14 abril 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (3 de 20)

3. TENGO UN PROBLEMA SEXUAL

   Ilegales era una banda incendiaria, pero que controlaba su fuego hasta el último detalle. Un grupo de rocanrol efectivo, y Jorge Martínez un compositor privilegiado, de talento, como lo es todo aquel que partiendo del lenguaje básico del rocanrol sabe crear melodías y riffs que se adhieren y de los que cuesta desprenderse. Alguien que aporta, y que si le preguntas con qué discos debes iniciarte en esto, es probable que te recomiende “Cosmo's factory” de la Credence, “Help!” de los Beatles o cualquier grabación de Elvis de la época Sun records. Nunca añadió una segunda guitarra a la formación, no la necesitaba. Durante los primeros discos el sonido lo marcaba su instrumento, acompañado por una base tan eficiente como escueta y secundado por unos coros secos y marciales. Consiguió lo que los grandes, desarrollar un sonido que como tal no era nada nuevo, pero transformándolo en algo propio, identificable. En los siguientes trabajos, el apoyo de otros instrumentos, le permitió por fin mostrar todos los matices de su guitarra (es recomendable escucharlos con detenimiento). Sus directos eran intensos, agotadores, rigurosos, comunicativos con su lengua-azote; exprimiendo esa voz entre agresiva y levemente aflautada, con la que con el tiempo ha llegado a alcanzar tintes negroides.

Posee una digitación precisa, su forma de tocar es depurada, limpia, incluso cuando quiere sonar sucio. A pesar de su habilidad con las seis cuerdas, su principal mérito y la clave de la soltura de su sonido reside en su plena consciencia de los peligros de dejarse llevar solo por la técnica. Siempre se ha jactado de ser buen guitarrista y ha criticado sin piedad a los que gozaban de ese reconocimiento y no le convencían. Se ha jactado sin reserva de todo, ahora que lo pienso. Un consejo: es preferible no hablarle de estilos como el post-rock y cosas así, o de instrumentos tan de moda como el pedal steel guitar. Menos aún de pasodobles, claro, cuenta la leyenda (tantas leyendas), que el grupo siempre se equivoca en algún momento cuando interpretan Odio los pasodobles, uno de los temas bandera de la época dorada.

Pocos artistas escapaban a su mordacidad dentro de la escena española, acaso clásicos como Los Canarios y Los Bravos; y contemporáneos como Nacha Pop, Los Cardíacos, Los Enemigos, Burning, Siniestro Total o Kiko Veneno.

Su base musical, como decimos, era troncal (rocanrol clásico, rock instrumental, blues, desparpajo punk, la inmediatez y el instinto pop de la new wave), influencias sedimentadas y absorbidas como el alcohol en su organismo, incorporadas a su torrente creativo de forma natural; lo que ha permitido a su repertorio sobrevivir e incluso crecer, frente al de otros coetáneos cuyas fuentes remitían a ramas concretas de ese tronco, quedando sus canciones en muchos casos colgadas en una postal de época, en espera de revival. Volviendo a sus discos, solo la producción del segundo, nos envía directamente a los ochenta.


   A veces se dejaba llevar demasiado en su papel, lo que hizo que su imagen solapara la profundidad, complejidad o intenciones de muchas de sus canciones. Recuerdo haber pensando en mi adolescencia que se equivocaba con esa actitud, que lo que podía granjear popularidad de manera inmediata encajonaría para siempre la potencia de su propuesta. Aunque puede que simplemente Jorge fuese así, sin más. Sea como fuere, vivía impulsado por un extraño resorte; sus peleas en Rock-Ola con Ferni Presas de Gabinete Caligari, Alberto García-Alix o incluso Tere, de Desechables, en tiempos tan de pose, marcaron y en cierto modo aún marcan su imagen. 

Él no pone de su parte, desde luego: mientras trato de imaginar dónde estará metido hoy, miro su careto de poseído en la portada de la copia nº 64 de “Electrical Overdose”, aquella casete que hizo circular el sello gijonés Don Gato Records en 1.989, impagable documento compuesto por versiones en directo que dan una idea de sus querencias sonoras (allí está “Trouble”, tan presente siempre), temas propios difíciles de localizar en aquel momento y el inicio de su actuación aquel 15 de octubre de 1.983 en Rock-Ola durante la entrega de premios del Diario Pop de Jesús Ordovás, interpretando “Problema Sexual” con aquella virulenta y provocadora introducción, tras pegarse en los camerinos, que tantas veces escuchamos después. Parte de esa violencia volvió años más tarde en un inmejorable instante televisivo: en 1.987, en el programa que presentaba Miguel Ríos, “Qué noche la de aquel año”, interpretando, tras dar cuenta de un par de botellas de whisky, aquel mismo tema en el programa dedicado a 1.983 (siendo además los únicos que negaron a Mike el protagonismo semanal de cantar un tema con el grupo), con Jorge espetando a la cámara aquello de “Señora, si no le gusta mi careto, cambie de canal”. Míticas, en fin, eran aquellas leyendas de sus bizarros enfrentamientos con el público cuando le lanzaban algo (cosa común en los ochenta) sin temor alguno a estar en un pueblo perdido de difícil escapatoria. Aún recuerdo el primer Espárrago Rock, en Huétor Tájar, con Ilegales como único grupo importante (todavía estaban lejos las multitudinarias ediciones festivaleras en Granada). Alguien le lanzó un cubata, a lo que Jorge respondió invitándole a subir a escena a pelear con él, después se tranquilizó y limpió la guitarra mientras la tocaba, sin dejar de mirar fijamente a un silencioso público. Era en 1.988, durante la gira de “Chicos pálidos para la máquina”, una apuesta por enriquecer el sonido del grupo con saxo y teclados, el inicio de una etapa desigual e interesante.


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