La mañana que el poder nos dejó destrozar
dejé de estar rodeado de bolígrafos secos.
Pinté frenazos, gritos, sirenas
y ventanas cerradas a cal y canto,
con un pestillo pastel oxidado.
La mañana que el poder nos dejó destrozar
broté de la pared como líquido rojo,
entre sombras, viento y silencio.
Dibujé nubes, alas rotas y un camino
que no supe terminar.
Coloreé un sol en su muro
y un rayo me destrozó la mano.
La mañana que el poder nos dejó destrozar
fuimos promesas de un segundo
y sus furgones ordenados finales del mundo.
Esbocé luces inquisidoras
ante las que resbalar.
Embadurné de gris
sin principio ni fin.
Fui lluvia y frío impreciso.
Y anduve herido y perdido,
brujuleando el rumbo de mi juicio.