Es curioso que la mayoría de los demócratas vean como un serio deterioro del sistema el hecho de que gobierne otro partido que no sea el suyo. Ven ajenas a ellos las críticas a la partitocracia, desde su posición gorrita y banderita en ristre, y sólo admiten los errores del bipartidismo cuando la balanza cae del otro lado. La política ya no es el arte de la manipulación es simplemente manipulación descarada y pagada de sí misma. Han sustituido, con la resignación de la sociedad, el fomento de ese ciudadano comprometido, exigente y libre, fundamental para el sostenimiento de cualquier sistema democrático que no pretenda ser una vulgar pantomima, por otro ideologizado e hincha, que vocea los defectos del oponente y esconde los de su partido (y digo yo, si disimulas y disculpas malas artes de otros es porque tú eres perfectamente susceptible de llevarlas a cabo alguna vez). Pequeñas hormiguitas que apuntan con su ventilador a la hormiguita de enfrente, dejando un espacio que debería fortalecer al conjunto totalmente tergiversado y sucio. Yo pensaba que la ideología de las personas surgía de su modo de ver la vida, de su experiencia, de sus valores; lo último que me esperaba era que tras treinta y cuatro años de democracia esta ideología pudiese estar tan teledirigida y compartimentada. Pero así es en cualquier ámbito, como esos periodistas-tertulianos adaptables a todo, entrenados para cargar las tintas en lo que hace el partido opositor y relativizar los desmanes del propio. Atacar a degüello al rival y pedir pruebas o sentencias judiciales cuando el atacado es de su cuerda, o más bien él de la del atacado. Dejando así, desasistida de referentes fiables y rigurosos a una población que, como digo, se han esmerado en entrenar para que tome partido bastamente y utilice graciosamente las mismas técnicas demagógicas que ellos, cuando charlan mientras toman un café. Es como estar ligera y suficientemente maniatado durante años, con alguien en cuclillas a tu lado susurrándote mentiras varias horas al día, hasta que las asumes y las transmites (ven, toma tu cuerda). Pero, ya sabéis chicos, el mando a distancia es el ejemplo más grande de democracia.
Es vergonzoso y paralizante que la corrupción aparezca en las listas electorales, pero es aún peor que encima gane, probablemente porque la gente tiene la certeza de que el que viene detrás es siempre “el otro”, y que cometerá los mismos o parecidos delitos. Nada más desalentador que el “pero los otros son peor” que, ciertamente, esgrimimos en este país desde poquitos años después de la llegada de la democracia. A pesar de mi amor por las palabras, hace mucho que sueño (si hemos de vivir dentro de este sistema) con una democracia numérica, de valores contrastables, de datos fríos y aspecto de informe: elegir a quien proponga hacer más hincapié en tal o cual partida. Las diversas políticas, los principales campos de inversión y su gestión deberían estar claramente definidos desde hace años, si leemos los puntos principales de los programas electorales. Salvo temas puntuales, el desarrollo de una comunicación político-ciudadano si se quiere hasta aburrida, pero basada exactamente en qué queremos hacer en un período determinado y hasta qué punto exacto lo hemos hecho. Esa persona sonriente y con prisas que llama a tu puerta sin cesar hasta que abres (sin ni siquiera sentir la necesidad de apagar el motor de su coche), para pedirte que le concedas el poder durante cuatro años para solucionar tus problemas, es alguien a quien el ciudadano contrata (resolución y gestión a cambio de confianza y poder). Todos firmamos un contrato invisible al nacer que nos obliga a cumplir una serie de requisitos y normas de convivencia, a aceptar una serie de imposiciones, la mayoría de las cuales dejamos organizar a los políticos en nuestro nombre (¿qué mayor depósito de confianza que ése?). Éstos se deben, por tanto, a las personas que han depositado en ellos esa confianza (y dinero, porque, como dice esa Constitución con la que te pegan en la cabeza cuando les conviene “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”. Aunque, ahora que caigo, esa misma Constitución proclama que “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”), que finalmente, queramos o no, somos todos, y no al revés. ¿Si deseas que el PSOE o el PP gobiernen los próximos cien años, eres realmente demócrata? Qué poco sentido del humor tengo.