ELOY TIZÓN “Técnicas de iluminación” (Páginas
de espuma, 2.013)
Una afirmación intimidante de mi amigo El Céfiro
me puso sobre aviso, “no se puede escribir mejor”, decía. Ante eso no tuve más
remedio que zambullirme en la lectura, no sin antes, por precaución, obligarme
a seguir la dieta (muy recomendable) de un relato diario. Diez días de viaje.
Desde la primera página me he encontrado ante
una prosa sorprendente, meditada, tan medida como arriesgada. Precisión de
acróbata. Avanzando (respirando) con un ritmo muy particular. Efectivamente,
desde el comienzo de la lectura me he sentido a lomos de algo que me transporta
sin asideros, moviéndose sin mi consentimiento. Algo que camina sobre un
mullido despliegue de ideas y percepciones que a veces se vuelven fango, arañan
o incluso chocan con saña entre sí. Te embarga la sensación de que si no paras vas
a perder un equilibrio que se ha vuelto precario, mientras incubas el
cosquilleo de la certeza de que una historia circula bajo tus pies, algo
susceptible de terminar cayendo sobre ti como un terraplén o bien de emerger
como un castillo con vida propia, probablemente desde un párrafo tan breve y
determinante como un secreto. Es vivir en el placer del continuo acecho de la
metáfora paralizante, definitiva. Enfrentando textos muchas veces entintados de
ironía, en unos relatos en los que el humor ofrece su lado frío. Inmerso en un
burbujear de comparaciones que erigen una realidad tan absurda como inquietante,
plena de fascinación. La vida convertida en un jeroglífico plagado de trampas y
borrones, untuoso y tangible, tan cercano que te cerca. Un transcurrir entre
flores raras que estallan de color a tu paso para mostrarte un interior acre y
voluptuoso.
Pero realmente estás en mitad de la calle; te
cuentan algo que te sabe a cotidiano, que resulta vagamente familiar incluso.
Pero de pronto alguien rompe el cristal de lo usual con una silla y por la
hendidura comienzan a colarse con elocuencia imágenes vigorosas y sensaciones graníticas
en su exactitud, del todo inesperadas. De esas que atraen y de las que no puedes
librarte, que anidan en ti; acaso consiguiendo que te sientas un extraño, un
ser desnudo desentrañando un texto que es una sinfonía que no deja de soltar
chispas.
Me imagino a Eloy Tizón volviendo a su casa día tras día y volcando sobre la
mesa de trabajo todo lo que han recogido sus pupilas. O teniendo una idea de
pronto, sin cambiar el gesto ni comentarlo con nadie. Lo veo retomar entre
silencios y paciencia esa idea que muchas veces tiene forma de hilo desconocido
que se pega a la ropa, o de empanada, e irla ordenando, modelando, haciendo
tiras, poniéndola a secar; dejándole espacio para crecer y ramificarse o
envolverse en una espiral. Recortarla, plasmarla, medirla, comprobarle el pulso.
Ir tallando con cierta sorpresa las piezas que armarán el rompecabezas. Agobiarse,
sentirse encerrado, y finalmente sacar la cabeza por algún lado, tras
distanciarse para volver a recoger en sus pupilas lo que el texto les muestra y
volcarlo metódicamente, otra vez, dentro del relato.
“Técnicas de iluminación” toma la temperatura
a la vida en su galopar para explicarnos su fiebre. Es un viaje que disfruta
creando con esmero sus propias curvas para después trazarlas a la perfección.
Un complejo andamiaje pensado para construir un edificio, seguramente distinto,
en cada uno de nosotros.
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