Regresa Fernando Alfaro, y eso es siempre motivo de celebración. El albaceteño pertenece a esa clase de músicos que siempre tiene cosas dentro y necesidad de sacarlas. En este disco no alcanza su mejor nivel, pero sigue siendo él mismo y mantiene sus contantes creativas (aún agitadas), lo que para mí, al menos, es suficiente. Vuelven todas sus versiones, la punzante, eléctrica y oscura, más atemperada en esa apropiación del clásico “Tequila” que es “Hijo de Perra”. La emotividad country-folk crepuscular (“El dolor del miembro fantasma”, “Un viaje largo, largo”). La irresistible fuerza de sus estribillos, los detalles bossa que aligeran y redimensionan; la gravedad que es también caricia melódica; o la fragilidad, casi naif, de momentos desnudos que terminan por calar profundamente, como “Extintor de infiernos”. En “Himno del Caminante Kamikaze”, explora mediante constantes aliteraciones las posibilidades sonoras del castellano en la canción pop, algo por lo que siempre ha mostrado interés. En “El último crooner santo, el último lobo” se apoya en el doo-wop, y para “Los héroes podridos” recurre a detalles de barroquismo pop de los sesenta. Por su parte, una producción meritoria, con arreglos prolijos aunque discretos, se esfuerza por enriquecer y ofrecer alternativas; empeñada en evitar a toda costa la caída en lo previsible de un sonido reconocible.
Destacable, claro, ese mundo narrativo suyo (que siempre me ha parecido cargado de significado e incluso veracidad, exento de pose), salpicado de digresiones, turbulentos juegos de palabras, reflexiones, humor negro e ironía; textos pergeñados con la tele puesta, confesionales, con el desgarro incrustado en la delicadeza, hermosos en su sencillez.