Ellas McDaniel, Bo Diddley
para la posteridad, fue otro emigrado de Mississippi a Chicago, donde llegó de
niño. Otro guitarrista de blues pateando la ciudad, pero con un instinto tan
afilado y un sentido tan clarividente que acabó convertido en pionero del rock
and roll, gracias a ese ritmo penetrante que supo concretar, picando de aquí y
allá, envuelto en un riff enfático y distorsionado,
imbuido de trémolo y reverberación. Ese sonido repetitivo, conciso a la vez que
exuberante, tribal, gozosamente africano. Una conexión inmediata con el oyente
que ha atravesado las décadas sin perder un ápice de efectividad. Sus claves
fueron rápidamente absorbidas por sus coetáneos: Buddy Holly y su “Not fade away” (1957), el jovencísimo Ricky
Nelson de “Be-bop baby” (1957) con aquellas desaforadas notas de piano que
remedaban el inconfundible ritmo de nuestro hombre, o Johnny Otis con “Willie and the hand jive” (1958). La suya fue
figura capital para incendiar la mente de la práctica totalidad de los grupos
de r’n’b británicos de los sesenta (The Pretty Things tomaron su nombre de una
composición de Willie Dixon popularizada por él). Para aquellas bandas, versionar a Diddley
fue algo iniciático, casi una prueba de linaje, de contar con la suficiente
enjundia.
A pesar de sus éxitos de ventas
entre los años cincuenta y sesenta, los derechos generados por sus clásicos le
fueron generalmente escamoteados. Quizá por eso siempre decía que los royalties
eran una trampa de los blancos. Esa precariedad económica lo tuvo a pie de
escenario hasta poco antes de su muerte, a los 79 años.
El “Bo Diddley beat”, o al menos su esquema, ha servido de
base durante más de medio siglo para infinidad de composiciones, incluso de
músicos en principio alejados de ese estilo. Como mínima muestra, y obviando
las decenas de temas que llevan las palabras "Bo Diddley" en el
título, podemos señalar algunos ejemplos: impregna “Magic bus” de The Who, aparecido en 1968 (aunque la
versión de referencia es la incluida en el directo “Live at Leeds” (1970)),
incluidas réplicas en los coros y percusiones (clave). Esta composición viene a
la cabeza al escuchar “La vida qué mala es” de 091 (1991). José Ignacio Lapido, partiendo de la letra de “Agua clara” de Enrique Morente, aúna
sabiamente las esencias del blues y el flamenco entre guitarras rotundas, wah-wah y percusión. Mink Deville, en 1978, lo incorporó a
“Steady drivin’ man”. Fue exprimido sin tapujos por The Strangeloves en “I want candy” (1965), tema que resucitó con
éxito en 1982 con la versión de Bow Wow Wow. En “Bummer in the summer” (1967), los Love de Arthur Lee, durante algo más de dos tensos minutos, emulan al Dylan más urgente, pasean por cristalinos
terrenos country-rock y cabalgan desaforados sobre el ritmo del sabio Bo. Late firme en la untuosa electricidad de “1969” de The Stooges, que viajó en el tiempo hasta aparecer en el genial
“Colour hits” de Los Bichos en aquel
tercer corte de ensamblaje de la primera cara: “Hola-Gobo-1989”, acreditado a Josetxo Ezponda, Ellas McDaniel, Ron Asheton e Iggy Pop. Sube y baja en la
batería de “Hateful” de The Clash
(1979) o en “Cuban Slide” de The
Pretenders (1980). Reluce entre la chatarra sónica de “Dice man” de The Fall (1979) y serpentea en “Up the Hill Backwards” de David Bowie
(1980). Seguimos su rastro, agradablemente sorprendidos, en “Chicas de colegio” de Mamá (1980); en alguien
como Michel Polnareff con “You'll be on my mind” de 1966; o incluso en un grupo como Nosoträsh, con “Corazón colilla”, una
de las miniaturas del memorable “Popemas” (2002).
Artículo aparecido en el nº4 del fancine "Hormigas".
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