Buenas noches, me llamo Ducky y soy pato. Mis padres se pasaron años queriéndome hacer pasar por cisne: que si pon el cuello así, que si no sonrías tanto, que si no parpes tan alto que pareces un ganso… Pasados años de angustia y frustración comprendí que nunca podría serlo, y que además no me gustaba, estaba cansado de parecer lánguido e indiferente, de cuidar mi perfil y de evitar mi identidad con disimulos y altanería. Aposté por ser ese pato que nunca me dejaron ser. Ya no me dolía aquello que me decía mi madre de que un niño o un borracho podían dibujar tranquilamente un pato gracioso, para señalar la vulgaridad de nuestra especie. Cada vez olía más a fascismo todo aquel embrollo; y yo prefiero, sin dudarlo, ser patito de bañera que inocuo cisne de porcelana. Así pues, subí el volumen de la música (canto casi cada día “Ducks on the wall” de los Kinks), caminé como me dio la gana y nadé salpicando espuma; tropecé y me reí, no me comparé con nadie y me sentí ligero; recuperé los habanos del Tío Gilito y gesticulé tal que el Pato Lucas. Soy pato, mareado cuando encarta, y ya nadie se atreve a decir nada de mi camiseta de los Ramones. Además, me consta que tengo el respaldo de Tony Soprano. Gracias por escucharme, cuac.
Publicado en el nº122 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a ¿Por qué los patos en los dibujos animados?
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