Un buen día, nos vimos empujados a iniciar la
búsqueda de un futuro que se hacía el encontradizo pero que queríamos evitar.
Se escondía para sorprendernos, para dejarnos sin palabras, pero las puntas de
sus alas sobresalían por nuestro frágil e improvisado parapeto, que todavía creíamos
fortaleza. Su despliegue ensombrecía el espacio aún ilimitado de nuestra
quimera. Decíamos buscarlo a todo aquel que nos preguntaba; sobre todo a los
que se dirigían a nosotros mostrando cierta ansiedad desde su posición
definitiva, ya sin tocar el suelo, colgando de alguno de los múltiples pliegues
de aquella flor gigante y predecible. Siempre prometíamos ponernos manos a la
obra, asintiendo con gesto serio; pasado el tiempo, incluso entre nosotros
mismos. Todos los días mentíamos, decíamos estar buscando, descifrando su
infinita red de códigos, mientras nuestras mentes evitaban fijar la atención,
concretar la búsqueda, aceptar el encuentro. Casi sin darnos cuenta terminamos por
escondernos los unos de los otros. Nos evitábamos, tragando la ligera angustia
de ser conscientes de todo lo que íbamos dejando atrás casi sin enterarnos.
Todo lo que nos había unido y conformado se iba deshaciendo, convirtiéndose en
pasado terroso. Sin saberlo, íbamos despojándonos del equipaje al que vivíamos
abrazados, dejándonos atraer por una fuerza magnética promisoria y abrumadora que
nos abrigaba haciéndonos oler continuamente la derrota de aquellos que se
resistían. Cuando sentimos desaparecer el suelo bajo nuestros pies, supimos que
la búsqueda había terminado.
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