Las hormigas recorrían a diario con voluntariosa
rutina los alrededores de la piscina municipal. Iban y venían desde la zona de
césped en un incesante trasiego perfectamente organizado. Los niños las pisaban
con sus sandalias y reían, aunque sin demasiado entusiasmo. En ocasiones,
saltaban sobre ellas descalzos unos segundos, y después se limpiaban bajo la
ducha los puntitos marrón oscuro que manchaban las plantas de sus pies.
Realmente se habían convertido en parte del paisaje, y nadie les hacía
demasiado caso. Una tarde, uno de los padres reflexionó sobre aquellas filas de
hormigas que aparecían y desaparecían bordeando la piscina. Al día siguiente,
aprovechando el momento en que los niños merendaban envueltos en toallas, con
sus cuerpos temblorosos aún mojados, en lo que no era más que un mínimo parón
antes de volver a lanzarse al agua, los situó alrededor del camino de hormigas
para, sirviéndose de estos laboriosos insectos como feliz metáfora, inculcarles
una inolvidable lección sobre los beneficios de trabajar y gestionar intereses
comunes en equipo y con una buena organización. Utilizando un tono elegíaco y
gustándose cada vez más, les contó con mirada intrigante que en el mundo de las
hormigas las decisiones se toman colectivamente; que viven en colonias
organizadas; que, como los seres humanos, cultivan e incluso tienen ganaderías;
o que cada hormiga desempeña una tarea concreta. Como ejemplo ilustrativo, tuvo la feliz idea
de colocar un trozo de corteza de pan en el suelo, cerca de las hormigas. Les
explicó que, dado su peso, una hormiga jamás podría trasladar hasta su
hormiguero el trozo de pan, y les pidió que tuviesen paciencia y observasen con
atención. Su vanidad estaba a punto de estallar ante el resto de progenitores bronceados
por haber sabido ganarse la atención de los pequeños, que miraban la escena
boquiabiertos, haciendo caso omiso de sus bocadillos. El trozo de pan pronto
estuvo rodeado de hormigas, varias de las cuales consiguieron elevarlo y transportarlo,
haciendo gala de una envidiable coordinación. Los niños volvieron al agua con
la lección aprendida y formaron diversos corros mientras nadaban, estaban
profundamente impresionados. Al día siguiente se tomaron la merienda con pausa
y sigilo; masticando en silencio sin apartar la vista del reguero de hormigas.
Cuchichearon, uno de ellos colocó un buen trozo de pastel de chocolate (un
manjar que, lógicamente, suponían mucho más apetitoso y atractivo que una
modesta corteza de pan) en mitad del camino de las hormigas y se dispusieron a
observar con paciencia. Igual que ocurrió con el pan el día anterior, el trozo
de pastel pronto fue invadido por las hormigas, por muchas más hormigas, dado
su tamaño; tantas que hasta desapareció de la vista de los niños. Sólo se veía
un negrísimo montículo nervioso de hormigas en movimiento que pronto inició un
leve avance. En ese momento los pequeños se miraron y, perfectamente organizados,
empezaron a saltar sobre las hormigas al grito de muerte, muerte, muerte.
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