31 mayo 2010
30 mayo 2010
JAIME GONZALO “Poder Freak. Una crónica de la contracultura. Vol. 1” (Discos Crudos, 2.009)
Jaime Gonzalo (escritor y co-director de la revista Ruta 66) afronta con este libro el inicio de una trilogía empeñada en analizar el entramado de las distintas corrientes y manifestaciones que fueron, a partir la Segunda Guerra Mundial, caldo de cultivo de lo que cuajó en el período 1.964-1.972 en lo que se dio en llamar Contracultura.
En este volumen cabe el estudio de piezas de rompecabezas tan dispares como las bandas juveniles, los Hell´s Angels o las groupies; rockers y mods; el advenimiento de las drogas y movimientos como situacionismo, generación beat, comunidad gay, feminismo o incluso satanismo. Todos como fruto, a veces peculiar, del complejo tejido de usos sociales, aspiraciones, situación económica, ideologías, intereses contrapuestos y condicionantes, desarrollado en un período tan especial como resbaladizo y convulso. Una atractiva puesta en orden de antecedentes, ramificaciones, mutaciones y desenlaces.
Gonzalo se moja, se muestra incisivo pero no frivoliza, manteniendo una mirada sanamente desmitificadora y una prosa densa en su afán por incluir y articular todos los factores, todas las vías de consideración que se le plantean. Se hace preguntas interesantes en cuya analítica búsqueda de respuestas le acompañamos, siendo testigos de cómo conforma su corpus teórico, transmitiéndonos el fruto minuciosamente razonado de una madurada reflexión. Investigando en los escombros de muchos sueños o avanzando con determinación, machete en mano, por toda una selva de tópicos que suelen ser mullido y fresco colchón de críticos acomodaticios, y excusa para los más banales juicios.
Es un intento loable y necesario de desenmascarar y librar de las capas de lugares comunes aceptados por la mayoría, a esa aportación cultural tan matizable denominada “Contracultura” en cuyas contradicciones y excitantes promesas residió la formación de una generación a la que el autor pertenece. Ahora y desde aquí, mirando hacia atrás en un sano ejercicio desde las ventanas del engañoso balneario de quietud, posiciones inmutables y uniformidad a lo que todo ha quedado reducido.
La infatigable profusión de datos (descripciones generosas y detalladas), ilustrativas digresiones, jugosas y esclarecedoras anécdotas, y curiosas e inopinadas conexiones que ayudan a comprender abriendo el campo, convierten la lectura en un ejercicio que acaba deviniendo apasionante. He aprendido mucho.
Reseña publicada en "Paisajes Eléctricos".
En este volumen cabe el estudio de piezas de rompecabezas tan dispares como las bandas juveniles, los Hell´s Angels o las groupies; rockers y mods; el advenimiento de las drogas y movimientos como situacionismo, generación beat, comunidad gay, feminismo o incluso satanismo. Todos como fruto, a veces peculiar, del complejo tejido de usos sociales, aspiraciones, situación económica, ideologías, intereses contrapuestos y condicionantes, desarrollado en un período tan especial como resbaladizo y convulso. Una atractiva puesta en orden de antecedentes, ramificaciones, mutaciones y desenlaces.
Gonzalo se moja, se muestra incisivo pero no frivoliza, manteniendo una mirada sanamente desmitificadora y una prosa densa en su afán por incluir y articular todos los factores, todas las vías de consideración que se le plantean. Se hace preguntas interesantes en cuya analítica búsqueda de respuestas le acompañamos, siendo testigos de cómo conforma su corpus teórico, transmitiéndonos el fruto minuciosamente razonado de una madurada reflexión. Investigando en los escombros de muchos sueños o avanzando con determinación, machete en mano, por toda una selva de tópicos que suelen ser mullido y fresco colchón de críticos acomodaticios, y excusa para los más banales juicios.
Es un intento loable y necesario de desenmascarar y librar de las capas de lugares comunes aceptados por la mayoría, a esa aportación cultural tan matizable denominada “Contracultura” en cuyas contradicciones y excitantes promesas residió la formación de una generación a la que el autor pertenece. Ahora y desde aquí, mirando hacia atrás en un sano ejercicio desde las ventanas del engañoso balneario de quietud, posiciones inmutables y uniformidad a lo que todo ha quedado reducido.
La infatigable profusión de datos (descripciones generosas y detalladas), ilustrativas digresiones, jugosas y esclarecedoras anécdotas, y curiosas e inopinadas conexiones que ayudan a comprender abriendo el campo, convierten la lectura en un ejercicio que acaba deviniendo apasionante. He aprendido mucho.
Reseña publicada en "Paisajes Eléctricos".
29 mayo 2010
LOCURA
El día que se
alborotó el cabello en plena calle, tamborileó con sus dedos en cualquier
superficie, gesticuló mientras discutía consigo mismo a buena voz, rio sin venir
a cuento moviendo la cabeza de lado a lado, sonrió a los transeúntes girando
robóticamente su cuerpo, pidió cigarrillos a discreción que unos metros más
adelante destrozaba entre sus manos, cambió decenas de veces en la misma acera
de sentido mientras caminaba, saltó un seto, volvió a saltar donde no había
nada y cayó carcajeándose al suelo, caminó meditabundo por el centro de la
calzada, dedicó una canción desentonada a los viajeros del autobús, y miró
fijamente objetos que sólo él veía; lo hizo porque le embargó la irresistible
sensación de que todo, todo, era posible a partir de ese momento.
Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".
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ciclorama juanfran molina
28 mayo 2010
LORI MEYERS “Cuando el destino nos alcance” (Universal, 2.010)
He leído por ahí que incluso el productor del último trabajo de Lori Meyers, Sebastian Krys, se ha visto obligado a mandar una nota de prensa para salir al paso de los ataques que ha recibido “Cuando el Destino Nos Alcance”, reciente último lanzamiento de los de Loja, por parte de determinados seguidores del grupo. No conozco el contenido de tales descalificaciones, aunque puedo imaginarlo, pero me parece exagerado que Sebastian hable de actitudes fascistas (una palabra que, al igual que "terrorismo”, se utiliza cada vez con mayor ligereza).
La primera vez que escuché el disco en cuestión me pareció estar ante unas remezclas del repertorio de siempre de los granadinos, algo que no tiene por qué ser en principio algo negativo. Me resultó chocante, y esto es algo con lo que supongo que el grupo contaba. Es una apuesta comercial, que duda cabe, un paso (valiente, hay que reconocerlo) en pos de acercar más público a su propuesta sin comprometer en exceso su esencia (valga el tópico); que les está granjeando no pocos sinsabores y que el tiempo dirá hacia dónde les lleva.
Los temas no sé si viajan en el tren equivocado, pero sí en un medio que les es extraño (el interludio en plan CSN&Y de “Ventura” es un auténtico remanso en su simplicidad). Estas producciones de pop comercial de base electrónica tienen eso: son efectistas per se, siempre luminosas, restallantes; todos los detalles, toda la complejidad que puedan albergar tiene como fin una asimilación inmediata. Ni orfebrería, ni riesgo en construcciones complejas, y momentos de respiro los justos: nadie cuenta ya con la paciencia del consumidor (¿o nunca habéis tenido la sensación de que tal CD no se lo podéis poner a ciertos amigos en el coche por no ser lo suficientemente impactante en un primer contacto?).
Tras varias escuchas me parece un buen disco en líneas generales, y, lo que es más importante, con tendencia a crecer. Hay composiciones notables: “Corazón Elocuente”, Motown vs. 80´s; o “Castillos de Naipes”, su encuentro con Manuel Alejandro. Y, aunque no superan el nivel de trabajos anteriores, conservan su ironía y continúan interesados en decir algo en sus canciones: no me parece un salto hacia delante (es un paso más), pero tampoco hacia atrás, y mucho menos un descalabro. Quizá, cuando se apuesta por el hedonismo envasado del electro-pop como fondo o marcados ritmos sintéticos ochenteros, el oyente de siempre espera (necesita) que las canciones en sí rocen la excelencia para compensar, y no es el caso, pero siguen siendo Lori Meyers.
Desde que surgieron, me han parecido, de largo, la banda de reminiscencias sesenteras más inspirada de la escena pop española, y aquí sobreviven esa inspiración y los estribillos memorables (“Mi Realidad”, “Rumba En Atmósfera Cero” o “Religión”). Composiciones, por otra parte, que puedo imaginar perfectamente con el sonido de siempre (no ha habido trasvase de década sólo vasos comunicantes, los sesenta siguen firmes en su cabeza). Además, digan lo que digan, siempre serán mucho mejores que La Oreja de Van Gogh.
La primera vez que escuché el disco en cuestión me pareció estar ante unas remezclas del repertorio de siempre de los granadinos, algo que no tiene por qué ser en principio algo negativo. Me resultó chocante, y esto es algo con lo que supongo que el grupo contaba. Es una apuesta comercial, que duda cabe, un paso (valiente, hay que reconocerlo) en pos de acercar más público a su propuesta sin comprometer en exceso su esencia (valga el tópico); que les está granjeando no pocos sinsabores y que el tiempo dirá hacia dónde les lleva.
Los temas no sé si viajan en el tren equivocado, pero sí en un medio que les es extraño (el interludio en plan CSN&Y de “Ventura” es un auténtico remanso en su simplicidad). Estas producciones de pop comercial de base electrónica tienen eso: son efectistas per se, siempre luminosas, restallantes; todos los detalles, toda la complejidad que puedan albergar tiene como fin una asimilación inmediata. Ni orfebrería, ni riesgo en construcciones complejas, y momentos de respiro los justos: nadie cuenta ya con la paciencia del consumidor (¿o nunca habéis tenido la sensación de que tal CD no se lo podéis poner a ciertos amigos en el coche por no ser lo suficientemente impactante en un primer contacto?).
Tras varias escuchas me parece un buen disco en líneas generales, y, lo que es más importante, con tendencia a crecer. Hay composiciones notables: “Corazón Elocuente”, Motown vs. 80´s; o “Castillos de Naipes”, su encuentro con Manuel Alejandro. Y, aunque no superan el nivel de trabajos anteriores, conservan su ironía y continúan interesados en decir algo en sus canciones: no me parece un salto hacia delante (es un paso más), pero tampoco hacia atrás, y mucho menos un descalabro. Quizá, cuando se apuesta por el hedonismo envasado del electro-pop como fondo o marcados ritmos sintéticos ochenteros, el oyente de siempre espera (necesita) que las canciones en sí rocen la excelencia para compensar, y no es el caso, pero siguen siendo Lori Meyers.
Desde que surgieron, me han parecido, de largo, la banda de reminiscencias sesenteras más inspirada de la escena pop española, y aquí sobreviven esa inspiración y los estribillos memorables (“Mi Realidad”, “Rumba En Atmósfera Cero” o “Religión”). Composiciones, por otra parte, que puedo imaginar perfectamente con el sonido de siempre (no ha habido trasvase de década sólo vasos comunicantes, los sesenta siguen firmes en su cabeza). Además, digan lo que digan, siempre serán mucho mejores que La Oreja de Van Gogh.
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