Estimados Psicocamaleones:
No creo que sea posible para un país olvidar algo tan demoledor como una guerra civil, y, por supuesto, para nada aconsejable; otra cosa es su superación. Es una herida abierta y profunda, un agujero negro que jamás se conseguirá llenar de olvido; una explosión de odio cuya metralla se extendió en una cruenta y larga contienda, y no sólo eso, sino que se reprodujo y creció en miles de venganzas personales por parte y parte, ajustes de cuentas, ultrajes, robos, injusticias y humillaciones que no cesaron realmente mientras duró la dictadura; sólo el tiempo y el aguante silencioso fueron aminorando la presión y el ahogo, desdibujando el rostro oscuro de esa España del terror que, en los mejores momentos, sólo parece estar escondida. Esquirlas de metralla negra que aún nos sobrevuelan, dejando un olor picante a miedo y frustración, cuando observamos el limitado apego democrático de los partidos políticos, o ese Estado que sigue siendo temida e interesada madrastra, acostumbrado a pagar mediocres lealtades que emponzoñan el aire, y que cierra el círculo de su propio poder advirtiéndonos de lo monstruoso que es el rival y de lo mal que lo pasamos en… La Guerra Civil.
El frío gris de la dictadura y el miedo llegaron a su fin y la libertad se quiso disfrutar a chorro, el color subsiguiente dejó alegría, luz, absurdos diosecillos y un aire al menos respirable. El recuerdo de la Guerra y el franquismo suponía en los albores democráticos un lastre para la juventud, al menos para la menos progre (éstos abominaban del rock´n´roll). Sólo parecía haber dramatismo, gravedad; el cine y la música iban de lo gris a lo presuntuoso en el mejor de los casos, salvo capitales excepciones. Pero la desconexión con la realidad llegó en algunos casos a extremos difíciles de asumir: el día del golpe de estado del 23 de febrero de 1.981 (explosión en la cara de todos los peores presagios de esa España negra y virulenta), Nacha Pop no suspendieron su concierto, y los Pegamoides de Alaska pensaban que todo eso era cutre…, cutre y lo peor…, de lo peor, y decidieron citarse en el londinense Piccadilly si las cosas se ponían feas…, feas. Otros buscaban su catarsis provocando con lo innombrable: Gabinete Caligari se presentaron en uno de sus primeros conciertos en la madrileña sala Rockola, un 23 de julio de 1.981, así: “Buenas noches, somos Gabinete Caligari, y somos fascistas”, teniendo la “suerte” de recibir una elogiosa crítica del periódico franquista “El Alcázar”. Un par de años más tarde, su primer elepé incluiría el tema “Maquis”, canción dedicada a la voluntariosa y limitada oposición armada al franquismo durante la primera posguerra. Terminaba así: “Maquis de hoy, ¡qué pocos sois!, Maquis de hoy, ¿y el corazón?”. Por cierto, la letra fue coescrita por la banda y la posteriormente conocida como Ana D.
En 1.983 salió al mercado el elepé “Manifiesto Guernika” de los granadinos T.N.T., en mi opinión el mejor disco de punk que se ha hecho por aquí. Sólo traicionado por el sonido y muy mejorable en la ejecución, como tantos discos españoles de aquellos ochenta. Nunca me he creído los textos de este tipo de grupos, son demasiado epígonos y forzados por estéticas nihilistas o contestatarias, un juego de niños en el fondo que rápidamente se quema en el tiempo. Aquí se veía algo de todo esto: emulación, nihilismo, pose; pero también reflexión, humor, zozobra y textos inteligentes. El tema titular del disco describía los horrores de la guerra influido por el “Guernica” de Picasso. Su estribillo repetía “azul y rojo es destrucción”.
La República se ha convertido para mucha gente en el Paraíso perdido (realmente, ¿qué es un paraíso si no está perdido?), el sueño común truncado por un destino aciago. Quizá, añorar esa época, lo que pudo ser de haber ido todo bien, nos permite olvidar lo consumistas y vacuos que somos; lo inane de las iniciativas sociales de la mayoría de nosotros; el poco compromiso que queda cuando se desinflan los eslóganes en el aire de la confrontación airada, y sólo queda por delante la cotidianidad aburrida para fraguar propuestas reales; las horas de telebasura que nos tragamos cuando volvemos de apalear al enemigo con los ojos vendados; lo teledirigidos que estamos; o el espacio cívico justo y saneado que tanto nos cuesta alcanzar por no querer poner mínimamente en peligro nuestro bienestar. Joaquín Sabina, el hombre más republicano del mundo, tenía registrado el nombre La Tercera República, que terminó cediendo generosamente a una banda capitalina en la onda Secretos.
El grupo madrileño de rock urbano Los Canallas editaron en 2.000 un disco mayoritariamente formado por canciones de la Guerra Civil (bando republicano), titulado apropiadamente “Nunca Más!”. En él se podían escuchar clásicos como “Si me quieres escribir”, “La Tarara” o “Himno de Riego”. Contaron con la colaboración de Loquillo (en “L´Estaca” de LLach, uno de los cortes no reminiscentes de la época) y con el boicot de la CNT (si es que no tenemos remedio). Hablando del rockero barcelonés, en 2.004 produjo y puso música al documental dirigido por su pareja, Susana Koska, ”Mujeres en pie de guerra”, basado en la experiencia de mujeres del bando republicano narradas en primera persona. La banda sonora fue editada en CD.
El mundillo radikal abunda en ejemplos de versiones aceleradas de temas republicanos o inspirados en la Guerra. No nos detendremos. Sólo recordar aquel estribillo de La Polla Records en “No somos nada”: “Somos los nietos de los que perdieron la Guerra Civil…” (ojalá algún día uno de esos nietos llegue a Presidente del Gobierno sin necesidad de usar ese dato políticamente). O aquellas palabras de la portada y contraportada del segundo elepé de Kortatu, “La línea del frente”: “Irún (1.936).- Milicianos antifascistas defienden…bajo el fuego enemigo y alrededor de la Ikurriña… el general Mola ataca Irún. Objetivo: cortar a las provincias vascongadas de la frontera francesa…”. Ya saben, el año en que España invadió el País Vasco mientras el resto del Estado vivía un dulce verano.
El segundo trabajo del combo de jazz Juan Camacho Quintet, editado en 2.000, llevaba por título “La balada de la Brigada Lincoln”, y como subtítulo “Canciones de combate y otros himnos”. Pero el mayor homenaje musical a este símbolo de las Brigadas Internacionales, esas que lucharon junto al bando republicano mientras sus gobiernos callaban, fue el la banda alicantina así denominada. La Brigada Lincoln publicaron en 1.988 a través del sello Zafiro un buen elepé, “La piel del sur”, poderoso pop-rock muy de finales de los ochenta que adolecía del sonido vacío y falto de mordiente de las producciones de Tibu, mítico perpetrador de la del “Debajo de las piedras” de 091. Por sus cortes se filtraban sutiles remembranzas de derrota.
La escena británica siempre ha mostrado fascinación por la iconografía de nuestra contienda, desde la denominación de la banda de Vini Reilly, The Durruti Column, en homenaje al leonés Buenaventura Durruti (destacado líder de la CNT, muerto en Madrid al poco de iniciarse la guerra por causas aún no aclaradas), y su famosa y controvertida columna; al sello que publicó las primeras grabaciones de The Sisters of Mercy, que se llamaba CNT. Y qué decir de los Clash, verdaderos abanderados de la toma de conciencia política del punk (desgraciadamente una de esas bandas brillantes que influyen a centenares de grupos mediocres), y su ya mítico “Spanish Bombs”, texto de un Joe Strummer siempre obsesionado por la figura y la desaparición de Federico García Lorca.
Mucho, y en muchos idiomas, se ha cantado sobre la Guerra Civil desde los tiempos del “No Pasarán” o el chotis “Ya hemos Pasao”, que interpretara Celia Gámez. Lo último que he escuchado relacionado con el tema es el excelente recopilatorio “Spain in my heart: canciones de la Guerra Civil Española”, que cuenta con la participación de Lila Downs, Arlo Guthrie con Pete Seeger o Eliseo Parra. Llegados a este punto, nos despedimos con las sabias palabras de Don Julián Hernández:
“Durruti muere de un tiro por la espalda
Y no era plomo, que era bala de plata
Después la guerra antes la revolución
No te equivoques porque España sólo hay dos
Y es que en la guerra, antes de ser mil hay que ser vil
Guerra civil
Aprende camarada a ser vil en la guerra civil
A Dios rogando y con el mazo dando
Y por si acaso subirse al coro cantando
A las iglesias me las dejáis en paz
Id a por ellos y así nunca pasarán
No te enteras, no te enteras
Por dónde van los tiros en las piernas
Es lo primero ganar la guerra
Y después, sólo después podremos hacer la Revolución
Y en el cielo el relámpago es negro
Así se anuncia el pájaro del trueno
Y moriremos lentamente y con dolor
Si es por el triunfo de la confederación”
(“Vil Guerra Civil”, Siniestro Total, 1.988)
Publicado en el portal de cómic y humor "Irreverendos" en enero de 2.007.
28 enero 2007
22 enero 2007
DIRECTO QUIQUE GONZÁLEZ
Teatro Calderón de la Barca, Motril (24-11-06)
Quique González es un compositor prolífico y por lo general inspirado, entregado y natural, capaz de ofrecer más de hora y media de concierto acústico de cambiante repertorio donde muchos apenas pasarían de la hora. Cuenta en su haber con el suficiente número de buenas canciones como para tenerlo muy en cuenta y se trata de uno de esos autores que generan complicidad e invariablemente van sumando público, a un ritmo que se acrecentará a medida que su compañía se porte decentemente con él. Eminentemente narrativo, sus textos se alimentan de sentimientos y referencias a partes iguales, no caen en saco roto. En su sonido y musicalidad se sientan a la mesa junto al madrileño Tom Petty y Jackson Browne, con Neil Young y Bob Dylan apareciendo de vez en cuando a fumar un cigarrillo y Carole King y James Taylor invitados ocasionalmente a tomar café. En su presentación en solitario en Motril (guitarra acústica, puntual armónica con su soporte, y todo un piano a su disposición), anduvo algo frío en un primer momento, interpretando a la guitarra “Arañazos De Piel Roja”. Pronto quiso conectar con su público anunciando que no traía lista y que aceptaba peticiones. Gestos como éste son muy apreciados entre el fiel seguidor, que se tira toda la velada pidiendo temas, hasta cuando el artista desaparece para no volver más, pero determinan el devenir de la actuación: lo que se gana en cercanía, con tanta pausa, se pierde a la hora de lograr el ritmo y clima adecuados, quedando finalmente la noche lastrada por exceso de interrupciones. En este caso, las ganas de complacer de Quique (cosa que le honra) hicieron que tuviese que dejar “7/11” al poco de empezarla por no recordar la letra y que cantase “Discos De Antes” enjaretando partes del texto como podía hasta completarla a duras penas. Creo que estuvo mejor con la guitarra (“Se Nos Iba La Vida”, “La Ciudad del Viento”) que al piano. Su limitada destreza con éste, propició que temas como “Pequeño Rock´n´roll” o “Hotel Los Angeles” quedasen pobres, como retenidos sin la intensidad que le podría haber insuflado un pianista más avezado; aunque otros más íntimos los clavó (“Reloj De Plata”, “Calles de Madrid” o la despedida con “Aunque tú no lo sepas”). Y es que, en muchas ocasiones las lecturas desnudas de los temas ofrecen las claves de la esencia de las canciones, su verdadera naturaleza, algo especial que se diluye con una banda o un acompañamiento más prolijo; pero otras simplemente muestran el punto de partida, el esquema compositivo, el molde con el que se trabaja, tendiendo a la monotonía cuando los repertorios remiten a un patrón muy similar, algo que aquí aconteció más de lo necesario. Algunos de estos temas piden mayor pericia instrumental o al menos un músico más a la hora de afrontarlos en acústico.
Publicado en el nº 234 de la revista Ruta 66.
Quique González es un compositor prolífico y por lo general inspirado, entregado y natural, capaz de ofrecer más de hora y media de concierto acústico de cambiante repertorio donde muchos apenas pasarían de la hora. Cuenta en su haber con el suficiente número de buenas canciones como para tenerlo muy en cuenta y se trata de uno de esos autores que generan complicidad e invariablemente van sumando público, a un ritmo que se acrecentará a medida que su compañía se porte decentemente con él. Eminentemente narrativo, sus textos se alimentan de sentimientos y referencias a partes iguales, no caen en saco roto. En su sonido y musicalidad se sientan a la mesa junto al madrileño Tom Petty y Jackson Browne, con Neil Young y Bob Dylan apareciendo de vez en cuando a fumar un cigarrillo y Carole King y James Taylor invitados ocasionalmente a tomar café. En su presentación en solitario en Motril (guitarra acústica, puntual armónica con su soporte, y todo un piano a su disposición), anduvo algo frío en un primer momento, interpretando a la guitarra “Arañazos De Piel Roja”. Pronto quiso conectar con su público anunciando que no traía lista y que aceptaba peticiones. Gestos como éste son muy apreciados entre el fiel seguidor, que se tira toda la velada pidiendo temas, hasta cuando el artista desaparece para no volver más, pero determinan el devenir de la actuación: lo que se gana en cercanía, con tanta pausa, se pierde a la hora de lograr el ritmo y clima adecuados, quedando finalmente la noche lastrada por exceso de interrupciones. En este caso, las ganas de complacer de Quique (cosa que le honra) hicieron que tuviese que dejar “7/11” al poco de empezarla por no recordar la letra y que cantase “Discos De Antes” enjaretando partes del texto como podía hasta completarla a duras penas. Creo que estuvo mejor con la guitarra (“Se Nos Iba La Vida”, “La Ciudad del Viento”) que al piano. Su limitada destreza con éste, propició que temas como “Pequeño Rock´n´roll” o “Hotel Los Angeles” quedasen pobres, como retenidos sin la intensidad que le podría haber insuflado un pianista más avezado; aunque otros más íntimos los clavó (“Reloj De Plata”, “Calles de Madrid” o la despedida con “Aunque tú no lo sepas”). Y es que, en muchas ocasiones las lecturas desnudas de los temas ofrecen las claves de la esencia de las canciones, su verdadera naturaleza, algo especial que se diluye con una banda o un acompañamiento más prolijo; pero otras simplemente muestran el punto de partida, el esquema compositivo, el molde con el que se trabaja, tendiendo a la monotonía cuando los repertorios remiten a un patrón muy similar, algo que aquí aconteció más de lo necesario. Algunos de estos temas piden mayor pericia instrumental o al menos un músico más a la hora de afrontarlos en acústico.
Publicado en el nº 234 de la revista Ruta 66.
18 enero 2007
DESTROYER “Destroyer´s Rubies” (Merge-Acuarela, 2.006)
El nuevo trabajo del New Pornographer Dan Bejar conserva los fundamentos de su antecesor, “Your Blues” (implosiones pop convertidas en pequeñas apoteosis, expresividad con picos dramáticos que invoca con tino a Scott Walker o alumnos como Bowie o Jarvis Cocker). Pero aquí la belleza se muestra menos sintéticamente bruñida y envarada. Hay algunos tipos más tocando y eso se nota, destacando notablemente en el resultado final el uso de la guitarra eléctrica obviada en el anterior (Nicolas Bragg), los pianos de Ted Bois, o la corporeidad de los metales. “Your Blues” tiene mejores composiciones en mi opinión, acaso más definidas y redondas, pero éste me resulta mucho más excitante. Aparecen aristas y turbulencias, siempre plausibles; donde se pierde elocuencia se gana naturalidad, consistencia, poso. A pesar de atreverse con temas más largos (no se corta en comenzar el álbum con un corte de nueve minutos), el sonido es bastante más directo, articulado y orgánico. Apuesta (saliendo victorioso), por una mayor pegada, ofreciendo un conjunto más crudo y afilado. Los coros y segundas voces, estratégicamente colocados, mantienen junto a la voz solista esa aura de magnificencia, la mullida teatralidad de composiciones de inequívoca tendencia a la excelsitud. Las guitarras pueden surgir furiosas u horadar pacientemente desde algún punto subterráneo, retomando vía Luna, la herencia Velvet/Television (“Watercolours Into The Ocean”). Los pianos van de insistentes a espolvoreados (“Priest´s Knees”). Envolvente es el sustrato clásico de la magnífica “Looter´s Follies” o “A Dangerous Woman Up To A Point”. Resultan gozosamente extenuantes con “Rubies”, vibrantes y cortantes en “3.000 Flowers” y erizados tal que el Neil Young más oscuro en “Sick Priest Learns To Last Forever”. La cosa acaba con los veintitrés minutos del bonus “Loscil´s Rubies”, para mí una simple anécdota comparado con el resto.
15 enero 2007
DEDÍCALES MENOS DE VEINTE MINUTOS...
TOM WAITS “Cemetery Polka” 1.46
THE BELLRAYS “Find Someone To Relieve It” 1.29
SURFIN´BICHOS “San José Experience” 1.30
ROBYN HITCHCOCK “Satellite” 1.43
GO KART MOZART “Delta Echo Echo Beta Alpha Neon Kettle” 1.56
BELLE AND SEBASTIAN “Simple Things” 1.46
SWELL MAPS “Another Song” 1.43
ADAM GREEN “Hollywood Bowl” 1.33
THE BYRDS “The Girl With No Name” 1.47
LOS BICHOS “Anita Latigazo” 1.55
THE BELLRAYS “Find Someone To Relieve It” 1.29
SURFIN´BICHOS “San José Experience” 1.30
ROBYN HITCHCOCK “Satellite” 1.43
GO KART MOZART “Delta Echo Echo Beta Alpha Neon Kettle” 1.56
BELLE AND SEBASTIAN “Simple Things” 1.46
SWELL MAPS “Another Song” 1.43
ADAM GREEN “Hollywood Bowl” 1.33
THE BYRDS “The Girl With No Name” 1.47
LOS BICHOS “Anita Latigazo” 1.55
08 enero 2007
TARDE DE SESOS
El almuerzo estuvo bien, algo pesado quizá, pero sabroso. En una cazuelita de barro me fueron ofrecidos unos sesos de ternera cuyo bullir delataba su alta temperatura, hube de esperar un poco a que se enfriaran con un par de buenas copas de vino tinto. Entre el sopor del Ribera del Duero y el calor del hogar los sesos se disolvían gustosamente en la boca; esos sesos tan frágiles, rebozados en huevo y harina, generosamente envueltos en una salsa de espinacas y nata. Vino, sesos, pan algo tostado para mojar la salsa, tiempo silente que burbujea un poco antes de disiparse chimenea arriba; y espíritus nobles que se van aposentando en el estómago sin hacer ruido, nublando la vista y el oído con una ligera gasa ronroneante. Tras un escueto postre compuesto por un café de grano recién molido se imponía un descanso, una pacífica huída. Tapado hasta la barbilla me dejé invadir por la siesta, en una de esas sobremesas en que ella parece tomarte a ti, en vez de tú a ella.
Me fui, al tiempo que me hundía en la almohada, cerrando los ojos sumido en la pesadez mientras me parecía que me iba muy abajo. Abrí los ojos y vi un tembloroso suelo de verde hierba ante mí, volví la cabeza hacia arriba torpemente, como no pudiendo dominar completamente los movimientos del cuello, miré un cielo que se movía demasiado, nubes fugaces pasaron por mis ojos, que tropezaban con rayos de sol aquí y allá. Debía hacer frío ya que veía mi aliento como un humo blanquecino que inundaba mi campo de visión, pero yo no lo sentía. Observé a un hombre muy abrigado que andaba a buen paso delante de mí fumando y portando una vara, emitiendo ruidos casi sin mirar atrás, aunque me dio la impresión que se dirigía a mí, o a nosotros. Vi vacas a mi alrededor y ternerillos que trotaban, un bosque cercano, oscuro, como protegiéndome de todo sonido en ese mundo sordo. Me sentía bien, tranquilo, saboreé y mastique la hierba fresca y empapada de rocío, notaba el suave latir de mi corazón. Pataleé, rasqué la tierra con manos y piernas. Defequé con gusto, despreocupado y feliz notaba caer porciones de excremento que suavemente se deslizaban por mi esfínter en cantidad notablemente superior a la habitual, orinaba a placer. Me atreví a corretear y sentí una inédita sensación de fortaleza y libertad. Ganas de correr, frenarme, volver atrás y mirarlo todo.
Abrí los ojos, no sentía el más mínimo deseo de moverme, además temía alterar la calidez que me acunaba. Miré el reloj de la mesilla: cerca de las seis. Cerré los ojos al mismo tiempo que sentía que algo me despertaba, anduve en la oscuridad, empujado por algo, rodeado de terneros que me miraban sorprendidos desde sus inverosímiles ojos, con un punto de brillo lejano, como planetario, que era la única luz que percibía. Noté que subía precipitadamente por una trampilla, y después un traqueteo como de camión o tren. Estaba parado pero en movimiento a la vez. Un movimiento que ya nunca terminó.
Me fui, al tiempo que me hundía en la almohada, cerrando los ojos sumido en la pesadez mientras me parecía que me iba muy abajo. Abrí los ojos y vi un tembloroso suelo de verde hierba ante mí, volví la cabeza hacia arriba torpemente, como no pudiendo dominar completamente los movimientos del cuello, miré un cielo que se movía demasiado, nubes fugaces pasaron por mis ojos, que tropezaban con rayos de sol aquí y allá. Debía hacer frío ya que veía mi aliento como un humo blanquecino que inundaba mi campo de visión, pero yo no lo sentía. Observé a un hombre muy abrigado que andaba a buen paso delante de mí fumando y portando una vara, emitiendo ruidos casi sin mirar atrás, aunque me dio la impresión que se dirigía a mí, o a nosotros. Vi vacas a mi alrededor y ternerillos que trotaban, un bosque cercano, oscuro, como protegiéndome de todo sonido en ese mundo sordo. Me sentía bien, tranquilo, saboreé y mastique la hierba fresca y empapada de rocío, notaba el suave latir de mi corazón. Pataleé, rasqué la tierra con manos y piernas. Defequé con gusto, despreocupado y feliz notaba caer porciones de excremento que suavemente se deslizaban por mi esfínter en cantidad notablemente superior a la habitual, orinaba a placer. Me atreví a corretear y sentí una inédita sensación de fortaleza y libertad. Ganas de correr, frenarme, volver atrás y mirarlo todo.
Abrí los ojos, no sentía el más mínimo deseo de moverme, además temía alterar la calidez que me acunaba. Miré el reloj de la mesilla: cerca de las seis. Cerré los ojos al mismo tiempo que sentía que algo me despertaba, anduve en la oscuridad, empujado por algo, rodeado de terneros que me miraban sorprendidos desde sus inverosímiles ojos, con un punto de brillo lejano, como planetario, que era la única luz que percibía. Noté que subía precipitadamente por una trampilla, y después un traqueteo como de camión o tren. Estaba parado pero en movimiento a la vez. Un movimiento que ya nunca terminó.
05 enero 2007
Juego: "Como la novela...
Juego: "Como la novela, como el teatro, el juego es una forma de ficción, un orden artificial impuesto sobre el mundo, una representación de algo ilusorio, que reemplaza a la vida. Sirve al hombre para distraerse, olvidarse de la verdadera realidad y de sí mismo, viviendo, mientras dura aquella sustitución, una vida aparte, de reglas estrictas, creadas por él. Distracción, divertimento, fabulación, el juego es también un recurso mágico para conjurar el miedo atávico del ser humano a la anarquía secreta del mundo, al enigma de su origen, condición y destino". (Mario Vargas LLosa).
02 enero 2007
PAPÁ NOEL: UNA HISTORIA VERDADERA
Todo empezó cuando me dejé crecer la barba. Pasé tanto frío en octubre que me aseguré al menos de proteger mi rostro, mientras me lamentaba de que no creciese barba por todo el cuerpo, una barba firme, tupida y uniforme. Además, yo ya era un perro; bastante olvidado de todos e inoperante, pero un perro al fin y al cabo. Cuando llegué a Agujero, el frío azotaba mi cara, y la ventisca acompañada de ocasionales copos de veloz nieve golpeaba mi barba (que había salido blanca, blanca). Mis ojos estaban irritados y acuosos, tristes lagos de cieno rojo acumulado por el tiempo y los kilómetros. Mis botas militares, sin duda mi posesión más valiosa, aguantaban el tirón, ya ajadas y con el lustre de su negritud perdido. El reloj se había convertido en un pesado abrazo de hierro que ya no respiraba, pero que se resistía a romperse por más que golpeaba mi muñeca contra las paredes cuando desesperaba. Una inesperada superstición me impedía despojarme directamente de él, así que trataba de provocar un accidente. Al menos su total ineficacia me había procurado la capacidad de medir el tiempo casi con exactitud. El pantalón de chándal azul, que con seguridad conoció mejores tiempos en otro cuerpo, y el tres cuartos caqui, también de extracción castrense, aguantaban como yo mismo, titubeantes, como un pequeño milagro, respondiendo a una desconocida inercia.
Me acomodé en un banco para descansar y soltar el grueso e inútil petate, que era como cargar eternamente con mis restos, sin dejar que se fuesen desperdigando por ahí. Siempre que llegaba a un nuevo pueblo me tomaba unos treinta minutos de reflexión que generalmente no conducían a nada. Era un vacío como amable, un extracto de tiempo caracterizado por el vilo de una incierta esperanza y la paz que siente el desconocido justo antes de dejar de serlo. Mientras mesaba mi barba alguien me interrumpió, “no puedes estar aquí, lárgate”. Habiendo mirado únicamente las botas bien lustradas de mi interlocutor, supe que debía irme, al menos deambular por otra parte, sin preguntas. De pronto otra voz nos sobresaltó a las dos personas que teníamos en común calzar botas militares junto a aquel banco de la engalanada plaza. Un niño gritaba desde una ventana: "¡Ahí está mami, ha venido a traerme los regalos verdad, ahí estaaá, míralo, míralo mami!”. Tras el extraño incidente continué mi camino, cuatro minutos y medio después mi colega de calzado llegó asfixiado a mi altura y colocó su fuerte mano sobre mi huesudo hombro.
- Acompáñame.
- ¿Adónde?
- A comisaría. Puede que hayas tenido suerte.
¿Comisaría igual a suerte?. Una vez allí comprendí. La madre del niño de antes y su padre, a la sazón el alcalde, trajeados e impolutos, me miraron medio minuto en silencio antes de hablar.
- Queremos proponerle algo.
La idea era que me disfrazase en tres minutos de Papá Noel y le entregase al hijo de ambos sus regalos navideños; entonces, mientras aceptaba, recordé que estábamos a veinticinco de diciembre, frío diciembre.
No hubo tiempo de arreglarme demasiado, así que, con el añadido de un grueso y amable abrigo, una bayeta para que me limpiase apresuradamente las botas y las enormes gafas de sol del policía (mamá no quería que su hijo mirase esos ojos de cieno rojo) subí, acompañado de los padres y de dos policías municipales a la casa, colocaron cuidadosamente los regalos en una saquito y pasé a la habitación. Allí encontré a un niño tembloroso de la emoción, los latidos de su corazón provocaban breves saltitos del pequeño cuerpo en la cama. Me acerqué, acaricié su pelo tímidamente con manos que aún olían a bayeta y, diligente, le repetí con voz grave (“hable usted con voz grave, no lo olvide”) las palabras que la madre, autoritaria, me apuntaba por detrás, sacando lentamente los regalos del saco y ofreciéndoselos, sonriendo con algunos dientes tras las gafas de espejo. Cincuenta euros, una palmada y un abrigo viejo después, partí en pos de otros mundos, otros euros, otros niños y otros alcaldes... Y así hasta hoy.
Me acomodé en un banco para descansar y soltar el grueso e inútil petate, que era como cargar eternamente con mis restos, sin dejar que se fuesen desperdigando por ahí. Siempre que llegaba a un nuevo pueblo me tomaba unos treinta minutos de reflexión que generalmente no conducían a nada. Era un vacío como amable, un extracto de tiempo caracterizado por el vilo de una incierta esperanza y la paz que siente el desconocido justo antes de dejar de serlo. Mientras mesaba mi barba alguien me interrumpió, “no puedes estar aquí, lárgate”. Habiendo mirado únicamente las botas bien lustradas de mi interlocutor, supe que debía irme, al menos deambular por otra parte, sin preguntas. De pronto otra voz nos sobresaltó a las dos personas que teníamos en común calzar botas militares junto a aquel banco de la engalanada plaza. Un niño gritaba desde una ventana: "¡Ahí está mami, ha venido a traerme los regalos verdad, ahí estaaá, míralo, míralo mami!”. Tras el extraño incidente continué mi camino, cuatro minutos y medio después mi colega de calzado llegó asfixiado a mi altura y colocó su fuerte mano sobre mi huesudo hombro.
- Acompáñame.
- ¿Adónde?
- A comisaría. Puede que hayas tenido suerte.
¿Comisaría igual a suerte?. Una vez allí comprendí. La madre del niño de antes y su padre, a la sazón el alcalde, trajeados e impolutos, me miraron medio minuto en silencio antes de hablar.
- Queremos proponerle algo.
La idea era que me disfrazase en tres minutos de Papá Noel y le entregase al hijo de ambos sus regalos navideños; entonces, mientras aceptaba, recordé que estábamos a veinticinco de diciembre, frío diciembre.
No hubo tiempo de arreglarme demasiado, así que, con el añadido de un grueso y amable abrigo, una bayeta para que me limpiase apresuradamente las botas y las enormes gafas de sol del policía (mamá no quería que su hijo mirase esos ojos de cieno rojo) subí, acompañado de los padres y de dos policías municipales a la casa, colocaron cuidadosamente los regalos en una saquito y pasé a la habitación. Allí encontré a un niño tembloroso de la emoción, los latidos de su corazón provocaban breves saltitos del pequeño cuerpo en la cama. Me acerqué, acaricié su pelo tímidamente con manos que aún olían a bayeta y, diligente, le repetí con voz grave (“hable usted con voz grave, no lo olvide”) las palabras que la madre, autoritaria, me apuntaba por detrás, sacando lentamente los regalos del saco y ofreciéndoselos, sonriendo con algunos dientes tras las gafas de espejo. Cincuenta euros, una palmada y un abrigo viejo después, partí en pos de otros mundos, otros euros, otros niños y otros alcaldes... Y así hasta hoy.
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