Siempre he dicho que “Manifiesto Guernika” de T.N.T. era mi disco punk favorito, y aún lo sigue siendo, pasados hace mucho tiempo ya en mi caso los años en que un vinilo te marcaba profundamente; pues encierra y concreta todos aquellos estímulos que hicieron de esta música algo excitante para mí. Quizá por eso me resultó tan ilusionante poder contar con Jesús Arias como miembro del jurado durante dos ediciones del concurso de rock que yo organizaba: es un maestro. Muchos son los defectos de aquel trabajo editado en 1.983 por DRO, sobre todo en lo referente al sonido, lacra de muchos grandes elepés españoles de la década de los ochenta: poca consistencia, guitarras ratoneras, etc. Respecto de la voz, evidentemente la de José Antonio García es mucho mejor, como se podía oír en “Sin futuro”, pero me quedo con la de Arias para esas canciones, ese momento, ese mensaje. Joe Strummer decía que el mejor punk rock tiene melodía, y que éste le gustaba cuando sonaba razonado y melódico. En ese sentido, siempre he considerado las composiciones de T.N.T. como directamente buenas canciones, más allá del estilo en que se pudiesen encuadrar: atractivas y trabajadas variaciones en estrofas y estribillos, bien construidas melódicamente, sin la gratuidad sonora que ha convertido a buena parte de la producción musical denominada punk en algo plano y perfectamente previsible. Sus textos están cuidados, casi mimados; poblados de escogidos referentes, transportan sentimientos, sensaciones, opiniones… Huyen del exabrupto y del panfletismo, matizan el nihilismo; toman partido, entran en acción, transmiten. Es un disco con una fuerte carga ideológica, pero sin seguidismo que valga, a pesar de los menos de veinte años que su letrista tenía en aquel momento; reflexivo, comprometido y amplio de miras.
Anoche asistí al concierto de T.N.T. en la sala Planta Baja de Granada (acaban de regrabar y dar algún retoque a los temas de “Manifiesto Guernika”, que verán la luz bajo la denominación “Manifiesto XXI”), a sabiendas de que iba a reencontrarme con una parte importante de mi historia musical (precisamente antes de entrar a la sala tuve oportunidad de comentar con Antonio Arias las vueltas y vueltas que di a una cinta de noventa que traía por una cara el primero de 091 y por la otra el de T.N.T.), que iban a desempolvarse solos muchos recuerdos y sensaciones, como ya me ocurriera, más intensamente, claro, la primera vez que los vi en directo, en un festival del Zaidín de, creo, hace veinte años. Noche de reencuentros para mucha gente, incluso para mí, que tuve casi al lado a un par de punkis de mi pueblo a los que nunca llegué a conocer, ya de imagen normalita, que hacía más de veinticinco años que no veía, y que en su día me tenían alucinado con su imagen tan punk y sus camisetas de los Clash.
El concierto en sí comenzó algo flojo de sonido pero fue mejorando tema a tema, conforme se entraba en calor, con una formación que recoge a la mayor parte de los miembros originales (Jesús Arias, José Antonio García, Ángel Doblas) con el añadido de nuevo batería y otra guitarra. Sonaron los temas de siempre con más contundencia y mejor ejecución, algunos ejerciendo el mismo efecto sobre mí que antaño, tanto tiempo después, como “El jardín extranjero”, “Cucarachas”, “Sin futuro”, “Gilmore 77” (mucho mejor que el “Gary Gilmore´s eyes” de los Adverts) o “La noche del ángel salvaje”, a los que se sumaron otros nuevos tan prometedores como “Eclipse”, y versiones como una demoledora “Baby please don´t go” y la despedida con el clásico “I fought the law” vía Clash, con Antonio Arias, cómo no, saltando como un poseso ante el micro. La mejor noticia, de cualquier manera, es que esto es simplemente la antesala de un próximo lanzamiento discográfico mucho más ambicioso.