25 abril 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (6 de 20)

6. EL ANTIHÉROE DE LOS GATOS Y SU PLUMA

   Parecía vivir y escribir en una solitaria trinchera desde la que no se agitaba ninguna bandera, disparando en muchas direcciones breves escupitajos de veneno y sarcasmo sin asomo de victimismo. Era el antihéroe que bajaba de las montañas a llamar a las cosas por su nombre, pero que, en el trance, se sumergía en sus propias contradicciones para escribir versos atemporales. Cómodo y hábil en la observación de la realidad más cruda, en ocasiones espeta, provoca, muerde o reflexiona, pero detesta ser la voz de nadie. Sus textos no tratan de satisfacer al oyente, no te dice lo que quieres oír, característica principal del rock panfletario. Es un realista duro, por momentos despiadado, rotundo en las comparaciones y adjetivaciones; que en muchas de sus letras reprocha la inacción, el dejarse llevar por falsos sueños (a “confundir lo deseable con lo posible”) o muestra con gesto burlón el espejo de la sórdida realidad a las decenas de personajes que pueblan sus canciones. En éstas encontramos reflexiones con filo, rebeldía pura, llamadas a la autoafirmación; zamarreos al sistema educativo; consideraciones sobre la violencia o la muerte. Hombre de pocas  pero tajantes metáforas, muchas estrofas memorables, y mensajes elaborados de poderosas imágenes, y no sólo por su contenido duro o sarcástico, o ese humor grueso chirriante que a veces emplea sin contemplaciones; sino por su belleza y profunda capacidad evocadora. Azote de hipócritas y convenciones políticamente correctas. Incesante creador o protagonista de historias suburbanas (el noventa por ciento de sus letras están basadas en experiencias propias, no en vano, muchas frases de sus textos aparecen con frecuencia en respuestas de sus entrevistas o viceversa).

Destaca, claro, el subgrupo de temas sobre delincuencia (cuya máxima expresión considero que es “Bestia, bestia”, por su cualidad instantánea), donde incluye reflexiones sobre el particular y ahonda en vertiginosos retratos en crudo que huelen a pelea callejera, a rabia e inadaptación, a calles húmedas, y sirenas. No desmerecen las relaciones de pareja, normalmente turbulentas, tratadas sin ambages, y sin ocultar heridas que supuran. 


   En sus textos se recorren con frecuencia pasajes líricos u oníricos, a veces interrumpidos por el quiebro de una mueca mordaz, un verso cortante; como golpearse contra un muro, o verse sorprendido por un estallar de cristales, como un picotazo inesperado. Entre sus influencias y gustos literarios encontramos autores tan dispares como Quevedo, Nietzsche, Pío Baroja, Rimbaud, Juvenal o Marcial.

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