12 abril 2009

TODO ES MENTIRA (3): LA OPINIÓN

Hay quien piensa que la opinión está sobrevalorada. Quizá, pero da la impresión más bien de estar sobreutilizada (siempre es tentador estar en condiciones de usar lo que opina la gente para el beneficio directo, y eso es lo que ocurre cada día). Lo que está claro es que está acartonada, cuidadosamente empaquetada, delimitada y encauzada. Y, toda aquélla que no pueda someterse a ese proceso de lavado, pulido y envasado queda convertida en detritus, olvidada en un almacén de las afueras del que el cinismo rutilante (la cualidad más refinada de nuestros días) puede sacarla en cualquier momento para sus fines; para sorpresa y delirio de quien fue hundido en el fango por la suela de un zapato de marca cuando las expuso. Religiones, partidos políticos, medios de comunicación, corrientes de opinión, etc., que se pasan el día susurrando, dictando al oído del ciudadano, más que el resultado enriquecedor de la confluencia de una diversidad de criterios, con la multiplicación de opciones que podría suponer, no son más que la consecuencia de un amoldamiento reduccionista a los intereses del más fuerte, al camino más corto.
A la opinión le cierran la puerta en las narices si no es asimilable, debe estar en las coordenadas de quien la recibe o, incluso, en las antípodas, lo importante es, como hemos dicho, poder clasificarla. Esto es algo que relaja la mente: es agobiante valorar por sí mismas todas las cosas que nos dicen, que leemos; sólo pensar en el mundo que nos rodea como un magma multicolor asusta, paraliza, lo suyo es que cada mensaje venga con su código de barras políticamente correcto, que no es más que decir en cada momento lo que se espera de uno; un no sacar los pies del tiesto más sofisticado y estético, más sibilino. No sacar los pies del tiesto, no moverse para no salir en la foto, atufa demasiado a habitación húmeda y gris, a antesala resignada de democracia. Sin embargo, lo políticamente correcto ofrece una falsa luz de libertad en pleno ejercicio, una embaucadora sensación de movimiento en la quietud, de cruce de argumentos que la mayoría de las veces no son más que manoseados guiones que circulan de mano en mano. Ilusionismo para entorpecer y contrarrestar el movimiento. Para ralentizarlo. Despliegue de sonrisas para colocar contrafuertes frente a cualquier alteración no asimilada aún por la gran telaraña de intereses que nos rodea, la mayor obra de ingeniería telepática del hombre. Toneladas de palabras y movimientos de manos que generalmente sólo esconden una intención, sólo quieren decir una frase.
De todas formas amigos, opinemos, desahoguémonos. U observemos al opinador con nuestra bebida en la mano, que a veces es más divertido. Ese que construye su razonamiento como una torre de gastados naipes de frases hechas que impone hablando más fuerte que los otros, haciendo rodar sus palabras como piedras sobre las de los demás, rápido, velozmente, casi sin respirar, para que nadie pueda hacerle a él lo mismo antes de expresarlo. O quien arroja la opinión como una losa, de pronto, ayudándose de gestos corporales o gesticulaciones faciales (sin olvidar el método, no obsoleto aún, de remachar su oratoria golpeando un objeto contra la mesa o la pared). O el que antes de soltar lo que quiera soltar lanza una bomba de gas demagógico ante los pies de su auditorio, para que el que no lo escuche se sienta culpable.
Opiniones como un humo silencioso que envenena; o las que, acusadoras, lejos de convencer, buscan solidificar odios y enfrentamientos que hasta entonces sólo flotaban en el aire; o que tratan de condenar a otras personas; o que prejuzgan (esa actividad que la mente realiza por defecto); o esas otras que son calculadamente hueras, siendo su misión cumplida ocupar el lugar que un error podría otorgar a alguien que tuviese realmente algo que decir.
Clamar, más que predicar, en el desierto, es una buena definición de esa sensación de tener el muro ante la nariz cuando las opiniones nos salen descuadradas, desencajadas. La indiferencia, hoy por hoy, no es una pared de silencio, es una fanfarria de malos intérpretes a volumen atronador; es acallar al que habla ensordeciendo a los demás; desviar la atención en mil direcciones distintas. Si prohíbes algo queda vivo, latente en algún sitio y de alguna forma presente; si lo obvias y sepultas en un vertedero de ruido tiende al olvido, se va agotando.

01 abril 2009

LAGARTIJA NICK: CASO ABIERTO (III y final)

El Teletipo de la Verdad insiste: (“La discográfica Sony se negó a publicar “Omega””), (“los grupos The Stooges, The Stranglers, The Jesus & Mary Chain, Sonic Youth, Spacemen 3, Ministry, NIN, Laibach y Einstürzende Neubauten, entre otros, grabaron y enviaron sus condolencias a los fans”)…
En el Gran Espacio de la Cultura, el edificio circular situado en el centro de la ciudad donde se ha confinado toda la actividad cultural reconocida y subvencionada, una “Exposición Exterior” repite sin pausa sobre la fachada fotos y filmaciones del grupo, entrevistas y declaraciones. Los vídeos de “Nuevo Harlem”, “Carmen Celeste” o “Azora 67”; fotos del primer concierto de Lagartija Nick en formato de trío con Eric y José Ignacio Lapido a la guitarra, de los espectáculos de “Omega” por todo el mundo; o las películas de Val Del Omar que el grupo visionaba mientras grababan el disco, se pueden ver sin sonido a través del murmullo de una lluvia cada vez más intensa.


Con “Lo Imprevisto” (Lagartija Nick, 2.004) se extendió la sensación de que Lagartija Nick habían vuelto. Regresa Eric, lo que es todo un síntoma, y Jesús Requena sucede en la guitarra a M.A.R. Pareja. Víctor Lapido colabora en un tema, pero ese mismo año pasará a formar parte del grupo, hasta aquel fatídico 20 de febrero. La banda había decidido tomarse las cosas con más calma, apostaron por la autogestión y crearon su propio sello, grabando su disco rodeados de amigos en el estudio granadino de Los Planetas (“El Refugio Antiaéreo”). Para cerrar el círculo, Fino Oyonarte vuelve a hacerse cargo de la producción. Las interpretaciones son más reposadas, los temas cortos y variados (el sentido de la variación en Lagartija es relativo, toquen el palo que toquen siempre queda un poso propio, tenso, enigmático, un común denominador proveniente de aquella influencia after-punk iniciática). Mientras los sintetizadores convierten “Lo Imprevisto” (la canción) en banda sonora de teleserie del espacio, con su punto de grandilocuencia, no es difícil caer en la tentación de colocar este disco inmediatamente después de “Su” con un rock conciso y efectivo como el de “Contar lo que no puedo contar” y la expeditiva “Gente extraña” (simpático homenaje de Arias a sus influencias de siempre, donde parecen los Lagartija de antaño sometidos a la nueva centrifugación); la tendencia pop de “Yo no soy yo”; el dramatismo de “Fahrenheit 451”, o "Domingo de Ramos” dos perfectos ejemplos de programaciones y sintetizadotes al servicio de la canción sin desnaturalizarla y con excelentes resultados. “Melodía y sombra” y “Dune” apelan a la psicodelia, la primera con tintes aflamencado-arabizantes y la segunda a lo Beatle con el registro novedoso del piano.


Pasados tres años, aparece el “Shock de Leia” (Everlasting, 2.007). Con Víctor Lapido ya como único guitarrista, este trabajo sigue la senda no mediatizada del anterior y vuelve a dar en el clavo, ofreciendo a una formación cada vez más inspirada y relajada. El disco de tributo a Los Ángeles, el grupo por excelencia de pop granadino de los sesenta, editado en el sello de Lagartija Nick en 2.005, y en el que la banda se involucró totalmente, es inspiración reconocida por Antonio Arias a la hora de definir la dirección sonora de este trabajo; supongo que en lo referente a lo resolutivo de las composiciones y su mayor claridad, aparte de por el renovador aire pop. Cuando asistí en Motril a la presentación de ese homenaje vi a un Antonio Arias que, además de pasárselo como los indios haciendo de maestro de ceremonias, disfrutaba al cantar algunos de aquellos clásicos, demostrando lo buen cantante que puede llegar a ser pese a lo limitado de su voz. Así, podemos concluir que de entre la obsesión rompe-moldes resurge el fan acérrimo del punk y la new wave, Buddy Holly o Víctor Jara, disfrutando de nuevo con la composición de canciones sin más.


La descompresión alcanza su plenitud, dejando hendiduras por las que entra una luz que es un regalo para todos nosotros. Pero, incluso en los momentos más luminosos, no pierden la tensión congénita ni su musicalidad incisiva. Exentos de urgencia, los temas (de nuevo numerosos y de duración no excesiva) se suceden entre textos que pugnan entre el ya clásico carrusel de imágenes, el lirismo más acentuado, y la articulación de una reflexión despojada de artificio. Producido en Motril por Paul Grau, se repiten las colaboraciones de amigos varios y la alternancia feliz de elementos eléctricos y electrónicos.
En la elocuente “2.010” transitan el space-rock, seguida de “Anoche soñé demasiado” tres minutos tan directos como introspectivos, poseedores de pegada y un gran estribillo. Aparte de la influencia valentiana por aquello de “La Piedra y el Centro”, la raíz popular de esta letra se puede escuchar en una soleá de La Niña de los Peines. “20 versiones” es indie-rock directo (convertido en divertimento punk por la letra y la voz de Honest John Plain en la lectura inglesa incluida como bonus, a cargo de The Boys). Un single redondo, aunque no de la magnitud de “Carmen Celeste” (dedicada a la hija de Antonio y Lorena, editada en un EP en 2.006 y regrabada para la ocasión), luminosa en todo el decurso de su melodía, sus vueltas y revueltas, su potente energía intrínseca. “El shock de Leia”, con armonías vocales de Lori Meyers, hunde sus raíces en el pop más preciosista de los sesenta, década en la que también encuentran acomodo las trepidantes “Lo conservo todo” y “Cosmos” (con la mano invisible de Joe Meek); o el pop sofisticado de “Un marciano envía una postal a casa” (qué gran letra). “Pasajeros en tránsito” y “El signo de los tiempos” son los Lagartija de los primeros años, pero sin aquella ansiedad. “El Resplandor” es rock con ventanas abiertas, a veces cercano al mejor power-pop y “Tu violencia” un medio tiempo suspendido, como el pensamiento alerta de un cantautor en espiral eléctrica.


Lagartija Nick era a esas alturas un grupo veterano, pero no acomodado, y, después de todos los años pasados desde su desaparición, sigue siendo para mí ese inquieto bicho eléctrico siempre al borde de una nueva dirección, bullente de vida y de ideas; de proyectos que nacerán, morirán pronto, se frustrarán o crecerán, capaces de transmitir con generosidad y pasión esa energía que responde al nombre de vida.


Cielo despejado. La ciudad sin sueño comienza a abandonar su estado febril. Los rostros demudados van perdiendo su sensación de ahogo, y con ella su fascinación. Otro año más, la mañana aterriza lentamente en vertical y la noche despega rauda, como si no fuese a volver nunca. Fin de la emisión.



* Texto aparecido en "Lagartija Nick, eternamente en vuelo" tebeo dedicado a la banda granadina publicado por Cretino