Película atractiva, basada en los diálogos (a veces certeros, a veces rugosamente reales, a veces panfletarios) y en cierta acción. Otra reflexión sobre el idealismo y la necesidad de cambiar el mundo, situada en este cada vez más confuso siglo XXI. Dialéctica izquierdista que bordea esa confusión con su inevitable toque maniqueo para favorecer la claridad del mensaje, que llegue nítido, sin interferencias de la compleja realidad: ricos muy ricos insoportables, injusticias manifiestas, situaciones que rápidamente se hacen con la complicidad del espectador. Frases incrustadas como pequeños y parpadeantes anuncios luminosos (un poco gastados por el uso) en mitad del camino: “el Estado apoya al capitalismo”, “Espera a salir del trabajo para soñar”. Con todo, la idea argumental es interesante y creíble (eso de allanar las casas de los ricos sin robar con el único motivo de alterar sus vidas, de hacer que se sientan vulnerables, observados), y su desarrollo ágil, sobre todo hasta el punto de inflexión que supone el secuestro. Aquí el ritmo más o menos vibrante de la película se ralentiza, se suceden planos del paisaje, de los protagonistas, silencios; y se va urdiendo cuidadosamente el efecto narrativo clave de la cinta, la gran metáfora que enfrenta a capitalismo e idealismo, que consigue hacer pensar e insufla calambre final a un filme que parecía declinar suave y placenteramente. Banda sonora eficaz y estratégica, en la que destaca una final “Hallelujah” interpretada por Lucky Jim.
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