El pensamiento era dulce y excitante, todo encajaba, todo fluía. Culpables e inocentes exquisitamente uniformados desfilaban por el canal de televisión correcto. La lectura de las noticias y columnas oportunas apuntalaban sus certezas. Irradiaba la sonrisa del que no se deja engañar, el gesto displicente de quien apela a la acción; el comentario irónico, el suspiro grave. “Nuestra sociedad es compleja, por eso debemos tener más claras que nunca nuestras posiciones”, aleccionaba mientras las repasaba mentalmente, como si fuesen los ríos de la península. Todo cambió una noche de sueño pesado tras una copiosa cena y un breve avance en la lectura de un autor obligatorio que le aburría. Soñó que su boca se abría incontenible, que los pensamientos y opiniones que tímidamente comenzaban a arder en su mente terminaban licuándose y brotando irrefrenables, extendiéndose kilómetros y kilómetros. El brutal alivio que sintió al desahogarse desapareció ante el pánico que lo paralizó cuando un murmullo de desprecio creció a su alrededor y duros reproches eran lanzados contra su coche. Pero al despertar, la seguridad de ser un militante de ley volvió para tapar sus huecos y amordazar sus dudas, mientras todo se tambaleaba secretamente a su alrededor para siempre.
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