Mijaíl A. Bulgákov nació en 1.891 en Kiev, en el seno de una familia burguesa. Hijo de un profesor de la Facultad de Teología, siguió estudios de medicina, profesión que ejerció durante un corto pero intenso período, hasta que a partir de 1.919 se decantó definitivamente por la literatura y las tablas. De aquella época son los relatos que aparecen en “Morfina”, breves y reveladores textos a modo de diario íntimo de un joven médico, que narra de forma concisa y lúcida, penetrante, su experiencia profesional, incluida una adicción a la morfina que posteriormente superaría. En aquel momento aún no habían explosionado su febril imaginación ni su disparatado humor, inspirados en parte por Gógol; éstos avisan elocuentemente en “Maleficios” (1.924), un hilarante y agotador laberinto de situaciones absurdas y surrealistas a partir de un equívoco provocado por la lenta burocracia soviética (que supone un excelente anticipo de Boris Vian); y que aún en esa época alternará con el realismo de “La Guardia Blanca”, su primera novela. Habiendo descubierto ya que la sátira, usada en su justa medida, suele ser un arma certera, un zarpazo infalible, en “Corazón de Perro” (1.925), añade a las cualidades mostradas en “Maleficios” el ingrediente de una ciencia-ficción utilizada para bucear más profundamente en los nuevos resortes de su país. Última pieza necesaria para forjar un lúcido discurso, a la vez fantástico, satírico y mordaz; que continuará con "Los Huevos Fatales”, ese mismo año. Contemporáneo de otros silenciados por lo implacable del sistema comunista como Boris Pasternak, Anna Ajmatova o Eugeni Zamiatin; o directamente masacrados, como el poeta Osip Mandelstam o Boris Pilniak, su independencia de criterio y su hartazgo del proselitismo de la exaltación revolucionaria, le granjearon problemas y persecuciones. Las entregas que iban apareciendo en la prensa de la en principio popular “Corazón de Perro”, quizá su sátira más feroz contra el Régimen, desencadenaron definitivamente las hostilidades que acabaron interrumpiendo también una exitosa carrera como dramaturgo, con obras como “La Isla Púrpura”, “El Apartamento de Zona” o “Las Jornadas de Turbin” (adaptación de la citada “La Guardia Blanca” de 1.924) representándose a la vez con aceptación del público en 1.928, justo antes de caer definitivamente en desgracia. Su trabajo fue censurado y él expulsado de las férreas asociaciones que agrupaban a escritores y dramaturgos. Ante sus constantes problemas con el poder, en 1.930 escribió a Stalin (quién por cierto le admiraba) pidiendo que se le permitiese abandonar el país o volver a su vida normal, dirigiéndose a él en estos términos: “El escritor que afirme que puede seguir escribiendo en donde no existe la libertad de creación, es como el pez que declara públicamente no necesitar de agua para seguir existiendo”. El dictador respondió autorizando un par de representaciones más de “Las Jornadas...”, para sumirlo a continuación en el ostracismo. Durante todos esos años hasta su muerte consagró su tiempo al teatro, ocupando puestos secundarios en el Teatro del Arte o el Bolshoi. A la última etapa de su vida pertenecen la inconclusa “Novela Teatral” y la unánimemente reconocida como su obra maestra, “El Maestro y Margarita”, cuya redacción le ocupó desde finales de los años veinte hasta su muerte. Quedó ciego en 1.939, muriendo un año después con estas últimas obras aún inéditas, enterrado en el mismo silencio a que fue condenado en vida.
En 1.966 se empezó a publicar en la revista Moskva “El Maestro y Margarita” convenientemente censurado. Poco después apareció la traducción inglesa, detonante del culto que la obra consiguió en toda Europa. En enero de 1.968, la leída Marianne Faithfull le pasó la novela a su chico, Mick Jagger, quién encontró en ella la inspiración necesaria para la letra de “Sympathy For the Devil”.
RENACER DESDE LO MÁS ABISAL DE LOS DESPACHOS
“El Maestro y Margarita”, después de superar la quema de una primera versión por parte de su autor, las continuas correcciones y el olor a sótano del olvido, vio la luz en su país en condiciones normales en 1.973. Al igual que la versión íntegra de su “Corazón de Perro” (que trajo la Perestroika), “Doctor Zhivago”, “Réquiem” o “Nosotros”, fue tristemente escamoteada a sus compatriotas durante demasiado tiempo. La novela actualmente es considerada una de las obras maestras de la narrativa rusa, y su versión teatral ha sido y es ampliamente representada. Su mito y poder simbólico para los rusos, que creció fuertemente con los cambios experimentados por la sociedad al inicio de los noventa, llega hasta el punto de que los itinerarios del libro han pasado a formar parte de las rutas turísticas de Moscú.
Esta es la obra más puramente fantástica de Bulgákov. Abunda en los temas que ha tratado con anterioridad, consiguiendo la sublimación y el justo equilibrio de todas sus constantes creativas; sorprendiendo, a pesar de retratar un momento histórico concreto, su inalterable frescura. Engrandece y enriquece sus armas de siempre: la fantasía, los elementos paródicos, el ritmo, el absurdo, los diálogos, la visión satírica o la ironía. Un libro de despedida mimado y sufrido, inmenso de significado, y más teniendo en cuenta las condiciones anímicas en que fue escrito. A pesar de todo se observa algún desajuste, como el final de los protagonistas, entre el capítulo 30 y el epílogo, lo que denota que quizá el libro no estaba pulido del todo a la muerte de su autor.
El cine se ocupó de ella en 1.972, con la película dirigida por Aleksandar Petrovic; y el director ruso Vladimir Bortko (que ya rodó “Corazón de Perro”, en 1.988) ha vuelto sobre ella este año. No he tenido ocasión de ver todavía ninguna de estas adaptaciones, aunque de todas formas yo siempre imagino un “Maestro y Margarita” dirigido por Tim Burton.
PAZ, LIBERACIÓN, PERDÓN Y ARREPENTIMENTO
El sarcasmo y la provocación principales consisten en crear un protagonista con el que la cultura oficial se ceba por escribir nada menos que una obra absolutamente realista y humana sobre Poncio Pilatos, en plena efervescencia ideológica de la Unión Soviética. A esta “desfachatez” se suma el poner en liza las sobrenaturales fuerzas del bien y el mal, algo absolutamente inadmisible en ese momento. Bulgákov se vale para satirizar la sociedad moscovita de la época nada menos que del Diablo, y esta sugestiva idea le permite exponer descarnadamente lo más esperpéntico de determinados sectores, una vez enfrentados a tan inesperado visitante.
Resumiendo: el Diablo elige Moscú para la celebración de su Baile del Plenilunio Primaveral de ese año. A partir de esa paródica idea que Bulgákov se saca de la manga, su pluma pergeña diferentes excusas, coincidencias y situaciones para confrontar a Voland (que así se llama) y su séquito con los responsables del teatro Varietés de Moscú, la Comisión de Espectáculos o cierta elite literaria, entre otros. Más tarde, la soltería de messere Voland le lleva a buscar una dama que le acompañe en ese baile, y una serie de improbables circunstancias lo conducen a… Margarita, la amada del singular Maestro. Así como otras igualmente improbables involucran a Dios en el proceso.
El libro primero pone en marcha la peripecia de la aparatosa visita del Diablo: su aparición y la forma de relacionarse con los ciudadanos, alternándola con los retazos fundamentales del libro sobre Poncio Pilatos escrito por el Maestro. En el segundo comienzan a precipitarse los acontecimientos y la historia central toma cuerpo, se desarrolla la fantástica aventura de los protagonistas. Aparecen el Maestro y Margarita en plenitud, y las historias toman los caprichosos recovecos que las terminan fundiendo en un catártico desenlace final, en el que se habla de paz, liberación, perdón, y arrepentimiento. Al final, se nos informa del destino de todos los personajes de este grotesco y bullicioso mosaico moscovita.
MIRANDO POR LA VENTANA DEL NÚMERO 50
Bulgákov concibe como punto neurálgico de esta fantástica historia su propio apartamento, el piso número 50 del 302 de la calle de la Sadóvaya, residencia satánica para la posteridad. Desde allí proyecta una imaginación liberada de las limitaciones de la verosimilitud, el tiempo y el espacio; construyendo en un caudaloso devenir de acontecimientos, punzantes y vívidos frescos de puntuales personajes y arquetipos. Lo fantástico se hace con las riendas, envolviendo y transformando la vida cotidiana. Surge natural de cualquier detalle, libera las palabras, relativiza los principios morales y funde el gris uniforme de unos tiempos cada vez más decepcionantes, haciéndolos estallar en inesperados colores, en cualquier instante, en cualquier lugar. Un diablo que saca a la superficie las miserias del aparato burocrático en que se ha convertido ya la Unión Soviética de entreguerras y su plétora de intereses creados.
Desde el principio pincha la agudeza y retumban las dobles lecturas. El retrato social se va perfilando indeleble mediante inolvidables trazos: la atracción y el recelo con lo extranjero, las consideraciones sobre la libertad para ser ateo en Rusia, cada ciudadano un policía… El problema de la vivienda en Moscú, la especulación; el temor a perder el carné de MASSOLIT (y sus privilegios), el espionaje entre vecinos, las deportaciones, la burocratización (alguien solicita un certificado al mismísimo Diablo), el uso recurrente del hospital mental (el cochero que quiere que utilicen su vehículo para internar a “Desamparado”: “¡ En el mío!, que ya se sabe de memoria el camino al manicomio!”); la uniformidad del pensamiento o el materialismo ideológico imperante.
Demoledora, por cierto, la alegórica descripción de las actividades del servicio secreto en la época romana o la de la detención de un gato común tomado por miembro del séquito de Voland. Significativa la obsesión de todo el mundo por dar una explicación “científica” a lo ocurrido; y, sobre todo, cómo al final lo consiguen poniendo unos el esfuerzo de explicarlo, y los demás el ímprobo de creerlo (“era necesario inventar justificaciones ordinarias para sucesos extraordinarios”, se dice por algún sitio). Pone en la picota el papel de los intelectuales: denuncia sus privilegios y la indolencia acomodaticia de sus vidas y carreras, bien acopladas al dogmatismo imperante. Ofrece remarcables reseñas de miseria y carencias, y también aprovecha para deslizar algún definitivo ejemplo sobre la crueldad e inutilidad de las guerras.
ESCALERAS ABAJO
Esmeradas y siempre ajustadas descripciones, ágilmente expuestas, conviven chispeantes diálogos. Es como si la prosa se precipitase escaleras abajo desnuda y vistiéndose sobre la marcha, llegando abajo sin haber perdido el equilibrio y perfectamente ataviada. Definición y precisión en la composición de escenas, en la presentación de los personajes y la manera en que aparecen en el relato; en sus reacciones o sus movimientos, que a veces resultan incluso coreográficos, teatrales. Caricaturizados, pero lo suficiente para que resulten creíbles, precaución que se ahorra con el inolvidable séquito demoníaco.
El aliento narrativo de la mejor tradición rusa pervive vibrante mientras el Bulgákov dramaturgo brilla en los dos capítulos en que se desarrolla una representación teatral, éstas nos son descritas de tal modo que nos imaginamos cómodamente sentados en el patio de butacas. Gusta añadir a las descripciones generales detalles accesorios, pinceladas postreras que intensifican el momento con sutilidad: “…puso su mano ardiente sobre la cabeza del niño, con el pelo recién cortado”, “…las ventanas daban a un patio asfaltado, que todas las mañanas limpiaban unos coches especiales con cepillos…”. Expone percepciones con el toque justo (“Sentía frío debajo del corazón…”), y emplea para las comparaciones imágenes curiosas y eficaces (“...con las manos duras y frías como el pasamanos de un autobús”, “…cejas pobladas y pardas como carcomidas por la polilla”, “El amor surgió ante nosotros como surge un asesino en la noche”).
Como en el grueso de la obra del ucraniano, el narrador es omnisciente, se distancia de los acontecimientos como si se tratase de una leyenda. Se dirige al lector relatándole en clásica tercera persona una historia, y juega a convencerlo de la veracidad de los hechos mediante el uso irónico de silogismos o la profusión de datos anecdóticos. Lo anima o le habla en términos burlonamente moralizantes, reflexionando y opinando acerca de lo que narra.
El relato general, como decíamos, se enlaza y alterna con el de Pilatos haciendo coincidir las frases finales e iniciales de cada capítulo. Éste se inserta en el transcurrir de la obra inicialmente contado por Voland, posteriormente soñado por “Desamparado” y después leído por Margarita. En él Bulgákov utiliza un estilo distinto al suyo, el correspondiente al Maestro, exento de humor e ironía; centrado en hacer un retrato fidedigno del procurador y los hechos, grave, naturalista, minucioso y descriptivo en grado sumo, aun a riesgo de lastrar peligrosamente un relato que en su parte central avanza sin respiro. Ambos coinciden en un espacio temporal de tres días (de mediodía de miércoles a sábado por la tarde). Aparte de otros estratégicos paralelismos, como las premonitorias tormentas, o las demostraciones de poder y adivinatorias tanto de Jesús como del Diablo en sus primeras apariciones.
Los rasgos de la literatura del absurdo brotan nerviosos e inesperados, saltan sobre el lector; desde el gorrito con la M que porta el Maestro, a la comicidad caricaturesca de Koróviev cuando se dispone al silbar en el momento de la despedida, o ese grajo que se larga volando sobre la rueda de un coche.
En el libro segundo, el maestro se expresa descreído, vencido y melancólico; desprende su dolor, despojando la prosa, haciendo flotar las palabras tristemente en el aire. Es el contrapunto pausado a la historia. Margarita, por su parte, verdadero revulsivo del relato desde su aparición, toma la primera persona con firmeza (incluso la segunda para dirigirle intensos pensamientos al Maestro).
La sátira y el humor se mantienen incólumes, pero las vicisitudes de esta segunda parte progresivamente internan la historia por vericuetos de enorme lirismo y aliento poético, la pluma se torna etérea y se vuelve profundamente sensitiva (“La luz de la luna despedía un calor suave”); íntima, incluso a la hora de desvelar la vida cotidiana de Voland y su séquito. El texto filtra momentos donde conviven lo dramático y lo romántico, todo bajo un insondable manto de fantasía y majestuosidad; fascinante y abismal, proyectando de vez en vez, claroscuros góticos sobre las páginas.
MEFISTÓFELES EN CAMISETA
Puede ser tomada como una comedia elaborada a partir del “Fausto” de Goethe (el cual aparece citado en varias ocasiones), invariablemente urbana y aparentemente más ligera. Un “Fausto” desmadrado, si se quiere, y centrado en una dirección más punzante y real. Son tantos los puntos de contacto como las diferencias de fondo: el nombre de Margarita se vuelve a usar en un personaje (aunque no de la misma relevancia y significado); aquí, la clásica pugna entre el bien y el mal se convierte en una lucha entre lo sobrenatural (donde reside la justicia) y lo terrenal (de donde ha desaparecido), aunque permanece la idea de su complementariedad; son evidentes las similitudes entre Voland y Mefistófeles, siendo aquél menos cruel y más condescendiente y justo con su acreedora; dos personajes principales mercadean con el Diablo, sí, pero en Bulgákov la protagonista paga su deuda sin intervención divina. Valga también citar las semejanzas en lo que respecta a la Noche de Valpurgis, o incluso al truco de los regalos que desaparecen. Junto a este insoslayable referente, los burlescos Popota y Koróviev, así como el resto de sus compinches, parecen personajes especialmente perversos escapados del mundo de la Alicia de Lewis Carroll.
Vuelve la sátira inmediata, corrosiva, con el ingrediente extra de un humor negro que ya cuelga de los títulos de los numerosos capítulos. La fina ironía de un observador privilegiado y analítico en constante rezumar. Cuidada indagación psicológica de la ciudadanía, sus actitudes, sus costumbres (la escena de la magia negra, uno de los momentos culminantes, muestra una población tan superficial y anhelante como la de cualquier otro lugar). En muchos momentos es una trepidante novela de aventuras y en otros una divertida comedia de enredo a veces frenética, que arrastra incluso los momentos más trágicos o violentos. Con piezas que encajan en ocasiones trabajosamente, y a las que acaso el lector empuje para preservar esa invencible sensación de deseo y ansia de libertad que flota en esta novela.
El Libro Segundo gana en intriga. Interrogantes, dudas y misterios (¿alguien le dictó la novela al maestro?, ¿puede Dios aparecer convertido en un vaso que guiña?...) mantienen en vilo el futuro de los personajes, siempre con la fatalidad en los talones. Aquí, Margarita se pone en manos del diablo por amor y toda la magia comienza a rodar, convirtiéndose en la inercia del momento en bruja vengadora que, maliciosa, se solaza perpetrando travesuras y bromas pesadas gracias a su poder. Mientras vuela libre parece, por un instante, querer abrazar lo “faústico”, ese deseo de plenitud, esa huida hacia delante en pos de todas las experiencias. Llama la atención su atracción por Voland, su entrega a él sin reservas, su determinación: “Todo era así porque así tenía que ser”.
CIUDADANOS Y CAMARADAS
El grueso de secundarios son personajes que terminan desquiciados, pululando frenéticos por esta obra por momentos coral. Sus destinos y peripecias son lanzados como fuegos artificiales. Generalmente pagan de una forma u otra por sus actos, residiendo ahí el lado moralizante de nuestra historia. Intuyéndose en él algún ajuste de cuentas personal y una inevitable saña por parte del autor.
Respecto de los personajes principales, Voland, como hemos señalado, parte de los rasgos del Mefistófeles goethiano: irónico, agudo, manipulador, artero, perverso; representa lo atrayente de saltarse las reglas de la naturaleza, la seguridad de dominar y el poder para doblegar lo ruin y vulgar del ser humano. Capaz, en efecto, de levantar tantas simpatías como a Mick. Sus correligionarios serían los mejores personajes para un cómic de superhéroes del averno.
El Maestro aparece bien entrada la novela. Se trata de un héroe inédito, trasunto claro de un Bulgákov olvidado y condenado a las tinieblas del silencio; injustamente vilipendiado desde los periódicos mientras todas las puertas se cierran. Él alberga los sentimientos más amargos: la frustración, la rabia, la pérdida, la depresión.
Margarita, por su parte, es el romanticismo puro: bella, inteligente, moderna, arrojada, tierna y apasionada. Una heroína de fuerza magnética, solitaria y un punto ingenua. Una mujer presentada tal cual es por Bulgákov, que deja a un marido modélico, pero que es incapaz de satisfacerla, para lanzarse a darlo todo por aquél que realmente la ha enamorado. Ambos componen una pareja inusual y absolutamente entrañable. Una complementación simbólica, la duda frente a la seguridad, la desesperanza frente a la fe. Nosotros, por nuestra parte, vivimos intensamente sus dudas y esperanzas, su compás de espera.
PERMÍTEME POR FAVOR QUE ME PRESENTE
“Please allow me to introduce myself…”. Así comienza la letra de “Sympathy for the Devil” de los Rolling Stones (primer corte del flamante “Beggars Banquet” de 1.968), previamente denominada “The Devil is my Name”. En ella, Mick Jagger utiliza la correcta manera de presentarse de Voland en el primer capítulo, para ese verso inicial. Poco después, parte de los comentarios del Diablo de Bulgákov acerca de Pilatos, que tanto sorprendieron a sus contertulios, para aludir al contenido del libro del Maestro: “I was around when Jesús Christ hand his moments of doubt and faith, i made dann sure that Pilate washed his hands and sealed his fate” (“Estaba cerca cuando Jesucristo tuvo sus momentos de duda y fe, me aseguré de que Pilatos se lavara sus manos y sellara su destino”). En el resto del texto, el letrista muestra el poder luciferino apuntando su presencia en determinados momentos históricos, gracias al don de la ubicuidad de que Voland hace gala en su inesperada aparición en Los Estanques del Patriarca. El conocido estribillo también recuerda la confusión y el caos creado por el Diablo en Moscú: “Pleased to meet you, hope you guess my name. But what´s puzzling you is the nature of my game” (“El gusto es mío, espero que adivines mi nombre. Pero lo que te confunde es la naturaleza de mi juego”). Finalmente, cabe comparar la afabilidad inicial con lo amenazante del último verso: “Or I´ll lay your soul to waste” (“O arrojaré tu alma a la basura”).
Y así consiguió Mick Jagger ser el Señor de la Oscuridad eternamente, a golpes de 6,23 minutos. El resto es por todos conocido: percusiones impregnadas de vudú, maracas, los ágiles dedos de Nicky Hopkins sobre el omnipresente piano, los coros y la guitarra maullando tras el tercer estribillo. Un mejunje que jamás baja de temperatura, comandado por una voz cada vez más desgarrada. Y así, eternamente, seguirá Jimmy Miller controlando tras la mesa, Godard grabándolo todo y Voland tras él observando con una media sonrisa.