Como casi cada mañana, atravesó la puerta del pequeño estudio en el que se rodaban todas esas películas porno en las que actuaba desde hacía años; nunca en papeles protagonistas ni especialmente destacados, habiendo incluso cambiado alguna vez radicalmente de aspecto y nombre artístico para no quedarse fuera. Saludar, cambiarse, maquillarse o atender indicaciones, formaban parte de una rutina que ella aceptaba con la mejor cara. Prolegómenos de lencería no exactamente fina, cuatro líneas de diálogos y algunos rodeos la acercaron otro día más a la cama. Una vez allí se dejó ir, sus movimientos y respuestas se fueron mecanizando. Miraba a la cámara y sentía el calor de las luces sobre su piel, así como la respiración del equipo técnico. Hábil y resuelta, siempre sacaba a tiempo gestos, jadeos y sonrisas. Cuando se colocó a gatas apoyándose en el cabecero de la gran cama, suspiró, era el gran momento de cada rodaje. Notó cómo su compañero se acoplaba y comenzó a sentir la fuerza que desencadenaba su sueño recurrente: en plena calle era abordada por el micrófono de un programa serio de televisión que le preguntaba acerca de la situación del país, entonces ella avisaba con gesto adusto del peligro intrínseco de los recortes o del grave riesgo de centrarse en los números globales dejando a la gente atrás, y lanzaba una pregunta final: ¿hacia dónde nos conduce una sociedad formada por trabajadores temerosos?
Publicado en el nº123 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a las pelis porno.
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