano sin tener que desplazarte. Puedes escucharlo mirando a María Jiménez en la tele con el volumen bajado, es sólo una sugerencia. Inmigrantes de la citada Haití, cuando era colonia francesa llegaron masivamente a Nueva Orleáns, agregando a su abigarrada mezcolanza cultural, entre otras cosas, el latido de su música y su pegajoso tinte vudú. Mientras les dejaron, solían reunirse los sábados y domingos en la zona de la arboleda de Congo Square para invocar, al ritmo marcado por tambores o incluso bidones, a sus divinidades de ancestros africanos. Esa herencia evoca a su vez el incombustible Dr. John, veterano pianista que mantiene viva la llama del mejor r´n´b de esa ciudad, recogiendo el legado de sus maravillosos pianistas (Champion Jack Dupree, Allen Toussaint, Professor Longhair…). En jugar con el vudú y bromear sobre la vida y la muerte era todo un maestro el excesivo Screamin´ Jay Hawkins, el descomunal ex – militar y boxeador, rocker seminal, apasionado bluesmen y crooner de la sicalipsis y lo apocalíptico. Sobre su piano se podía ver todo un altarcito dedicado a la magia negra, como una mano con vida propia, serpientes, arañas, cruces y otros abalorios; además de su vieja compañera, la calavera fumadora Henry, coronando su báculo. Uno de sus trucos más populares era salir a actuar de un ataúd colocado sobre el escenario. Parte de su parafernalia fue utilizada por otro temible aullador, el rocker británico Screaming Lord Sutch, reencarnación viviente de Jack El Destripador. Son muchos los que piensan que los Cramps, padres absolutos del rock and roll más genuinamente infecto y herrumbroso de los últimos treinta años, perdieron mucho de su poder amenazante con la marcha del hiriente guitarrista Brian Gregory en 1.980. En la época se hablaba de las querencias satánicas de este hombre de espectacular flequillo canoso, jugando con el fuego del más allá, yendo más lejos de las historias de zombies de la pareja Ivy-Interior. Dicen por ahí que una bruja del siglo XIX fue contactada mediante guija por un fantasioso personaje y que ella, para fastidiarlo, le dijo que él era su reencarnación. El tipo parece ser que se lo creyó a pies juntillas y procedió a apropiarse de su nombre para iniciar una perversa aventura rock, cuando éste aún podía serlo. Vincent Furnier, el hijo de un predicador residente en Arizona, pasó a ser Alice Cooper, y a convertirse en el hombre de la guillotina, dejando caer ante sí cabecitas de muñecas y pollos por él ajusticiados en escena, así como a colocarse una pitón en el cuello y teatralizar por primera vez las pesadillas del mal para consumo masivo de adolescentes, anticipándose a toda la horda de jevilongos de mirada torva y ojos pintados. Los oscuros Black Sabbath de Ozzy Osbourne (el hombre que cuando estaba puesto le hablaba a su caballo, y éste le contestaba), fue la banda que inició la relación entre el Heavy Metal y lo satánico, los de Birmingham portaban en su mejor época unos excesivos crucifijos que los protegían de los malos espíritus confeccionados por el papá de Ozzy. Compatriotas suyos como Venom (padres del Black Metal junto a los suecos Bathory) ahondaron seriamente en el tema, llegando a tener problemas para tocar en Estados Unidos durante los ochenta. La senda la siguieron la tremebunda escena del Black Metal noruego y personajes como el danés King Diamond; y en los noventa bandas como Deicide, desde la luminosa Florida. La onda siniestra propiciada tras el punk se acercó al terror y lo oculto tangencialmente, como apuesta estética más que nada, tanto en imagen como en un concepto pop filtrado de tensión y atmósferas dramáticas: Joy Division, The Cure, Siouxsie, Killing Joke o Bauhaus, tan tétricos ellos cantando “Bela Lugosi Is Dead”. La escena continuó entrados los ochenta con formaciones como Southern Death Cult (después The Cult en plena estampida en pos del Hard-Rock), Theatre Of Hate o Sisters Of Mercy entre muchos otros. No olvidemos aquí la aparición de productos netamente serie-B como la escena psychobilly capitaneada por The Meteors (que hunde sus raíces temáticas en lo más ignoto del rockabilly de los cincuenta), o casos obsesivos como The Misfits, enamorados de un mundo repleto de tumbas abiertas. Los de Glenn Danzig, decidieron, el 28 de febrero de 1.979, trasladarse con un equipo móvil a una casa abandonada de New Jersey sólo porque tenía fama de embrujada y grabar allí. Posteriormente, mientras mezclaban las cintas, extrañas voces y ruidos se escuchaban de fondo (uuuhh).
Desde alguna dimensión desconocida, Sun Ra, el inclasificable mago del Jazz más expansivo y espacial, aseguraba sin recato que provenía de Saturno, y con una convicción que no quedaba más remedio que creerle (si Iker Jiménez se entera la lía). Y, para no ser menos, el rocker inglés por antonomasia, Vince Taylor, un tipo bastante inestable (o no, quién sabe), en sus momentos idos decía ser un enviado para construir una nueva Atlántida, mientras buscaba en un mapa los lugares donde aterrizarían los extraterrestres.
Publicado en noviembre de 2.006 en el portal de humor y cómic Irreverendos.
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