El Genio de Cincinnati (como le apodaron
determinados grupitos de políticos y periodistas que se pasaban la vida
compartiendo y generando maledicencias, con un palillo de dientes en la boca),
nacido en la mencionada ciudad estadounidense, era probablemente el asesor
mejor pagado del mundo, y su fama le precedía. Su biografía levantó comentarios
de admiración, rápidamente silenciados mediante carraspeos y miradas perdidas
al horizonte, entre políticos y altos funcionarios del Estado. Por lo visto,
era el típico personaje hecho a sí mismo, que había desempeñado innumerables
empleos antes de alcanzar su estatus actual de gurú sonriente.
La cosa era que el desencuentro entre los
distintos partidos políticos, administraciones, periódicos, autonomías y
gremios en España, se había agudizado de tal manera que hasta la Unión Europea
había tomado cartas en el asunto. Naipes gastados, y sujetos con desgana entre
los dedos, pero cartas, al fin y al cabo.
Temerosos frente a la recalcitrante desconfianza
de los mercados, el desánimo comatoso de los consumidores y el creciente
desprestigio ante el resto de países, los que realmente mandan se reunieron con
los que dicen que mandan y decidieron someterse al dictamen del eminente asesor.
Así, aceptaron a regañadientes, tras una serie de reuniones plagadas de
dobleces, futuras traiciones, flecos y puntos oscuros, cumplir y hacer cumplir
a rajatabla sus sabios consejos y recomendaciones.
Una vez en Madrid, lo primero que hizo El
Genio fue esquivar los centenares de discretos intentos de acercamiento que
sufrió por parte de todo tipo de personajes. Muchos de éstos se enfadaron y
fueron raudos a reunirse en los reservados de un restaurante hasta las tres de
la madrugada para elaborar un espeluznante dossier, lleno de falsedades acerca de tan
arrogante lumbrera.
Algunas semanas más tarde, El Genio, tras
mantener múltiples reuniones de trabajo con los diversos estamentos que
conformaban el estanco nacional, volcó sus conclusiones en un completo informe.
Una vez se hubo encargado de que todos los concernidos recibieran una copia,
cobró y se largó en el primer avión.
Del extenso informe, que era ya pasto de
rumores y llevaba camino de caer en el abisal pozo de las leyendas hispanas,
nada se supo durante meses. Hasta que, minutos antes de que el español medio se
olvidase para siempre de su existencia, apareció en toda la prensa
internacional.
A partir de entonces, dada la cantidad de
estocadas recibidas por doquier, y durante un período conocido como Segunda
Transición, la palabra desencuentro desapareció de la vida pública española.
Los partidos políticos se reunieron unos con otros en todos los formatos
posibles; las distintas administraciones parecían hablar con una sola voz; los
periódicos coincidían en sus titulares las más de las veces; las autonomías se cedían
tantos por ciento con gracia y liberalidad; y los gremios se defendían y
tapaban los unos a los otros con inusitada pericia.
Y así, cumplió con su misión El Genio de
Cincinnati; que partió una madrugada de Madrid, despidiéndose hasta la próxima no
sin antes dejar bien claros su teléfono, su correo electrónico y su número de
cuenta bancaria.
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